«Aura» tiene una larga y extensa lista de enfermedades. A sus 72 años, tiene una prótesis en su rodilla derecha, continuos dolores en su rodilla izquierda y problemas en todos sus huesos, producto de una artrosis que poco a poco degenera su cuerpo.

Las citas al médico son continuas. Entre consultas y exámenes, viaja al Hospital Solidaridad hasta cinco veces en un solo mes. Como su gonartrosis (artrosis en la rodilla) le impide caminar, se ve obligada a pagar taxi cada vez que va, según ella, un mínimo de C$200 córdobas por cada día que viaja.

El seguro facultativo que aún paga, no le cubre todos los medicamentos para su enfermedad, que requiere de múltiples fármacos, ungüentos y vitaminas. Así que eso también lo tiene que asumir ella. Además, la artrosis es solo una de las tantas dolencias que padece: neuropatía, hipertensión y lumbalgia son otras de las afecciones que aquejan su cuerpo.

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“Hay medicamentos que tengo que comprar porque no están en el Seguro y son varios. Ahorita no tengo irbesartán que es para controlar la presión. Solo compro los medicamentos que puedo, no todos. Me gustaría comprar más vitaminas, un zepol deportivo para mis rodillas, pero eso es caro”, expresa Aura, quien tiene que usar el zepol de su uno de sus yernos para controlar el dolor de su rodilla izquierda.

Aura cuenta únicamente con dos ingresos: el primero es el alquiler de su casa, la cual puso a rentar porque vive donde su hija menor para cuidar a sus nietas. Sin embargo, ese ingreso de US$100 (C$3,500 córdobas) no lo percibe, ya que es administrado por sus hijas para la mejora de su misma casa.

“Mi casa se está cayendo. Es una casa de más de 40 años y se mete el agua cuando llueve, tiene las paredes dañadas, no tiene perlines. Así que ese dinero es usado en la misma casa para arreglar todo eso”, explica.

Y su segundo ingreso es la pensión de viudez que es de C$2,700 córdobas, la cual recibe desde el 2006. Con ese dinero, Aura intenta resolver los gastos que pueda, y los que no “se los aguanta”, indica.

Con la pensión, ella paga los C$1,000 córdobas de taxi que gasta mensualmente; C$1,001.25 córdobas del seguro facultativo; C$360 de contrato de una funeraria; y los C$340 córdobas restantes, los ocupa en medicamentos o en cosas de uso personal, debe decidir, señala.

A veces, alguna de sus cuatro hijas le brindan algún apoyo económico que es esporádico para sus gastos médicos, de transporte o demás gastos personales. Sin embargo, desde hace dos meses no recibe ninguna ayuda de ellas, ya que también tienen sus propias deudas o están desempleadas.

“Mis hijas me dan cuando pueden. Una de ellas a veces me da para el taxi y ahorita me pagó la luz y el agua, pero no es siempre porque no tiene trabajo. Otra me daba mil pesos quincenales, pero desde hace dos meses no me da porque no puede. Otra me daba 500 pesos mensuales, pero desde antes de abril no me da, y la última nunca me ha dado”, expresa Aura.

Aunque en la casa de su hija menor a Aura “no le faltan los tres platos de comida, el champú y el jabón”, asegura ella, debe de prestar constantemente productos de higiene personal como desodorante, pasta dental o crema para el pelo, y dinero, en el caso de que se le acabe la escueta pensión que recibe.

Pobreza, un mal siempre presente

La precariedad económica ha estado presente en toda la vida de Aura. Relata que desde su niñez vivió en situación de pobreza, las cosas no mejoraron en su adultez, y por falta de recursos y conocimiento, tampoco pudo asegurar su vejez

Esta señora de 72 años, es la tercera de una familia de 11 hermanos y hermanas, originaria Jinotepe, Carazo.

Terminó la primaria a los 16 años y comenzó a trabajar inmediatamente como dependiente en tiendas en su ciudad. Durante unos meses estuvo en unos cursos de contabilidad, pero debido a la situación de pobreza en la que se encontraba su familia, no pudo continuar.

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A los 22 años se casó, se mudó a Managua con su esposo y se dedicó a la crianza de sus hijas hasta los 30 años. Aura indica que aunque ella hubiese querido trabajar antes, su esposo no se lo permitía. Sin embargo, la falta de ingresos suficientes en el hogar, “obligó a su esposo aceptar que debía trabajar”, indica.

«Tenía que apoyar económicamente en la casa porque estábamos mal, así que comencé a trabajar en aquel entonces en el Centro Comercial, aunque a él no le gustaba», señala.

Gracias a los cursos de contabilidad que había tomado, pudo conseguir trabajo como administradora y directora de comercialización en ese momento, pero no en todos estaba asegurada.

“Yo no comprendía muy bien el tema del Seguro y cómo eso me iba afectar en la vejez. A veces en algunos trabajos estaba asegurada y en otros no, porque mis jefes se aprovechaban de mi ignorancia”, explica.

Estar inscrito/a al seguro facultativo del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social y cotizar al menos 750 semanas, asegura obtener una pensión de vejez después de los 60 años. Pero Aura, proveniente de un área rural de Jinotepe y atrapada en un matrimonio violento que le impedía trabajar, no contaba con esa información.

Así que las cotizaciones de Aura eran esporádicas y lejos de alcanzar las 750 semanas. Los registros de pago de ella reflejan cotizaciones desde los años 80’s, pero no las suficientes para obtener una pensión de vejez.

Luego de la muerte de su esposo en el 2004 debido a un cáncer, las cotizaciones se hicieron casi nulas y dependía casi totalmente de la pensión de viudez que comenzó a recibir dos años después.

“Yo no tenía trabajo, los trabajos que obtenía eran informales. El dinero que conseguía lo utilizaba para mi comida, no para pagar el Seguro. Ni me daba cabeza para eso”, expresa.

En ese momento, Aura emprendió el oficio de masajista gracias a amistades y comenzó a obtener mejores ingresos gracias a eso. “Una amiga me enseñó y otra amiga me conseguía clientela, pero yo seguía sin pagar Seguro porque ni entendía eso”, indica.

Hasta que en el 2015 le diagnosticaron artrosis, “la enfermedad del desgaste en los huesos”. “Yo no sabía nada de hospitales, ni enfermedades, ni pastillas en ese momento”, manifiesta. La artrosis le provocaba fuertes dolores en las articulaciones, lo que le impedía continuar su oficio de masajista.

Aura en ese momento no sabía cómo costear su enfermedad y su supervivencia, pues ya no generaba dinero y sus hijas solo la ayudaban económicamente de vez en cuando. Pero una de ellas le recomendó pagar seguro facultativo de régimen integral, el que cubre atención médica, cobertura de invalidez, vejez y muerte.

Así lo comenzó a hacer desde el 2015, y un par de años después se fue a vivir donde su hija menor para cuidar a sus nietas. Eso también le permitió no seguir pagando por sus propios alimentos y servicios básicos en su hogar, “sino no sabe cómo lo haría”, señala.

“Me fui a vivir con mi hija para cuidarle a las niñas desde hace cinco años y la casa la puse alquilar, pero como dije, yo no recibo ese dinero. Así que no tengo que preocuparme por la comida porque siempre la tengo, pero no cubro todas mis necesidades”, expresa.

Sobrevivir con necesidades insatisfechas

A Aura todavía le faltan 2 años de cotizaciones más para conseguir una pensión de vejez, es decir, hasta que tenga 74 años. Mientras tanto, sigue viviendo casi exclusivamente de su pensión de viudez.

Aunque él seguro le brinda atención médica y algunos medicamentos, no son suficientes para las necesidades que su vejez le exige, como lentes y bastón.

“Yo cambio mi lentes cada cuatro años más o menos, y debería ser anual por mi problema degenerativo de la vista. Y cuando se me dañan pasó meses sin ver bien porque no los puedo reponer”, indica.

El bastón que usa para poder caminar lo tiene desde hace siete años y fue regalado por el sacerdote de su iglesia, ya que ella no podía comprar uno. Sin embargo, la punta del bastón está gastada y resbaladiza por el uso diario, y corre el riesgo de provocar una caída.

Además, debido a sus problemas en las rodillas, necesita un bastón cuádruple que le brinde estabilidad al caminar; y no un bastón sencillo que es el que usa actualmente.

El próximo año Aura tiene planificada una operación para ponerse una prótesis en su rodilla izquierda. Su mayor temor es que la recuperación va a generar gastos que su pensión de viudez no va a poder cubrir, y la situación económica de sus hijas no mejora.

“No sé qué voy hacer, porque yo sé que eso cuesta dinero, lo miré cuando me operaron la rodilla derecha y la situación económica no está como estaba en ese momento, ahora está peor. Mis hijas están sin trabajo o con deudas, y a mí me faltan dos años todavía para obtener la pensión de vejez”, expresa.

El Instituto Nacional de Información de Desarrollo (INIDE) estima que la población mayor de 60 años representa el 6 por ciento de la población total, es decir, unas 372 mil personas de la tercera edad.

Sin embargo, no hay información sobre cuántas de ellas se encuentran en situación de pobreza. Todos los informes de índice de pobreza, necesidades básicas insatisfechas y medición de nivel de vida no se encuentran desagregados por edad.

Sin embargo, organizaciones nacionales e internacionales han reconocido que las personas de la tercera edad y especialmente las mujeres de este grupo, se encuentran más vulnerables a vivir en precariedad.

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La Lupa Nicaragua