Aquella mañana de 30 de diciembre de 2015 marcaría las vidas de Janeth González y Carmen Tórrez. Las horas pasaron muy rápido, ese día ajeno, en el que no se preparaban para despedir el año sino para despedirse de sus primogénitos y buscarles un mejor futuro, aunque este fuera a punta de sacrificios.
«Mientras andaba haciendo las vueltas de mi pasaporte y todo lo del viaje, yo andaba llorando, todas las noches lloraba. ¡Fue horrible!», recuerda entre lágrimas Janeth. «Esa noche quedó en su camita, le puse su pijamita, me acuerdo que era de spiderman. Le di un beso y lo dejé dormido. Tenía nueve meses, aún tomaba pecho», se lamenta entre sollozo esta mujer que a media noche, salió de su casa, en Condega para recorrer 187 kilómetros y llegar a la capital para agarrar un vuelo rumbo a España.
Ella sabía que con el salario de tres mil córdobas ($100 dólares aproximadamente) que ganaba mensualmente en una empresa de tabaco en Estelí, no podría mantener a su hijo.
«Desde que estaba embarazada no tuve apoyo del papá. Él decía que el niño, no era de él. Aunque me doliera mucho tuve que hacer el viaje, el dinero no alcanzaba para los pañales ni la leche y pensé en su futuro. En la empresa pasaría años trabajando y nunca iba a poder hacerle una casa», manifiesta con resignación a sus 33 años.
«Mi niño era bien pegado a mí, tenía cuatro años y medio cuando lo dejé. Mi mamá me dijo, al tiempo, que el niño pasó como cinco días sin hablar. ¡Fue duro!»
Secuelas del desapego
Ese año en la familia de Janeth y Carmen no hubo Navidad, ambas son primas y todo fue llanto y dolor, al igual que el trayecto del viaje.
«Recuerdo que ya tenía seis meses de estar aquí (en España) y en el trabajo me dio un ataque de nervios, quería salir corriendo comprar el boleto y regresarme a Nicaragua, pero mis primas me lograron controlar, diciéndome que todo iba a estar bien, que pensara en el bien del niño, que sí ya estaba aquí, tenía que seguir luchando y así fue», comenta con amargura Carmen, de 29 años, mientras se seca las lágrimas.
Aunque ambas madres van a cumplir cinco años de estar en España, el dolor aún sigue en sus corazones.
«Yo hasta el mes de estar aquí fue que pude hablar con mi hijo, no me sentía preparada. Lo que más me dolió fue que no pude enseñarle a andar en bicicleta, a hacer su primer dibujo, a poner su nombre, tengo un sentimiento de culpa por haberme venido y haber desaprovechado ese tiempo», se cuestiona Carmen.
«Lo más bonito de su crecimiento no la pasé con él y me afectó mucho. Todavía me da nostalgia cuando veo niños en su patineta o bicicleta y digo yo, son momentos que no pude pasar con él y el tiempo se nos pasó», recuerda con resignación Carmen, quien junto a Janeth sienten que el tiempo perdido con sus hijos, es difícil recuperarlo.
Ambas lograron obtener su permiso de residencia y sólo así, podían volver a su patria y ver a sus retoños cuatro años después, pero nada fue color de rosa, una se encontró con el rechazo y a la otra con los reclamos.
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Ajenos a sus madres
«Llegamos noche y los niños estaban dormidos. Mi niño no me conocía, para él yo era una extraña. Le dice mamá a mi mamá. No dejaba que lo bañara ni lo vistiera ni que le hiciera su comida. Nada. Y esto que hablamos casi a diario por teléfono. Mi familia siempre le ha dicho que yo estoy en España trabajando para que a él no le falte nada», cuenta Janeth.
«Mi niño cuando despertó y no me vio, pensó que no había llegado, levantó a su primito y le dijo: ‘tú mamá y mi mamá no vinieron’ y al decirles mi mamá que estaba en el otro cuarto, llegó a despertarme a besos y abrazos, pero luego me preguntaba porque lo había dejado, ellos están muy pequeños y no comprenden la necesidad», explica Carmen.
Y nuevamente, el tiempo pasó a la velocidad de la luz, el mes de estancia fue muy corto para compartir todo el amor reprimido que tenían estas jóvenes madres. El regreso fue otro trayecto de amargura y dolor, tal vez mayor al de la primera vez.
“Ya en los últimos días, el niño empezaba a acercarse mí y hasta me dijo mamá. Pero al saber que teníamos que volver ponía su carita triste”, relata Janeth.
Mientras que, para Carmen, su niño que ya tiene nueve años, le pedía llorando que se quedara, que no se regresara a España, que no lo volviera a dejar.
«Esas son palabras que duelen y le dije que tenía que regresar por el trabajo, pero que me ayudara a ser fuerte y que iba a luchar con todas mis fuerzas para traérmelo, esa fue la promesa que le hice, el próximo viaje es para traerlo, porque aquí tienen un mejor futuro», expresa convencida Carmen.
«Yo también quiero traérmelo, quiero verlo crecer a mi lado, quiero compartir todos sus triunfos y que sienta que yo soy su madre, que no me quiera solo por los juguetes y la ropa que le compro», dijo Janeth.
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Migración tiene rostro de mujer
España es el destino para la mayoría de las mujeres migrantes, así lo refleja el Informe de Salud de las Personas Migrantes de Nicaragua que presentó en 2015, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y cuyos datos mantienen coherencia con las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas de España que refleja que el 75 por ciento de los migrantes nicas en este país son mujeres.
Esa tendencia ocurre por la demanda en España de mano de obra para el cuidado del hogar, de niños y adultos mayores, según justifica ese comportamiento la OIM, que también resalta que la participación de la mujer en la dinámica migratoria va en progreso, principalmente entre las edades de 26 a 30 años. Mientras que los hombres migran de los 31 a 35 años de edad.
«Esto induce a pensar que el incremento de la migración de mujeres es un hecho y la organización del hogar adquiere nuevos roles, dentro del hogar. Las mujeres migrantes dejan a sus hijos/ hijas con otras mujeres –abuelas, hermanas, tías o hijas mayores-, quienes asumen las responsabilidades productivas/domésticas», detalla el documento más actualizado en temas de migración de Nicaragua.