El primer orgasmo de “Alejandra” fue en secreto y lleno de mucha culpa. Pero así como sintió vergüenza por hacer algo que le dijeron que era pecado, sintió mucho placer y fascinación. Sobre todo, mucho placer, enfatiza. “Si por esto voy al infierno, entonces vale la pena”, recuerda riéndose.

Su primer contacto con el placer fue en la adolescencia, cuando se atrevió a masturbarse, a pesar que le habían enseñado que era algo “malo” cuando era una niña. 

En ese momento tenía muchos pensamientos y emociones contradictorias entre lo que habían enseñado y lo que su cuerpo sentía, pero después de tanto tiempo reprimiéndose, decidió que el placer era de ella y que nadie se lo iba quitar.

“No importara cuánta moralidad  la gente le pusiera al asunto”, dice.

Criada en una familia católica, sus primeras enseñanzas sobre la sexualidad eran que el placer era malo, tocarse era malo y tener pensamientos “impuros”, no solo era malo, era un pecado.

Toda la sexualidad estaba penalizada, al punto que la primera vez que Alejandra se masturbó, tuvo que confesarlo a un sacerdote más tarde.

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“Me acuerdo de esa vez que me había masturbado por accidente. Fue mientras me bañaba y para mi sorpresa, me gustó. Y lo hice a escondidas en otras ocasiones porque me agradaba. Pero sabía que lo que hacía y sentía no estaba bien”, dice la joven.

Cuando se tocaba, no tenía ningún objetivo sexual. Era un acto meramente exploratorio, común en adolescentes y jóvenes. Se estaba conociendo a sí misma y a esa parte de su cuerpo que era un tabú en su hogar.

A pesar de que lo hacía por mera curiosidad, sentía que guardaba un secreto culposo porque cualquier cosa relacionada a su sexualidad era pecaminosa, según las enseñanzas de su mamá, su abuela y el sacerdote que daba la homilía todos los domingos.

Así que lo hizo un par de veces más, pero a escondidas en su cuarto o cuando estaba sola en el baño. Hasta que en el catecismo descubrió que masturbarse y sentir placer antes de casarse era un nuevo pecado a la lista.

Alejandra estaba en primaria y se estaba preparando para dar la comunión, un requisito para pasar de grado en el colegio católico donde estudiaba. Una parte esencial para realizar el sacramento de la comunión es confesar todos los pecados a un sacerdote, quien en nombre de Dios, los va a perdonar.

Para esto, la profesora le dio a ella y a todos sus alumnos una hoja que incluía diferentes pecados. Según la maestra, era para ayudar a los niños y niñas a identificar los pecados que ya habían cometido a su corta edad, y después llevarlos anotados el día que les tocara confesarlos con el sacerdote del colegio.

La hoja contenía pecados como desobedecer, mentir, robar y “atentar contra la castidad”. “Ustedes le tienen que decir al padre si alguna vez ustedes le han metido a sus mamás, si no les han hecho caso a sus papás, o si se han masturbado”, recalcó la profesora.

Alejandra mostró confusión ante la nueva palabra y desconocida para ella. “¿Qué es masturbarse?”, le preguntó Alejandra a un compañero que tenía enfrente. “Tocarte tus partes”, le respondió. Ahí cayó en cuenta, era lo que ella había estado haciendo en secreto. 

“¿Y cómo va a ser? A mí se me cayó el mundo. Me iba ir al infierno por estarme tocando. Prometí nunca más volverlo a hacer. Me sentí muy mal”, dice. A la semana siguiente después de eso, Alejandra le confesó al sacerdote del colegio que se había masturbado.

Un nuevo mundo placentero

La promesa de no volverse tocar la mantuvo durante tres años, hasta que la explosión de hormonas que atravesaba en la adolescencia pudieron más que su miedo de irse al infierno.

“Me acuerdo de ese día, el día que rompí la promesa. Estaba excitada y sentía un calor sofocante”, recuerda Alejandra riéndose. “Estaba en mi cuarto y yo sentía la necesidad de frotar mi vulva, pero esta vez no por curiosidad, esta vez para sentir placer”, relata.

“El placer era lo que estaba prohibido”, dice. “Les importa una mierda tu castidad. Les interesa que no sintás placer, porque la gente lo ve mal, lo ve con morbo y castigan a las personas que lo viven libremente”, dice.

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Y así decidió “masturbarse debidamente”. Exploró su cuerpo, tocó sus senos, acarició su vulva y de pronto, llegó una explosión placentera que la atravesó de pies a cabeza y la dejó desconcertada y fuera de órbita. Era su primer orgasmo.

“Y yo dije ¿Quéeee? ¿Qué me acaba de pasar? ¿Qué fue eso? ¡Qué genial! Tantas emociones. No entendí lo que me había pasado, solo entendí que se sintió muy bien y que quería volverlo a hacer. Si por esto voy al infierno, entonces vale la pena”, manifiesta.

Según Alejandra, a partir de ese momento se le abrió un mundo nuevo. Se le abrió el mundo de la sexualidad, que lo navegó con mucho disfrute, fascinación, culpa, vergüenza y otro sinnúmero de emociones.

Aunque al inicio entró en conflicto con todas las creencias que había recibido, se fue desprendiendo de ellas poco a poco y aceptó que el placer es algo “natural y maravilloso” en ella, “no algo malo y pecaminoso”.

“Si vamos a hablar de placer, hay que hablar de cómo fueron las primeras aproximaciones a él. Porque desde niñas nos educan para huir de él, de sentirnos culpable por él, de vivir la sexualidad desde el placer y no de los valores de la familia, que siempre nos enseñan”, expresa la joven de ahora 25 años.

El placer, controlado y reprimido

El placer ha sido históricamente demonizado, y en la actualidad continúa siendo así, sostiene la psicóloga María Auxiliadora Marenco. Sin embargo, esa demonización es especialmente con las mujeres como una herramienta para controlar su sexualidad, ya que el placer en los hombres es socialmente permitido.

“La sexualidad ha sido controlada social y religiosamente para que el enfoque sea únicamente en la reproducción, para que exista la continuidad de la especie, que es lo que les interesa. Y han separado totalmente al placer de la ecuación. Si te salís de ese enfoque y de esos valores, la sociedad le pone el estigma a las mujeres y la Iglesia le pone el pecado”, explica.

Si la sexualidad es un tema tabú dentro de las familias y los colegios, el placer es aún peor. “Es el tema prohibido”, dice Marenco. Si se habla de sexo o cualquier acto sexual, el objetivo es siempre reproductivo, nunca se explica que el objetivo también puede ser el placer.

“Nadie les explica a los chavalos y chavalas que las relaciones sexuales son placenteras. Al contrario, les dan una educación sexual del miedo. El primer consejo es que no tengan sexo por el embarazo y las ITS, y si tienen sexo que sea con tu marido, para tener hijos y en santa castidad”, señala.

Marenco indica que las mujeres son especialmente educadas para que no sientan placer, no lo exploren y no vean las posibilidades que les puede brindar su cuerpo. “Las educan para frenarse sexualmente”, señala.

Mientras que los hombres tienen todos los permisos para explorarlo, vivirlo e incluso exigirlo. “Hasta le facilitan el tráfico de sexo porque pueden comprarlo en la calle”, pone de ejemplo la psicóloga.

Por tanto, existe todo un aparataje social de costumbres y creencias para controlar la sexualidad de las mujeres, prohibirles el placer y castigarlas si deciden desafiar esos mandatos. 

“Aún en tiempos modernos una mujer sigue siendo una zorra si se acuesta con varios hombres. Una mujer divorciada o con hijos está mal vista si está con un hombre solo para tener placer. Una mujer si vive su sexualidad libremente la ven como si ya fue un objeto probado”, recalca.

Este tipo de creencias en torno al placer de las mujeres, afecta grandemente sus vivencias personales, les afecta su autoestima y las cohíbe frente a sus parejas sexuales. “En mi casa se habló de relaciones sexuales, pero no de placer. Cuando exploré conmigo misma lo viví con mucha culpa”, dice “Nohelia”, una joven universitaria de 22 años.

“Sí había mucho tabú y prohibiciones estrictas. Especialmente sobre «perder la virginidad». Era una cuestión de ni quiera Dios. Debes llegar virgen al matrimonio. Una mujer se debe de hacer desear. Si una mujer se mete con un hombre antes del matrimonio es una fácil, una zorra, una puta”, continúa.

A Nohelia le enseñaron que el placer está solamente reservado para el matrimonio y para la pareja, y si una mujer se salía de esos lineamientos iba a ser duramente juzgada. Ella considera que esas enseñanzas tuvieron consecuencias negativas en su sexualidad, pues tuvo miedo y vergüenza de explorarla.

“Esto tuvo muchos estragos en mi sexualidad porque fui muy temerosa por muchísimos años de explorar y vivir mi sexualidad como ser individual, como ser sexual que soy. Esa enseñanza me dio un recelo de explorar mi vida sexual”, expresa.

El placer es válido, ¿pero solo en los hombres?

Durante las relaciones sexuales también hay varias creencias y prácticas hegemónicas masculinas que limitan las experiencias de las mujeres y su disfrute, tales como las ideas de que las mujeres no son protagonistas de su placer y son los hombres los que se deben desenvolver en el sexo.

“El hombre hoy por hoy tiene el pensamiento de «me la cogí y la hice voltear los ojos y la puse hasta que temblaba. Yo hice eso, yo soy el héroe, yo provoqué todo eso en ella». Pero es gracias a él, no porque ella lo sacó de sus capacidades o porque ella participó para que ese orgasmo ocurriera”, explica Marenco.

Esto siempre ocurre bajo la idea de que a los hombres les pertenece el placer y las mujeres no son capaces de explorarlo y explotarlo por sí mismas, creencia que es errónea. También tiene como consecuencias que en las relaciones sexuales las mujeres no son protagonistas y son desplazadas al segundo plano.

“Nunca se ha vivido el placer y sigue sin ser un tema trabajado. Todavía tenemos una forma de pensar muy medieval. Se está hablando de una sexualidad donde las mujeres tienen que satisfacer a sus parejas, porque sino piensan que les van a ser infiel y todo el placer de ellas es desplazado”, expresa Yelba Godoy, sexóloga y psicológica.

Según ella, el objetivo de estas creencias es castrar la sexualidad de las mujeres para que sigan siendo vistas como objetos sexuales y no como sujetos sexuales.

Nohelia también siente que en sus primeras relaciones sexuales su placer estuvo desplazado y que su pareja solo se centró en satisfacerse él solo.

A pesar de los mandatos que le había impuesto su familia de tener relaciones sexuales hasta el matrimonio, a los 20 años decidió que quería iniciar su vida sexual con un novio que tenía en ese momento. Pero ella dice no fue lo que esperaba.

“Las primeras veces fue incómodo porque siento que esa persona solo se concentró en sus intereses. Obviamente por todo lo que me habían enseñado estaba cohibida y no pedí lo que quería, porque nos enseñan a avergonzarnos de pedir ese placer y los hombres son unos brutos que no saben tratar a las mujeres”, relata Nohelia.

En los siguientes encuentros Nohelia comenzó comenzó a conocerse para saber lo que le gusta y a trabajar en su confianza para indicarle a su pareja lo que ella quería. Según ella, uno de sus mayores aprendizajes desde que inició su vida sexual es saber que su voz cuenta dentro de los actos sexuales y que su placer importa.

La nueva apuesta: Educación sexual en el placer

Desde que Alejandra decidió que “su placer era de ella y nadie se lo iba quitar”, su vida sexual tomó un giro completamente diferente. Según ella, ha adquirido mayor confianza en ella misma, vive las relaciones con mayor erotismo y sobre todo, disfruta sin culpa alguna, culpa que cargó por años por las creencias religiosas y el estigma social.

“Yo no me metía con nadie para que no me dijeran puta. Ahora no me importa. Me compré un juguete sexual carísimo que disfruto mucho, vivo mis relaciones sin pensar en el qué dirán y tengo una vida sexual bastante saludable y feliz”, dice.

Es que el placer es una parte fundamental de una vida sexual y una salud mental saludable, indica la sexóloga Yelba Godoy. Por eso es importante cambiar la manera tradicional que se enseña y que se habla sobre sexualidad, que es siempre reproductiva y religiosa, y apostar por «una educación sexual basada en el placer».

Es importante que a las y los jóvenes les enseñen que pueden conocer su cuerpo libremente y pueden disfrutar de él sin prejuicios y miedos a juzgamientos. «Esto también mejora su autoestima y la relación con sus cuerpos», dice.

También hay que quitar la carga moral del placer de las mujeres, ya que los mensajes «morales» que reciben castran su sexualidad, y no les permite vivir una parte de sus vidas que es esencial para su desarrollo como personas.

Por su parte, la psicóloga María Auxiliadora Marenco apunta que lo primero que hay que hacer es reconocer que el placer es una característica básica de cualquiera de los sexos y es una condición inherente de la naturaleza humana. Reprimirlo y ponerse cargas morales son construcciones sociales, pero es algo normal dentro de las personas.

Incluso señala que una educación sexual basada en el placer es un derecho de todas las personas, especial de las mujeres que son las que más tienen restricciones en esta área.

“La mujer tiene derecho a la educación sexual placentera, a reconocer en ella misma que su cuerpo es un cúmulo de placer y no solo en su clítoris, sino en sus brazos, la planta de sus pies, orejas, el cuello y la espalda. Todo su cuerpo es un dispositivo para el placer. Lo que hay que hacer es liberarlo y darle derecho a ellas para que reconozcan eso como natural y no como pecado”, explica Marenco.

Se trata de reconocer que el cuerpo y la sexualidad no solo son para tener hijos e hijas, sino también para sentir placer. Y también de deconstruir todas las enseñanzas aprendidas.

Nohelia recomienda a las mujeres experimentar el placer primero por sí solas, informarse sobre el tema, identificar las experiencias sensoriales que tienen sus cuerpos y conocer qué le gusta y qué cosas no. Para que así en el momento de estar con otra persona, puedan tener relaciones sexuales informadas y apropiadas de su cuerpo y su placer.

“Lo que las mujeres sienten importa, sí le gusta algo o no también importa. Y yo recomiendo que si se pueden comprar un juguete sexual que lo compren”, dice la joven.

Alejandra insiste que para ella la clave está en cambiar la mirada sobre el placer. Para ella el placer no es sucio, ni pecaminoso, “es sumamente delicioso”.

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La Lupa Nicaragua