Maryórit Guevara, periodista nicaragüense en el exilio: “Estar afuera no garantiza protección”
La directora de La Lupa habla con EFE sobre las amenazas que la llevaron a dejar Nicaragua y cómo ha sido vivir en el exilio
La directora de La Lupa habla con EFE sobre las amenazas que la llevaron a dejar Nicaragua y cómo ha sido vivir en el exilio
La periodista nicaragüense Maryórit Guevara nació en 1980 en el municipio de Jinotepe, en Carazo, por casualidad. Su madre se dedicaba entonces a tareas de alfabetización en esa zona, como integrante del Frente Sandinista. Guevara viene de una familia comprometida política y socialmente con la Revolución Sandinista.
Con una larga trayectoria en medios de su país y de activismo feminista, en defensa del aborto que abolió el régimen de Daniel Ortega, comienza a ser blanco de amenazas contra ella y su familia. En 2018, en medio de las protestas contra el régimen, la periodista abandona Nicaragua junto a su hijo de apenas cinco años. Hoy vive en Mérida (Extremadura, España), donde preside el Movimiento de Mujeres Migrantes de Extremadura y dirige el diario digital feminista La Lupa.
Con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa, que se conmemora este 3 de mayo, EFE entrevista a Maryórit Guevara, quien ha perdido todo lo que construyó en su país tras años de trabajo.
Yo trabajaba como periodista voluntaria en un medio digital que acababa de nacer, ‘Artículo 66’. Allí, hacíamos un programa en Youtube, crítico y satírico, sobre la política nacional. Hicimos un trabajo sobre la quiebra al Instituto Nicaragüense de la Seguridad Social y, al surgir las protestas, ese vídeo de casi una hora se populariza y circula a gran escala. Eso nos pone en el foco de personas y grupos políticos que estaban atacando a cualquier voz crítica.
Nosotros seguimos haciendo vídeos. En ese contexto, empiezan las amenazas contra el periodismo y contra quienes teníamos una voz crítica. Yo había hecho una gran carrera en el diario La prensa, el periódico Hoy, El Nuevo Diario, medios que ya no existen en Nicaragua porque han sido confiscados y robados por la dictadura de Daniel Ortega.
Además, yo era una activista feminista, defensora de los derechos de la mujer, contra la violencia y en defensa del derecho de familia. Tenía un espacio personal donde reclamábamos los derechos de las mujeres. Todo eso se hizo un paquete y nos pusimos en la mira, comenzaron a llegar amenazas de quemar mi casa, de violarme, de matarme a mí y a mi hijo.
Yo tengo un niño de diez años. Esto ocurre cuando él recién había cumplido cinco años. La primera medida que tomé fue abandonar la casa porque divulgaron mi dirección en redes sociales. Recibimos apoyo de organizaciones y retornamos a la vivienda. Mi hijo era muy pequeño y era muy complicado para él procesar la situación.
Luego, comenzaron no sólo a amenazar. Al inicio de las protestas habían asesinado a un periodista, nos habían atacado, nos habían violentado. La escala iba a un mayor grado y, en diciembre de 2018, ya habían confiscado medios de comunicación, como 100% noticias y Confidencial. Ya había periodistas presos. Mi familia estaba en el foco, todos éramos señalados de terroristas, de traidores, de agentes de la CIA. Entonces, mi familia me solicita que salga del país. Yo salgo un 24 de diciembre de Nicaragua rumbo a El Salvador y un 31 de diciembre salgo de El Salvador para acá.
Esto ocurre en 2018, cuando se inicia la crisis (protestas contra el Gobierno). Entonces la sangre no había llegado a las calles, había un paquete de leyes y decretos para reprimir a la ciudadanía que se habían ido gestando contra la democracia, la movilización y la libertad de prensa.
Quien se dio a la tarea de publicar y llamar a otras personas para que atacaran mi vivienda es un grupo fanático del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que es el partido de Gobierno, el que lidera Daniel Ortega y Rosario Murillo. Ese grupo de personas que llamaban por las redes sociales a atacarme, no sólo lo hacían contra mí, sino contra todos los y las periodistas.
Y hasta la fecha, no hay una persona de las que nos atacaron, agredieron y que mataron a nuestro compañero Ángel Gaona que esté procesada o judicializada, ni siquiera hay indicio de investigación.
Al contrario, se ha desnacionalizado a periodistas, se les ha expulsado de Nicaragua, se les ha desterrado y se les ha confiscado sus bienes.
El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo es misógino. No ahora, ellos ya atacaban al movimiento feminista al que yo pertenezco, nos bloqueaban cuando íbamos a las movilizaciones el 8 de marzo o del 25 de noviembre. Habían criminalizado a las defensoras del derecho al aborto. Este mismo Gobierno, cuando regresó al poder en 2007, negó, junto a otros poderes, el derecho al aborto que habíamos tenido y que había estado permitido.
Lo que vemos, lo que vimos y seguiremos viendo en la dictadura es un ataque misógino contra las mujeres; y no podemos obviar que Daniel Ortega es un violador, un hombre que ha sido señalado por su hijastra, Zoilamérica, de haber abusado sexualmente de ella y nunca hubo un proceso judicial.
Hay un alto nivel de impunidad en los delitos contra las mujeres. En Nicaragua, la violencia de género se trata como un problema de familia y privado. Eso enaltece la unión familiar sobre la vida de las mujeres como política de Estado.
Todo esto da una idea de a lo que nos enfrentamos las mujeres, no sólo las periodistas, porque también se ensañaron con las presas políticas. El régimen se ha encargado de borrar todo tejido asociativo, de las organizaciones que trabajaban en la defensa de los derechos y de la vida de las mujeres.
En Nicaragua, hay aproximadamente 75 femicidios al año y altos niveles de impunidad que no hay quién lo denuncie. ¿Por qué? Porque hay persecución tanto a quienes están todavía dentro como a quienes estamos fuera, porque estar afuera ya no es garantía de protección.
Nadie. Yo llego a España con mi maleta y mi hijo, nada más. Acá tenía referencias de otros colegas periodistas que habían salido de Nicaragua, ellos me orientaron sobre dónde ir, cómo presentar la solicitud de asilo y ese tipo de gestiones. Intenté, en un primer momento, entrar al programa de apoyo al refugiado, pero no fue posible.
Gracias a otra compañera, feminista nicaragüense, que también estaba en España, contacté con una pareja de españolas, a quienes agradeceré toda la vida. Miriam y Cristina nos abrieron las puertas de su casa en Aldeanueva de la Vera (Extremadura). Fue un 6 de enero, el día de Reyes de 2019. Allí estuvimos entre tres y cuatro meses, hasta que logramos entrar al programa de apoyo al refugiado.
En Nicaragua he dejado una vida. Nosotros acá estamos rehaciendo nuestra vida, iniciando procesos, porque no imaginas qué significa no tener la documentación en España. Las personas migrantes, por muy exiliadas que seamos, en la calle, siempre somos migrantes, vistas desde una lectura racista la mayoría de las veces. En ese sentido, he tenido que comenzar de cero.
Pero he tenido suerte, por llamarlo de alguna forma. Obviamente, la situación no es la misma en España que en Nicaragua, pero he podido crear una organización, el Movimiento de Mujeres Migrantes de Extremadura (Las Migrantas), del que soy presidenta. Esto nos ha dado un impulso para continuar en nuestra defensa de los derechos, aunque ahora más enfocada en las migraciones, porque nos reconocemos como personas migrantes.
En Nicaragua dejé mi casa y a mi madre, solo traje tres maletas y a mi hijo, afortunadamente, porque otras mujeres ni siquiera han logrado sacar a sus hijos.
Allí sigue la represión, por eso tengo mucho cuidado, mi madre todavía está allí y todavía la dejan salir del país. Hay gente que no le permiten salir, les han despojado de sus partidas de nacimiento y sus pasaportes. Mi madre ha podido venir a visitarnos. Ya no tengo hermanos en Nicaragua. Somos seis hermanos y los seis hemos salido. A algunos, cuando han intentado visitar Nicaragua, se les ha notificado desde la línea aérea que no podían entrar al país.
El Gobierno de Nicaragua no permite el ingreso a determinadas personas, entre ellas, a algunos familiares míos.
Yo no estoy en la lista de periodistas a los que se les ha despojado de la nacionalidad. Yo, en este momento, tengo una residencia por protección internacional en España que caduca en 2025. Estamos haciendo los trámites para la nacionalidad porque lamentablemente no tenemos documentación nicaragüense que no esté caducada, el pasaporte caducó, la cédula de identidad también, y no hay posibilidad de ir al Consulado a renovar los documentos. Además, es un riesgo porque tenemos todavía familiares en Nicaragua, y podrían ensañarse contra ellos. Estamos en el trámite para la nacionalidad española y esperando fecha para el juramento.
Soy técnica de Igualdad en la asociación de mujeres Malvaluna y de ahí viene mi ingreso económico. Además he fundado el Movimiento de Mujeres Migrantes, que no me genera ingresos pero es donde hago mi activismo. También trabajo en La Lupa por las tardes, que es el medio de comunicación que fundé el primero de marzo de 2019, cuando llegamos a España, para combatir el dolor e impotencia. Allá, en Nicaragua, siguen pasando cosas.
Pero el trabajo de periodista en el exilio es precario. El periodismo se hace en la calle, hablando con la gente, yendo a los lugares, lo que me supone una doble dificultad en ese sentido, porque no estás ni siquiera en tu país, estoy muy lejos de Nicaragua, con otro horario, con otras culturas, ni siquiera estoy en América Latina.
Este trabajo no da para vivir, ni a nosotras ni a la mayoría de quienes hemos fundado un medio en este contexto. Pero nos alegramos de que, después de lo ocurrido en Nicaragua en 2018, muchos periodistas, hombres y mujeres de prensa, hayamos optado por crear plataformas digitales. Eso ha supuesto, de alguna manera, luchar contra el cerco de censura impuesta por la dictadura.
En Nicaragua, ya no hay ningún medio impreso, desaparecieron. Por eso, una de las cosas positivas es la creación de todas estas plataformas, aunque la gran mayoría de colegas periodistas tienen condiciones precarias, salarios muy bajos y además no estás cotizando, no vas a tener una jubilación, ni vacaciones, todo lo que establece la Ley. Se suma que vivimos en países más caros que Nicaragua. Si somos mujeres se añade la problemática de los hijos sin redes de apoyo.
Somos seis periodistas, pero no todas tenemos ingresos. Lanzamos hace poco una campaña de crowdfunding para sostenernos. Ser una plataforma de periodismo con perspectiva de género implica tener ingresos para todas (aunque por ahora no es posible). No podemos precarizar y no respetar los derechos de los y las trabajadoras aún estando en este contexto. La única que se puede permitir trabajar sin salario soy yo, pero no mis compañeros y compañeras.
En La Lupa trabajan seis personas, la gran mayoría está en Costa Rica, son colegas con experiencia en el periodismo nacional de Nicaragua. [Se omite parte de la respuesta para evitar problemas de seguridad al equipo de La Lupa]
Yo soy una de las personas más fatalistas últimamente. Sí quiero volver a mi casa y a Nicaragua, pero no va a ser posible. Mi casa no era todavía mi casa [estaba hipotecada], he querido venderla para no perder dinero, pero tenemos que estar en el país para hacerlo. Esta es otra estrategia de la dictadura frente a la cantidad de personas que ha salido del país debido al conflicto. Entonces ya no voy a poder volver a mi casa y es una de las cosas que más me duele, porque en un país como Nicaragua tener una casa, ir pagándola con tu trabajo, es un sacrificio enorme.
No sé cuánto va a durar esta dictadura, pero sé que vamos a volver, que vamos a reconstruir Nicaragua, que nos vamos a reencontrar todas las que hemos salido. Vamos a hacer que Nicaragua salga adelante de nuevo, esta es la meta. Lo que nos mantiene trabajando en La Lupa, con o sin remuneración, es esa creencia, esa fe que tenemos de que vamos a volver.
Estamos seguras de que vamos a volver porque la dictadura de ese par de delincuentes –como decimos nosotras– no es para siempre. Aquí ya no hay neutralidad, ni queremos que la haya. Ante situaciones como la de Nicaragua, y de muchos países donde las violaciones a los derechos humanos llegan al nivel de Nicaragua, nosotras, como periodistas, no nos podemos quedar en medio diciendo ‘este sí y este no dice la verdad’. Lo que necesitamos es que Nicaragua vuelva a ser un Estado democrático y que esta dictadura termine. Y sí creemos que va a pasar…