Desde las cinco de la mañana hasta las siete de la noche dura la jornada de limpieza de Arlen, una asistente del hogar de 42 años que tiene varios trabajos, porque con un solo salario no le basta para cubrir sus gastos. Su principal trabajo es donde una familia de cuatro personas. Ahí, ella limpia, lava y cocina en una jornada de 8 horas, de lunes a viernes y sábado hasta medio día, por solo C$4 mil córdobas mensuales, mucho menos del salario mínimo que es de C$6 mil para las trabajadoras del hogar.

Al terminar su primer trabajo a las 4pm, se dirige a su segundo trabajo a realizar las mismas tareas, pero mucho más rápido, ya que debe terminar la limpieza a las 7pm para poder agarrar un bus y regresar a su casa en el barrio Lomas de Guadalupe. En este trabajo le pagan solo 100 córdobas por las tres horas de limpieza, pero con tal de tener ingresos extras lo hace un par de veces a la semana. Cuando está de regreso al anochecer, debe continuar con los quehaceres del hogar de su propia casa, si en la mañana no los logró terminar.

Arlen estudió hasta tercer año de secundaria, ya que tenía que trabajar para poder ajustar con los gastos de su casa. Sus primeros trabajos fueron en zonas francas en Managua, hasta que a los 19 años se casó, tuvo dos hijos y se quedó en casa criándolos. Sin embargo, en ocasiones el salario de su esposo, de oficio albañil, no era suficiente para poder sobrevivir, así que ella comenzó a trabajar de asistente del hogar por temporadas, alrededor de seis u ocho meses hasta que su esposo consiguiera un mejor empleo.

Así continuó durante 18 años, trabajando como asistente del hogar solo por algunos meses hasta que a finales de 2017 se divorció y tuvo que trabajar de tiempo completo. Con su sueldo no logra cubrir sus gastos mensuales que son alrededor de 7 mil córdobas, así que su hijo menor de 19 años, quien vive con ella, asume el restante.

Su sueldo tampoco ha sobrepasado los 4 mil córdobas mensuales en todo el tiempo que ha trabajado, y nunca ha estado asegurada, a pesar de que es obligación de la persona empleadora inscribir a las asistentes del hogar al seguro social, según el artículo 150 del Código del Trabajo.

“Actualmente estoy enferma de gastritis, es una enfermedad que tengo desde hace 20 años. No me puedo pagar un médico porque mi salario es muy poco y no tengo seguro. En este tipo de trabajo es difícil que los empleadores paguen seguro. Si yo ganara más, pagara mi seguro facultativo”, relata. Tampoco puede realizar mejoras en su vivienda hecha de plywood de madera, puesto que la casa tiene 17 años de ser construida y algunas paredes se están cayendo por la vejez y la humedad.

En los últimos cuatro años que Arlen ha trabajado de tiempo completo en la limpieza de hogares, ha estado en diferentes trabajos por la crisis sociopolítica de 2018, ya que eventualmente sus empleadores han perdido sus empleos y no logran pagarle a ella. Luego, los dos años en crisis sanitaria por la pandemia de COVID-19, la han mantenido en un hilo, pues no sabe hasta cuándo continuará trabajando, porque su empleadora quedó desempleada luego de la peor ola de contagios de COVID-19 en septiembre y octubre de 2021.

“Ya tengo 14 meses en este trabajo fijo, pero no sé hasta cuándo me van a lograr pagar porque la señora hace varios meses se quedó sin trabajo. No sé cómo me está pagando. Igual siempre me tiro a hacer de todo. Me he tirado a lavar ropa, a planchar o a cocinar. La lavada de ropa la cobro por docena, que son 50 córdobas. No es mucho, pero ya es algo”, cuenta.

Crisis atizan a las mujeres

La crisis sociopolítica más la actual pandemia ha golpeado particularmente a las mujeres, en una economía que ya era dura para ellas, asegura la Coordinadora de Mujeres Rurales, María Teresa Fernández. Mientras en el área urbana las mujeres se enfrentan con el subempleo y reducciones en su horas de trabajo y sus salarios, las mujeres del área rural son las que menos cuentan con tierras propias, y menos oportunidades de conseguir préstamos o financiamiento.

Debido a esto, las mujeres buscan “autoempleos”, para poder generar un ingreso y sobrevivir, indica la defensora de derechos humanos y directora del Instituto de Liderazgo de Las Segovias, Haydé Castillo; pero la mayoría de esos “autoempleos” son precarizados y no generan lo suficiente para que las mujeres puedan tener una vida digna.

“La gran población de Nicaragua busca sus propios empleos. Esto implica que unos días se tiene ingresos y otros no. A la hora de una enfermedad, de un accidente laboral, no se tiene ninguna seguridad de que su salud va a estar bien garantizada. Estamos hablando de un “autoempleo” que las mismas mujeres generan, y está comprobado que cuando se habla de microempresa, no tienen los suficientes dividendos para tener una buena calidad de vida. Esto se agudiza más en las zonas rurales y en los cinturones de pobreza urbanos”, desarrolla la socióloga.

De acuerdo con el Informe de Empleo de la Encuesta Continua de los Hogares al Tercer Trimestre de 2021 del Instituto Nacional de Información de Desarrollo (INIDE), las mujeres que trabajan por cuenta propia representan el 44.8 por ciento de la población ocupada, a diferencia de las mujeres asalariadas que son solo el 37.6 por ciento.

Otra razón por la que las mujeres trabajan por cuenta propia es por las desigualdades estructurales que viven por razones de género. Castillo explica que las mujeres son las menos contratadas porque todavía se piensa que determinadas áreas de la economía son destinadas para los hombres, como son las principales actividades económicas del país que son la agricultura, la explotación de minas, construcción, y la manufactura donde las mujeres representan la mitad, pero con salario mal remunerados.

Por esta razón, las mujeres tienen que realizar diferentes actividades económicas para poder subsistir, porque con solo un ingreso no generan lo suficiente para su mantenimiento. Así que las mujeres del casco urbano tienen más de un empleo o más de un negocio, y las mujeres del área rural tienen que cosechar más de un producto y agregarle valor al mismo.

Sumado a esto, la pandemia que no ha dado tregua en estos dos años, continúa incrementado los gastos de servicio de los hogares, de salud y de la compra de productos para la prevención de COVID-19, que las mujeres trabajadoras tienen que asumir, ya que la mayoría de las personas empleadoras no brindan las herramientas de bioseguridad, explica Martínez; como en el caso de Arlen, quien tiene que comprar mes a mes sus mascarillas y el alcohol.

Castillo señala que la pandemia también ha aumentado las horas de trabajo en el hogar para las mujeres, quienes son las que sostienen la economía de cuidados. Esto implica dificultades para completar sus jornadas laborales si son asalariadas, lo que repercute nuevamente en sus ingresos.

“Si los niños se enferman, no es el hombre quien los lleva a los puestos de salud, si hay que cuidar a un anciano en la casa quien pide permiso es la mujer. Toda la economía del cuidado sigue recayendo en las mujeres. Podemos decir que en Nicaragua las mujeres no tienen una vida digna, una vida tranquila, porque no tienen ni certidumbre de un empleo, ni certidumbre de un ingreso permanente, seguridad social, ni protección del Estado”, expresa.

Mujeres recurren a los emprendimientos

Los emprendimientos son uno de los principales trabajos de cuenta propia que utilizan las mujeres frente al desempleo. Según un anuncio de la vocera y vicepresidenta del régimen, Rosario Murillo, solo entre el 16 de noviembre y el 15 de enero se abrieron 809 emprendimientos, aunque no señala si tienen condiciones mínimas para un trabajo digno.

Katia Eugarrios inició un emprendimiento de cosméticos naturales junto con una amiga en 2018, luego de quedar desempleada producto de la crisis sociopolítica surgida en ese año. Al cerrar la empresa donde trabajaba como asistente, migró a Costa Rica para encontrar empleo, pero solo logró estudiar un curso de cosmética artesanal durante cuatro meses. 

Cuando regresó en agosto, le propuso a su amiga crear pinturas de uñas artesanales. Invirtió C$3,500 córdobas para la creación y logró recaudar alrededor de C$7,000 en ganancias, los cuales se dividió a la mitad con su socia, Sara. Al encontrar un nicho de mercado entre las mujeres nicaragüenses, decidió ampliar su cartera de productos a los champús, jabones, aceites, entre otros relacionados al cuidado corporal a un precio económico. De esa forma, creó su marca Vida Coqueta, la cual actualmente cuenta con 32 productos cosméticos artesanales.

Primero inició vendiendo en grupos de compra y venta en Facebook, en sus perfiles personales en las redes sociales, a través de amistades, afuera de su casa en Las Mercedes, donde ponía una mesita mostrando los productos y a las afueras de otros negocios que le permitían hacer lo mismo.

“Hacíamos como un tipo de feria en nuestras casas. Sacábamos las mesitas y hablábamos con otros amigos emprendedores para que vinieran y vendieran sus productos, o esos emprendedores nos invitaban a nosotras a vender nuestros cosméticos en Altamira y por la Coca Cola. En 2019 participamos en las ferias de Masaya Fest en Managua, Masaya, León, Chinandega y nos iba bastante bien. Hablé con unos amigos con los que trabajé para salir en Canal 11, en la radio, a los influencers les dábamos regalías. Hacíamos de todo”, relata.

Sin embargo, con el inicio de la pandemia en marzo de 2020 las ferias y los espacios públicos donde ofrecía sus productos se cerraron y las ventas bajaron. Pero en esa adversa situación, Eugarrios encontró una oportunidad. Creó alcoholes naturales y comenzó a venderlos junto con tés de moringa, eucalipto y otras plantas medicinales que eran bastante demandadas en ese momento.

“Como siempre nos mantuvimos en línea, la gente nuevamente comenzó a comprar estos productos y los entregábamos en delivery. Al ser productos naturales, la gente confiaba y nos compraba. Pero después una empresa grande sacó su alcohol que era más económico y tuvimos que parar esa producción porque las ventas de nuevo bajaron”, explica.

Debido a esto vendía ocasionalmente comida de mariscos y micheladas frente a su casa junto con su socia Sara, y a la vez ofrecía servicios de belleza como la aplicación de uñas acrílicas y pestañas. “Siempre me intento mantener activa y trabajando, porque si no me funciona un negocio, al menos tengo el otro”, expresa.

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La venta de pescados y mariscos tuvo buen recibimiento en su comunidad, así que con lo que ganaba iba invirtiendo para su local. Actualmente el negocio de comidas se llama “El Toque Exprés” y emplea a dos personas en cocina. En ese negocio sus ingresos personales son de 10 mil córdobas mensuales. Mientras que en el emprendimiento de Vida Coquetas tiene de cuatro a ocho personas que revenden sus productos en cada departamento del Pacífico, y sus ingresos son alrededor de 17 mil córdobas mensuales.

Venta de catálogos como alternativa

Aunque Katia Eugarrios tuvo un gran éxito con sus emprendimientos, no todas las mujeres tienen suficientes ingresos para montar un negocio, y los bancos o microfinancieras difícilmente conceden préstamos a mujeres de escasos recursos o provenientes de áreas rurales, indica María Teresa Martínez. Por esta razón, muchas apuestan a inversiones más pequeñas.

“Iris”, una universitaria de 23 años originaria de Matagalpa, vive el día a día con la venta de catálogos de Oriflame. Asegura que no se gana ni US$50 dólares mensuales, ya que la empresa solo le permite tener un 20% de ganancias de los productos que vende. Es decir, de los C$8,750 córdobas que venden, solo obtiene un máximo de C$1,750. Pero al ser su única forma de ingreso disponible, continúa vendiendo los cosméticos desde hace cuatro meses, además, lo único que la empresa le pedía eran 200 córdobas de inversión inicial como membresía.

Desde 2019 vive de forma independiente en Managua porque estudia la carrera de comunicación en la Universidad Centroamericana (UCA). Sus padres ocasionalmente le han pagado algunos semestres en la universidad, pero por lo demás, se las arregla sola. Con la venta de cosméticos por catálogo logra cubrir apenas su transporte, aseo personal y en ocasiones, alimentación. Y su estadía en la capital la resuelve noche tras noche pidiendo posada a sus amistades, quienes la dejan quedarse en sus casas un promedio de tres días.

“Lo de la comida lo resuelvo no comiendo mucho. Por ejemplo, ahorita acompañé a una tía a comprar cosas en el mercado y ella me invitó a comer. Mi familia de Matagalpa de repente me envía algo, pero es muy de repente. Todos los días es ¿Cómo voy a hacer hoy? No sé. Me voy a casas de amigos que me invitan a comer”, manifiesta.

Las clases presenciales en la UCA le impiden tener un trabajo de tiempo completo, ya que las ocasiones que ha solicitado empleo no le permiten tener libre los días que le toca clase, y hasta el momento no ha encontrado trabajos de medio tiempo. Tampoco monta ningún emprendimiento porque no tiene dinero para invertir, y asegura que si lo hiciera, probablemente se consumiría las ganancias de los primeros meses para sobrevivir, ya que no puede esperar para obtener mayores ingresos.

Su último semestre de la universidad, que costó US$450 dólares, logró estudiarlo gracias a una señora que se lo pagó a cambio de tutorías a su hija de ocho años de forma indefinida, las cuales las brinda los martes y los sábados durante dos horas. “La señora no me dijo hasta cuándo debo seguir dando las tutorías y estoy desde septiembre pagando esa deuda. Por suerte, el pago de la universidad siempre logro conseguirlo, pero con lo demás apenas sobrevivo. Vivo con lo mínimo posible”, expresa “Iris”.

De acuerdo con datos de INIDE, el 14.6 por ciento de la población nicaragüense vive en condiciones de pobreza, es decir, un ingreso menor a US$3.2 dólares por persona al día. Aunque no desagrega los datos por sexo, según las Naciones Unidas, el 70 por ciento de las personas en situación de pobreza son mujeres, y a raíz de la pandemia, la cantidad de mujeres que viven con menos de US$2 dólares al día aumentaron más de un 109 por ciento.

Trabajos precarizados proliferan

Mientras tanto, existe una población femenina con empleo y salario fijo, pero en condiciones de precarización y con constantes violaciones a sus derechos laborales, sin embargo, ante la necesidad económica y la falta de empleos, permanecen laborando en ese estado.

Con turnos de hasta 15 horas y en ocasiones hasta más de 24, Gabriela Rodríguez trabaja sin parar una vez que llega a una tienda de 24 horas donde es dependiente. Sus funciones van más allá de atender la caja y a los clientes, también tiene que preparar bebidas, comidas, limpiar el lugar, ordenarlo, realizar inventario, entre otros.

Según su contrato solo debería de trabajar 12 horas durante cuatro turnos a la semana, los cuales pueden ser en la mañana o en la noche, pero en la práctica, se sobrepasa las 12 horas debido a la cantidad de tareas que le asignan y trabaja hasta seis veces en la semana, por la falta de personal. En esta tienda las personas duran un promedio de cuatro meses, según ella. Ella ya lleva cinco meses, pero no ha encontrado otro trabajo a pesar que ha entregado papeles a diferentes empresas, y no puede renunciar ya que es madre de una pequeña de cinco años y la mantiene sola.

Su salario es de 6,190 córdobas mensuales, pero le quitan casi 500 córdobas de INSS, y a inicios de diciembre cuando estaba en caja junto con otro compañero, se perdieron más de 5 mil córdobas. Cuando se dieron cuenta de la pérdida, ella estaba hospitalizada por una crisis tiroidea de la que padece, y no pudo verificar en las cámaras de monitoreo qué sucedió con ese dinero. Así que cuando se reincorporó a la tienda, sus jefes solo le dijeron que ella tenía que pagarlo en cuotas, por lo que desde hace casi dos meses su salario es de 1,500 o 1,700 córdobas quincenales.

“Entonces si renuncio, voy a perder lo que me queda de liquidación, si es que acumulé algo. A parte, mi jefe me dijo que si duro un poco más puedo aplicar a un puesto administrativo y sería una gran oportunidad de crecimiento, y me permitiría retomar mi carrera”, relata la joven de 21 años.

Rodríguez estudiaba primer año de diseño gráfico en la Universidad Politécnica de Nicaragua (UPOLI) a los 16 años, pero en ese momento quedó embarazada y sus papás le retiraron todo apoyo económico, y tuvo que dejar la universidad para comenzar a trabajar. Desde entonces, ha trabajado en diferentes áreas.

Primero en 2017 vendía gelatinas en el mercado Roberto Huembes de lunes a sábado después de las 2 de la tarde. Al inició empezó de manera ambulante alrededor del mercado, pero poco a poco construyó su clientela y ya no tenía necesidad de caminar tanto, sino que la iban a buscar a ella o le pedían encargos de gelatina. Lograba vender 70 vasos de gelatina diarios por 10 córdobas, así que de los 700 córdobas que sacaba, 300 volvía a invertir y 400 se quedaba con ganancias.

Después trabajó como cocinera haciendo pupusas, como asistente del hogar, como cajera en un Palí, hasta que llegó su actual trabajo. Aunque por el momento su salario es más bajo de lo normal, tiene el apoyo de una madrina con quien vive, pues no le cobra alquiler y le permite dar un aporte para la alimentación de acuerdo a sus capacidades; y también le ayuda a cuidar de su niña cuando ella está trabajando.

Mientras Gabriela espera ser promovida y conseguir una oportunidad para mejorar su calidad de vida y la de su hija, es una de las miles mujeres nicaragüenses que buscan sobrevivir en una economía precaria, en un país con esas oportunidades y con un Estado ausente.

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