Guisel estuvo 11 años en una relación abusiva. De esta unión, nació un hijo que tiene diez años. Recuerda los actos tan violentos que soportó y el profundo deseo que la mantuvo en ese lugar durante tanto tiempo:

Yo crecí con un pensamiento en la cabeza, yo quería pertenecer a una familia y esa obsesión o necesidad, me hizo soportar y callar mucho, mucho tiempo, muchas cosas que ni siquiera tenía, por qué. No era ni siquiera por necesidad financiera. Yo era la proveedora, todo ese tiempo era la que generaba la plata para el hogar, para toda la casa”, explica

Aunque, como ocurre con frecuencia con los agresores, los primeros meses de aquella relación fueron dulces y tiernos. Lo peor vino poco después.

Guisel conoció a su ahora expareja en 2009, gracias a un amigo que ambos tenían en común. Ella se había graduado hacía poco tiempo de la universidad, pero ya se encontraba trabajando. Comenzaron una relación con prontitud. Ella tenía 24 y él era solo un año menor. A los pocos meses de estar juntos, decidieron dar el siguiente paso y establecer un hogar. Se trasladaron a vivir juntos.

“Al inicio, obviamente, la relación es bonita. Todo era cortejo. Él era muy caballeroso y muy amable. Pero luego, cuando ya comenzamos a convivir juntos, yo ya trabajaba y él todavía estaba terminando su universidad. Fue cuando comencé a notar que había molestia de su parte porque yo ya era independiente por completo y él no”, relata.

A su expareja parecía molestarle no ser el proveedor monetario del hogar. Esto provocaba evidentemente incomodidad y discusiones en la relación. Hasta ese momento, todo era menor. Pero con el tiempo, la situación se agravó.

“De las primeras señales fue cuando él comenzó a revisar mi teléfono, porque yo obviamente salía mucho a trabajar a campo y él comenzó a revisar mi teléfono al llegar de mi trabajo. Pero obviamente eso lo tomé como parte de su interés en la relación”, detalla.

Un juicio equivocado influido por concepciones erróneas de lo que era una relación romántica. Algo que Guisel entendió hasta muchos años después. El control, el cuestionamiento y los celos obsesivos se convirtieron en empujones, jalones, pequeñas agresiones físicas que no hicieron mas que escalar gradualmente. En el 2011, dos años después de haber iniciado la relación, Guisel quedo embarazada.  

“Tenía siete meses de embarazo. Él llegó tomado. Discutimos porque ese día yo me tardé mucho en el trabajo. Me pateó. A los 12 días tuve un sangrado en el hospital y me dijeron que el bebé estaba muerto. Yo sabía que los golpes habían sido lo bastante fuertes como para provocar la pérdida, pero igual jamás hablé. Simplemente se tomó como que el bebé murió por causas naturales”, asegura.

Al año siguiente, Guisel se embarazó nuevamente, los meses transcurrieron sin altercados mayores y el 17 de mayo de 2012 dio a luz a su único hijo. “Él estuvo presente, era un hombre que aparentemente era todo lo mejor, estuvo ahí en el nacimiento, era un padre presente y obligado, pero eso solo era una apariencia”.

El nacimiento del niño no impidió que la violencia física continuára. Guisel comenta sobre una de las primeras veces que la agresión ocurrió frente a su pequeño hijo. 

“Yo iba para un evento de trabajo. Tenía que salir bastante temprano y yo me desperté a las cuatro de la mañana más o menos. Intenté levantarlo porque se suponía que él me iba a acompañar para conducir el vehículo. Iba a llevarme a mi hijo. Como yo lo desperté para que nos fuéramos, él simplemente se despertó como loco. Yo ya estaba vestida y lista para irme con el niño en brazos. Me agarró y me metió en el baño, abrió la llave y me golpeó”, cuenta.

Las repetitivas disculpas

Tras las primeras agresiones físicas, el discurso de arrepentimiento era siempre el mismo, con el tiempo se convirtió en una excusa gastada.

Al inicio fue como ‘me equivoqué’, ‘discúlpame’, llorar y jurar que eso jamás iba pasar otra vez, pero en mi cabeza yo sabía que algo no estaba bien”. Guisel se sentía profundamente avergonzada. Simplemente, era incapaz de entender cómo algo así podía pasarle a ella también. Alguien que toda la vida había buscado que ese tipo de cosas no les ocurrieran a otras personas. “Pero no supe actuar cuando me pasó a mí”, confiesa.

Durante tantos años de relación violenta, hubo algunos episodios en los que el hijo de ambos, trató de interferir para detener las extremas agresiones que su papá ejercía sobre su mamá.

“Un día yo tuve que salir a un operativo porque trabajaba para un Ministerio, salí a las 11:30 de la noche y regresé hasta las 06:30 a.m. Cuando llegué, era un infierno. Reclamos de con quién andaba, yo le dije: ‘yo ando trabajando, vengo cansada, necesito dormir por lo menos una hora para irme a trabajar otra vez’. Me acosté en la cama, cuando sentí un golpe en la cara y eso me despertó, él me estrelló en la puerta de la casa que era de madera con vidrio. Yo me levanté y me tiré encima de él, a golpearlo. El niño estaba dormido y el ruido lo despertó, él se puso histérico, agarró una espada de Star Wars de juguete y le dio al papá para que me dejara. Él reaccionó empujando el niño contra la pared”, describe.

Guisel asegura que, ese fue uno de los primeros momentos en que algo detonó en su cabeza, pensó que aquello no era normal, pero, sobre todo, que no podía continuar ocurriendo. Se separaron nuevamente, pero era difícil para ella mantener su postura. Al final el insistía, ambas familias insistían y le “aconsejaban” diciéndole que le permitiera volver, por que “eran una familia”.

La familia cómplice

“Su familia sabía que él tenía problemas, que se descontrolaba por completo. Pero ellos lo justificaron siempre. Decían ‘es que vos lo provocaste’. Cuando cumplí 30 años, decidí operarme para no tener más hijos y fue algo que detonó mucho más la forma despectiva que tenían de referirse a mí”.

Guisel comenta que la violencia física no era el único tipo de violencia que su expareja ejercía sobre ella, también la agredía psicológicamente, no la respetaba y le era infiel. Todos estos eran comportamientos que la familia de él excusaba con frases como: “vos decidiste que no vas a darle más hijos, él va a buscarlo en otro lugar” o “vos nunca tenes tiempo para él”.

En el 2014, Guisel renunció a su trabajo ya que a su hijo le habían diagnosticado un problema de salud; ambos acordaron que ella se quedaría en casa, cuidando de él. El desempleo solo provocó que el maltrato psicológico aumentara.

“Una vez que él fue el proveedor total, se arreció todo. Me decía ‘¿quién te va a querer así? Nadie. Nadie en el mundo te puede querer. Vos no sos nadie, no trabajas, no haces nada’. Fue donde comencé a hundirme y dije ‘es cierto, ¿quién me va a querer? ¿Dónde voy a vivir si no tengo un trabajo estable?’. Llegué al punto de decir, ‘si estoy horrible, ¿quién podría fijarse en mí?’ Pero no era porque quisiera que alguien se fijara bien, sino porque me sentía basura”, expresa.

En el 2016, Guisel inició terapia, y aunque hubo un obvio reconocimiento de lo que estaba ocurriendo, cerrar por completo aquella relación cíclica y violenta le tomó cuatro años más.

“Su apariencia es de lo más pasivo. Jamás nadie creería que realmente era abusivo. Vengo de muchos abusos. Crecí en un hogar donde se me educó con golpes, donde no había derecho a opinar, simplemente a obedecer. Y a pesar de que yo ya era profesional y luché para ser independiente, entré en una relación de la misma rutina”, confiesa.

La separación definitiva

Para el momento de la separación definitiva, la expareja de Guisel tenía pocos días de haber regresado a casa. “Teníamos como un mes donde todo aparentaba ser bonito y estar bien”. Habían planificado salir a comer todos juntos, como previa celebración del cumpleaños del niño, quien estaba cerca de sus ocho años. En el presente, Guisel no recuerda muy bien cuál fue el motivo que detonó una terrible discusión, pero, finalmente ella decidió quedarse en casa.

“Él salió con el niño, se lo llevó a comer. Cuando regresó recuerdo que me dijo ‘por eso no salimos, porque me da pena andar con vos’. Yo me molesté y comenzamos a discutir horriblemente. Me empujó. En el cuarto de juego del niño teníamos preparado todo para su fiesta de cumpleaños, la piñata y todo. Él comenzó a desbaratar todo y el niño comenzó a llorar. Fue muy grosero con el niño”, recuerda.

Guisel relata que ese fue el momento en el que dijo “nunca más”. A los días, como ocurría siempre, el volvió a llamar a Guisel, envió correos con disculpas y excusas que, de cualquier forma, la culpabilizaban. Le decía que ‘él quería a su familia’, que ‘ella lo había molestado’. Pero ninguno de esos recursos funcionó nuevamente con Guisel, quien estaba dispuesta mantener como algo definitivo su decisión. “Ya no quise ni hablar y hasta el día de hoy es así. Desde que nos separamos él no es padre, se desprendió de su hijo también, no aporta para mi hijo”.

Los estragos

Guisel asegura que su relación fue increíblemente desgastante para ella. Pero que también, cortar con un ciclo de violencia es una decisión compleja y también emocionalmente agotadora para la víctima. Explica el impacto tan profundo que tuvo el hogar inestable y violento en el que creció, en su involucramiento en esta relación abusiva.

“En cierto momento llegué a creer que era cierto, que era yo la del problema, que era yo quien molestaba mucho, pero no era realmente así. Crecí en un hogar bastante disfuncional. Y el día que tuve a mi hijo, yo dije: ‘No quiero que mi hijo crezca como crecí yo, sin un padre’, porque yo tuve que conocer a mi padre a los 30 años. Eso fue lo que me sostuvo en esa relación tan desgastante”, explica.

Guisel también contempló durante mucho tiempo la profunda culpa y vergüenza que sentiría tras separarse, no seria capaz de mantener más la imagen de una “familia” perfecta y feliz, como ella siempre había querido. Tras tomar la valiente decisión de cortar definitivamente esa relación, Guisel tuve también que enfrentarse al juicio ajeno.

“Fue un proceso horrible en el que se me culpó. Hasta el día de hoy se me culpa por eso, porque fue mi culpa que el matrimonio no funcionara, porque soy yo la que no supe dirigir un matrimonio”, dice.

Cuenta que hoy en día convive con muchísimas secuelas, entre ellas el rechazo a la idea de rehacer su vida junto a alguien más. “No tengo la capacidad de permitir a alguien en mi vida. No puedo. Pienso, si el papá de mi hijo fue capaz de hacer tantas cosas horribles, ¿que no podría hacer alguien más? Simplemente cerré mi confianza en absoluto. No me puedo creer que alguien realmente tenga buenas intenciones”, afirma.

Finalmente, Guisel entendió la importancia de entender qué significaba ser víctima de violencia de género. “Nos puede suceder a cualquiera y lo más importante es no callarnos», expresa.

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