La falta de una infraestructura accesible para las personas con discapacidad en los colegios, impidió que Reyna Jirón asistiera a las reuniones escolares de su hijo durante todo su preescolar, primaria y secundaria. Reyna tiene una discapacidad física, por lo que utiliza una silla de ruedas para movilizarse, y entrar al colegio de su hijo era una acción complicadísima.

Las entregas de notas, las conversaciones con el personal docente o la asistencia a actos escolares, eran actividades comunes a las que el resto de los padres y madres podían acudir, mientras que Reyna debía mandar a su mamá o a sus hermanas para que fueran en representación de ella.

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“En muy pocos colegios hay rampas y en el colegio de mi hijo no contaban con una, así que no había suficiente accesibilidad para mí. Si yo iba, alguien debía ir conmigo para empujar la silla y ayudarme, entonces eran dos personas yendo para lo mismo. Optaba por que fuera alguna de mis hermanas o mi mamá”, cuenta Reyna de 60 años, quien es originaria de Masaya.

Movilizarse con su hijo en espacios públicos era otro reto que debía enfrentar a diario, ya que además de la casi nula accesibilidad que existe para que las personas con discapacidad se puedan desplazar, la actitud de la gente con estas personas es muchas veces discriminatoria y excluyente.

“En lugares públicos cuando el camino era muy estrecho y no podía pasar en silla de ruedas, me enfrenté a muchas situaciones. La gente no está acostumbrada a ver a personas con sillas de ruedas en la calle. Una vez un hombre me gritó: ¿Qué hacen estos rencos aquí? ¡Estorban!”, cuenta Reyna.

Sin embargo, ella siempre tuvo claro que transitar en espacios públicos era un derecho de ella y de su hijo, y que nadie se lo podía quitar. 

Para romper con ese ciclo de discriminación, ella enseñó a su hijo a respetar los derechos de esta población, a no avergonzarse de tener un a madre con discapacidad y a ayudar siempre que pudiera a las y los demás.

Aunque reconoce que su experiencia como madre con discapacidad fue difícil y diferente a lo que se espera de una “maternidad tradicional”, asegura que le dio lo mejor que pudo a su hijo, quien ahora es un adulto.

“Es muy difícil tener una discapacidad y atender a un hijo. Por ejemplo, no lo podía llevar a la escuela, no podía lavar su ropa o plancharla. Mi familia me ayudó con eso hasta que él a los 8 o 10 años comenzó a ser independiente. A veces siento que me quedé con ese deseo de haber desarrollado a un 100 por ciento mi rol de cuidadora”, expresa Reyna.

La maternidad fue un reto desde el inicio

La maternidad fue difícil para Reyna desde un inicio. Ella no nació con una discapacidad, sino que la adquirió en el momento del parto cuando ella tenía 18 años, debido a un mal procedimiento médico.

Al momento de dar a luz de forma natural tuvo complicaciones, por lo que los médicos decidieron practicarle una cesárea. Sin embargo, le inyectaron la anestesia raquídea en la columna, sin saber que ella ya tenía un daño previo en esa zona de su cuerpo.

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Reyna quedó en coma casi un mes y cuando despertó se dio cuenta que no podía caminar. Estuvo todo un año en exámenes, revisiones, hospitales y operaciones, todo en el intento de que pudiera volver a caminar. Sin embargo, después de todo tipo de procedimientos, le dijeron finalmente que el daño que le habían hecho era irreversible.

Durante ese año no pudo cuidar de su hijo recién nacido y casi no pasaba tiempo con él. Quien lo cuidó, bañó y alimentó fue su mamá y sus hermanas.

“Ese proceso fue frustrante porque no pude atender personalmente a mi hijo. Pasé un año metida en el hospital, así que me perdí el primer año de vida de mi niño. Pero mi mamá y mi hermana estuvieron apoyándome para cuidar al bebé”, expresa.

No solo se sintió frustrada de no poder cuidar a su hijo, sino de la noticia que no volvería a caminar. Según ella, en ese año de procedimientos esperaba que ocurriera un milagro y no estaba lista para recibir esa noticia. Así se sumergió en una profunda depresión durante dos años.

“Empecé a valorar mi vida y el apoyo que tenía”

Entretanto se adaptaba a su nueva forma de vida y recuperaba el tiempo de cuidados con su bebé, Reyna recibió rehabilitación en un hospital de Managua y descubrió a otras personas igual de jóvenes que ella, que tenían discapacidad y de diferentes tipos. Se dio cuenta que ella no era la única.

También descubrió que muchas de esas personas vivían con normalidad, aunque requerían atenciones, mientras otras tenían discapacidades de mayores grados y no poseían tantas libertades como ellas.

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“Ya no podía caminar, pero ver que mis manos y mi cabeza estaban bien, me llenó de fuerza. Miré a mi familia que me apoyaba, mi papá que me adoraba mucho, mi mamá que me llevaba donde yo dijera. Empecé a valorar su apoyo y eso hizo que me llenara de fuerza para enfrentar la realidad, fue cuando empecé a estudiar”, relata Reyna.

Así Reyna comenzó a estudiar secretariado y contabilidad en una escuela de comercio, realizó cursos de medicina natural, aprendió a hacer masajes y se organizó con la población de personas con discapacidad, a través de la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad (FRATER), del cual todavía forma parte.

En el transcurso de ese tiempo, también cuidaba de su hijo y logró que él terminara el bachillerato y la universidad. “Él creció viéndome con la silla de ruedas y lo vio natural. Yo lo llevaba a todos lados donde andaba. Él se recibió, es profesional y no se afrenta de mi discapacidad, pero yo lo formé así en ese camino”, expresa.

Falta mucho que trabajar para combatir la discriminación

Aunque las cosas «no son como antes», dice Reyna, todavía falta trabajar mucho para combatir la discriminación contra las personas con discapacidad.

Una de las principales demandas de su movimiento es concientizar a la gente de que todas las ciudadanas y ciudadanos son iguales ante la ley y por tanto todas y todos tienen los mismos derechos.

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Sin embargo, para lograr esa igualdad es necesaria una educación inclusiva que enseñe estos valores. También es necesario eliminar las barreras arquitectónicas para que todas las personas se puedan desplazar y dependan de otras.

«Si veo una rampa, veo que se me está cumpliendo un derecho. Las personas con discapacidad también sufrimos muchas humillaciones por parte del sector transporte. Eso ha sido una lucha de titanes para que te puedan llevar en un bus o en un taxi», expresa Reyna.

Para ella, es importante que las personas tengan solidaridad y empatía, puesto que “la discapacidad se puede adquirir en cualquier etapa de la vida”.

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