“Josefa”, de 52 años, es sobreviviente de femicidio frustrado y durante tres años fue víctima de violencia física, psicológica y sexual. Sin embargo, su caso no aparece en las cifras públicas de organizaciones, de medios de comunicación o de instituciones del Estado de Nicaragua. Pertenece a ese subregistro de mujeres que en 2020 decidieron no denunciar a su agresor y no revelar el martirio que sufrieron ante las autoridades nicaragüenses por considerar que estas “no harían nada”. 

La ciudadana, que hemos decidido llamar “Josefa” para evitar represalias en su contra, conoció a su agresor en el 2016. Ella laboraba como asistente de cocina en un restaurante de Managua y él fue contratado en ese entonces como trabajador externo, para realizar reparaciones en la infraestructura del local. Sostuvieron una relación de cinco años, pero tres de estos estuvieron plagados de violencia y amenazas de muerte que la obligaron a callar.

“Con esa última pareja estuve cinco años, tres fueron un martirio, un infierno, ya habían agresiones verbales, físicas y emocionales. Mi relación con él ya no era por amor, era por miedo. Yo siempre decía: ´no quiero ser una más de la lista´, pero la verdad es que él no me dejaba tomar el paso de alejarme de esa relación, porque siempre me estaba amenazando con hacerme algo, con quitarme mi vida, decía que si no iba a ser para él no iba a ser para nadie”, recuerda.

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Las agresiones que sufrió “Josefa” en esos años ocurrieron en una cuartería ubicada en un barrio de Carretera Norte, en Managua. Explica que ninguno de sus familiares se dio cuenta de su martirio porque siempre lo ocultó, sobre todo de sus dos hijas, casadas y con hijos, que la llegaban a visitar con frecuencia.

“Me daba aventones, golpes, pero en el rostro nunca me pegó porque sabía que si mis hijas me miraban un mal golpe podían actuar, pero sí me golpeaba todas las partes de mi cuerpo donde no se notaba. Algunas veces mis hijas lo echaban de ver, que quizás un moretón en la pierna o en el brazo, y yo les decía que yo me había golpeado, pero la verdad es que él siempre me golpeaba en las piernas, en la espalda, en la panza, en los brazos, esa era la violencia que él hacía antes de llegar a lo peor”, cuenta.

“Estuve cerca de la muerte”

A medida que pasaba el tiempo, detalla “Josefa”, el agresor escalaba en las formas de violencia que ejercía en su contra. Las amenazas de muerte se concretaron en dos actos de femicidio frustrado.

“Una de las tantas veces que él llegaba a verme me apuntó con una pistola, él caminaba armado, fue la primera vez que yo pude sentir que estuve cerca de la muerte. Fue para un 14 de febrero, él había quedado de que íbamos a salir, llegó muy tarde y le reclamé sobre que me había dejado vestida y esperándolo, pero se molestó, se enojó y con mucha agresividad me tiró a la cama, se me lanzó encima y sacó su arma, me la puso en la cabeza, amenazándome, diciéndome que ya lo tenía harto, que me iba a matar”, relata “Josefa”.

“Josefa” profesa la religión evangélica, y a su criterio el agresor no jaló del gatillo de la pistola con la que la amenazó porque “el Señor” la “libró de la muerte”. Aunque, agregó, también pudo ser porque en el lugar que alquilaba habían otros inquilinos que al escuchar la discusión se acercaron a la puerta de su cuarto a preguntar si estaba bien.

La ciudadana trató de poner fin a la relación con su agresor, luego que intentó matarla, pero el hombre no aceptó la ruptura. La seguía llamando, le mandaba mensajes y llegaba a buscarla a su casa. Entonces, nuevamente, por temor a que esta vez si apretara el gatillo, abría nuevamente la puerta de su cuarto y era obligada a sostener relaciones sexuales con él, seguía recibiendo golpes, malos tratos y amenazas de que si denunciaba se iba a “arrepentir”.

Explica que después de esa primera ocasión en que casi la mata se sometió a largos días de ayuno y oración, pidiéndole al “Señor” que la ayudara a salir de esa relación, porque estaba decidida a no denunciar porque temía que al hacerlo el hombre concretara sus amenazas de muerte. Poco después el sujeto fue despojado de la pistola con la que la amenazó y de una escopeta de la que también tenía permiso para portar. 

“De la nada lo llamaron a él de la Policía. Le pidieron que entregara las armas, las llevó y luego le dijeron que lo iban a llamar para recuperarlas, pero en el resto del tiempo que estuve con él no las recuperó y siento que eso fue de parte de Dios que me ayudó en ese aspecto”, consideró.

“Otra vez intentó matarme”

En noviembre de 2020, nueve meses después de la primera vez que casi la mata, “Josefa” nuevamente fue víctima de femicidio frustrado a manos de su pareja . Recuerda que en esa ocasión el hombre, de 48 años, llegó molesto a su vivienda y le reclamó porque no le había respondido sus llamadas, discutieron fuertemente porque la señalaba de “ser infiel” y en cuestión de segundos el agresor fue a la cocina, tomó un cuchillo y se lo puso en la garganta, amenazando nuevamente con matarla.

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“Me encontraba en un lugar, alquilando una pieza y ahí pues estaba el dueño de la casa y también esa vez se dieron cuenta porque él me gritó muy fuerte. El señor que me alquilaba preguntó si todo estaba bien y yo le dije que sí porque estaba prácticamente atemorizada porque el hombre tenía un gran cuchillo de los de la cocina y decía que me iba a matar porque llegó molesto, furioso de la calle, sin decirme nada, de una tontería hizo el alboroto, el escándalo, queriéndome quitar la vida con ese cuchillo”, relató.

“Después de esta segunda vez que intentó matarme le dije que ya no quería más nada con él, pero no lo aceptó, siempre seguía llegando, estaban los mensajes y llamadas de él y al no contestarle pues se dejaba llegar a mi casa, siempre queriendo sentirse con derecho hacia mí. Siempre llegaba, había incluso abuso sexual de parte de él, después de haberle dicho que ya no quería nada con él, me forzaba a tener relaciones”, agrega.

Detalla que después de este nuevo hecho que casi acaba con su vida siguió aferrándose a su fe, pidiendo que el “Señor” le enviara una señal o una forma de acabar con esa relación, que intentó terminar en varias ocasiones, pero que el sujeto se negaba a aceptar.

La señal que, valora, fue enviada por Dios es que en una ocasión su agresor dejó su celular en su cuarto, una mujer envió mensajes y “Josefa” los leyó. Se enteró que además de violentarla de varias formas su agresor le era infiel y vio en esto una oportunidad para conseguir alejarlo de una vez. Tomó el contacto de la mujer escribió, habló con ella, le explicó todo lo que ella pasaba y que quería terminar con ese sujeto, coordinaron un encuentro en el que ambas llegarían al mismo lugar a verse con él y ahí fue que “Josefa” aprovechó para terminar de una vez con esa relación.

“El 20 de este mes (noviembre) cumplo dos años de que no le he vuelto a ver la cara, no volví a saber nada más de él a partir de ese momento que lo desenmascaré delante de esa persona con la que él me engañaba. Ahora ya puedo decir que ya tengo dos años de haber salido de esa relación y le doy gracias a Dios porque me libró y me ayudó a no ser una más de la lista”, resaltó.

Entre enero de 2017 y agosto de 2022, en Nicaragua fallecieron 359 mujeres producto de la violencia machista; y otras 592, en el mismo período, fueron víctimas de femicidios frustrados, según los datos de la organización Católicas por el Derecho a Decidir. Los datos podrían ser mayores pues muchas mujeres, al igual que «Josefa», deciden no denunciar a su agresor.

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