Sin certidumbre de lo que pasaría en este viaje, “José” partió de Nicaragua rumbo a Estados Unidos el 7 de enero de este año. El lunes 24 de enero, cruzó la frontera en el Río Bravo, que divide a México y Estados Unidos, y tuvo la última comunicación con su familia para informarles sobre su situación. Actualmente sus familiares no saben de él.

Sin ninguna garantía de que lo recibieran y no lo deportaran, y solo con la ilusión de tener una mejor calidad de vida fuera de su país natal, se embarcó en un éxodo con 119 nicaragüenses más guiados por un coyote, a como se les conoce a aquellos  que transportan de manera irregular a personas de un país a otro; y quien les cobró US$4,500 dólares a cada uno por el viaje, es decir, C$157 mil córdobas.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, las personas nicaragüenses son unas de las principales protagonistas de los desplazamientos en Centroamérica, más de 108 mil nicaragüenses son solicitantes de refugio, sin contar quienes han migrado en otras condiciones. Los principales destinos de los nicas migrantes son Estados Unidos, Costa Rica, México y España.

Régimen Ortega Murillo niega trabajos

“José” es un enfermero de 29 años, originario de Jinotega, y desde hace dos años planeaba este viaje. Hasta antes de la crisis sociopolítica de 2018, trabajaba en el Hospital Victoria Motta, el hospital público de la cabecera departamental, y en ocasiones también trabajaba en algunos centros de salud de la zona.

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Cuando ocurrió el estadillo en abril de 2018, sus jefes lo mandaron a Bonanza y Siuna a atender a los policías y paramilitares heridos que reprimían a las personas manifestantes. “Me mandaron al inicio solo para atención médica, pero después me querían meter como servicio militar, a pesar que no tenía ningún entrenamiento”, relata.

Sus jefes, con la excusa de que los “golpistas” podían invadir o atacar el campamento donde estaban asentados, le informaron que el personal médico debía ser entrenado con tácticas militares y portar armas para defenderse. Cuando le dijeron eso, su familia le pidió que renunciara y ante la insistencia, lo hizo.

Sin embargo, después de su renuncia nunca más encontró trabajo en ningún hospital público, ni en ningún centro de salud. Y debido a la poca demanda de personas en su departamento tampoco encontraba trabajo en clínicas privadas, así que comenzó a trabajar cuidando a personas de la tercera edad en casas particulares.

Durante un año y medio tuvo al menos cinco pacientes diferentes. Su salario rondaba los 6 mil córdobas y lo más que le pagaron fueron 7 mil. Cuando las olas de contagio de COVID-19 eran fuertes, lo llamaban del hospital de Jinotega y le pagan 200 córdobas en turno. En sus diferentes trabajos hacía turnos de 24 horas o turnos durante toda la noche y la madrugada. 

En una ocasión, dos de sus pacientes fallecieron debido a la edad, así que él se quedó con menos ingresos y cada vez era más difícil encontrar a alguien que pagara por sus servicios. Su hermano menor de 24 años, quien migró a Estados Unidos en 2020 debido a que era perseguido por paramilitares por su participación política en las protestas, le propuso que se fuera donde él, que ahorrara lo que más pudiera y que él le iba a mandar el faltante del dinero.

«José» todavía no estaba muy convencido de migrar, pero una noche en junio de 2020, salió de su trabajo a las 9 de la noche y a tan solo dos cuadras de su casa, un par de hombres lo agarraron, le robaron su celular y lo intentaron asfixiar con su faja. Asegura que todavía no sabe cómo escapó, pero logró llegar a su casa aún con la faja en el cuello. Después de esa noche, supo que tenía que irse del país para buscar una mejor vida.

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Como todavía vivía con su mamá y no tenía hijos, redujo sus gastos personales al mínimo para poder ahorrar hasta la mitad de su sueldo para viajar. En agosto de 2021 logró recaudar C$35 mil córdobas, todavía no sabía cuánto iba a cobrar el coyote, pero era un ingreso fuerte para emprender el viaje, señala.

Pandemia afecta planes

Sin embargo, a finales del mismo mes, él, sus dos hermanos y su mamá dieron positivo de COVID-19. Como la salud de ellos se agravó, gastaron alrededor de 63 mil córdobas entre consultas privadas, medicamentos y oxígeno. Todos sus ahorros se acabaron y tuvo que comenzar a ahorrar de nuevo.

Meses después, su hermano que estaba en EE.UU. consiguió el coyote que lo iba a transportar a él y a otras personas más en enero de 2022. El precio: US$4,500. Desde entonces, logró ahorrar 1 mil dólares, su hermano mayor en Nicaragua solicitó un préstamo por 2 mil dólares, su hermano en Estados Unidos le dio otros 1 mil y su mamá le dio 500.

Con tres vecinos de su cuadra, “José” salió de Jinotega el 7 de enero a las 8 de la mañana. El viaje desde Nicaragua hasta México iba a ser de manera regular, la travesía se encontraba en cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. El arreglo con el coyote era pagar 100 dólares al montarse en el bus, al llegar a Honduras debía dar 1,400 dólares y en México, justo antes de cruzar la frontera debía dar los 3 mil restantes, para un total de US$4,500.

“Estaba un poco nervioso por todo lo inesperado que puede pasar en el viaje, pero si mi hermano pudo, seguro yo también. A mí lo único que me interesa es conseguir un trabajo y poder prosperar”, relata a La Lupa, en uno de los pocos momentos que el coyote le permite usar el celular.

Durante el 2021, el Instituto Nacional de Migración de México (INM) informó en múltiples ocaciones el rescate de docenas nicaragüenses migrantes que se encontraban en situación de hacinamiento, siendo la última vez el pasado 22 de enero, donde rescataron a 65 personas migrantes, 41 de ellas procedentes de Nicaragua.

Ese mismo fin de semana el INM también descubrió a 28 migrantes nicaragüenses que viajaban hacinados en una ambulancia pirata que partió de Oaxaca, estado del sur de ese país. Entre ellos 9 niños y niñas no acompañados.

El éxodo empieza

Según José, su viaje parecía seguro y marchaba sin problemas.El bus en el que iba llegó a Honduras el 8 de enero, pero no se detuvieron hasta llegar a Guatemala el 10 de enero. El coyote los hospedó en un hotel y partieron nuevamente al día siguiente. Ninguno lleva pasaporte por órdenes del coyote, quien era el único que hacía las diligencias al cruzar cada país. Llegaron a Chiapas, México el 12 de enero y se trasladaron a la ciudad de Monterrey, donde bajaron del bus y los dividieron en grupos de 4 personas para ser movilizados en carros.

“Si la migración mexicana nos agarraba, nos iban a devolver. Así que para hacer desapercibido el grupo, nos dividieron. A mí me montaron en una camioneta, ahí mi grupito se dividió y solo pude ir con un vecino. Íbamos como personas cualquieras en una camioneta y no llamábamos la atención”, cuenta.

Finalmente llegó al límite de la frontera el 22 de enero, donde los hospedaron en casas temporales. Dormían en colchones en el piso y les brindaban alimento. Las historias de sus compañeros eran similares, desempleo, problemas económicos y una familia a la que mantener.

El coyote les dio las últimas instrucciones: a las 3 p.m. del 24 de enero iban a cruzar el Río Bravo, caminarían hasta encontrarse una patrulla estadounidense fronteriza y se entregarían para ser detenidos por “la migra gringa”. “José” ya conocía el procedimiento. Al otro lado de la frontera su hermano lo esperaba, se sabía la dirección y número de la persona que va a pagar la fianza una vez lo detengan, y con suerte, pueda iniciar una nueva vida.

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