Esmeralda, la protagonista de esta historia, tenía 35 años cuando el Ministerio de la Familia (Mifamilia) le entregó, en adopción, a su hijo de siete meses. “Ha sido uno de los momentos más lindos de mi vida”, rememora esta madre de Nicaragua que cuando rebobina el ‘casete’ no encuentra momento alguno en que idealizara la maternidad.

En su infancia anhelaba -de adulta- ser profesora o mejor costurera, inspirada en una vecina que confeccionaba “unas blusas y unas faldas bien lindas”. Recuerda haber visto a su madre embarazada de su última hermana, y no olvida los malestares que le provocaban el estado por eso “no era una cosa linda en la que pensara”. Su mentalidad cambió en la adultez, y más que un sueño lo vio como una tarea pendiente.

“Cuando iba sintiendo que alcanzaba mis proyectos que había logrado estudiar mi carrera, una maestría, tenía trabajo estable, pensé estaba que preparada económicamente, estaba madura para asumir ese rol, pero soñarlo como algo lindo, no, era como algo objetivo, algo planificado, más que un sueño o una fantasía quizás por eso opté por la adopción”, reflexiona 12 años más tarde.

Un tramite administrativo

Para que MiFamilia diera trámite a la adopción esperó un año, en el que Esmeralda presentó cartas de solvencia de buena conducta, record policial, estabilidad laboral junto a cuentas bancarias que lo avalaran, así como una vivienda en “condiciones dignas”.

“Fue un proceso rápido” dice sorprendida en especial porque al no estar en pareja se pensó tendría mayor dificultad. Pero no fue así, sino que una tarde soleada, la llamaron para ir a buscar a su hijo de siete meses. Junto a una de sus hermanas y una amiga dio el paso a la maternidad.

“La tengo clara la imagen cuando me lo entregaron. Era un niño lindo, saludable, muy vivaz. No podía creer que ese fuera mí hijo. Pregunté si estaban seguros, si no se habían equivocado. Tenía siete meses y a todas luces se podía ver que era sumamente saludable. Fue un momento emocionante”, dice.

Para ese momento estaba lista. Había terminado su maestría y pedido vacaciones en el trabajo, comprado ropa, una cuna, arreglado una habitación con lo necesario. Le informó a su familia que, hasta antes de conocerlo, no miró con buenos ojos su decisión. La cuestionaron e intentaron disuadirla sin éxito alguno.

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Sola tras la adopción

En el recuento de los años todo fue maravilloso hasta que cumplió tres años, fue entonces cuando Esmeralda hace un corte en la vida de ambos para comenzar a vivir lo que califica como una experiencia “difícil” y hasta un “calvario”.  

“Las implicaciones que tiene ser madre adoptiva son muchas y son complejas tenes que saber como manejar tus emociones. La maternidad es difícil, no es un camino de rosas ni de cerca. Es muy difícil. Te encuentras con muchas dificultades, con la realidad de la maternidad, tu vida cambia realmente, tus prioridades, tu tiempo se compromete completamente con los cuidados y la atención de tu hijo, ha sido sumamente difícil sobretodo de los 3 años en adelante”, enfatiza.

Resiente la soledad, el abandono que ha vivido en el proceso de convertirse en madre adoptiva, pues las instituciones del Estado encargadas de este trámite solo le entregaron al niño y desaparecieron. No han dado seguimiento ni acompañado el proceso de adaptación de madre e hijo.

“El Ministerio me lo entregó y se desentendió completamente. Pocas semanas después recibí una visita, llegaron a verlo, le quitaron el pañal para ver si tenía irritación en los genitales, pero nunca más volvieron. No recibí charla de acompañamiento ni de ayuda para sobrellevar la experiencia de la adopción. No hubo ningún tipo de apoyo”, lamenta.

Agrega, “la pediatra dijo que era una salvajada porque ni un animal tiene una asimilación de ese tipo. Entregaron a un bebé a una desconocida. Me lo entregaron sin proceso de acompañamiento o adaptación. En MiFamilia están desesperados de deshacerse de los niños. Nunca más te buscan para apoyarte”.

El dolor del abandono

Ante esta situación, Esmeralda buscó el apoyo de psicólogos que la pudieran acompañar en su proceso y el de su hijo. En este lapso le reveló al niño sobre su proceso de adopción. Una información que, aunque se la brindó con acompañamiento de especialistas, marcó un antes y después en la vida de su niño.

Tanto que le ha provocado problemas conductuales, al punto de haber sido expulsado de al menos 8 colegios, y de tener que invertir grandes sumas de dinero en tratamientos médicos exploratorios para descartar que el comportamiento fuera resultado de problemas neurológicos.

“Mi hijo tiene 11 años casi cumple 12 pero recuerdo que desde los 3 años ha sido casi que un calvario. Cuando supo que lo había adoptado empezó a tener manifestaciones muy duras de dolor, enojo, frustración, saberlo le provoca dolor, miedo con lo cual ha tenido que lidiar, eso fue como una gran revelación porque no estaba preparado. No me imaginaba la dimensión que podía tomar el comunicárselo”, explica.

Su deseo de protegerlo, pues temía que esa información podría ser utilizada por otros niños para atacarlo y los consejos de otros padres y madres adoptivas, la empujaron a contarlo. Hoy, Esmeralda con la cabeza fría, piensa que quizás debió esperar unos años para revelárselo.

No es extraño que sus mayores temores es que finalmente su hijo no logre asimilar ni manejar ese dolor y el sentimiento de abandono. Actualmente considera que tiene problemas de autoestima y ansiedad ocasionados por esta situación. Y aunque desde los tres años ha acudido con profesionales de la psicología y psiquiatría considera que tampoco son capaces de atenderlo y han desistido.

Por ahora, el niño le demanda que lo ayude a encontrar a su familia biológica, algo que ha intentado, pero que no logra por ningún medio, dado que MiFamilia no le ofrece ningún tipo de información lo que la deja de manos atadas con la única opción de seguir dándole amor, cariño y atenciones para que su hijo logre asimilar la situación y salga adelante.

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“Siempre lo voy a querer”

“Cuando tome la decisión de adoptar a mi hijo pensé que en mí no habría ninguna diferencia, que no iba a quererlo menos por no haberlo engendrado, por no haberlo parido, sigo pensando así, que lo quiero de igual manera si fuera biológico o no”, confiesa y agrega que “a veces pienso que si la historia fuera otra sino lo hubiese adoptado sería menos difícil, no estaría ese sentimiento de abandono, de perdida, entonces lo hubiese hecho menos difícil más manejable, solo en eso pienso que pudo haber hecho una diferencia”.

Y aunque la maternidad para Esmeralda no ha sido un camino de rosas no niega que ha tenido “momentos lindos” al lado de su hijo como cuando le dijo por primera vez: “mamá” o cuando aprendió a caminar y andar en bicicleta que casualmente pidió vacaciones para dedicarse a enseñarle. Y claro cuando lo ve feliz, sonriendo, tranquilo, divirtiéndose en clases con sus amigos, participando de eventos “arriba del escenario, bailando, cantando, declamando”.

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La Lupa Nicaragua