I.

Por estos días los galerones del mercado municipal de Masaya lucen vacíos, y los pocos comerciantes que llegan se muestran desesperados porque las medidas de aislamiento adoptadas por la ciudadanía, ante la pandemia del coronavirus (Covid-19), para ellos significan hambre.

María del Carmen López tiene un puesto de carne ahí desde 1962 y el marzo de este año es el peor desde que tiene uso de razón. En cuestión de días pasó de generar ingresos de 4,700 córdobas a 150 córdobas. Una nada para una familia de cuatro adultos, sin empleo formal, cuyo único sustento proviene de lo que vendía la mujer en el populoso centro de compras.

—¿Por qué no puede quedarse en casa?

“Si me quedo en casa no ganaría para el sustento de nuestros hijos”, dice esta mujer de 62 años.

Dice que como ella hay más comerciantes que todos los días procuran ser optimistas al sacar sus mercancías, principalmente de granos básicos, quesos y carnes. A pesar de tomar medidas de higiene que impidan un contagio de coronavirus, los clientes no llegan.

“Nosotros llegamos con el producto, lo tapamos bien, ponemos el agua, jabón, pero no hay gente en el mercado”, comenta. Hoy por ejemplo a falta de compradores decidió regresar temprano a su casa, a las 11 exactamente, con las mismas libras de carnes y hueso de res con la que salió al amanecer.

“El trabajo (el puesto de carne) se está viniendo a pique porque todos los recursos que teníamos los estamos gastando”, comenta. Su negocio lo ha echado a andar a punta de créditos con las microfinancieras, de las que espera en abril una prórroga en sus pagos, a falta de ingresos.

Aunque el país apenas registra cinco casos confirmados de coronavirus y una muerte, cree que una cuarentena impuesta por el Estado provocará un fracaso total en su negocio.

“¿Y quién nos mantiene? Ahí si fracasaría de una sola vez, así como estamos, aunque sea de fiado, vendo algo, en casa me moriré de tristeza”, dice.

II. Vivir de lavar y planchar

Hoy Carolina Reyes se ganó 600 córdobas por planchar 10 docenas de piezas de ropa en tres casas de Managua. No haber salido por sumarse al llamado de quedarse en su humilde residencia habría implicado llegar con dificultad a los 5,000 córdobas que cada mes debe pagar por la canasta básica que fía en la venta de su barrio en Nandaime, Granada.

Dice que quisiera escuchar a su hija de 16 años y quedarse en casa, pero no puede. “Tengo que salir, si no salgo no como, tengo que arriesgarme y arriesgar a mi familia”, lamenta, desde el segundo lugar donde plancha ropa este martes.

Carolina Reyes tiene 40 años y con su salario mantiene a cinco personas más: Su pareja y su prima, que están sin trabajo, y en plena crisis es imposible que encuentre uno; su mamá, que padece cáncer, trabajó de doméstica toda su vida y nunca cotizó a la Seguridad Social; y su hija y una sobrina, menores de edad.

—¿Y no tenés miedo contagiarte de coronavirus?

Sí, claro, pero tengo que meterme a la boca del lobo.

Reyes los días que viaja a Managua a planchar ropa debe despertarse a las 4:00 p.m. para tomar el bus media hora después. No puede comprarse alcohol en gel ni mascarillas, así que viaja por hora y media expuesta al contagio en unidades de transporte que superan la capacidad de pasajeros.

En Managua, se desplaza en buses del transporte urbano, igual de llenos como en el que viaja de Nandaime a Managua. Su contagio de coronavirus es altamente probable porque rompe todas las medidas de distanciamiento social, recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Al regreso a la ciudad donde vive, procura cambiarse la ropa y lavarse las manos con abundante agua y jabón porque teme llevar el virus a su casa y contagiar a su mama de 65 años que libra una batalla con la muerte.

“Los pobres nos estamos jugando la vida”, dice.

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III. Historia de un taxista

La tarde del pasado sábado, el taxista Carlos López dio vueltas por Managua buscando clientes. Ese día, en el que generalmente acostumbraba a transportar personas a bares y restaurantes, disminuyó su marcha con la esperanza de que alguien le hiciera parada, pero al final terminó con hambre y con las bolsas vacías.

—¿Aunque no gane, usted no piensa quedarse en casa?

La respuesta a la pregunta es optimista: “Todos los días salgo con la confianza de que podré hacer al menos 500 córdobas”, responde al teléfono, desde la parada de buses que está frente a la Universidad Centroamericana.

Los 700 córdobas no es que sean para él, pues debe pagarle al propietario del taxi 500, invertir 150 en combustible y 50 de ganancia por pasar más de ocho horas en el vehículo, algunas veces bajo el sofocante sol de Managua.

Esta situación, dice, se compara a los días más violentos que vivió Managua en abril de 2018, cuando la dictadura de Daniel Ortega militarizó la capital. “Uno no está ganando ni para la comida, ¿qué podés comer con 50 pesos?”, lamenta.

López, de 45 años, es taxista desde 2005 y este trabajo, con dificultad, le ha permitido mantener a sus tres hijos, todos mayores ya, y a su esposa. Cuando le ha ido mal al volante decide migrar, ya ha estado en Guatemala, México y Estados Unidos, pero la familia siempre lo hace volver.

En 2012 compró su propio taxi, pero al año siguiente tuvo un choque. Pasó varios meses en el hospital y como no tenía seguro que cubriera la reparación del vehículo prefirió venderlo como chatarra.

La preocupación del taxista ha crecido desde la semana pasada que la población capitalina decidió no salir más y protegerse de coronavirus.

Marzo terminó con números rojos y pone en riesgo no solo la alimentación de su familia sino el pago de la casa donde vive.

“No tengo casa, rento una por 3,000 córdobas y si me preguntás ahora si tengo la cuota del mes, pues no tengo”, comenta.

Hoy por la mañana, antes de salir a trabajar, le dijo a su esposa que contemplara buscar empleo, lavando ropa ajena o de doméstica. De otra forma se quedarían pronto sin alimentos y en la calle.

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IV. El esquimero de Nandaime

Modesto Gutiérrez, de 56 años, viaja de Nandaime a Rivas cuatro días a la semana. Ahí, en esa ciudad sofocante del Sur de Nicaragua, vende helados Eskimos de ocho de la mañana a seis de la tarde.

Los ingresos de este hombre, que se ha detenido en una acera de la ciudad para descansar, se han visto mermados en los últimos días, pasando de entre 300 córdobas a 150, en los peores días. De ese ingreso diario depende su esposa, y tres hijos, todos menores de edad.

—¿Le preocupa el coronavirus?

Sí. Estar encerrado en una vivienda es como estar preso, si uno no sale a buscar la comida, ¿de qué vamos a sobrevivir, si la situación está crítica? Andamos con el poder de Dios, y Dios nos va a proteger.

—¿Y las ventas cómo han estado?

Para hacerle honesto han estado mal.

—¿Padece de una enfermedad crónica?

Como no, tengo insuficiencia renal.

Desde que empezó la crisis, los hijos de este hombre le han pedido que no salga más y se una al llamado generalizado de quedarse en casa. La insuficiencia renal crónica, que le heredó el trabajo en el corte de caña de azúcar, lo hace vulnerable al coronavirus.

“Tengo que trabajar duro para mantenerlos, si me quedo en casa nos comemos lo poquito que puedo recoger y después quedarnos sin nada”, lamenta.

Hay días en que da vueltas por la ciudad de Rivas y recorre 30 kilómetros; y en otros, cuando la venta va mal, se desplaza a otros pueblos, y pedalea hasta 60 kilómetros.

“A veces se me inflaman los pies”, comenta.

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El Estado debe disponer recursos para los pobres

Nicaragua tiene una alta tasa de empleo informal y pobreza. Al cierre de 2019, seis de cada 10 personas estaban en subempleo y por tanto se les dificulta que tomen medidas de distanciamiento social como la cuarentena. Sin embargo, contrario a otros mandatarios de la región, Daniel Ortega no ha diseñado un plan de contingencia para los pobres del país, que evite que se expongan al contagio de coronavirus.

“En otros países donde hay más recursos se está aplicando una política de transferencia a las personas vulnerables y eso es lo que se recomendaría hacer en Nicaragua. Las autoridades deberían hacerles transferencia a personas vulnerables, pobres para que no expongan su salud”, asegura Álvaro López Espinoza, coordinador del Área de Análisis Cuantitativo de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides).

Es una cuestión seria considerando que las finanzas públicas están comprometidas.  “Podríamos disponer de ciertos recursos que podrían salir de diversas fuentes como las Reservas internacionales que están para atender este tipo de emergencias”, agrega el economista del principal centro de pensamiento del país.

Los trabajadores informales que generan ingresos vendiendo en los mercados y calles, o trabajando en servicios domésticos están deprotegidos por el mismo Gobierno. Funides estima que la crisis económica, derivada de la sociopolítica, ha provocado que el 30% de la población vive en situación de pobreza, es decir uno de cada tres nicaragüenses.

“Estar en cuarentena significaría que las personas dejen de trabajar cuando viven de su día a día. Las personas que viven en pobreza viven con menos de 1.8 dólares diarios, que no es suficiente para sufragar gastos de alimentos más sus otros gastos básicos como salud y educación”, considera López.

*Este artículo ha sido producido por Despacho505 y es replicado en La Lupa como parte de un trabajo de periodismo colaborativo.

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