Nicaragua después de 2018: Conciencia, activismo y sentido de justicia
Las protestas iniciadas en 2018 desencadenaron una crisis sociopolítica, pero también despertó un sentido de conciencia social en miles de personas.
Las protestas iniciadas en 2018 desencadenaron una crisis sociopolítica, pero también despertó un sentido de conciencia social en miles de personas.
Las protestas iniciadas en 2018 en Nicaragua desencadenaron una crisis sociopolítica, económica, migratoria y de derechos humanos, pero también despertó un sentido de conciencia social en miles de personas, destapó a una de las dictaduras más sanguinarias de Latinoamérica y evidenció la falta de democracia en el país.
En las manifestaciones antigubernamentales, 355 personas, incluyendo menores de edad, fueron asesinadas por policías y paramilitares que seguían órdenes del régimen Ortega Murillo, de acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
También, cientos de personas fueron torturadas, violentadas sexualmente y privadas de su libertad por ejercer su derecho a la protesta y a la libertad de expresión. Otras fueron despedidas de sus trabajos, asesinadas, acosadas y obligadas a exiliarse para resguardar su seguridad.
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Otras 317 personas fueron desterradas del país y despojadas de su nacionalidad. Mientras que cientos de miles de familias, quienes buscan mejores oportunidades, se desintegraron por la migración que sacude el país.
Sin embargo, para muchas personas las protestas de abril de 2018 significaron una resistencia a un Estado dictatorial que asesinaba y violentaba derechos desde mucho antes, y el inicio de una era para Nicaragua.
La Lupa consultó a personas exreas políticas, desterradas, periodistas y defensoras de derechos humanos sobre qué ganó y qué perdió Nicaragua a partir de 2018.
Desde 2018, las y los nicaragüenses hemos ganado el deseo y el amor por una Nicaragua libre, democrática, donde podamos elegir cómo ser, cómo vivir, cómo pensar, cómo opinar. En donde las diferencias que tengamos no sean motivos de cárcel, represión, asesinatos, exilio o destierro.
Hemos ganado una enorme conciencia sobre la importancia de construir en unidad esa Nicaragua justa y democrática que soñamos. Unidos somos más, no solo como país, sino como familia, grupos y sociedades.
Hemos ganado el deseo de justicia, para que nunca más vuelva a repetirse la historia de olvido y de perdones. Queremos que haya justicia para quienes han sido asesinados y para quienes han sido violentados en sus derechos a lo largo de estos cinco años.
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Y hemos ganado esa enorme conciencia de que esa Nicaragua libre, democrática, la debemos de ganar por la vía cívica. No queremos más guerra y más sangre. Queremos libertad, democracia y justicia. Esa enorme conciencia ha sido nuestra ganancia en estos cinco años.
En Nicaragua históricamente se ha promovido la cultura de borrón y cuenta nueva, del silencio y olvido de los crímenes, y de las experiencias traumáticas. Sin embargo, tras los crímenes de lesa humanidad cometidos desde abril ha habido un giro importante y un compromiso cada vez mayor con la justicia, para impulsar los cambios por la vía cívica y no violenta porque así sabemos que podemos eliminar de raíz las causas del ciclo de dictadura, violencia e impunidad.
Abril también nos mostró que podemos trabajar en unidad en medio de la diversidad, ya que en el 2018 personas de todos los sectores, edades e ideologías, estuvimos en las protestas y en las trincheras, colaborándonos sin distinción. En medio de esa adversidad se produjeron los gestos más maravillosos de generosidad, valor y solidaridad entre los y las nicaragüenses.
Las experiencias de represión nos han forzado a ver nuestra humanidad. Sectores que nunca antes habíamos interactuado hemos experimentado la represión y el dolor y nos hemos visto compartiendo celda, conociéndonos de una manera más personal, aprendiendo a escucharnos, a dialogar, a superar el sectarismo, a no creernos dueños de la verdad y a creer que realmente que podemos trabajar juntos en medio de la diversidad y en medio de las diferencias.
Abril también ha traído una ruptura en las formas tradicionales de participar en la política y nuevas demandas a los liderazgos. Cada vez más se cuestiona el modelo autoritario, caudillista e intolerante de liderazgos. Hay nuevas demandas de cómo organizarnos, modelos más participativos y más exigencias a los liderazgos, que sepan escuchar, dialogar y que respondan a quienes los eligen.
También ha habido un mayor reconocimiento de actores políticos que históricamente hemos sido invisibilizados como, los jóvenes, el campesinado, las mujeres. En esta etapa también hemos avanzado en idear un país con base en el pleno respeto a los derechos humanos, en donde tenemos derecho a expresarnos, organizarnos, movilizarnos, participar, a prosperarnos y progresar.
Toda esta lucha por lograr la justicia y libertad ha conllevado un inmenso sacrificio personal y colectivo, porque el régimen de los Ortega Murillo nos ha respondido ejecutando crímenes de lesa humanidad; las vidas y sueños de más de 350 personas han sido truncadas, miles de personas lisiadas física y emocionalmente; miles hemos sufrido encarcelamiento en condiciones de tortura, exilio, destierro; y la mayoría de las y los nicaragüenses continúan perseguidos y acosados, sufriendo el desempleo, la pobreza, los embates de la crisis económica y sufriendo el desmantelamiento absoluto de las instituciones.
El régimen de los Ortega-Murillo ha establecido un estado de terror que se sostiene solo con la represión porque ya no es popular, pero enfrenta también profundas contradicciones internas y está completamente aislado internacionalmente.
¿Qué perdimos nosotros en 2018? Perdimos el miedo. Perdimos el miedo cuando la Policía por una orden del Gobierno comenzó a reprimir a las personas de la tercera edad solo por reclamar sus derechos, cuando defendimos a la juventud de ser golpeados, encarcelados, asesinados y desaparecidos por el simple hecho de querer defender sus derechos y el de querer proteger a nuestros abuelos, perdimos el miedo, dejamos de ser indiferentes.
Dejamos de ser indiferentes porque a nuestros campesinos los estaban atropellando sus derechos al extremo de matarlos por un proyecto que era de ganancia para unos cuantos, a consecuencia de querer poner un alto a ese silencio que hacía daño también a las mujeres con cada femicidio.
También perdimos vidas de mujeres, jóvenes, niños, perdimos familias, patrimonios, en el caso nuestro hasta la nacionalidad, pero como vuelvo y repito en ocasiones anteriores, nuestra nacionalidad la llevamos en la sangre, la llevamos en el corazón y de ahí nadie nos la podrá arrebatar. Ningún decreto de ningún gobierno nos lo
¿Qué ganamos? Nosotros ganamos una conciencia limpia, paz con dios por amar a nuestro prójimo porque de lo contrario, al quedarnos callados seríamos cómplices de esos crímenes y hasta peor me sentiría siendo el verdugo de mi propio pueblo, siendo yo del mismo pueblo. Y nos hemos ganado sobre todo el respeto y la admiración de ese sufrido pueblo de Nicaragua, y que hoy que encendieran esa llama los jóvenes y de lo cual yo siempre he dicho que estoy orgullosa de ellos, esa llama nadie la podrá apagar hasta que nosotros seamos libres y eso lo sabe el gobierno y eso es lo que tiene miedo.
Muchos son los aprendizajes que las y los nicaragüenses hemos tenido de estos cinco años de crisis política y de crisis de derechos humanos. Aunque dolorosa y tardíamente hemos aprendido a defender la democracia antes de perderla, la importancia de tener poderes que funcionen de manera independiente, la importancia de contar con pluralismo político compartido que realmente representen las necesidades, las demandas, las aspiraciones de los distintos sectores de la sociedad.
Aprendimos también la importancia de la solidaridad entre las y los nicaragüenses, no importa en qué creamos, de qué sectores sociales vengamos, no importa las diferencias, necesitamos los unos de las otras y viceversa para poder hacerle frente al régimen Ortega-Murillo.
Aprendimos también la importancia de no olvidar, de reconstruir la memoria colectiva para comprender cuáles son las causas estructurales que explican esta crisis que vive hoy Nicaragua, saber que de la impunidad del pasado, de la indolencia, de la complicidad entre las élites es que vienen y se enraízan estas dictaduras, la de antaño y la actual.
Hemos aprendido también que la democracia solo va a ser fruto de un trabajo constante, de un ejercicio de reflexión y de una forma de organización que coloquen en primer término los valores democráticos, los intereses colectivos y una perspectiva del futuro que se base en el compromiso de no permitir que nunca más una dictadura se instale en nuestro país.
Para mí se acabó la paz y la tranquilidad para trabajar y para vivir. Un país que antes se consideraba bastante seguro, se volvió inestable, por lo que muchas personas nos vimos forzadas a migrar. Perdimos la tranquilidad de vivir en nuestro país y con nuestra familia.
Perdimos las oportunidades de empleo dado que a raíz que se destapa una olla pública de denuncias, corrupción, de violaciones a los derechos humanos, que viene la persecución, el encarcelamiento, los asedios, las amenazas por las redes sociales, ya la gente no puede vivir tranquila, ya vamos a cumplir cinco años prácticamente de esta inestabilidad.
Esto ha repercutido física y emocionalmente en las personas tanto dentro del país como fuera del país.
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Las protestas de 2018 no fueron productos de acontecimientos aislados, sino que llevaban años de procesos institucionalizados y prácticas estatales que fueron coartando la expresión ciudadana, cerrando espacios, cooptando instituciones públicas y concentrando el poder en la figura presidencial compuesta por Ortega y Murillo.