Lo más difícil de ser madre adolescente en Nicaragua es cargar con toda la responsabilidad de la maternidad sola y la estigmatización de haberse embarazado a temprana edad, asegura “Wendy”, una joven de 20 años que tuvo a su hijo a los 17. Cuando descubrió que estaba embarazada se tuvo que enfrentar durante seis meses a los comentarios de su papá reclamándole por el embarazo y, a la vez, a los comentarios de sus vecinos juzgándola por lo mismo.

“La gente cree que si tenés un hijo a los 17, te arruinaste la vida. Para mi mamá fue un golpe porque pensaba que yo no había hecho nada con mi vida. Cuando mi papá llegaba tomado a la casa me decía que me había caído del pedestal de donde me tenía. Eso me afectaba. Ya hice la caballada ¿Qué más quiere que haga? También tenía que aguantar los comentarios de la gente del barrio. Yo era la callada, la que no salía de la casa, la que iba a la Iglesia y de repente salí panzona”, relata Wendy.

En el hogar de Wendy, donde sus padres son cristianos bautistas, cualquier tema relacionado a la sexualidad estaba prohibido. “No se habla de esas cosas”, señala. Así que en su casa carecía de información sobre educación sexual. En la secundaria tampoco le habían enseñado sobre el tema y no tenía a quién acudir para aclarar sus dudas, por lo que se informaba a través de Internet. Sin embargo, todavía no entendía cómo funcionaban los métodos anticonceptivos o el uso correcto del condón.

En diversas ocasiones durante el 2018 mantuvo relaciones sexuales sin protección “y no tuvo problemas”, sin embargo, en una de esas ocasiones decidió tomar el anticonceptivo hormonal de emergencia “por si acaso”, pero asegura que no se tomó las pastillas correctamente. Después de eso, su siguiente menstruación nunca llegó. La prueba de embarazo había salido positiva.

Ella tenía 17 años y el muchacho que la embarazó también. Ya había terminado el bachillerato, estaba estudiando el nivel avanzado de inglés y en 2019 iba a comenzar a estudiar la licenciatura en Turismo, pero todos sus planes se tuvieron que aplazar con el embarazo. Pensó en abortar, pero la clandestinidad y el temor a complicaciones médicas la detuvieron. Y no fue hasta un mes después de haberse enterado del embarazo que le avisó a su familia.

A partir de entonces sufrió un «escarmiento social» que lo vivió sola, ya que el joven que la embarazó no se hizo cargo de su paternidad. Wendy relata que durante las noches tenía pensamientos de culpa “por haberse arruinado la vida”, de arrepentimiento por no haber abortado cuando pudo y de incredulidad porque todavía no asimilaba que era madre y era responsable de un bebé. Los comentarios de su papá y de la gente a su alrededor solo la hacían sentirse peor de lo que estaba.

Estado impone maternidad en adolescentes

Solo entre 2015 y 2019, al menos 170,205 niñas y adolescentes entre los 10 y 19 años se convirtieron en madres, lo que representa el 24.5% de las embarazadas a nivel nacional, según los informes de Compendio de Estadísticas Vitales del Instituto Nacional de Información de Desarrollo (INIDE).

“María José”, trabajadora social y miembro del Movimiento Feminista de Nicaragua, quien solicitó el anonimato debido a la persecusión política de la dictadura Ortega-Murillo; explica que el embarazo en niñas y adolescentes es una de las situaciones más dramáticas que viven las mujeres en el país, ya que Nicaragua tiene una de las cifras más altas de la región y es una de las principales razones de la precariedad que viven las mujeres.

“El 25% de las embarazadas en Nicaragua son adolescentes. Un dato realmente alarmante, porque estamos hablando de una población de 6.5 millones de personas, de esas el 51% son mujeres, y de esa población en capacidad reproductiva, el porcentaje de embarazadas adolescentes es realmente alto”, indica.

El principal impacto que tiene la maternidad en las menores de edad es la exclusión social, ya que muchas jóvenes son expulsadas de las escuelas o ellas tienen que abandonar sus estudios para cuidar de sus nuevos hijos e hijas. Esto tiene como consecuencia que posteriormente también van a estar excluidas del sistema laboral, así que muchas tienen que sumergirse en la economía informal para poder sobrevivir, o dependen económicamente de alguien más, que puede ser su familia o el hombre que las embarazó; lo que también puede llevar a que sean víctimas de violencia.

“El impacto es obvio, seguir en el círculo de la pobreza, porque no se tiene las condiciones necesarias para ejercer la maternidad que sería tener un trabajo, tener donde vivir, tener una relación estable, tener una educación necesaria, y en la adolescencia esos criterios no se dan”, explica la especialista en género.

De acuerdo con la Encuesta de Hogares para Medir la Pobreza en Nicaragua Informe de resultados 2019 de la Fundación Internacional para el Desafío Económico Global (FIDEG), el 43.4% de la población de mujeres nicaragüenses viven en la pobreza general, y el 8.9% en la pobreza extrema. Esta cifra se agudiza en el área rural, donde provienen la mayoría de los embarazos adolescentes.

Wendy asegura que si no hubiera estudiado inglés no sabría donde estaría. Después de un año de haber tenido a su bebé comenzó a dar clases de inglés en una escuela primaria en Tipitapa, lo que le permitió contar con un salario que cubriera las necesidades básicas de su hijo. “¿Pero si no hubiera estudiado inglés dónde estaría? Estaría en un trabajo de maquilas o parecido”, expresa.

Nicaragua, una sociedad doble moral

Las madres adolescentes, además de ser excluidas, también se tienen que enfrentar a una “sociedad doble moral”, señala María José; puesto que la sociedad nicaragüense exige a las mujeres que asuman el mandato social de la maternidad, independientemente de la edad y las condiciones socioeconómicas que viven; y que a su vez, no brinda ni recursos, ni educación para evitar embarazos no deseados porque lo consideran antimoral.

“Un embarazo adolescente se produce porque tenemos una sociedad violenta donde los hombres presionan a las chavalas para que tengan relaciones con ellos. Tenemos una niñez y una adolescencia poco educada en educación sexual integral y precarizada económicamente. Eso implica que las jóvenes no pueden evitar la primera relación sexual cuando no están preparadas; también implica que no pueden negociar el uso del condón y de los anticonceptivos, porque ni siquiera tienen la información necesaria para exigirlos”, explica.

Según María José, el Estado de Nicaragua mantiene un discurso que fomenta la “maternidad rosadita” como destino de todas las mujeres, y que al mismo tiempo limita las opciones para que las adolescentes no se embaracen, tanto en la falta de educación sexual, como en el  acceso a métodos anticonceptivo; y señala que en el caso de que las jóvenes los usen son criticadas.

Además tienen que vivir la estigmatización social solas, situación que no ocurre con los varones adolescentes que también se convierten en padres, dado que a ellos no se les exige que asuman su paternidad, ni son excluidos de los sistemas sociales como a las menores; tal como ocurrió en el caso de Wendy, quien tuvo que asumir toda la responsabilidad ella sola.

“Cuando las chavalas quedan embarazadas, les cae toda la culpa «por abrir las piernas, por caliente, porque sus mamás no las cuidan». Además de recibir todo el estigma de haber quedado embarazadas a temprana edad, las excluyen en términos formales para que no sea un mal ejemplo para las demás adolescentes. No se expulsa a un chavalo por haber embarazado a una adolescente y no se le obliga a tener que asumir la responsabilidad, se le obliga a la chavala”, indica.

“Y si ella quisiera interrumpir ese embarazo, la sociedad que la critica por haber quedado embarazada a tan temprana edad, también le niega la posibilidad de abortar cuando debería ser parte de las opciones que deberían tener”, señala.

Madres adolescentes con su salud mental comprometida

Entre otras de las consecuencias que tiene la maternidad impuesta en las adolescentes, es que su salud mental y emocional se encuentra comprometida, según María José, ya que las jóvenes no cuentan con los recursos emocionales para cuidar de otra persona que depende totalmente ellas.

Los primeros meses siendo madre fueron duros emocionalmente para Wendy. Cada vez que cuidaba a su hijo tenía el pensamiento de que le hubiera gustado no tenerlo. Pensar de esa manera la hacía sentir culpable y “mala madre”, así que no desahogaba con nadie y recurría a métodos autolesivos para desahogarse como cortarse la piel.

Wendy provenía de un contexto familiar conflictivo y ya tenía dificultades emocionales, pero la llegada de la maternidad en su adolescencia, la hizo entrar en depresión y en cuadros de ansiedad.

“Al inicio era super difícil. El niño no me dio problemas porque no lloraba tanto y se portaba bien, pero tenía el pensamiento de arrepentimiento. Eso me hacía sentir culpable. Así fueron los primeros meses. Ahora lo he aceptado. Ya no paso esas noches donde el pensamiento no me dejaba dormir. Antes pensaba mucho en otras posibilidades de mi vida, como que estuviera estudiando o haciendo otras cosas. Me sentía muy culpable”, expresa.

La maternidad cambió por completo la vida de Wendy. Según ella ha sido un proceso de reconciliación consigo misma, en el que ha descubierto que realmente su vida no se ha acabado a como se lo han repetido en varias ocasiones. “Que se puede ser madre y a la vez disfrutar de la vida”, solo que con mayores obstáculos.

Aunque sus planes de iniciar sus estudios universitarios se interrumpieron por el embarazo, planea retomarlos el próximo año y convertirse en una intérprete de inglés. En el último año trabajó el tema de la culpa y detuvo las conductas autolesivas. Ser madre joven en Nicaragua no es fácil en palabras de ella, pero con ayuda de su red de apoyo asegura que cumplirá sus objetivos.

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