La familia se reune en torno a la mesa. Ese domingo hace calor, y las aspas del abanico apenas pueden espantar el bochorno que provocan los más de 32 grados que caracterizan los veranos nicaragüenses. Los alimentos están listos para degustar y todo en la mesa incita a ello.
¿Quién hará la oración? pregunta una de las hijas.
-El jefe de la casa- contesta la madre con total certeza. El padre, entronado en el centro de la mesa entrelaza sus manos y agradece por los alimentos.
“Susana” lleva décadas reconociendo a su esposo como la cabeza de familia, pese a que sabe que el hogar les cuesta a ambos. Lo que no reconoce es que su visión es un reflejo de estereotipos de género, influidos por la violencia simbólica y construcciones sociales patriarcales que destacan al hombre y subyugan a la mujer.
María Teresa Blandón, socióloga y feminista nicaragüense, define la violencia simbólica como aquella que reproduce estereotipos, prejuicios, que también se encuentra en medios de comunicación donde ridiculizan a las víctimas de otros tipos de violencia, de las que incluso, se burlan.
La violencia simbólica, quizás, es una de las más difíciles de identificar; sin embargo, está inherente en la vida cotidiana. Desde la división de juguetes para infantes según el sexo; para ellas, los relacionados al cuidado y la limpieza y para ellos, los que son afines a la violencia, el desempeño físico, el coraje, las armas. Esa es una forma bastante obvia de generar violencia simbólica explica Sandra Chaher, presidenta de la asociación civil Comunicar para la Igualdad, en Argentina.
Otro ámbito donde se puede identificar es en la división laboral, en esta se refuerzan las tareas de limpieza y cuidados para las mujeres, profesiones como educación y salud son más acorde para ellas. Mientras, el hombre está dado para tareas de mayor desempeño físico, de mayor riesgo; no obstante, tanto en los espacios de poder, ya sea público o privado, son ejercidos por hombres, explicó Chaher.
“Susana” ha aprendido con sus hijas que ser mujer va más allá de la función reproductiva, y que no siempre la realización personal se iguala a convertirse en madre y dedicarse a la familia. También sabe que el hombre debe contribuir en las labores domésticas y que lo haga no es una muestra de amor, sino una señal de responsabilidad compartida. Lo que no tolera es que la mujer tenga varias relaciones amorosas porque eso solo lo practican los hombres y no pasa nada porque son hombres, pero las mujeres no pueden hacerlo, de lo contrario son “locas”. Otro prejuicio marcado por creencias que dictan que el hombre puede hacer lo que desee y la mujer debe mantenerse en sumisión.
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¿De dónde surge el término violencia simbólica?
Pierre Bourdieu fue un sociólogo francés, quien acuñó el término a través del que exponía las relaciones de dominación de lo masculino sobre lo femenino.
“La imposición de significados válidos y legítimos que la cultura establece a través del conjunto de signos y manifestaciones por ella construido y que tienen estrecha relación con el poder y la autoridad”, expuso a lo largo de su carrera en el siglo pasado. Con el tiempo, el concepto fue conociéndose más entre organizaciones feministas y defensores de derechos humanos, de tal forma, que ha permitido cuestionar esas representaciones de violencia, en búsqueda de un cambio.
Maryce Mejía, enlace nacional de la Red de Mujeres Contra la Violencia en Nicaragua, sostiene que este tipo de violencia se encuentra en las novelas donde las mujeres tienen un papel de sumisión, y esperan a un hombre que las haga valer, los concursos de belleza, la literatura sexista donde los méritos se los llevan los hombres porque se les posiciona como los grandes pensadores y ante ello, toda la sociedad está expuesta.
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No hay cifras que puedan contabilizar víctimas de este tipo de violencia porque sus implicaciones no son similares a la violencia física que deja marcas, heridas, o a la violencia psicológica que convierte a la persona en presa de su inseguridad, dependiente del agresor. Blandón explica que la violencia simbólica naturaliza “la violencia de hecho”, y lo que es peor, la gente se acostumbra a normalizar golpes, insultos, amenazas, violaciones.
Por ejemplo, si un periodista publica imágenes de violencia contra la mujer sin análisis, sin recurrir a fuentes calificadas, reflexivas, que provoque indignación o una postura crítica, la gente lo que hace es entretenerse con ello. La especialista habla de una funcion mimética que tiene la violencia simbólica, es decir, que sí un hombre acosó a una mujer, y no pasó nada, otros reproducirán lo que vieron. Muchos hombres se sienten autorizados a repetir comportamientos, dijo.
En vez de cuestionar, de generar indignación y rechazo, lo simbólico hace que muchos hombres crean que situaciones de violencia son normales. Otro aspecto clave es que también promueve el silencio de las víctimas, que al ver que no hay una indignación social se sienten imtimidadas, solas, con miedo y no denuncian.
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¿Se han dado avances?
Aunque la violencia simbólica no es un término que cualquier persona pueda definir con facilidad y tampoco identificar cuándo se está frente a una demostración de la misma, se han dado muchos avances explica Sandra Chaher, presidenta de la asociación civil Comunicar para la Igualdad, de Argentina. Desde el 2006 se cuentan con varias leyes de violencia integral en la región que incluye la figura jurídica de violencia simbólica o mediática, lo que implicó que en dichos países se generaran muchísimos debates en torno al tema, y que hasta fueran parte de políticas públicas, dijo.
Otro avance concreto fue la generación de observatorios que analizan la violencia simbólica y mediática. En el caso de algunos países, como Argentina, por ejemplo, hay sanciones económicas para los medios de comunicación cuando incurren en formas de violencia mediática. “Hay distintas estrategias. Pero sí, indudablemente, en relación con años atrás se ha avanzado y yo creo que en la actualidad, estos últimos dos o tres años estamos frente a un reconocimiento global, en general, de la problemática vinculada a los discursos estigmatizantes, un poco en el contexto, en los discursos de odio que están surgiendo”, expresó Chaher.
Según el Centro de Investigación en Estudios de la Mujer de la Universidad de Costa Rica, países como Argentina, Bolivia, Ecuador, España, México y Nicaragua cuentan con las regulaciones más avanzadas, que tengan algún elemento relacionado con la imagen de las mujeres en la publicidad y medios de comunicación. Otros países como Costa Rica “tienen un alcance más moderado”. Mientras que Chile, Colombia, Cuba, Honduras y Perú presentan un mayor vacío de protección, indican en su sitio web. Es meritorio mencionar que los países desarrollan diferentes rutas para contar con este tipo de regulación.
En 2012 se aprobó la Ley Integral Contra la Violencia hacia las Mujeres y aunque en la tipología no se incluyó una definición de violencia simbólica, en el artículo 22 sobre “Las Acciones de los programas”, se indica: “promover que los medios de comunicación no utilicen la imagen de la mujer como objeto sexual comercial, ni fomenten la violencia hacia las mujeres, para contribuir a la erradicación de todos los tipos de violencia hacia las mujeres y fortalecer el respeto a los derechos humanos y la dignidad de las mujeres”, se lee en el documento. No obstante, esto ha quedado en papel mojado, de hecho, el país sigue acumulando más víctimas de femicidio, diez casos ocurrieron en septiembre, tres de ellos se registraron en un solo día, según datos de Católicas por el Derecho a Decidir.
«Susana» no sabe qué es violencia simbólica, pero si está al tanto de las noticias y en estas se entera que las vidas de las mujeres cada vez más están en mayor riesgo. Su sentimiento de rechazo es evidente hacia esos actos y espera al igual que muchos que los femicidas purguen sus penas.
Redes sociales y violencia simbólica
Los medios de comunicación tradicionales siempre han sido máquinas de reproducción de roles y estereotipos con base a la violencia machista, por ende, las organizaciones feministas apuntan a concienciar al equipo periodístico en su conjunto y las líneas editoriales. Sin embargo, con la llegada de las redes sociales, la historia se cuenta ahora desde diversas miradas, y la comunicación con la audiencia empieza a ser más igualitaria, deja la verticalidad para volverse horizontal. Sin embargo, existen desafíos.
Para Blandón hay medios de comunicación que siguen viviendo de la nota roja, “que siguen espectacularizando la violencia”, revictimizando, pero hay una generación de jóvenes periodistas que tienen mayor receptividad, y observa un mayor abordaje, preocupacion por la violencia contra las mujeres, contra las niñas, y no solo la violencia política, sino la machista; ahora se ve que desean ahondar sobre las causas del problema, explicó.
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“En las redes circula tanto la violencia simbólica como circulan nuevos enfoques, nuevas miradas, que permiten un abordaje ético respecto a la violencia contra las mujeres, los niños y las niñas”, expresó Blandón.
En el informe regional del Proyecto de Monitoreo Global de Medios 2015 explican que la presencia de las mujeres en las noticias está evidentemente marcada por el uso de estereotipos:objeto sexual, ama de casa, débil, alegre, interesada, presentada en su relación familiar. En noticias en las que ellas son sus protagonistas, se recurre generalmente a atributos emocionales o físicos más que a los intelectuales o referidos a su pensamiento y opinión.
Uno de los ejemplos citados corresponde a una publicación de un Diario de circulación nacional. El titular “agrónoma se rindió ante las pesas” evidencia la desvalorización del aporte de la mujer en su profesión, abordando la noticia de manera superficial, sin referirse a la capacidad personal de la mujer o a la situación económica que la obliga a tomar este tipo de decisiones, cuestiona el estudio.
Chaher explica que se debe hacer una diferencia entre medios tradicionales y redes sociales, porque los primeros tienen un compromiso ético, una responsabilidad social y una localización geográfica, lo que implica regirse conforme a las leyes de determinado país. Sin embargo, en las redes no hay un editor al cual se pueda señalar cuando un contenido sea sexista, la responsabilidad es más difusa y opaca.
«Por un lado tienen un aspecto positivo como la igualdad en el debate, todas las personas participamos por igual, más allá de nuestro desempeño en el ámbito público, no tiene una voz más alta que la que podemos tener cualquiera de las demás personas, tiene el mismo espacio(…) pero me parece que estamos en un momento intermedio en relación a cómo deberían moverse estas redes, justamente en función de lo que decíamos antes que es la enorme proliferación de discursos de odio», detalló Chaher.