“Francis” corría de cuatro a ocho kilómetros cuando estaba de vacaciones, lo hacía con la vitalidad que puede tener un cuerpo menor de 25 años. Ahora, camina trechos de hasta tres cuadras y enseguida aparece esa dificultad respiratoria. Siente como el oxígeno llega a cuenta gotas a sus pulmones. Sabe que la COVID-19 invadió su cuerpo, aunque el médico de un hospital le diagnosticó faringoamigdalitis, pero le brindó tratamiento de COVID-19, algo preventivo, le dijo, cuando eso no existe. O se tiene la enfermedad o no. Ella estaba clara que si la tenía.
Ella no se enfermó este mes o el pasado, ocurrió a finales de mayo; hace casi cuatro meses. Realizaba sus prácticas médicas en el centro hospitalario que el Gobierno de Daniel Ortega había designado solo para atender pacientes de COVID-19: el hospital Alemán Nicaragüense. Recuerda que la enfermedad le inició con un leve dolor de garganta y de cabeza; era domingo. El lunes reportó su caso y le dieron los 21 días libres. No le hicieron prueba molecular y tampoco hubo radiografías.
En abril se enfermó Dina Crespo, estilista de profesión. Pese a que para ese entonces el Gobierno solo hablaba que en el país habían casos importados, una clienta a la que le había realizado una manicura le confesó que había dado positivo de COVID-19, y que esperaba que no se viera afectada. Quince días después, Crespo presentó los primeros síntomas: tos, taquicardia, ardor debajo de las uñas de los pies, le daban ataques de tos y le costaba hablar porque se cansaba. Su hermano y su mamá, también padecieron la enfermedad, que fue menos brusca con su progenitora.
A casi cinco meses que el SARS-CoV-2 entrara en su cuerpo, Crespo percibe mucho dolor en el pulmón derecho, se cansa bastante y le duelen las venas, por eso cree que la circulación sanguínea no está del todo normal. Piensa ir a un médico.
“Luisa” se obsesionó con las medidas preventivas para no contagiarse del nuevo coronavirus. Al entrar y salir de su casa, en Masaya, se bañaba de alcohol, se cubría el cabello con una gorra y durante el día se cambiaba las mascarillas más de tres veces. Algunos la catalogaban de histérica porque sentían que exageraba. Pero su comportamiento meticuloso no la salvó del virus. Sigue sin comprender en qué momento el nuevo coronavirus pudo haberse colado en su cuerpo.
Una madrugada apareció la fiebre con un dolor que le corría la espalda baja. No era como ningún otro que hubiese sentido antes. Era intenso, molesto, de esos que quisiera quitárselo de encima de una sola vez, nada tolerable. Fue a una clínica privada y el médico la diagnosticó con cuadro de COVID-19 leve. La noticia la destrozó. Lloró como una niña desconsolada por horas, aún sabiendo que su padecimiento no era grave, pero temía que fuese a empeorar, que contagiara a su familia. Más de un mes ha pasado y un ligero dolor de espalda la visita en ocasiones, a veces, también experimenta una tos seca.
Estas tres historias son testimonios de las secuelas de COVID-19 que después de ocho meses que la humanidad conociera del SARS-CoV-2, siguen bajo investigaciones.
Secuelas pueden ser para toda la vida
El epidemiólogo Álvaro Ramírez, explica que las secuelas y daños de la COVID-19 son bastante frecuentes y se presentarán en dependencia de las comorbilidades que padezca el paciente. No hay un tiempo definitorio de cuánto puedan permanecer en el cuerpo de la persona, puede ser desde dos semanas, tres meses o para el resto de la vida. Esto aún se sigue estudiando.
Ramírez explica que algunos pacientes que tuvieron COVID-19 van a seguir experimentando dolencias, cansancio, fatiga constante, y esto último, va a ser bastante sentido, sobre todo, cuando la persona permaneció intubado. Muchos de estos casos quedan con insuficiencia respiratoria y requieren de un tanque de oxígeno, ya que podrían presentar hipoxia severa. Lo que si se puede afirmar con seguridad, hasta ahora, explicó Ramírez, es que entre más serio haya sido el cuadro clínico de Covid más prolongada van a ser las secuelas.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS), explicó que como parte del proceso fisiopatológico de la COVID-19, se genera una respuesta inflamatoria intensa que afecta al tracto respiratorio y principalmente el pulmón; sin embargo, varios estudios apuntan que las secuelas de esta infección no sólo se limita al aparato respiratorio, y se han registrado secuelas en el sistema cardiovascular, en el sistema nervioso central y periférico. Se ha documentado también secuelas psiquiátricas y psicológicas.
Los pacientes que desarrollaron un cuadro clínico grave de COVID-19 tienen como principal secuela el desarrollo de fibrosis pulmonar. La OPS señala que durante la fase aguda de la infección por SARS-CoV-2, el daño pulmonar causa edema, desprendimiento alveolar de células epiteliales y depósito de material hialino en las membranas alveolares (acumulación anormal de líquido en los pulmones que dificulta respirar). En el caso del sistema cardiovascular, se han documentado que pacientes con formas graves presentaron lesiones significativas de miocardio, incluyendo miocarditis relacionada a infección.
Deficiencia en la memoria
Teniendo como referencia, los casos graves del coronavirus, la respuesta hiperinflamatoria sistémica podría causar un deterioro cognitivo a largo plazo, como, por ejemplo, deficiencias en la memoria, atención, velocidad de procesamiento y funcionamiento junto con pérdida neuronal difusa.
También se ha documentado que los procesos inflamatorios sistémicos en personas de mediana edad podrían llevar a un deterioro cognitivo décadas más tarde. Sin embargo, esto debe seguir estudiándose en búsqueda de mayor evidencia, señala la OPS.
¿Qué pasa en Nicaragua?
La falta de transparencia del Ministerio de Salud (Minsa), que reconoce hasta el 15 de septiembre 4, 961 casos positivos de COVID-19 y 147 muertos, cifras que se alejan de la realidad, tampoco permite conocer con detalle los cuadros clínicos de los nicaragüenses, explica el especialista en salud pública, José Antonio Delgado.
No se sabe con certeza quiénes presentaron fiebre, tos, dificultad para respirar, a quiénes les dio problemas cardíacos, problemas de coagulación. “Esa estadística es todavía más desconocida que las cifras reales del padecimiento de la enfermedad”, explica el especialista. Debido a este vacío de información, solo queda recurrir a lo que se ha investigado y comprobado internacionalmente. El Minsa destaca que desde el inicio de la pandemia 3,583 nicaragüenses se han recuperado, pero además de un número frío no se sabe nada más de ellos, si aún persisten sus dolencias como las historias que La Lupa ha contado.
Delgado explica que una de las secuelas que puede padecer el paciente es la dificultad respiratoria. Por ejemplo, alguien que haya sido intubado puede mostrar un daño pulmonar permanente y luego, dicha enfermedad ya se convierte en algo crónico, es decir, para toda la vida, expresó.
«Francis», Dina y «Luisa» temían que el virus se presentara de forma agresiva. Aunque no pasó, sus cuerpos no han vuelto a ser los mismos, a como eran antes que el SARS-CoV-2 los invadiera.
*Los nombres de dos historias fueron cambiados para garantizar su seguridad.