“Sandra” tuvo cinco embarazos y en todos ellos sufrió violencia obstétrica en todos los aspectos, relata. En el último de ellos, la mala atención médica y el maltrato de los doctores provocó que se le infectara la cicatriz de la cesárea y atravesara un proceso doloroso tanto en el parto como en el posparto.

El primer embarazo de Sandra ocurrió cuando ella tenía 17 años; así que la violencia del personal médico comenzó desde las consultas prenatales hasta el parto, pues le cuestionaban haberse embarazado tan joven.

Lee: La eterna lucha de las mujeres para conseguir la esterilización en Nicaragua

“Cuando tuve a mi primera hija me preguntaron por qué estaba embarazada tan joven. Desde ahí me sentía incómoda en las consultas ginecológicas. Sufrí mucha recriminación y maltrato psicológico. A veces me hacían preguntas que no sabía qué responder porque ni siquiera les entendía, sobre todo cuando una es joven”, expresa.

El trato del personal de Salud continuó de la misma manera en sus siguientes embarazos y no cambió cuando se trasladó al área privada, pues con sus últimos tres hijos se encontraba asegurada en una clínica en Matagalpa, donde ella es originaria.

Sandra pensó que al estar asegurada iba a recibir un mejor trato, pero asegura que fue peor, ya que no le brindaron medicamentos esenciales para el embarazo como el ácido fólico porque no lo cubría el seguro; tampoco le indicaron qué medicamentos comprar por aparte; y en el puerperio no recibió atención médica, ya que después de parir dejó de ser la paciente, solo sus hijos lo eran.

Sin embargo, nada se compara a la experiencia de su último embarazo según ella. Sandra tenía 31 años en ese entonces e iba a tener a su quinto hijo. Cuenta que con todos sus hijos planificaba con la inyección trimestral, no obstante, el método anticonceptivo fallaba. Así que en las revisiones ginecológicas los doctores la juzgaban “por tener demasiados hijos” y la maltrataban en sus atenciones.

“Los médicos me decían que era una mujer inconsciente, que algo hacía mal, que seguramente las inyecciones no me las ponía en su momento, pero yo hacía todo lo que ellos me decían”, expresa.

La atención de los doctores fue peor que en experiencias anteriores. Además de no brindarle el ácido fólico, las citas médicas eran revisiones superficiales; nunca la atendía el mismo doctor, así que siempre le hacían las mismas preguntas; y le hicieron el primer ultrasonido hasta los seis meses de gestación. No obstante, todo iba bien hasta que cumplió el séptimo mes, cuando comenzó a experimentar constantes dolores, insomnio y sacaba líquido vía vaginal.

Violencia transcurrió a negligencia médica

Sandra recurría a la clínica hasta seis veces al mes e incluso en la noche para que la revisaran porque sentía que algo no iba bien con el embarazo, pero la ginecóloga que la atendía le decía que ella estaba bien, que los embarazos no son iguales y que solo tenía ansiedad. No fue hasta casi el octavo mes que los dolores de Sandra se volvieron tan insoportables que fue a la clínica a exigir que le hicieran un ultrasonido para ver el estado de su hija.

También: La adopción: «Quiero a mi hijo aunque no lo haya parido»

“La última vez que fui les dije «si a mí no me hacen un ultrasonido, yo no me voy para mi casa». El doctor me dijo «te lo vamos a hacer porque lo estás pidiendo, pero nosotros no estamos en la obligación, ya te dije que no tenes nada». Antes de eso la ginecóloga me dijo «yo no te voy hacer más, ni te voy a revisar más porque vos estás ansiosa, ya deberías de saber cómo es porque son cinco hijos los que vas a tener y nunca aprendiste cómo es esto», relata.

A regañadientes los doctores accedieron a hacerle el ultrasonido. En este se mostró que la hija de Sandra tenía hidrocefalia y que había que operarla de emergencia en Managua, donde había el equipo necesario para hacerlo. Ante esto, Sandra exigió que la operación se realizara en un hospital privado y no público, para que su hija recibiera la mejor atención.

“Yo no sé si los doctores estaban enojados conmigo porque exigí que operaran a la niña en un hospital privado, pero cuando me hicieron la cesárea fue horroroso. La cicatriz me quedó muy fea, muy antiestética y me la amarraron mal porque me dolía mucho”, cuenta.

En cuanto tuvo la cesárea, la niña fue trasladada a Managua para la operación y Sandra tuvo que ir sola, ya que su esposo trabajaba. En la clínica donde estaba, Sandra no tenía acceso a ningún servicio, ni a los baños para bañarse, ni a las habitaciones, ni atención médica, pese a que su estancia duró más de una semana.

Cuando solicitó que le retiraran los puntos porque estaban encarnados en la piel, los doctores de la clínica le dijeron que debía pagar US$150 dólares, es decir, más de C$5 mil córdobas, si quería que se le realizaran el procedimiento; pues después de parir, las mujeres ya no son pacientes, solo los recién nacidos.

Lee: «La abuelita», la madre de generaciones en Nicaragua

Ante esta respuesta, fue al Hospital Manolo Morales a solicitar lo mismo, pero los doctores le dijeron que estaban en huelga y no podían atenderla. Así que tuvo que viajar nuevamente a un centro de salud en San Judas donde finalmente le retiraron los puntos, pero sin anestesia, a pesar que los puntos estaban encarnados y mal hechos.

“Me sacaron los puntos y fue horrible. Sufrí mucho. Después de eso tenía que dormir en un sillón en la clínica porque yo no tenía derecho a cuarto y la niña estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos. Yo dormía en un sillón donde se sentaba todo el mundo y me dio una infección en la herida. Yo andaba en bus, sola y sin mucho dinero”, expresa.

Afortunadamente al poco tiempo que le sacaron los puntos, unas monjas se dieron cuenta de la situación de Sandra y le ofrecieron su casa para bañarse, comer, dormir y también limpiarle la herida.

Violencia obstétrica tiene graves efectos en las mamás y sus hijos/as

La hija de Sandra salió viva de la operación, los doctores le explicaron que la complicación durante el embarazo ocurrió porque nunca le administraron ácido fólico, además del poco seguimiento que le estaban dando a su salud. A pesar que a su hija no le daban mucha expectativa de viva, vivió hasta los seis años y medio de edad cuando estaba en primer grado.

“A mi hija la cuidé como nunca. Aproveché para estar con ella cuanto tiempo pude. Ella pudo caminar y hacer sus cosas, algo que los doctores no esperaban. Yo me entregué completamente a ella hasta que falleció”, relata.

“Jesenia”, ginecóloga y especialista en salud sexual y reproductiva, define la violencia obstétrica como todo tipo de abuso verbal, psicológico y físico procedente del personal de Salud, que no solo es ejercido por el personal médico, sino que también puede darse con el personal de enfermería, de laboratorio y otras instancias.

También: Exclusión y pobreza: El costo de ser madre adolescente en Nicaragua

Este se manifiesta desde la coerción, humillación y negación de fármacos que sirvan para aliviar el dolor, como en el caso de Sandra cuando le retiraron los puntos. Según Jesenia, la violencia obstétrica ocurre cuando la atención a las mujeres no es humanizada y se violentan sus derechos.

También puede ocurrir tanto en el ámbito público como privado, si bien cuando la mujer paga por el servicio se le brinda mayor estatus, esto la exime de ser una posible víctima de este tipo de violencia.

“Claro, en el ámbito público se visualiza de una forma evidente cuando una mujer está pariendo, le están pegando en la cadera y le dicen «yo no te mandé a hacer eso que te está costando, cuando lo estabas haciendo no gritabas». Esto es una completa violación a los derechos de las mujeres, hacia su privacidad y sexualidad”, explica.

A pesar que todas las mujeres están expuestas a sufrir violencia obstétrica, según Jesenia hay factores agravantes que las pueden volver más vulnerables como son las madres adolescentes, madres solteras, mujeres en situación de pobreza, mujeres racializadas, mujeres rurales y portadoras del VIH.

Estas mujeres tienen menor probabilidad de que denuncien los malos tratos, así que el personal médico aprovecha su vulnerabilidad para violentarlas, señala Jesenia. “Si las mujeres tienen un mayor grado de educación o tiene conocimiento sobre sus derechos sexuales y reproductivos, el trato que le dan lo va a considerar anómalo y lo va a denunciar. Mientras que las otras mujeres pueden quedarse calladas o lo van a ver normal”, indica.

Según Jesenia, la violencia obstétrica tiene una estrecha relación con la violencia machista, pues a la mayoría de las mujeres embarazadas las juzgan mayormente por su sexualidad y les dicen insultos machistas cuando están pariendo; y además tiene su origen en las relaciones de poder entre pacientes y doctores.

Sin embargo, esta violencia es completamente denunciable dentro de las instituciones públicas y privadas. La ginecóloga recomienda documentar los hechos y sus responsables, y después reportarlo directamente en la dirección del hospital o en el área de trabajo social.

+ posts