En los primeros dos meses del año se registraron 11 femicidios en Nicaragua, según las cifras de la organización Católicas por el Derecho a Decidir. Sin embargo, con los casos siguen aumentando y según el reporte de medios de comunicación hasta el 12 de marzo van 16 mujeres asesinadas.

Ese alarmante aumento de femicidios en Nicaragua, que hace pensar a muchos que al finalizar el año podría sobrepasar los más de 70 con los que se cerró en 2018, es la situación  que denuncia los grupos feministas, que demandan al Estado de Nicaragua más y efectiva atención de esta situación de violencia contra la mujer.

Martha Flores, de Católicas por el Derecho a Decidir, afirma que hay señales de alerta que están a la vista de la familia y de la sociedad, que pueden ayudar a identificar una situación en la que una mujer esté siendo víctima de violencia de género.

Algunas de éstas, según Flores, podrían estar básicamente en el comportamiento y aspecto de la mujer, la niña o la adolescente, pues algunas se muestran retraída, ocultan golpes, indican inconformidades que, en algunas ocasiones, son vistas como «normales» o «problemas en los que supuestamente no nos debemos meter».

Flores fue consultada sobre el caso de una adolescente de Boaco, que fue asesinada el pasado 7 de marzo en la comunidad San Andrés Bajo, por un sujeto que era considerado «amigo de la familia», pero que, en varias ocasiones, acosaba a la niña de 15 años, que desde los 13 años fue violada por un sujeto que sigue en libertad y obligada a ser madre a los 14.

La también defensora de derechos humanos explicó que en este caso en específico se normalizó el acto de acoso  que ejercía el victimario de 42 años, mismo del que se conoce la menor se quejaba de que «la pretendía» y que ella en todo momento «lo rechazó», según la versión de los parientes de la menor.

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«Lo que pasa es que el agresor, generalmente, no se presenta como tal ante la familia. En este caso, el sujeto primero construyó una mirada diferente, se mostró como el bueno y, entonces, esto hace más difícil que la familia lo vea malo y sucede que luego lo tomaron todo normal y quizás la niña trataba de demostrar sus intenciones, pero como era él bueno, él construyó el cerco para que lo vieran como el bueno», explicó Flores. 

LOS PATRONES

La activista feminista advirtió que la familia o la misma sociedad debe estar atentos y desconfiados, pues, en muchos casos, los agresores muestran «gran docilidad». 

«La gente lo que debe estar atenta -aunque te lo ponen difícil porque el agresor pone ciegos a los familiares- a lo que dicen las niñas o las mujeres, creer y tomar en serio lo que les dicen, pensar mal siempre de esas tan grandes buenas intenciones en las que supuestamente no se pide nada, en esos acercamientos extraños, en cada cosa que nos parezca raro. Algunas veces es mejor desconfiar de más», agregó Flores.

El informe «Las caras que nunca olvidaremos», publicado en 2014 por Católicas por el Derecho a Decidir, revela la historia de 25 mujeres víctimas de femicidio. El patrón de violencia en la mayoría de las historias se repite. Los parientes aducían conocer de la situación, pero preferían «no meterse», otros aseguraban que aconsejaban a la víctima para que abandonara al víctimas, mientras que los más arriesgados se animaban a denunciar junto a las mujeres, pero la falta de atención de las autoridades hacía que al final la mujer terminara asesinada.

Uno de los casos en los que se deja claro que la familia, vecinos o conocidos, en muchas ocasiones, conoce la violencia y la calla; conoce la violencia o la normaliza; conoce la violencia pero no denuncia; conoce la violencia o la minimiza; conoce la violencia pero creen que su silencio ayudará a no generar problemas a la víctima, es el de Aryeris del Socorro Artola, quien fue asesinada a manos de su pareja, el 24 de marzo de 2014, a puñaladas.

En el testimonio que dio una de las parientes de la víctima, a Católicas por el Derecho a Decidir, se indica que «ese hombre le daba mucho maltrato… un vecino de ellos, nos contaba que además de agredirla verbalmente, la golpeaba y le vivía diciendo cosas obscenas».

La familia aconsejaba a Artola que se separara, pero afirman que la víctima no lo hacía porque «le tenía terror».

No obstante, la experta considera que -cuando llega un femicidio- es porque, probablemente, la mujer dijo «ya no, no más violencia y decide hablar, entonces, esa decisión que toman y admiten ante sus agresores hace que los hombres sientan que han perdido el control sobre ellas y deciden matarlas. Se les termina el control sobre el cuerpo de esa mujer porque sienten  y que su ego de hombre lo han perdido, que ha sido pisoteado y les quitan la vida».

 

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