Belma Paola Mayorga, 24 años. Estudiante de sexto año de Medicina.

ZARAGOZA- Un día después del ataque de policías y paramilitares del régimen de Daniel Ortega contra los estudiantes de la UNAN- Managua, donde estuvo atrincherada, Belma Paola Mayorga salió de Nicaragua hacia España. En 15 meses de exilio ha pasado humillaciones, depresión, malos tratos, ha trabajado sin recibir su respectivo pago y, aunque sabe que no es seguro, todos los días piensa en volver.  

En Nicaragua era estudiante de sexto año de Medicina de la Universidad Central de Nicaragua (UCN) y desde el estallido social contra el régimen, en abril de 2018, se dedicó a atender heridos durante la represión a las protestas sociales, principalmente estudiantes.  

Esta joven de 24 años primero se atrincheró junto a los estudiantes de la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), luego se sumó a los universitarios que protestaban contra la represión en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), y en mayo llegó a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN – Managua), donde estuvo hasta que Ortega ordenó un desalojo mediante un ataque armado que dejó dos muertos y decenas de heridos.  

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Por las mañanas se presentaba a sus prácticas en el hospital Berta Calderón y por las tardes llegaba a la que fue su casa por más de un mes: la UNAN – Managua.   

“En la UNAN fui la que se encargó de montar áreas críticas de atención médica. Cuando llegué a la UNAN ahí me quedé permanentemente, no iba a mi casa porque cuando estaba en la Upoli me siguieron (paramilitares) ya me tenían vigilada. Solo iba en las mañanas al Berta Calderón hasta que me suspendieron”, relata la joven, suspendida de sus prácticas por involucrarse en la atención a heridos de la represión del régimen.   

EL EXILIO 

El 15 de julio, un día después del ataque a la UNAN, Belma Paola salió de Managua rumbo a España por órdenes de su familia. Temían que fuera encarcelada o asesinada por las fuerzas del régimen, ya había sido suspendida de sus prácticas y su vida ya no podía regresar a la normalidad.  

“Al masacrar la UNAN y sacarnos a balazos a todos, yo no tenía donde esconderme, no tenía un lugar para estar segura. Salí de la UNAN sin nada, me llevaron a una casa para cambiarme y pasé directo al aeropuerto porque mi familia tenía miedo de que me pasara algo”, relata.   

A su llegada a España viajó directamente a la ciudad de Zaragoza. Se sentía perdida, frustrada y se deprimió, recuerda: “Una de las cosas más difíciles es el ámbito económico y psicológico. Al venir aquí y estar sin trabajo, sin dinero, sin saber dónde voy a dormir, si hoy como, si mañana no como, si me visto o no; lo que más me afectó a mí fue la depresión”. 

“Me dio depresión por el hecho de estar aquí sin nada, sentirme sola, ver cómo algunas personas te humillan o te tratan mal”, continúa Belma Paola, quien es parte de la comunidad de nicaragüenses exiliados en España y solicitante de protección internacional.  

“Fue duro darme cuenta que pasé de tener mis cosas en Nicaragua, mi casa, mis estudios, tener alumnos a mi cargo, de ir a buenos hospitales, de ser respetada, de tener la vida resuelta allá; a estar aquí en un lugar donde no conocés a nadie, donde tenés que trabajar de lo que te salga, donde nadie te ayuda, eso es horrible”, confiesa. 

EXPLOTACIÓN LABORAL  

Ser solicitante de asilo le permitió acceder a documentos que le facilitaron estudiar, aunque no su carrera de Medicina como hubiera preferido. Belma Paola hizo un curso de cuidado domiciliar y al poco tiempo de llegar a España pudo trabajar en el cuidado de personas.  

“De lo que estuve viviendo en un principio fue de hacer turnos en el hospital, yendo a cuidar gente. Después estuve cuidando a una niña que el papá ni siquiera me terminó de pagar, el trabajo era por dos horas y pasaba metida en la casa hasta 14 horas y al final ni me pagó. Después cuidé a otra mujer, me fui a su casa de interna, pero era muy agresiva…. Estuve un mes y me pagó menos de la mitad de lo que habíamos acordado”, explica la joven médica.  

La difícil situación de su exilio le provocó “una depresión brutal”, dice. Ha estado medicada con antidepresivos, antipsicóticos y ansiolíticos, y aunque a veces cree mejorar, vuelve a recaer.  

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“Al ver cómo a mis amigos los han ido matando, al ver cómo otros estuvieron y están presos, recibir llamadas pidiéndome ayuda y no poder hacer nada. Trabajé en una farmacia donde el jefe era demasiado humillante, pero me aguanté porque tenía que pagar el dinero del boleto en que me vine que era prestado. Ahorita tengo un trabajo de cuido, pero probablemente en una semana me vuelva a quedar sin trabajo”, comenta. 

Todos los días Belma Paola Mayorga piensa en volver a Nicaragua, aunque dice estar consciente que no es una opción segura. “Si regreso mi vida sería tener que andar escondida. A veces lo pienso y me digo que preferiría correr el riesgo antes de estar aquí mal”, admite. 

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