“Gabriela” es una referente en las mujeres de su comunidad. Ella se define a sí misma como “una mujer empoderada”, y su objetivo es que ninguna mujer de la comunidad sea víctima de violencia, “para que a ninguna le pase lo que ella ha vivido”. Pues ella hace unos meses sobrevivió a un intento de femicidio.

A sus 27 años, creó una red local de 30 mujeres, para apoyarse entre ellas mismas cuando se presentan dificultades económicas y sociales, pero también, para protegerse a sí mismas de la violencia machista. Esas mismas mujeres fueron la que la defendieron a ella cuando su exesposo intentó matarla el 3 de enero de 2022.

“Un día él llegó borrachísmo a la casa, pegando gritos, amenazándome con que me quería matar y diciendo que se iba a llevar a mis hijas. Él encendió la luz e intentó agarrar un cuchillo, pero yo salí por la puerta de atrás de la casa. Él me siguió, me agarró del pelo, pero me le zafé”,  relata “Gabriela”, quien es originaria de Matagalpa y solicitó el anonimato.

Inesperadamente, su exesposo, con quien tenía más de cuatro años de separada, llegó una noche a su casa con intenciones de llevarse a sus hijas a Costa Rica, y también con el claro objetivo de matarla a ella. Esa misma noche, Gabriela logró escapar a la carretera en medio de una gran lluvia, y llamar a la Policía y a sus vecinos, para que la protegieran.

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Su mayor miedo era que el hombre no la había seguido a la carretera, sino que se había regresado a la casa donde dormían las niñas. Cuando llamó a la Policía, la respuesta fue que “se esperara hasta mañana”, y que para mientras “buscara dónde pasar la noche”, ignorando que el hombre seguía en la casa de Gabriela, representando un peligro tanto para ella como para sus hijas.

Ante esa respuesta, Gabriela llamó a las mujeres de la red para contarle lo que le había dicho la Policía. La ayuda de las comunitarias fue inmediata. De manera coordinada y colectiva, llamaron masivamente a la institución para que mandaran agentes policiales a la casa de Gabriela.

De manera constante, una llamada tras otras, las mujeres atiborraron de alertas el teléfono de las autoridades. Hasta que media hora después consiguieron que un par de agentes llegaran al lugar y se llevaran al hombre, que todavía pretendía llevarse a las menores.

“Las mujeres me ayudaron mucho porque fueron ellas las que consiguieron que llegara la Policía. La idea de ese hombre era acabar conmigo y robarse a mis hijas, así que gracias a la ayuda de ellas, él no lo pudo conseguir”, cuenta la joven.

Aunque no pudo lograr justicia por ese intento de femicidio. Al día siguiente Gabriela fue a la estación de Policía de su comunidad para proceder con la denuncia, pero se encontró con que el hombre iba a ser liberado “porque era un caso leve”. “¿Cómo va a ser un caso leve cuando él intenta matarme. Eso no es un caso leve”, expresa indignada.

Nuevamente, Gabriela llamó a las mujeres de su red para que la ayudaran. Con el apoyo de ellas, consiguió un abogado para que el agresor no fuera liberado sin antes firmar una orden de alejamiento, así como un acta que constaba que la casa donde vivía Gabriela le pertenecía a las menores, y un acuerdo de pensión alimenticia, ya que él nunca asumió su responsabilidad como padre.

Desde entonces, el hombre no ha vuelto a molestar a Gabriela, pero permanece libre de manera impune; a pesar que las amenazas contra las mujeres tiene penas de prisión de hasta dos años, y la violencia física hasta 13 años en la Ley Integral Contra La Violencia Hacia Las Mujeres, Ley 779.

“Por supuesto”, dice ella, su exesposo no cumplió con sus deberes alimentarios más allá de cuatro meses. Pero permanecen a salvo, puesto que él se fue para Costa Rica.

Las mujeres se salvan entre ellas mismas

Las mujeres de la comunidad, amigas, vecinas y familiares son claves para que otras que están en situación de violencia, logren escapar con vida de los ataques de sus agresores, indica “Ximena”, integrante del Colectivo de Mujeres de Matagalpa; organización que acompañó a sobrevivientes de femicidio antes que su personería jurídica fuera cancelada.

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“Todas estas alertas que las mujeres ven y dan la alarma roja, tales como vecinas o amigas, han permitido tener una intervención a tiempo. En otros casos, ha sido la mujer misma la que ha tenido el miedo de perder la vida por la consistencia de las agresiones o por amenazas directas, y pide ayuda”, expresa.

Las redes de mujeres creadas en sus comunidades han representado un papel importante para que puedan solicitar socorro cuando la vida de alguna se encuentra en riesgo, al igual que las organizaciones comunitarias feministas que intervienen cuando son avisadas de que una mujer se encuentra en peligro.

“A nosotras muchas veces nos llamaban de que fulanita de tal estaba corriendo en el monte porque la perseguía su esposo, y nosotras la íbamos a traer para resguardarla en uno de los albergues”, indica Ximena, quien solicitó el anonimato debido a la persecución de la dictadura Ortega-Murillo.

Ante el cierre forzado de las organizaciones feministas por órdenes de la dictadura Ortega-Murillo, y con ello, la disminución de los albergues, las mujeres han creado sus propios tejidos comunitarios, pero en silencio, tal como Gabriela, quien organizó a más de 30 mujeres de su comunidad hace dos años.

Aunque la creación de estos grupos comunitarios son importantes para defenderse de la violencia machista, la desatención que la Policía tiene con las denuncias de violencia, sigue siendo un obstáculo para que la vida de las mujeres se encuentre segura.

Policía no atiende alarmas de femicidios frustrados

De acuerdo con Ximena, las Comisarías de la Mujer y de la Niñez, instancia de la Policía encargada de atender las denuncias de violencia, desestiman los casos de femicidios frustrados cuando las mujeres llegan a denunciar a sus agresores.

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Ximena en múltiples ocasiones acompañó denuncias de femicidios frustrados, y según su experiencia, en muy pocos casos la Policía se movilizó a capturar a los agresores y a brindar protección a las mujeres agredidas.

“En la mayoría de los casos cuando las mujeres denuncian, la pregunta clásica es: “¿vos qué hiciste para que reaccionara así?”. O sea, una denuncia por agresión, se vuelve una acusación hacia las mujeres. Siempre la dinámica es minimizar la palabra de las mujeres, la situaciones de violencia que viven y sus sentires”, explica la defensora.

La urgencia de la mujer es minimizada por las autoridades. Esto se reflejó cuando Gabriela llamó a la Policía porque su exesposo la quería matar con un cuchillo. A pesar que ella les relató la agresión, y les dijo que el hombre seguía adentro de la casa con la intención de llevarse a sus hijas, el agente que atendió la llamada le dijo que no podían llegar hasta al día siguiente.

Según Ximena, la desatención que viven las mujeres se vuelve peor cuando el agresor es conocido por la Policía. En esos casos, incluso los agentes llaman al agresor para darle aviso de que fue denunciado, por lo que huyen y la agresión queda en la impunidad. Este patrón fue visto por la defensora y el Colectivo en varias ocasiones.

Y si las mujeres hacen la denuncia con el apoyo de organizaciones feministas, estas son agredidas por los funcionarios y hay un mayor cuestionamiento a la violencia que viven. Además que invalidan su caso, invalidan a la organización que la está acompañando.

Con una atención integral hacia las mujeres, que reciba las denuncias, les brinde protección, capture a los agresores y se garantice la justicia, se podrían prevenir los femicidios. Sin embargo, la política actual es de “desatención total”.

“Ahora soy una mujer diferente”

Tener la red de mujeres fue lo que le permitió a Gabriela llamar por ayuda y no quedarse callada, dice. Gabriela desde hace dos años recibe capacitaciones de otras organizaciones sobre los derechos de las mujeres, entre ellos, el derecho a vivir una vida libre de violencia. Eso le abrió los ojos sobre todo lo que vivió en su matrimonio.

“Él no me dejaba salir a ningún lado. Si yo salía, él me decía la hora que debía de regresar. Me celaba todo el tiempo. No me dejaba trabajar”, relata.

Gabriela se casó en el 2010 cuando ella tenía 15 años y él 25 años, y tuvo a su primera hija dos años después. No pudo terminar la secundaria y aprender un oficio en ese momento, ya que se dedicó a los cuidados de su hija y a la atención de su marido.

En Nicaragua, el 43 por ciento de mujeres de 20 a 24 años estuvieron casadas o en unión temprana antes de los 18 años entre el año 2000 y 2011, según el informe Situación de las Uniones a Temprana Edad en Nicaragua del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).

Estas uniones o casamientos no siempre están relacionados a embarazos adolescentes, y son un factor de riesgo para que las jóvenes sean víctimas de violencia.

El caso de Gabriela no fue la excepción. Aunque no vivió violencia física hasta el día del ataque este año, vivió violencia psicológica y económica. Según ella, “no era dueña de su vida”. Cuando tuvo a su segunda hija a los 23 años, el hombre se molestó porque no tuvo un varón y la abandonó cinco días después de haber parido.

“Me dejó y se fue para Costa Rica para trabajar sin decirme nada. Pero me seguía controlando desde allá. Siempre me llamaba y me controlaba, siempre era pleito, yo no podía hacer nada”, relata.

Así vivió Gabriela hasta hace cuatro años, cuando decidió que ya no podía seguir viviendo bajo la violencia y el control de su exmarido. En ese momento, conoció las redes de otras mujeres y comenzó a informarse sobre la violencia machista y los derechos de las mujeres.

“Empecé a ser una mujer diferente. Ahora estudio y trabajo. Mis hijas me apoyan. Ha sido muy diferente y hemos tenido una vida mejor estando sola. Ya no hay maltrato”, relata.

Con la creación de la red, Gabriela pudo acceder a fondos para realizar emprendimientos. Con ese ingreso económico pudo hacerle mejoras a su casa, pagarse cursos de computación, terminar la secundaria y darle una mejor vida a sus hijas. Actualmente trabaja como profesora y como vendedora de ropa y calzado.

“Yo era una persona flaca, nunca me engordaba. Ahora he engordado, me calzo, me visto porque lo que gano es para mí y mis hijas. Antes mi marido agarraba su salario y yo tenía que andarle pidiendo para algo que yo quisiera. Ahora no. Invierto en mí, en la casa y en mis hijas, las saco a las niñas al parque y hacemos lo que queremos”, relata.

Según Gabriela, su lucha es para que sus hijas no vivan violencia, sean conscientes de sus derechos y se puedan defender. Poco a poco, las mujeres de la comunidad y ella, concientizan a más mujeres y jóvenes en Matagalpa, y crean espacios seguros y de defensa.

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