Solo levantarse de la cama representa un reto para “Isa”. La depresión con la que lidia hace años le impide realizar actividades que son sencillas y comunes para otras personas, pero que para ella implican un gran esfuerzo. La tristeza y la ansiedad la acompañan en todo lo que hace, haciendo difícil la realización de cualquier tarea.

Ella dice que para poder levantarse e ir a clases, simplemente se eleva y se alista sin pensarlo, si no va a estar encamada todo el día. Pues, los días en que cancela todo lo que tiene que hacer debido a una crisis emocional, no son excepciones.

“La depresión este año se volvió más fuerte. Estoy pasando las clases de arrastre, ya que me afecta más en los estudios. Hay días en que no quiero hacer nada, y no es que no quiera, es que no puedo. La depresión siempre me ha afectado en mi funcionalidad”, expresa la joven de 20 años.

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Isa lleva luchando con este trastorno psicológico desde hace años, siendo unos momentos más fuertes que otros. Según ella, su primer episodio depresivo lo tuvo en la adolescencia, a los 13 años, producto de situaciones de bullying que había vivido en la primaria.

“Desde muy pequeña sufrí bullying, desde el primer grado. Es algo que me afectó y lo hablé hasta los 13 años. Me hacían burla por ser distraída, pero en realidad estaba disociada porque no podía soportar esa realidad tan hostil. Desde ese entonces tuve los primeros pensamientos suicidas”, relata.

En cada cuadro depresivo que Isa ha atravesado, no solo ha tenido que lidiar con los sentimientos aplastantes de la tristeza y la desesperanza, también ha tenido que luchar con pensamientos suicidas. Pensamientos como que su vida no vale nada o preguntas sobre por qué sigue viva, rondan por su mente cuando se encuentra en una crisis.

Cuando Isa le confesó a sus padres cómo se sentía y les describió las situaciones de bullying que vivía en su colegio, comenzó a recibir terapia psicológica.

“Mi entorno familiar fue algo que me ayudó. Yo sentía un refugio en mi casa y en mis padres. Amortiguó que mis padres nunca me ofendieron y no alimentaron esos pensamientos de que yo no valía nada”, expresa.

2018, detonante de crisis psicológicas

Así, Isa estuvo acompañada de diversas psicólogas y de algunas psiquiatras. Sin embargo, la depresión era una constante en su vida. Cuando ocurrió la crisis sociopolítica en 2018, las cosas se volvieron peor. Debido a la persecución policial, ella y posteriormente su hermano tuvieron que migrar.

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“En 2018 fue horrible. No me acuerdo de nada porque pasé en estados disociativos bien fuertes. Entre abril y agosto de 2018 no me acuerdo de nada. Estaba muy estresada al punto que me dejó de bajar la regla. Tuve que exiliarme un tiempo”, recuerda.

La crisis que atravesaba el país borró cualquier rastro de avance para su bienestar emocional, y le afectó al año siguiente cuando entró a la universidad en 2019.

Con una alta tensión en la Universidad Centroamericana debido al acoso policial, y un ambiente de angustia en su hogar causado por el contexto, la depresión y ansiedad de Isa se empeoró, afectándole principalmente en las clases.

“Yo dejé todas las clases del primer cuatrimestre. Había una situación familiar en la que mi hermano tuvo que exiliarse y mis papás tenían miedo de la policía. Tenía mucha ansiedad y angustia, y no rendía en clases”, señala.

Además de batallar con su estado emocional, muchas veces se ha tenido que enfrentar a los mitos alrededor de la depresión, que son infinitos en la sociedad nicaragüense. Según ella, la salud mental todavía sigue siendo un tema que la gente no comprende y minimiza.

 “Si bien he tenido apoyo de mis padres, a veces piensan que soy perezosa cuando no me quiero levantar de la cama. Como nací en un contexto religioso, a veces piensan que la gente que tiene depresión es porque está alejada de Dios o es gente que quiere llamar la atención”, manifiesta.

Expresiones como “yo pasé por cosas peores y no tengo depresión”, “la gente que se suicida es débil”, son comunes en el país. Pero responden a la falta de conocimiento sobre las problemáticas relacionadas a la salud mental, que en Nicaragua está sumamente afectada.

Actualmente Isa continúa con terapia, aunque reconoce que sigue afectada por la depresión, considera que durante todo este tiempo ha tenido aprendizajes que le han permitido atravesar la enfermedad.

“Siento que he aprendido a poder exteriorizar todos los dolores, y creo que ese es el inicio de un proceso de sanación. Pasé toda mi infancia reprimiendo todo, me sentía como una olla de presión. Ahora he aprendido a ser más abierta”, reflexiona.

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De la mano con la terapia, el apoyo de sus padres y de sus amigas le han ayudado a superar la ansiedad social y a contenerse a sí misma en momentos de crisis. Su mensaje a las personas que atraviesan una situación similar es que pidan ayuda.

“Si algo he aprendido es que esto no viene conmigo, sino que es algo que lo puedo cambiar”, declara.

Salud mental está en declive en Nicaragua

En Nicaragua se registran 208 suicidios solo entre enero y junio de este año, según el Mapa Nacional de la Salud del Ministerio de Salud (Minsa). Actualmente el suicidio se encuentra en el puesto número 12 dentro de las causas de defunciones en el país, aumentando las cifras todos los años.

Según datos del Anuario Estadístico 2021 de la Policía Nacional, el año pasado cerró con 390 suicidios, 46 suicidios más respecto al año 2020. Es hasta ahora la cifra más alta registrada anualmente en la historia del país.

Mientras que desde el 2007 hasta el 2021 se acumulan 3,641 suicidios, sin sumar los de este año reportados por el Minsa.

Las cifras de suicidio son solo una muestra del estado de la salud mental en el país, pero en Nicaragua no existen las condiciones para decir que la salud mental es un derecho que se garantiza, establece la psicóloga “Anahualt”, quien acudió a este seudónimo debido a la persecución de la dictadura Ortega-Murillo.

“Hace falta muchísimo para poder decir que la salud mental es un derecho en Nicaragua. El acceso a un espacio terapéutico es dificilísimo. Sí hay espacios públicos donde podés ir en la atención primaria, pero la frecuencia con que se dan las citas es una vez cada tres meses. Pero para una persona que está en crisis, una vez cada tres meses ya tuvo un intento suicida”, expresa.

Pese al creciente número de suicidios e intentos suicidas, el Minsa no cuenta con un plan de prevención del suicidio. De hecho, palabras como “salud mental” o “prevención del suicidio” son raramente mencionadas en el Plan Plurianual de Salud.

En Nicaragua tampoco hay información pública sobre los programas de atención a la salud mental, el dinero que se les invierte y su efectividad.

La última vez que reveló el Minsa cuánto dinero se destina a la salud mental en el país fue en 2015, con solo el 0.8 por ciento del presupuesto anual de salud, es decir, 86.7 millones de córdobas.

La psicóloga “Anahualt” indica que es fundamental la creación de programas de prevención del suicidio y el incremento del porcentaje destinado a la salud metal, para combatir esta problemática.

“Se necesita mayor recursos y mayor personal para dar abasto. Es necesario que se incremente el porcentaje destinado a la salud mental. También es necesario hacer campañas desde las escuelas, instituciones, medios de comunicación. Hay que hablar del tema y atenderlo”, precisa.

Estigmatización, el mayor enemigo

Además del abandono estatal sobre este problema, la población nicaragüense tiene muchos mitos alrededor de la salud mental, el suicidio y las enfermedades mentales, siendo una de las más comunes la depresión.

La depresión se trata de un trastorno psicológico que perjudica el estado de ánimo, y que tiene alta incidencia en los suicidios e intentos de suicidios, de acuerdo con la psicóloga “Anahualt”. Según la OMS, 1 de cada 4 personas ha padecido depresión en su vida.

Este trastorno psicológico tiene serias afectaciones en todas las áreas de la persona que la padece: en las relaciones sociales, salud física, conducta, cotidianidad, trabajo, estudios, entre otros.

Al igual que Isa expresó en su testimonio, las personas con depresión suelen estar tristes, cansadas, sin interés en las actividades que antes les gustaban, con alteraciones sueños o en la comida, entre otros síntomas.

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Además, las personas afectadas no pueden acceder a la gestión emocional, lo que empeora la situación. «Si la persona tenía herramientas para el manejo de la tristeza o el enojo, se vuelven nulas. Y las personas comienzan a pensar que no sirven para nada y que su vida no tiene sentido», explica “Anahualt”.

Sin embargo, como se trata de una enfermedad “invisible” que no se manifiesta físicamente, las personas no la reconocen como algo real y sobre todo, como una enfermedad peligrosa que si no se trata, puede llevar al suicidio.

La gente piensa que la depresión es un estado anímico escogido por la persona, o es un estado transitorio de un día. Se minimiza mucho y hay mucha estigmatización. La gente dice “tenés depresión porque querés, no le echas ganas”, como si las personas con depresión decidieran estar así, pero no es así”, indica la psicóloga.

Las personas no pueden decidir tener depresión, ya que se trata de un trastorno psicológico que crea desbalances químicos en el cerebro, y mantiene a la persona deprimida. Por eso, cuando se considera recomendable, las personas afectadas además de tener un acompañamiento psicológico, también tienen un acompañamiento psiquiátrico.

“Pese a las creencias de la gente, tener depresión no es estar loco, ni ir al psicólogo o donde un psiquiatra”, aclara “Anahualt”.

Hay que hacer prevención desde la comunidad

Frente al constante aumento de los suicidios, es necesario crear prevención desde la comunidad, para identificar a las personas en riesgo y ayudarlas a atravesar esa crisis emocional.

“Cuando una persona es validada es probable que pida ayuda y que diga cómo se siente. Ya que cuando las personas tienen depresión, tienen mucho miedo a ser criticadas, juzgadas o de ser tachadas de locas”, explica Anahualt.

En el libro Manejo del Suicidio creado por la colectiva de psicólogas Sanar, se brindan las siguientes recomendaciones para acompañar a personas en riesgo de suicido:

1. Hacer sentir acompañada a la persona.

2. No culpabilizar.

3. Expresar apoyo y compresión

4. Preguntar cómo se puede ayudar

5. Tener a mano contactos de emergencia

6. Respetar el espacio personal

7. Permitir que la persona se exprese libre y sin miedo a juicios.

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