Una de las peores herencias que está dejando Ortega a los nicaragüenses es el odio.
Ha sembrado odio, en primer lugar, en sus fuerzas represivas. En estos días circuló en las redes sociales el video de unos policías, con un joven en el suelo, esposado, indefenso. Comienzan a patearle la cabeza y el cuerpo, incluso uno de ellos se le paró en la cabeza. Otro lo jaló desde atrás, de los brazos, con los brazos atados a la espalda. Una vieja tortura utilizada en la edad media.
El propósito evidente era provocar sufrimiento a la víctima indefensa. Se trata de una escena parecida a la que también vimos cuando capturaron a una pareja de jóvenes profesionales, y en media carretera a Masaya, a plena luz del día y ante todo el que estaba en los alrededores en esa transitada vía comenzaron a patear la cabeza de la joven.
Solamente son algunos ejemplos, entre muchos. Si esto ocurre en la calle, es fácil imaginar las barbaridades que hacen en las cárceles. Cuando hice este comentario en una conversación, uno de los presentes dejó caer una frase aplastante: para un asesino, dijo, no hay diferencia entre matar y torturar. Ni si es de día o es de noche.
Y uno se pregunta ¿Cómo pudo incubarse en estos seres tanta maldad, tanta crueldad, tanto odio?
Pero no solo los uniformados. Los bailes de los enmascarados después de la masacre que perpetraron, revelan también los mismos comportamientos inhumanos. Bailes de muerte. Bailes de odio. Bailes satánicos.
Igual ocurre con las turbas fanatizadas que todavía respaldan al régimen. Sus miradas desorbitadas, sus gestos frenéticos, sus gritos desaforados…Están preñadas de odio. Y ese odio los lleva a ofender, golpear, agredir, amenazar, martirizar.
La profanación de los cementerios. La profanación de los templos. La agresión a las madres de familia. Las agresiones a religiosos. Acciones infames como cortar el agua, la electricidad, impedir el ingreso de medicinas o de atención médica. Y llegar al colmo de encarcelar a jóvenes por el solo hecho de llevar agua y auxilio a las madres.
Pero el remate de tanta brutalidad lo vimos los nicaragüenses con la agresión de que fue víctima la familia Alonso, en León. Brutalidad en todos los sentidos del término. Brutalidad por la forma en que allanaron la casa: a hachazos. Por supuesto, hablar de orden judicial sería una burla. Brutalidad, por el cruel ensañamiento con las víctimas indefensas. Un episodio verdaderamente hitleriano. Y brutalidad en las intenciones. Según los perpetradores, con este acto están doblegando la voluntad de resistencia de la población. No entienden. En su bestialidad no pueden entender que, en lugar de doblegar, más bien redoblan la indignación, el repudio y la voluntad de resistencia del pueblo. Indignación. Repudio. Y también odio.
Es imposible no indignarse ante la brutalidad de estas acciones que solo evocan las jaurías fascistas del nazismo. Indignarse, igualmente, ante los discursos desvergonzados de los cabecillas que promueven y ordenan esta barbarie.
Y aquí es donde radica el mayor problema. La brutalidad de las acciones represivas. El enseñamiento despiadado con las víctimas. Y la soberbia de quienes se creen impunes, son el caldo propicio para que fermenten el odio y la venganza. Y esta es la peor de las herencias que puede legarnos el régimen.
Ortega nos está dejando múltiples herencias perversas. Perversas herencias económicas, como la quiebra de empresas, de todo tamaño, la crisis de la seguridad social, la deuda externa e interna; perversas herencias sociales, como pobreza, desempleo, migraciones, endeudamiento de las familias, angustias frente al futuro; perversas herencias políticas, como la destrucción de la democracia, de la administración de justicia, de las leyes; perversas herencias morales, como la corrupción, la irresponsabilidad, la maldad de sus seguidores; perversas herencias humanas, como dolor y luto en las familias.
La herencia más perversa es el odio.
En distintas oportunidades he señalado que, como pueblo tenemos el apremio de levantarnos sobre la adversidad: Derrotar a Ortega y al orteguismo, es también derrotar la ponzoña de odio que pretende inocular en nuestros corazones.
Sin embargo, después de observar tantos ultrajes, siento que las palabras se ahuecan ante una víctima sobreviviente, o ante familiares de las víctimas de estos comportamientos que solo pueden ser calificados de nazismo.
Solamente la justicia, justicia verdadera para castigar a los criminales, tal vez pueda enjugar, en el futuro, el nefasto legado que está dejando el nazismo orteguista.