Comedia, teatro y cabaret: El arte feminista para reír y denunciar
La Lupa entrevistó a tres artistas feministas que utilizan el activismo y el arte para exponer injusticias y transformar realidades.
La Lupa entrevistó a tres artistas feministas que utilizan el activismo y el arte para exponer injusticias y transformar realidades.
Desde Chile a Nicaragua, La Lupa entrevistó a tres artistas que a través de diferentes tipos de artes han expuesto su activismo, han defendido derechos humanos y han denunciado injusticias sociales, pero también han creado nuevas narrativas, han reído y disfrutado con su público, y han impulsado nuevas formas de hacer feminismo y activismo LGBTIQ+.
Te contamos quiénes son.
El activismo político de Caru Garzón inició con su “sexilio”, cuando migró de Colombia a Chile para poder vivir su sexualidad con libertad. Según ella, el exilio lleva ese nombre cuando las disidencias sexuales tienen que salir de su territorio de manera forzada para vivir libremente sus deseos y sus vidas.
Un año después de estar en Chile, junto con un grupo de amistades tuvo la idea de hacer comedia durante una actividad de cine LGBTIQ+, aunque fuera de manera muy empírica. Sin saberlo, lo que en realidad proponía era hacer stand up, un género de comedia que consiste en hablar frente a un público, pero en esta ocasión sobre feminismo, disidencias sexuales y migración.
“En ese tiempo no sabíamos qué era stand up, pero la acogida del público fue muy buena. Éramos cuerpos disidentes hablando de lo que nos estaba pasando y el stand up es levantarte para decir en qué estás pensando, en qué no estás de acuerdo, para incomodar. Eso fue hace 10 años ya”, relata la comediante de ahora 38 años.
En ese tiempo, Garzón no solo se introdujo de lleno en el stand up, sino que aprovechó esa forma de arte para posicionar temas que la atravesaban y para politizar la comedia, incluso dentro de los colectivos feministas.
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“A veces los feminismos son muy blancos, muy hegemónicos y yo soy inmigrante en Chile. En ocasiones se habla del feminismo chileno y aprovecho para hacer la comedia y cuestionar ese nacionalismo”, cuenta.
El ser una persona de la disidencia sexual también es un elemento que aprovecha para cuestionar la heteronorma, incomodar los conservadurismo e interpelar a los sistemas, en este caso, el patriarcado.
De acuerdo con la comediante, realizar este tipo de comedia es atender a un silenciamiento histórico que se le ha impuesto a las mujeres, a las disidencias sexuales y a las personas migrantes, pero desde un humor que no reproduce estereotipos o realiza chistes peyorativos, sino de un humor con las que estas poblaciones se identifiquen y se transformen.
Si bien su arte es político, aclara que no se queda únicamente en la denuncia de las opresiones y en la militancia feminista, sino que la diversión y el disfrute están siempre presentes en la comedia que hace.
“Cuando podemos ver las heridas y reírnos de ella se vuelve muy sanador. Es importante que te puedas reír de lo que te pasa en lo cotidiano, más si hablamos de que este sistema nos quiere tristes. Es una revolución y es muy reivindicativo que no aceptar esas opresiones, sino que le des las vuelta y le des otras narrativas”, expresa Garzón.
Este humor se diferencia del tradicional porque además de invitar la sanación colectiva, abraza la historia personal y no hace menos a nadie. Según ella, el humor tradicional que es todavía tan masivo, legítima opresiones y no reconoce que al seguir sosteniendo esos imaginarios sociales, los prejuicios se materializan en la vida real y tienen consecuencias en las personas.
Garzón no solo se ha quedado en realizar presentaciones de comedia, sino también en la enseñanza y formación de otras mujeres y personas de la disidencia sexual en este arte. Desde 2016 inició el Taller Creativo de Stand Up Feminista, en el cual han participado decenas y decenas de personas de diversos países.
Garzón señala que tras hacer los talleres se han creado «semilleros de comedia» en varios lugares, es decir que los grupos que ella forma continúan ya sea de manera individual o colectiva.
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«Es un taller que ha formado generaciones de comedia. He podido ver que en los diferentes lugares donde he estado, hay presentaciones de stand up después de dar el taller», explica.
Sin embargo, no todo ha sido fácil. Precisamente porque ella es feminista, migrante y disidencia sexual, reconoce que es más difícil acceder a las carteleras artísticas y culturales. También ha tenido que luchar contra los prejuicios que hay sobre las mujeres, pero para ella siempre se trata de alzar la voz y romper esos silencios.
Su trabajo ha rendido fruto. Con la década de trabajo que tiene, ha logrado posicionar el stand up como una herramienta de arte feminista que yace en las grandes tarimas, y ya no como los eventos que quedan al final.
“Es lindo decir que el stand up hace parte de ese tipo de eventos políticos más masivos. El feminismo no solo es manifiesto, discursos y denuncias, sino que también el arte de a poco ha dejado de ser camuflado y ser protagonista, porque siempre lo artístico se deja al final, lo que cierra y no se le da algo más central”, señala.
Actualmente Garzón tiene planificado realizar una gira de stand up en Bogotá Colombia a partir del 15 de julio e impartir una serie de talleres que se pueden consultar a través de sus redes sociales.
El teatro se hace en el espacio público, no en el privado. Y que sean mujeres las que ocupen ese espacio actuando, bailando, cantando y riendo sobre sus propias historias, es sumamente transformador, dice «Lua», una de las fundadoras de Cihuatlampa, palabra náhuatl que significa «el lugar donde las mujeres se hicieron diosas”.
Se trató del primer grupo de teatro social del Colectivo de Mujeres de Matagalpa (CMM) y también del primer teatro de mujeres con enfoque feminista y de derechos humanos en Nicaragua.
«Pone a las mujeres en el espacio público en un rol en el que no se les suele permitir: el rol de la diversión, la creatividad y la intrepidez», dice la teatrista. Esto fue algo sumamente revolucionario en los años 80’s, década en que nació este grupo, ya que las mujeres eran las protagonistas, escritoras y directoras de sus obras.
Y también porque se trataba de un teatro que mostraba temas que eran tabúes en ese momento y que hasta la fecha continúan lo continúan siendo.
La violencia machista, el abuso sexual, el aborto, la diversidad sexual, el trabajo doméstico, entre otros temas callados, pero que afectan fuertemente a las mujeres, fueron expuestos para concientizar, informar, sensibilizar o simplemente para romper con esos silencios impuestos y que las personas los pudieran discutir.
En las obras se presentaban historias de vidas que eran reales. Las mujeres se reunían entre ellas para hablar sobre las problemáticas que enfrentaban y que sentían que eran necesarias exponerlas. A través de esas vivencias se creaban los guiones que iban a dirigir la obra y después las presentaban frente al público.
“Primero pensamos en nosotras, en qué sentimos y qué vivimos. Después estas historias las compartimos con las mujeres. Y de todo eso construimos una historia que está basada en la realidad. Entonces, al final hay una parte de tu historia, una parte de la mía y una parte de la otra”, cuenta “Iris”, otra de las fundadoras del teatro social.
Esta construcción de historias permitía a las personas del público conectarse con las obras presentadas, ya que se identificaban con lo que ocurría con las protagonistas; especialmente porque esas historias eran y siguen siendo comunes entre las mujeres. “La gente al vernos decía: eso me pasa a mí o me podría pasar”, señala Iris.
Además de las temáticas disruptivas, la forma en que se abordaba era también innovadora. El teatro era poético, visual y simbólico, detalla Lua. Y eran presentados en diferentes formatos, a través de cuentos dramatizados, poemas o canciones.
Y aunque eran historias con acontecimientos fuertes, las obras no se recreaban en la violencia, ni revictimizaban a las personas, ni reforzaban estereotipos, sino que creaba reflexiones al respecto y proponía nuevas formas de actuar frente a las injusticias.
“El teatro que hacemos lo hacemos con situaciones que son duras, pero no se recrean en la violencia. Hay obras de teatro donde dan el golpe por golpe. Nosotras trabajamos con personas que han vivido violencia sexual, abuso, tortura, injusticia, hambre. Y no es obviemos esos temas, los ponemos, pero no de una forma que sea como un tsunami emocional para el público, sino de una forma que puedan verlo, reflexionarlo y hablarlo”, expresa Iris.
El teatro social del Colectivo de Mujeres de Matagalpa tuvo un gran éxito, por lo que crearon otros grupos que incluyeron jóvenes, niños y niñas. Más de 50 obras fueron presentadas tanto en el país como a nivel internacional, y sirvieron para hacer investigaciones, procesos educativos, campañas y foros.
También se posicionó a nivel nacional como referente del teatro y la cultura, y demostró una forma de hacer activismo feminista a través del arte, en el que la gente de diferentes partes del país se involucraba.
Sin embargo, estos fueron espacios luchados por las mujeres y por los que fueron muy criticadas. De acuerdo con Iris, las mujeres que hacían teatro eran consideradas «mujeres del mal vivir» en esa época. Y como cuestionaban los abusos de poder, también fueron mal vistas por parte de los grupos gobernantes.
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Pero eso no les impidió que incluso presentaran sus obras dentro de las instituciones públicas, como obras contra la violencia machista en la Policía y obras sobre la interrupción del embarazo en los centros de salud.
“La obra del aborto la pudimos presentar en el centro de salud y teníamos unos afiches del derecho a decidir. En el público estaban el director del Silais y el personal de salud. Y la obra sobre la violencia machista ¿Y ahora qué hacer? la prensentamos un montón de veces en la Policía”, relata Iris.
Realizar eso actualmente en el país es inimaginable, debido a la persecución que mantiene el régimen Ortega-Murillo contra las defensoras de derechos humanos y las organizaciones de mujeres.
“Actualmente es imposible presentar una obra de teatro social, crítico e independiente. Eso me parece un empobrecimiento cultural y para el desarrollo de los países. Si no puede haber diversidad cultural, no puede haber diversidad de pensamiento y de expresión”, señala Lua.
Aunque en Nicaragua no hay condiciones para presentar una obra de teatro sobre los derechos humanos, el teatro realizado por el CMM dejó una huella en los otros grupos artísticos del resto del país, y dejaron diversas enseñanzas y aprendizajes en cada público que las presenció.
Son los años 80’s y hay una actividad política en un barrio del Distrito Seis de Managua. Unos políticos del recién victorioso FSLN van a llegar para dar discursos y ganarse a la gente. Sin embargo, un grupo de mujeres quieren aprovechar el evento para denunciar una situación cada vez más recurrente con esos políticos y deciden hacerlo a través de una obra de teatro.
Aprovechando la tarima, las mujeres se suben y muestran la historia: una joven vive violencia física y psicológica por parte de su esposo, un político del partido. Cuando la violencia se hace tan grave que su vida corre peligro, decide denunciar a la Policía. Pero cuando llega a la estación, las personas funcionarias le dicen que no pueden tomarle la denuncia porque su marido es un personaje importante del FSLN.
De pronto, las mujeres que están actuando son bajadas del escenario en medio de la obra. Los miembros del partido terminan la función de ellas y continúan su propio teatro sobre la nueva democracia llegada al país tras la caída de la familia Somoza. Al día siguiente, las mujeres son regañadas por sus compañeros hombres y les prohíben volver a presentar una obra así.
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Ante esto, el Colectivo de Mujeres 8 de Marzo (CM8M), el grupo de mujeres que actuaron, decidieron no obedecer y crearon su grupo de teatro para contar más historias silenciadas sobre las mujeres.
Así nace el Grupo de Teatro Feminista 8 de marzo, para facilitar a «la reflexión, sensibilización y la crítica sobre la condición de subordinación de las mujeres», pero con feminismo y diversión, según ellas.
Con los años, más integrantes se fueron involucrando y aprendiendo. En ese proceso, conocieron el teatro cabaret, que si bien era una forma de teatro que ya hacían, decidieron integrarlo formalmente.
“El teatro cabaret para nosotras es decir que las mujeres tienen demasiado dolor como para que en una obra tengamos que seguir sufriendo. Entonces queremos que las mujeres gocen, se transformen, analicen, se sensibilicen, pero a través del humor”, dice “Migdalia”, una de las integrantes que tiene más de 20 años de estar en el grupo de teatro.
Las obras muestran las problemáticas que sufren las mujeres, pero son presentadas de una forma ingeniosa para que las mujeres se rían y disfruten de la obra. Y también muestra la otra cara de la moneda, pues las mujeres no solo son dolor.
“También tenemos ganas de hacer el amor, ganas de vivir la vida, tener un orgasmo. Tenemos muchas cosas que nos duelen, pero tenemos resiliencia y podemos ver las cosas de otra manera”, expresa Migdalia.
El grupo de teatro feminista del CM8M fue fundamental para crear diálogos entre mujeres y transformar miradas, especialmente de temas que no se atrevían a hablar, como la interrupción del embarazo y la culpa que la sociedad le imponen a las mujeres por tomar esa decisión.
“El tema del derecho a decidir es muy complejo para ponerlo en una escena. Nosotras trabajamos bastante ese tema, pero desde la culpa. Hicimos la obra Y si ella escucha su cantar porque el aborto es una decisión personal y el Estado solo se debe de meter pero para garantizarlo, pero por tomar esa decisión nos alberga la culpa”, cuenta Migdalia.
En Y si ella escucha su cantar una virgen representa el diálogo interno de la protagonista, que tiene una lucha interna por la decisión sobre si continuar su embarazo o no. La protagonista aunque está clara de que esa decisión le pertenece solo a ella, los juzgamientos de la sociedad, la Iglesia y el Estado la atormentan. Con los acontecimientos que vive en la obra, al final ella suelta esos señalamientos ajenos y abraza su decisión.
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Migdalia relata que haber abordado ese tema en el teatro cabaret “fue increíble” por la impresión positiva que tuvo en el público, pero también fue sumamente retador presentar el tema e introducir al personaje de la virgen, ya que en el público hay mujeres religiosas y mujeres que no tienen acercamiento con el feminismo.
“Nosotras metimos el personaje de la virgen con mucho respeto, entonces todo es «virgencita linda, vos que podés todo». En ninguna obra de nosotras es un guión cerrado, siempre lo presentamos previamente a otras compañeras para que nos den su opinión y los que les parece”, dice la teatrista.
“Nosotras como feministas trabajamos con mujeres religiosas y no nos vamos a burlar de ellas por sus creencias. Esa obra ha tenido muchísima aceptación porque es una obra con la que las mujeres gozan”, agrega.
Migdalia cuenta que una vez al finalizar esa obra, una mujer del público se le acercó para agradecerle, ya que ella había tenido un aborto, el cual vivió con culpa, pero al ver la historia presentada se sentía por primera vez libre de ese peso.
“Al final de la obra cantamos y la gente se involucra. No, no, no siento cada de culpa, nadita de culpa”, canta la artista. Las obras del grupo de teatro del CM8M han llegado a diferentes barrios de zonas urbanas, comunidades rurales y hasta fuera de Nicaragua.