Estado: El principal agresor contra las mujeres
La investigación “Quebrar El Cuerpo, Quebrar El Alma” revela cómo la crisis sociopolítica y la pandemia de COVID-19 incrementó la violencia contra las mujeres.
La investigación “Quebrar El Cuerpo, Quebrar El Alma” revela cómo la crisis sociopolítica y la pandemia de COVID-19 incrementó la violencia contra las mujeres.
La convergencia de la crisis sociopolítica, la pandemia de COVID-19 y la crisis económica ha generado nuevas formas de violencia contra las mujeres, revela la investigación «Quebrar El Cuerpo, Quebrar El Alma«, realizada por la socióloga y directora del Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica (CETCAM), Elvira Cuadra que, además deja en evidencia que el Estado es el principal pertetrador de esta violencia.
“El hallazgo fundamental de la investigación se resumen en su título “Quebrar El Cuerpo, Quebrar El Alma”, porque todas las violencias, ya sea directa, física o sexual, tienen el propósito de hacer que las mujeres sufran y sientan en sus cuerpos el castigo de los hombres, y que se subordinen a ese sistema de dominación que está establecido en la sociedad”, expresa Cuadra.
La investigación realizada con 60 mujeres nicaragüenses que viven dentro y fuera del país, analiza cómo las formas de violencia contra las mujeres se dinamizaron en 2018 y 2019, particularmente la violencia política, y cómo estas violencias se acentuaron con la pandemia de COVID-19.
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De acuerdo con Cuadra, las violencias surgidas por esos dos contextos son multidimensionales y abarcan todos los ámbitos, desde los espacios domésticos hasta lo público.
Una de las principales es la profundización de la violencia sistémica, que tiene que ver con la propagación de sistemas de creencias machistas, formas de pensamientos violentos, estereotipos y papeles tradicionales de género, que luego se traducen en actitudes y comportamientos.
Según la investigación, hay una serie de elementos ideológicos que justifican, naturalizan y contribuyen a reproducir esos patrones de violencia contra las mujeres. “O somos las mujeres abnegadas que atienden a sus familias, que trabaja y cuida de los niños; o la mujer que se resiste y se revela, y entonces somos diablos”, expresa Cuadra.
La socióloga señala que esa idea incrementa el contexto de violencia, incertidumbre, oportunidades limitadas, familias divididas y ha empujado a las mujeres a apoyar los sueños y proyectos de otras personas, en vez de los propios.
Otra de las violencias más presentes en este período ha sido la violencia institucional ejercida desde el Estado, a través de la omisión de la aplicación de la ley.
Cuadra indica que el régimen Ortega-Murillo tiene una voluntad expresa de no desarrollar políticas públicas que aseguren el cumplimiento de los derechos de las mujeres, su protección y la prevención de la violencia. Sino que hace todo lo contrario, es decir, niega el acceso de las mujeres a la justicia y realiza acciones que las vulnera.
Esto tiene como resultado la violencia directa, que se manifiestan en los incrementos de los femicidios e intentos de femicidios, y en el incremento de la violencia sexual, que afecta con mucha fuerza a niñas y adolescentes.
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Según Cuadra, varias de las violencias son dirigidas específicamente a ciertos grupos de mujeres, que son ejercidas por el Estado o por los hombres agresores, que tienen como propósito “castigar a estas mujeres como una lección para todo el resto de la sociedad”.
“Por ejemplo, las mujeres feministas han vivido durante este tiempo campañas de estigmatización, violencia digital, violencia simbólica, mientras que otras formas de violencia las han experimentado las mujeres indígenas, afrodescendientes, mujeres LGBTIQ+, las ciberactivistas, las mujeres periodistas, defensoras de derechos humanos”, explica.
Un reflejo de esta violencia dirigida son las 21 presas políticas, quienes están privadas de libertad y son objeto de tortura por haber realizado un activismo cívico y haberse opuesto a las acciones violatorias de derechos humanos del régimen Ortega-Murillo.
El impacto de todas estas violencia es “enorme e incalculable”, porque sus secuelas no quedan únicamente a nivel físico, sino que involucra toda una serie de secuelas psicológicas y emocionales; un estado constante de incertidumbre y de temor; la migración forzada de miles de mujeres que son obligadas a desplazarse por motivos políticos o económicos, que deben dejar a sus hijos e hijas a cargo de otras personas, y que pierden sus redes apoyos en todo ese proceso.
“Las consecuencias son graves y muchas veces no se pueden medir. Una participante me decía que los efectos de la pandemia todavía están presentes, y que ha afectado a las mujeres de una manera que todavía no conocemos, porque no hay estudios ni internacionales ni nacionales. Especialmente porque el tratamiento de la pandemia en Nicaragua fue diferente”, señala.
Las mujeres participantes de la investigación manifestaron que el Estado al no hacerse cargo de la pandemia, fueron ellas desde sus hogares las que asumieron la emergencia sanitaria, al realizar el confinamiento voluntario, atender a las personas enfermas y sostener las cargas emocionales de sus familias.
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“Esos efectos de la crisis sanitaria siguen calando en las mujeres hasta hoy en día”, indica Cuadra. “Mientras que la crisis migratoria, que yo llamo desplazamiento forzado, afecta de manera profunda a las mujeres. Una de las participantes nos dijo “la vida está en una maleta”, eso significa que las mujeres viven siempre en la incertidumbre”, expresa.
Por su parte, la investigación resalta la enorme capacidad de resiliencia y de resistencia de las mujeres, pues estas insistieron recurrentemente en las pequeñas desde el ámbito doméstico hasta en el ámbito laboral, público y político.
“Las mujeres se ven como protagonistas del cambio que está transcurriendo en Nicaragua y quieren que se les reconozca ese papel de protagonismo”, señala Cuadra.
La investigación «Quebrar El Cuerpo, Quebrar El Alma» está dedicada a las 21 presas políticas, que se encuentran en condiciones inhumanas en diferentes cárceles del país, y resalta su compromiso con «las mujeres nicaragüenses que han experimentado, y siguen experimentando, diferentes formas de violencia dentro y fuera del país».