La represión de Ortega y Murillo: “evidencia de su debilidad”, advierten opositoras

“Aquí todos somos Daniel”, repitió Daniel Ortega durante el acto oficial del 19 de julio de 2025, una actividad que dejó al descubierto el deterioro físico y mental del dictador, y que muchos interpretaron como una despedida política disfrazada en el grito desesperado de continuidad de su régimen.
“Por eso es que no se les ocurra que, en otra etapa de nuestra historia, saldrá otro nicaragüense que no tendrá el pensamiento, el compromiso, el principio que se lo heredamos nosotros —señaló Daniel Ortega aludiendo a la idea de una continuidad del régimen—. Ustedes, muchachos, yo, le hemos heredado ese principio y lo llevamos en nuestro corazón, en nuestra conciencia. Y es el principio que aquí nos dejó, en el corazón, en el alma, nuestro general Sandino, cuando le dijo a los yankees: ‘Ni me vendo, ni me rindo’”.
Para algunas, fue una frase que buscaba proyectar unidad; para otras, una confesión explícita del anhelo de perpetuarse en el poder mediante una narrativa simbólica centrada en Sandino, que cada vez resulta menos creíble en un país que vive en dictadura.
“Yo creo que esas son sus aspiraciones: la continuidad en el poder. La evidencia está en su discurso y en los actos más recientes, como el asesinato de (Roberto) Samcam, lo que revela un temor real del régimen hacia los nicaragüenses que tenemos voz propia, capacidad crítica y que seguimos demandando justicia, libertad y democracia para Nicaragua”, explicó a La Lupa la exdiputada y politóloga, Edipcia Dubón.
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“O sea, yo creo que cada vez que la represión en el país aumenta es resultado y evidencia de la debilidad, de la incapacidad, de que sea por voluntad propia que la ciudadanía esté con el régimen —subraya Dubón—. Más bien, cada vez que hay más represión, para mí la evidencia es de debilidad para el régimen”.
Custodiado por enormes filas de policías y protegido por una gran barrera policial, Ortega apareció ante un público cuidadosamente filtrado, mientras el país era sacudido por una nueva ola de represión, como la cacería policial en Jinotepe, Carazo, que dejó al menos ocho detenidos en los días previos al 19 de julio.
La jornada del 19 de julio evidenció el aislamiento, el miedo y la debilidad de un régimen que ya solo se sostiene por la fuerza, afirmó la exguerrillera y excarcelada política, Dora María Téllez, quien no dudó en calificar la aparición pública de Ortega como la escena de un dictador en decadencia.
“Ortega llegó flanqueado por dos enormes líneas de policía y además con unos escoltas especiales portando mamparas antibalas, iban lado a lado. Eran más las filas de policías que las de personas saludándolo”, señaló Téllez.
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A su juicio, el acto evocó la última presentación pública de Anastasio Somoza. “A mí me recordó mucho el último acto de masa de Somoza… apareció en una vitrina blindada, igual como iba Daniel Ortega, con unos blindajes portátiles. Y entonces Somoza dijo aquel famoso discurso: ‘Ni me voy ni me van’, más o menos la misma tónica que exhibió Ortega”, manifestó la exguerrillera.
Para Téllez, la frase de “todos somos Daniel” es un símbolo desesperado de un régimen que sabe que se le acaba el tiempo. “Él sentía, por alguna razón, en este acto de celebración, como una despedida (…) después habla del principio que está heredando y ahí mostró un temor a la muerte y una despedida”, señaló.
Esa soledad del poder también fue destacada por Dubón quien observó el estado físico y mental del dictador como una señal clara del desgaste. “Obviamente la edad pesa, se hace evidente que el tiempo no pasa de balde en su condición física. Tiene dificultades de movilidad, dificultades de articulación, es repetitivo, y su discurso siempre es sobre lo mismo, lo que denota un poco de senilidad”, dijo Dubón.
Sin embargo, independientemente de su incapacidad física, “sigue teniendo capacidad de ejercer poder. Y el poder que ejerce, pues, es dañino, es perverso, es malo”, puntualizó Dubón.
Ambas opositoras coinciden en que el verdadero sostén del régimen ya no es político ni ideológico, sino estrictamente represivo. La reciente redada en Jinotepe, donde fueron detenidas ocho personas —entre ellas un pastor evangélico— confirma la lógica del miedo que impone el aparato estatal cada vez que se aproxima una celebración en el país.