Antonina tiene 60 años. Desde marzo de 2022 recibe la pensión de vejez. Los C$4,445 que cobra es el único ingreso fijo que le da “tranquilidad” en su economía. Pero que no sustenta las necesidades básicas para subsistir. Ese monto de pensión corresponde a alguien que ganaba el salario mínimo bajo el régimen de zona franca.

La vida laboral de está mujer comenzó a los 38 años. Luego de criar a cuatro hijos y estar sometida a la disposición del marido, que no le permitía trabajar fuera de casa, “por celos”. Percibir ingresos propios lo logró, según ella, hasta que estaba “vieja”. Laboró como operaria de máquinas textiles.

Trabajó en dos empresas durante 14 años. Siempre ganando el salario mínimo para ese régimen. Ahí completó unas 672 semanas cotizadas. Para llegar a las 750 semanas que exige como mínimo la Ley de Seguridad Social. Optó por el seguro facultativo. Una posibilidad que en nuestro comtexto es un “privilegio”, porque no todas las personas pueden destinar más de C$ 1,222 al mes para ese fin. 

En su caso, admite que pudo completar la cuantía mínima de semanas cotizadas para el derecho a la pensión, porque sus hijos lo pagaban. “Como tengo cuatro hijos, y gracias a Dios tenían buenos trabajos, tres de ellos se turnaban en pagar un mes cada uno. El otro de mis hijos no podía porque es el que menos (ingresos) tiene”, detalla Antonina.

El dinero de la pensión de Antonina, se ha convertido en la garantía del servicio de  energía eléctrica en su hogar que habita junto a su esposo, mamá y nieta de 11 años que cría como su hija. Antes de su primera pensión siempre tenía que resolver ese gasto fijo con arreglos de pago.

En la misma ventanilla del banco donde retira el dinero la pensión. Ahí mismo paga el recibo de energía eléctrica que supera los 3,000 córdobas. El resto de dinero que le sobra, es decir, C$ 1,485 aporta para el internet de la casa y religiosamente va al supermercado.

“Es el único gusto que me doy. Me voy con mi nieta a retirar el dinero. Pago la luz, compro unas dos libras de carne para comer rico ese día. Nos comemos un eskimo y no vamos a la casa. Solo nos queda esperar el 21 del próximo mes para hacer lo mismo”, dice resignada Antonina.

Pese a ese ingreso fijo, no escapa de una vida precaria. Para la compra de la comida, pasajes para ir a la consulta médica, y gastos propios del día a día se auxilia de la venta de refresco y una “mini pulpería” que tiene en casa. Y la ayuda que percibe de sus hijos que no es fija.

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Su marido nunca cotizó. Lo cual considera una “verdadera tristeza” porque “él si no tiene esperanza en decir, tal día tendré tanto, fijo”. Él tiene 65 años y sigue trabajando como costurero.

“Me pongo a pensar que tonto el viejo que nunca buscó en pagar el seguro facultativo. Pero después caigo a la realidad y sí pagaba esa mensualidad no ibamos a ajustar para la comida”, reflexiona.

Sus hijos también intentaron pagarle el facultativo al papá, pero no se pudo. La edad y el hecho de que nunca cotizó fueron aspectos para que la Seguridad Social no aceptara la solicitud. Antonina califica el pago del seguro facultativo en una buena inversión porque es enferma crónica de tensión arterial y diabetes, por lo cual necesita monitoreo permanentes de salud.

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“A mí me convenía estar asegurada, por lo menos me ayudaba con los medicamentos, los exámenes, los chequeos. Eso fue lo más importante. Pero después que me jubilé me mandaron al hospital Lidia Saavedra, pero ahí la atención no es igual al del otro hospital donde iba antes”, agregó.

Ahora se resigna a un nuevo hospital. Y admite que si bien la pensión no es un monto que le garantice su mantención, sí le da “satisfacción” recibirla. “Porque yo antes pensaba, ¿será que voy a ver esos riales?, ¿será verdad que eso de la pensión existe?, yo decía que quizás no iba a llegar ese tiempo”, asevera Antonina.

Pues de su familia sólo ella y una prima que era profesora de primaria tiene el acceso a ese derecho. El resto de las mujeres de su edad no. Y es normal en Nicaragua que suceda eso, por la estructura del mercado laboral informal en la que funciona la economía.

“Es verdad que mis hijos me ayudan, pero no es lo mismo que contar con algo seguro. Al momento de una emergencia, sino tengo presto y le digo tal día te pago. Pero cuando no tenés, ¿cómo te vas a comprometer?”, señala Antonina.

Aunque el 54% de las mujeres entre 15 y 64 años estén ocupadas en sectores de baja productividad, solo el 1% cuenta con afiliación al sistema de pensiones y el 99% están sin afiliación, detalla el estudio «Cerrando brechas de género en el mundo del trabajo Centroamérica, México, Panamá y República Dominicana», que publicó el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

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Además de no estar afiliadas las mujeres siguen ganando menos que los hombres. Esas brechas de género se acentúan al momento de percibir la pensión, el BID registra que «en promedio, un 20% de las mujeres mayores de 65 años en la región reportan recibir este tipo de ingreso contra un 30% de los hombres».

Y el ocupar esos puestos de baja productividad incide el nivel educativo, destaca el organismo internacional. Mientras que Antonina admite que si su nivel educativo «hubiera sido mayor», quizas su historia fuera otra. A duras penas llegó a sexto grado. Pero tiene la satisfacción de que su trabajo de obrera de zona franca le permitió pagar la educación de sus hijos quienes lograron estudios universitarios.

Acaba de terminar el 21 de octubre, dice al culminar la entrevista, desde antes tenía comprometido ese ingreso. Pero celebra el momento de retirar el dinero y le toca esperar el próximo mes.

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