El nueve de octubre, el huracán Julia impactó en el Caribe Norte de Nicaragua como un ciclón de categoría uno. En el municipio El Rama, ubicado a casi 80 kilómetros de la zona de impacto del fenómeno, los ciudadanos afirman que se “confiaron” porque las autoridades no los alertaron del peligro que corrían, no se les orientó evacuar y tampoco se les informó de la habilitación de albergues, ocasionando que permanecieran en sus viviendas que horas después del ingreso del ciclón se inundaron casi totalmente por la crecida del río Escondido.

“Clarisa” es una de las habitantes del barrio La Primavera, en El Rama, ubicado a pocas cuadras del río Escondido. La ciudadana, que pidió el anonimato para conversar con La Lupa, recordó que tuvo que salir a eso de las 8:00 de la noche de su vivienda, sin ayuda de ninguna autoridad, cargando una bolsa con ropa, a su hija de cinco años y sujetando la mano de su hermana de 17 años, buscando un lugar donde refugiarse.

“En la noche del sábado al amanecer domingo nos golpeó fuertemente el huracán, viento y lluvia que dejó muchas de nuestras cosas mojadas, árboles caídos en el patio, y desde ese entonces ya estábamos sin energía y sin acceso a internet. Después, a eso de las seis de la noche del domingo, el río empezó a llenar, subió rápidamente y ya cuando vimos ya estaba dentro de la casa y corrí, guardé unas cosas de la niña, ropa sobre todo, y me fui con el agua a la rodilla, con la niña y mi hermana, sin lograr rescatar nada, todo se mojó”, relató.

Añadió que tuvieron que salir “solitas porque no se miraba a nadie ni a la Policía ni a la Cruz Roja ni los Bomberos, nadie, no hubo perifoneo, nada, no sabíamos dónde ir y fuimos a dar al barrio San Pedro, a una iglesia de dos pisos que nos permitió refugiarnos ahí”.

Explicó que en ese refugió estuvieron durante dos días y tres noches. No tenían alimentos, tampoco ropa, y sobrevivieron de la caridad de personas que tenían pulperías y les regalaban algo de comer, sobre todo para la niña.

El 11 de octubre, cuando las aguas del río Escondido habían “bajado”, “Clarisa” decidió regresar a su casa “a ver” qué podía rescatar y llevó a su hija a la vivienda de su abuela, que habita en una zona alta del municipio.

“Regresar y ver mi casa de esa forma fue horrible. Lo perdimos todo. El patio tenía como un metro de lodo, casi me cubría la bota de hule, todo estaba tirado, ropa, zapatos, juguetes, algunas cosas dentro de la casa puro lodo, se dañó la lavadora, la refrigeradora, la arrocera, la cama, todo”, lamentó.

La ciudadana afirma que a su pequeña la llevó a casa hasta el viernes, 14 de octubre, cuando ya había lavado todo y organizado de tal forma que ya pudieran volver a dormir en una cama.

“Cuando mi hija llegó fue terrible. Preguntó por sus juguetes y cuando los vio todos lodosos lloraba, porque ella era de las caminaba de arriba para abajo con sus juguetes. Su mochila, sus útiles escolares y uniformes también quedaron inservibles, estaba en segundo nivel y casi un mes después de todo esto no ha podido volver porque soy madre soltera, tengo bajos ingresos y no he podido comprarle sus cositas”, apuntó.

“Clarisa” es una trabajadora agrícola de una empresa privada de El Rama. Gana el salario mínimo de Nicaragua y es el sostén económico de su hogar, en el que habitan su madre, su hermana y su hija. 

En la primera semana, posterior al paso del huracán, los empleadores de “Clarisa” la apoyaron con un paquete de comida, ropa y galones de agua, pero, denuncia, no recibió ningún tipo de asistencia de las autoridades municipales o nacionales.

El paso del fenómeno la dejó con graves gastos: el pozo de agua de su vivienda quedó contaminado y tuvo que pagar más de 1000 córdobas para que lo desinfectaran; su hija se enfermó de gripe y tos por estar expuesta a tanta humedad, tiene que comprar electrodomésticos, alimentos, ropa, y de paso lidiar con traumas que quedaron en su pequeña, que ahora le teme a la oscuridad, llora al escuchar la palabra huracán e incluso tenía miedo de “volver a su casita porque se puede volver a inundar”.

La psicóloga Anahualt explicó, bajo la condición de anonimato, que la exposición a un fenómeno natural puede crear un trauma tanto niños como adultos, por lo que estos pueden requerir atención psicosocial.

Resaltó que quienes no puedan tener acceso a atención especializada pueden hacer algunos ejercicios para superar el evento que fue altamente traumático. Algunas de sus recomendaciones son: dedicar un tiempo para hablar y reconocer sus emociones; reconocer la vulnerabilidad nombrando lo que se siente, haciendo contra peso identificando las fortalezas con las que se cuenta; y no reprimir el llanto, ya que es parte de un mecanismo que ayuda a liberar presiones emocionales.

También consideró que podría ayudar escribir las emociones y a los niños hacer que las representen en dibujos; hacer ejercicios de respiración profunda, contar los segundos de inhalación y soltar el aire suavemente al exhalar; cuidar el cuerpo, no olvidarse de comer y ejercitarse; y hacer un plan a futuro sobre qué haré y qué oportunidades tengo a favor frente a los problemas que dejó el fenómeno natural. 

“Los niños se enfermaron de ver tanto desastre”

“Maricela”, habitante del barrio Central en El Rama, también denunció bajo anonimato que fueron “abandonados a su suerte”. Explica que en su vivienda hicieron una especie de refugio para los tres niños; de uno, cinco y siete años, que viven en su hogar.

“Los ubicamos bajo una cama de madera, de esas gruesas, previendo que si caía algo no los fuera a lastimar. Los teníamos en la sala pero fue el primer lugar donde se empezaron a desprender láminas de zinc por la fuerza del viento, se cayó un árbol y los hombres de la casa, porque somos siete adultos en total, tuvieron que amarrarlo para que no destruyera las paredes”, relató.

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Explica que desde la madrugada del domingo 9 de octubre “nadie logró dormir en nuestra casa, los vientos se escuchaba como golpeaban las paredes, se escuchaba a niños de los vecinos llorar, láminas sonaban desprendidas, además que se estaba metiendo el agua por las láminas que se desprendieron en el área de la cocina, pero lo peor fue la tarde de ese domingo, cuando el río empezó a llenar”.

En la zona que habita “Maricela” se inundó a eso de las 6:00 de la noche. Afirma que al ver que otros barrios ya estaban inundados intentó encontrar un refugio y fue en un local de dos pisos donde los acogieron.

“Aquí las autoridades nos dejaron a nuestra suerte. Nosotros nos refugiamos en un local cerca de la casa que es de dos pisos, pudimos resguardar ropa, un roperito, colchones, algo de comida, la refrigeradora, el televisor y la cocina, pero lo demás se perdió todo, porque ya cuando logramos salir ya el agua estaba cerca de la rodilla y después subió hasta arriba de la mitad de la casa”, lamentó.

Los siete adultos y los tres niños estuvieron refugiados en el local durante 11 días, mientras bajaba el nivel del río Escondido, limpiaban la casa, el pozo de agua e intentaban rescatar algunas de sus pertenencias. 

En el tiempo que estuvieron refugiados, explica “Maricela”, solo recibieron ayuda de una de las empresas privadas en las que labora uno de los siete adultos, un paquete de alimentos y agua para consumo, pero de las autoridades, denuncia, no recibieron nada, pese a que solicitaron apoyo con láminas de zinc, pues les decían que solo una persona del barrio Central fue “calificada” para recibirlas.

“Del Gobierno uno no recibió nada, nada, aquí los que nos extendieron la mano fueron la misma gente que lo conoce a uno, familiares de fuera, la empresa donde unos de estos trabaja y con eso poco que se tenía pues se resolvió, nos limitamos a comer dos veces al día y a los tres niños se les engañaba en algunos de los tiempos solo con galletita”, recordó.

Explicó que uno de los tres menores “entró en depresión” pues pasaba llorando todo el día al ver su casa, desde el segundo piso del local donde estaban refugiados, inundada. 

“No quería comer, lloraba todo el día, se enfermó por la humedad, además, mi niño de cinco años también perdió todo, su mochila, cuadernos, mucha de su ropa, todo se le mojó al igual que al otro niño, entonces, ellos también andaban tristes, no han podido volver a clases después de un mes de todo esto y en la escuela, que es pública, en vez de hacer que las autoridades apoyen con útiles escolares solo saben mandar a decir que si no regresan van a perder el derecho a juguete”, apuntó.

“La niña no ha desempacado, tiene miedo que venga otro huracán”

“Liz”, otra ciudadana que pidió el anonimato, también habita en el barrio Central de El Rama. Tiene dos hijas, de 11 y 19 años, con quienes, afirmó, pasó momentos “terroríficos y de pánico” durante el impacto del huracán Julia.

“Fue complicado”, inicia, se toma unos segundos intentando ahogar el llanto que la invadió al intentar relatar lo vivido, guarda silencio unos segundos y retoma, “perder muchas cosas fue difícil, vivir todo eso junto a mis hijas fue terrible, nos sentíamos indefensas, no había energía, internet, nada cómo pedir ayuda, el viento despegó el zinc en el baño, en el cuarto, estábamos desesperadas, creíamos que iba a despegar todo el techo, pensábamos dónde nos íbamos a meter si eso pasaba, mis hijas gritaban, me cayó un cuadro en la cabeza, no me lastimó tanto, pero mis hijas llenas de pánico me gritaban que lo que estaba cayendo me iba a matar, fue realmente horrible y no tuvimos alerta, nada, nadie nos apoyó ni nos ofreció un lugar para resguardarnos por el fenómeno, nada”, lamentó.

Explicó que en la zona que habita también se inundó por el desborde del río Escondido, por lo que tuvo que recoger algo de ropa, dejar la mayoría de sus enseres unos sobre otros esperando que no fueran alcanzados por el agua y salir junto a sus dos hijas con el agua hasta la rodilla.

“Pedimos ayuda para salir, pero nadie nos apoyó. Cuando estábamos fuera de la casa pasó incluso un vehículo con gente del Ejército, les gritamos pero no se pararon, no mirábamos a nadie que nos pudiera llevar, no andaba ninguna brigada sacando a la gente, nada, nos pudimos mover con nuestra ropa en las manos hasta que pasó una mototaxi a la que se le metía el agua y nos hizo el favor de llevarnos a una zona alta del municipio, donde tenemos unos familiares y ahí pude resguardarme con las niñas”, detalló.

“Liz” regresó a su casa el 10 de octubre. Ingresó a la zona a bordo de un bote y, afirmó, nunca olvidará la decepción que sintó al ver su vivienda casi tapada por el agua del río Escondido.

“Supuestamente yo ya iba a limpiar, porque en algunos lugares ya había bajado, pero cuando voy en el bote veo que nada había cambiado, estaba peor, fue una decepción tan grande ver mi casita toda tapada por el agua, me tuve que regresar donde mis familiares y a los dos días regresé, ya no había agua, pero el lodo estaba como a un metro de profundidad, me llegaba arriba de la rodilla y fue horrible ver todo volteado, la ropita de mis hijas puro lodo, el pozo contaminado, la comida flotando, fue decepcionante, sobre todo porque ahí no hubo apoyo de nadie, de ninguna autoridad, uno buscó empezar solo de cero”, apuntó.

Agregó que cuando la más pequeña de sus hija la acompañó por primera vez a una de las tantas jornadas de limpieza que tuvieron durante más de una semana se puso “triste, no quería comer ni beber, era decepcionante ver que uno no tenía el vaso ni el agua que necesitaba, se enfermó y no tenía ganas de volver a clase porque era decepcionante ver todo nuestro hogar en esas condiciones, sucio, sin nada, ni energía tuvimos por más de 10 días, tomábamos agua que nos regalaban de bolsita porque el pozo estaba sucio, en fin, todo era un caos”.

“Liz” relata que, actualmente, casi un mes después del paso del huracán, su hija sigue sin querer desempacar su ropa de las bolsas negras en las que se la llevaron, pues teme que “venga otro huracán y se vuelva a inundar la casa”.

“Solo nos sabe decir que no desempaquemos, que puede venir otro huracán. Quiere tener su ropa en bolsa y yo no la obligo a sacarla porque sé que todo esto le ha afectado. Incluso, cuando le dije que íbamos a regresar del lugar donde nos refugiamos me dijo que no quería ir a la casa, me decía que para qué íbamos a llevar nuestras cosas ahí otra vez, que también las podíamos perder. Ha quedado también con falta de apetito y le agarra como ansiedad porque camina, camina de un lado para otro como estresada, entonces, es decepcionante pasar todo esto y saber que aquí en este municipio estamos desamparados, le dan ayuda al que quieren y excluyen a otros que también lo necesitamos”, describió.

El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo calculó que las pérdidas dejadas por el huracán Julia en Nicaragua ascienden a 367. 8 millones de dólares, afectando a 96 de los 153 municipios del país, especialmente a los ubicados en el Caribe Sur. El informe del Estado refiere que más de 8000 viviendas sufrieron daños, pero no se reconoce ningún deceso, pese a que medios locales, alcaldías, fotos y videos divulgados en redes sociales, dan cuenta de al menos cinco personas fallecidas; cuatro arrastradas por las corrientes de ríos o quebradas rebasadas, y una por la caída de un árbol.

Actualmente, se conoce que han recibido -para hacer frente a los daños dejados por el fenómeno- 19.4 millones de dólares; 10 millones de dólares de un desembolso aprobado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), 8.9 millones de dólares entregados por la compañía de seguros Caribbean Catastrophe Risk insurance Facility (CCRIF), y 500 mil dólares de un donativo entregado por el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE).

Sin embargo, la ayuda que han enviado a los municipios, especialmente a El Rama, según los testimonios de las personas entrevistadas, no está llegando a todos los ciudadanos, pues se entrega de forma selectiva, especialmente a personas afines al partido de Gobierno.

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