Terminar una relación amorosa no es tan fácil, dice “Andrea”. Después de tres años y medio de noviazgo, sentía que su pareja se volvió parte de ella. Estaba presente en su rutina, en su día a día y en sus planes a futuro. Él se convirtió en su mejor amigo, en su aliado y era una de las personas más importantes en su vida. Cuando los problemas se volvieron tan grandes que tuvieron que terminar, también terminaron con todo lo que construyeron durante todos esos años. Aunque considera que haberse separado en enero de este año fue una decisión correcta y madura para ambos, no hace el proceso menos doloroso.

Conoció a su exnovio en 2018 gracias a un amigo en común. Desde el inicio le gustó, así que buscaba formas de acercarse a él para hablar. El joven romance se fue formando a través de largas llamadas y conversaciones de horas sobre el universo, la vida y cualquier tipo de tema. Entre salidas a comer, pláticas interesantes y risas nerviosas, oficializaron su relación tres meses después de conocerse.

“Nunca nos quedamos sin temas de conversación. Además, nuestras personalidades eran muy divertidas y se complementaban muy bien. Nos reíamos de todo. Siempre fue bien bonito”, relata “Andrea”, quien tiene 22 años. Su relación iba muy bien durante el primer año, hasta que su novio empezó a trabajar de cajero y administrador en un restaurante familiar que le demandaba bastante tiempo.

De verse casi todos los días de la semana, pasaron a verse únicamente los fines de semana. Sin embargo, Andrea se las ingeniaba para verlo más tiempo y le ofrecía su ayuda como diseñadora gráfica para la publicidad del restaurante, así podía estar con él. Con el paso de los meses el negocio familiar creció aceleradamente y se trasladó a un local más amplio, con más clientes y con muchas más responsabilidades para su novio.

A diferencia del trabajo de él que iniciaba desde tempranas horas de la mañana hasta las 10 de la noche, el trabajo de Andrea tenía un horario normal de ocho horas laborales.

Las únicas veces que se miraban era una o dos por semanas en ratos pequeños por un par de horas. Incluso si salían o estaban juntos, su novio siempre estaba respondiendo mensajes en su celular por si lo requerían en su trabajo. Cuando se escribían por WhatsApp era solo durante las noches, y las largas conversaciones y tertulias que tenían sobre la vida y la existencia, se limitaban a contar qué cosas hicieron durante el día. El tiempo de calidad, una de las cosas más importantes para “Andrea”, se redujo al máximo.

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“Yo siempre comprendí sus responsabilidades porque sería egoísta de mi parte no entender eso, pero también hubiera sido egoísta para mí pensar que no estaba pasando nada”, señala.

Las discusiones no se hicieron esperar. Una mala contestación, una frase mal interpretada o un mal día de trabajo bastaba para que uno de los dos explotara. El último año de su relación se resumió en peleas que poco a poco iban sucediendo con más frecuencia hasta que peleaban todos los días. De pronto, los dos eran extraños en su propia relación.

“Andrea” decidió tener una plática con él para expresar cómo se sentía y encontrar una solución a los problemas que enfrentaban, en cambio se encontró con que su novio “no podía hacer nada más” y que “no se sentía estable para tener una relación”. Finalmente se separaron a petición de él, para no terminar mal la relación.

Para “Andrea”, la primera semana de la ruptura fue la más difícil. Llantos, ataques de ansiedad, deseos de escribirle y pedirle volver le ocurrían con frecuencia. Sus amigas y su mamá fueron su refugio, además, comenzó a asistir a terapia para hacer su proceso más confortable. Con el paso de las semanas ha mejorado. Aunque sabe que no lo ha superado del todo, se encuentra mucho mejor que antes, señala. Actualmente tiene un mes y medio de haberse separado.

Después de esa ruptura, Andrea ha encontrado una oportunidad de crecimiento para sí misma, para hacer sus cosas por sí sola, y para trabajar en su autoestima, sus relaciones con sus amistades y su familia. “Creo que estoy haciendo todo esto para comprender por fin que no necesito a nadie más para sentirme bien. Conmigo misma tiene que bastar”, afirma.

Rupturas, dolorosas pero necesarias

La psicóloga de parejas, Amanda Maltez, define las rupturas amorosas como la finalización de la dinámica romántica con alguien. Todo esto implica la culminación de proyectos, expectativas, ideas y planes en torno a la relación, lo que lo hace doloroso. Pueden ocurrir por diversas razones, pero las más comunes son la incompatibilidad y falta de comunicación.

Maltez señala que en la cultura nicaragüense y en el resto de la cultura latinoamericana, a las personas no se les enseña a comunicarse, expresar sus desacuerdos de manera sana, y mostrar y recibir amor; sino que repiten patrones familiares que pasan de generación en generación. Si bien las rupturas amorosas son normales y ocurren todo el tiempo, todo esto hace que las relaciones y más aún, las separaciones, sean más conflictivas.

Una de las enseñanzas más comunes que se inculca en la cultura nicaragüense, especialmente a las mujeres, es que terminar una relación amorosa es sinónimo de tener una relación fallida o de fracasar, lo que pesa más para las mujeres casadas, con hijos e hijas o que han tenido una relación duradera. Por lo que muchas evitan separarse y prefieren estar en una relación conflictiva por mucho tiempo, como “Andrea”, cuyo último año de relación fue de peleas.

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“Estas relaciones que duran mucho tiempo en conflictos y que se niegan a terminar también tiene que ver con los mitos del amor que nos enseñan, como que el amor todo lo puede y que las mujeres nos realizamos al estar en una relación. Lo interiorizamos y pensamos que con eso se va a resolver todo, pero no es así”, señala la psicóloga, por lo que las rupturas son muchas veces necesarias y no significan un fracaso.

Al contrario, son una oportunidad para que las personas puedan conocerse a sí mismas fuera de la relación, explorar su sexualidad por sí solas, descubrir nuevos hobbies, retomar amistades, establecer nuevos límites y sobre todo, es un buen momento para reflexionar sobre los elementos que llevaron esa relación a término y lo que se quiere para una nueva relación a un futuro.

“Desde la ruptura trabajo en la mejor versión de mí”

Álvaro Castillo tomó su ruptura amorosa para trabajar en sí mismo y aprender de los errores que cometió en su último noviazgo. Para él, las separaciones son experiencias de vida llenas de un montón de aprendizajes que pueden utilizarse para mejorar personalmente. Durante los 17 meses de su relación, experimentó al menos tres rupturas.

Castillo tenía problemas de confianza con su pareja, lo celaba con su mejor amigo y tenían problemas para comunicar sus necesidades de manera asertiva y recíproca. Mientras que a su novio no le gustaban varias actitudes de él, Castillo no expresaba sus inconformidades en el momento, sino que dejaba que se acumularan los problemas hasta que detonaran.

Inició su relación en febrero de 2020 con un muchacho que conoció por un amigo en común. Inmediatamente se gustaron, pero no fue hasta meses después que se «ennoviaron». Recién anunciada la pandemia de COVID-19, pasaron los primeros meses de su relación a la distancia, solo comunicándose a través de mensajes de texto, llamadas y videollamadas. Sin embargo, cuando se comenzaron a frecuentar físicamente, las cosas cambiaron. “No es lo mismo convivir con una persona a través de las redes que en la vida real”, comenta el joven de 22 años.

Con los meses, los problemas de celos que tenía él se convirtieron en el primer obstáculo de su relación. Llegó al punto donde dio a escoger a su pareja entre él o su mejor amigo, aunque actualmente reconoce que eso no estuvo bien bajo ninguna circunstancia, en ese momento no lo miraba de esa forma.

La primera ruptura fue a finales de diciembre de 2020. Su novio le mandó un mensaje de texto diciéndole que ya no podía estar más en esa relación. Sin pedir mayores motivos y razones, él no aceptó.

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“A mí siempre me han terminado, nunca he tomado la postura de terminar. Independientemente de si me dan un motivo o no, siempre respeto la decisión, pero creo que es importante dialogar antes de terminar y buscar una manera asertiva de resolver las cosas. Si él me hubiera cortado de forma física, no hubiera sabido qué decirle”, expresa.

Desde ahí, su relación comenzó un subibaja de rupturas y reconciliaciones. La dinámica siempre era la misma: quedaban como amigos, se seguían hablando, uno de los dos se disculpaba, se decían que se extrañaban, volvían a verse y después no había marcha atrás. Volvían a su relación de nuevo. Castillo lo describe como una droga, que aunque se quiera dejar, se vuelve a ella.

Él estaba acostumbrado a estar con su novio diariamente y cuando terminaban sentía que le hacía falta algo, “como el síndrome de abstinencia hasta cierto punto”. Así que cuando volvían a estar juntos le invadía la emoción, la felicidad y la sensación de “estás aquí”. Abundaban todas muestras de afecto físicas y verbales, tiempo de calidad y algunas veces con regalos. “Era como una sobredosis”, explica.

Sin embargo, no dialogaban en torno a qué cosas llevaron a las rupturas y cómo iban a resolver sus problemas para no terminar de nuevo. Simplemente disfrutaban de la emoción el tiempo que duraba y nuevamente volvían los conflictos de celos y la desconfianza.

Castillo desconfiaba de su novio, precisamente porque él le era infiel y temía que su novio también lo fuera. Asevera que entre ellos no tenían mucha química sexual, así que lo resolvía estando con otras personas. Si bien reconoce que era equivocado y que no tiene excusa para justificarse, eso lo comprendió hasta que terminaron definitivamente.

En la última ruptura en mayo de 2021, incluso él se sentía frustrado por la inestabilidad de la relación. Las tres veces que terminaron fueron a petición de su novio, pero en ese momento entendía que la relación no podía continuar así, por lo que lo aceptó y no volvió a regresar con él.

Esa ruptura también fue por mensaje de texto. Él recibió el mensaje durante una exposición de un proyecto final que tenía en su carrera de arquitectura, así que mantuvo su mente enfocada totalmente en sus clases para no sentir la separación. Ya no se desahogaba con sus amigos, ni les pedía consejos, ya que ellos le decían «para qué te vamos a aconsejar si al final vas hacer lo vos querés». Cuando terminaron las clases, sintió el golpe emocional, pero se dijo que era lo mejor no volver.

“De todo lo que cometí en mi relación pasada lo tomo y lo aprendo. Si hago un cambio es para mí y así ofrecerle a la persona que venga después una mejor versión de mí, una que no cometa los mismos errores y que sepa cómo hacer las cosas bien. Si no viene otra persona, porque estar soltero está bien y no es necesario tener una pareja para sentirse pleno, quiero saber que hice un cambio y mejoré para sentir la satisfacción de que lo hice por mí”, expresa.

La trampa de cortar y volver

Amanda Maltez, psicóloga de parejas, explica que este tipo de relaciones donde las rupturas son el pan de cada día y solo se dedican a terminar y volver, son relaciones dependientes. Las personas se ven envueltas en estas porque entran a la relación desde la carencia emocional y esperan que sus parejas puedan satisfacer esas necesidades emocionales.

“Constantemente nos metemos a relaciones desde la carencia emocional, desde lo que yo no tengo y quiero que el otro me lo de. Yo necesito alguien que me diga que me ama, que me de atención, que me diga que soy hermosa, y como me emparejo desde la necesidad empiezo relaciones dependientes, que es la tendencia que tenemos”, indica.

Las relaciones dependientes tienen un ciclo, como en el caso de Álvaro Castillo. La relación inicia bien, después se acumulan de tensión, los problemas explotan, uno de las partes dice que va a cambiar, la otra persona acepta, luego comienza la luna de miel y el ciclo se repite. Las personas que están en esa relación entienden que terminar y volver se siente bien gracias a ese subidón emocional y ellas mismas hacen que ese patrón se repita.

Sin embargo, esta dinámica desgasta a las personas involucradas y extiende ciclos que muchas veces pueden ser de violencia.

El enamoramiento a veces se acaba

Muchas veces las rupturas se dan no solo por grandes conflictos, sino porque el enamoramiento de una de las parejas se acabó. “A veces una solo quiere volver a estar soltera”, manifiesta Katherine Molina, una muchacha de 30 años que terminó su más reciente relación hace unos meses por ese motivo. Según Maltez, el enamoramiento dura alrededor de ocho meses a un año y medio. En el caso de Molina, su relación duró 11 meses.

Conoció a su novia en la app de citas Tinder a finales de 2020. Hicieron “clic” de inmediato y sin decir explícitamente si estaban en una relación, lo asumieron de forma tácita. El humor las unió, las dos eran divertidas, les gustaba hacer bromas y seguirse los chistes. Se escribían todos los días y su novia se quedaba a dormir en su casa, por lo que la convivencia también las vinculó.

Las actividades favorita de Molina con su novia eran salir a comer, viajar a la playa, mirar televisión y tener sexo. Sobre todo disfrutaba de su compañía y la tranquilidad que le generaba. Nunca vivieron juntas, pero su novia se quedaba a dormir los fines de semanas y a veces un par de días laborales.

«Pero no todo es color de rosa», indica. En un momento su novia se quedó sin trabajo durante meses y eso creó tensiones en la relación. Su novia comenzó a sentir celos de sus amigas, de likes, comentarios o mensajes.

“El hecho de que ella se haya quedado sin trabajo hacía que estuviera más tiempo sola. Le generaba inseguridades, supongo. Comenzó a ser más celosa conmigo. Como estaba buscando un trabajo y no encontraba, supongo que se sentía frustrada. Ella se comportaba odiosa, malcriada y como siempre he sido pegada con mis amigas a ella no le gustaba y se molestaba”, expresa.

Aunque intentó abordar esos problemas con ella, cada conversación que tenían se convertían en discusión. Sumado a eso, la familia de su novia no sabían que ella era lesbiana, así que su novia debía mantener oculta la relación e ingeniárselas. Mientras que Molina siempre ha dejado claro a sus personas cercanas ser una mujer lesbiana.

“Si las relaciones son desafiantes, las relaciones lésbicas son aún más desafiantes. Hay que esconderlo de la familia. Al menos a mí no me gustaba que me mantuviera en la clandestinidad. Es feo que te presenten como tu amiga. Para mí llegó a un punto en que decidí no tener una relación donde mi familia sepa, pero la de mi novia no”, indica.

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Los reclamos por los celos y la clandestinidad hicieron que poco a poco Molina fuera perdiendo el interés en su novia, incluyendo el interés sexual. Al ver sus “modos” ya no se sentía tranquila con ella, sino que le generaba incomodidad. En ese mismo tiempo, Molina cambió de trabajo y se sumergió en un ambiente diferente, con nuevas personas y nuevas amistades. Al sentirse en una atmósfera distinta, decidió que debía de reordenar su vida y sus relaciones personales, iniciando por su noviazgo. Se había dado cuenta que en realidad no la amaba y que el gusto que tenía por ella había desaparecido.

Antes de terminar con su novia, intentó darse un tiempo, pero igualmente ella buscaba la manera de mantenerse en contacto y buscarla, rompiendo el acuerdo que tenían. Le llegaba a dejar algo de comer o se aparecía de pronto en su casa. Finalmente, decidió que lo mejor era terminar. Sin embargo, su novia no se lo tomó bien. Durante un mes le llamaba todos los días, le pedía volver constantemente y le cuestionaba si estaba con otras personas.

Cuando su exnovia dejó de contactarse con ella, Molina encontró tranquilidad nuevamente. Utilizó la ruptura para pensar en ella misma, retomar sus amistades y experimentar la soltería de manera libre. Aunque muchas personas consideran las separaciones como “trágicas” o “tristes”, ella lo vivió libre de culpas y remordimientos. Y así es como debería de ser, señala. Aprender de las relaciones, reflexionar sobre las rupturas y continuar adelante.

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