El dolor de las familias de los migrantes
Entre la incertidumbre y la soledad viven la ausencia de sus familiares que migraron al extranjero por motivos de seguridad o económicos.
Entre la incertidumbre y la soledad viven la ausencia de sus familiares que migraron al extranjero por motivos de seguridad o económicos.
Juana tiene 47 años y su vida ha sido marcada por la migración. Desde joven migró a Costa Rica donde trabajó por cinco años para mantener a su hijo mayor. Con el tiempo regresó a Nicaragua y se casó. Procrearon a dos hijos: un niño y una niña, cuando estos tenían 3 y 2 años respectivamente su marido migró a Estados Unidos, desde entonces han pasado 15 años.
Tiempo en el que ha tenido que soportar las burlas de su comunidad y familia sobre «el abandono» de su pareja desde el punto de vista marital, porque económicamente él no se ha deslindado. Pero, ella dice que ese duelo lo lleva en silencio y soledad, lo ha disimulado enfocando su vida en la crianza de sus hijos desde una comunidad en Teustepe, Boaco.
Pero hace dos años su mundo se volvió a tambalear. Su hijo mayor que en ese entonces tenía 20 años decidió migrar. Una decisión que para ella no era grata porque significaba perderlo de alguna manera. Estados Unidos era el destino. En el primer intento por cruzar la frontera mexicana estadounidense fue deportado. Y fue en el segundo intento que logró el llamado «sueño americano».
«Para mí fue lo más difícil que pude pasar, porque se fue por el desierto. Cuando estaba en México le dió el coronavirus y casi se me muere. Fue casi un mes que se llevó mi hijo mayor para llegar a Estados Unidos», dice Juana.
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Durante ese tiempo, ella se enfermó de los nervios, presión arterial y depresión. Esos padecimientos se volvieron crónicos. La fe y el apoyo de la familia fueron primordiales en esa etapa de su vida. La herida que dejó la migración de su hijo mayor no terminaba de sanar cuando su segundo hijo decidió irse para donde su papá en Miami.
Justo cuando cumplió los 18 años también abandonó Nicaragua, esta vez dice que se sentía más sola. Solo su hija quedó con ella. Han pasado cinco meses desde ese viaje que duró 20 días, pero que para ella fue una eternidad.
«Yo me puse muy mal de los nervios, se me alteraban mucho a tal punto que me desmayaba. Durante ese viaje yo no tuve paz. Aún no la tengo porque aunque yo hable por videollamadas y me digan que están bien yo siento ese vacío en mí. Lo que hago es que cuando me dan ganas de llorar, lloro y solo así siento un poco de alivio», dice Juana.
Esa nostalgia en su día a día, el vacío que dejaron sus hijos en su casa y la carencia del calor humano que es necesario en las personas no serán reemplazados por nadie. Pero tiene el consuelo que algún día ella podrá visitarles y además que todos los días hablan por videollamadas.
Leticia no tiene la certeza de que si su marido está vivo o muerto. Él salió desde Nicaragua, rumbo a Estados Unidos en febrero de este año. La última comunicación con él fue a finales de ese mismo mes cuando supuestamente iba por el paso de Piedras Negras en México cerca de cruzar la frontera hacia Estados Unidos.
Desde entonces, no hay señales de su esposo. Han pagado para investigar su paradero, pero ha sido en vano. No logran evidencias de su caso. Ella, en Carazo no pierde las esperanzas de obtener alguna información. Mientras tanto continúan trabajando como operaria en una zona franca para mantener a una niña de dos años que procrearon juntos.
«Siempre que suena el telefóno tengo la ilusión que son noticias suyas. Todos los días me levanto con esa esperanza de que llamará. La niña me pregunta por él y yo solo le digo que anda trabajando. Pero en mis adentros eso me destroza, porque ni yo misma tengo la certeza de lo que ocurrió», relata Leticia.
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A la fecha no les han pedido recompensa por él y tampoco hay registros de fallecidos con las caracteristicas de su marido. Él era bombero voluntario de Carazo y el costo del viaje era asumido por un tío. Si bien, Leticia no ha asumido la deuda que significa ese viaje, está pagando el costo de la angustia que representa en su salud mental la falta de noticias de su marido.
Y es que la migración por rutas irregulares exponen a su usuarios a riesgos extremos, últimamente los medios nacionales publican noticias sobre la muerte, extorsiones y accidentes donde nicaraguenses son víctimas.
Tanto Juana como Leticia están claras que desde el momento que sus familiares salieron de casa, era una forma de decirles adiós con el temor de no volver a verlos. Juana los aprecia por el celular, mientras que Leticia ve el celular con la esperanza de que entre esa llamada y al menos poder escucharlo.
Economistas y sociologas consultados por La Lupa, han mostrado su preocupación sobre el efecto social que marcará la migración en Nicaragua porque resulta una amenaza a la estructura familiar e identidad de los niños, niñas y jóvenes de ahora, lo cual tendrá un efecto rebote en la sociedad que tendrá Nicaragua a mediano plazo.
México, el paso obligatorio para los migrantes que viajan de forma irregular se ha convertido en otro destino para los nicaragüenses.El efecto de la crisis sociopolítica de 2018 se reflejan en el aumento de atenciones de Casa Refugiados México. En 2019 atendieron a 107 nicas que solicitaron refugio en el país azteca. En lo que va de este año, 31 nicas son solicitantes de asilo, de las cuales tres son mujeres, 18 hombres y siete son menores de edad.
La especialista en temas de migración Paulina Mancebo, responsable de monitoreo y evaluación de Casa Refugiados en México, señala que los motivos principales de solicitud de asilo es que en su país de origen han perdido las condiciones básicas como son la seguridad y por razones económicas. Además, que algunos no continúan su ruta hacia Estados Unidos porque no ven clara una ley que les permita la regularización migratoria.
Los nicas que migran son más hombres jóvenes. En el caso de las mujeres son menos proporción pero en su mayoria van en compañía de sus hijos.
“La migración femenina se marca porque muchas de ellas viajan con hijos. Pero la podemos enmarcar en dos grandes grupos: mujeres con intenciones de trabajar en otro país, y mujeres que van en proceso de reunificación familiar, es decir, que la pareja ya se asentó ya sea México o Estados Unidos y las mujeres hacen la ruta migratoria para reunificar el núcleo familiar, esto es posible cuando hay un proceso de refugio en México”, agrega Mancebo.