El Colectivo de Mujeres de Matagalpa cerró debido a la cancelación de su personería jurídica por órdenes de la dictadura, luego de 37 años de labor comunitaria en las zonas  rurales y urbanas de su departamento, donde trabajaban con mujeres, niñas, niños y adolescentes sobre temas de salud sexual y reproductiva, educación popular, teatro social y un sinnúmero de temas más.

Leonila Arguello, psicóloga, educadora popular e integrante del colectivo por más de 23 años, comparte el gran trabajo que han realizado durante estas tres décadas y el impacto que tendrá su cierre para las mujeres y las poblaciones cercanas con las que trabajaban.

Una pérdida para Matagalpa y el país ¿Cómo nace el colectivo?

Inició en el año 84 como un grupo llamado Viernes. Todas las mujeres del colectivo venían de una trayectoria histórica revolucionaria, pero se dieron cuenta que no se estaban priorizando los intereses, la vida y los derechos de las mujeres. Nos decían “será después”. Las mujeres se cansaron. Ahí podemos mencionar a Magaly Quintana, Ana Ara, Mariana Jonus, María Cabalery entre las mujeres fundadoras del colectivo que llamaron Viernes porque se juntaban los viernes luego de su jornada laboral.

Ahí fue germinando la idea de un grupo de mujeres donde pudieran hablar de su propia historia. Fue en el año 89 cuando el colectivo adquirió su personería jurídica y pasó a llamarse Colectivo de Mujeres de Matagalpa.

En principio es una organización sin fines de lucro para la defensa de los derechos de las mujeres, desde la necesidad de visibilizar nuestros derechos, y esa visibilización las fuimos incorporando en las políticas públicas porque en ese momento estábamos viviendo en la revolución popular sandinista. Sin embargo, la situación de las mujeres no se estaba priorizando.

Nuestro trabajo ha venido creciendo en el transcurso del tiempo. Empezó con un programa radial que se llamaba Ahora yo tengo la palabra, que es el título de un poema de Mariana Jonus, mujer potea venezolana y feminista. Luego el trabajo del colectivo fue creciendo.

Hemos utilizado dos herramientas, una es el teatro debate y la otra el programa radial. Trabajamos con las mujeres del área rural con ambas herramientas los temas de la salud sexual y reproductiva, el derecho a vivir una vida sin violencia y hemos aumentado nuestras áreas de trabajo. 

Actualmente trabajan 14 cabezas comarcales de la zona rural, donde cada una llega a más de 40 mujeres y sus familias. Se trabaja con niñez y jóvenes en la zona rural. Se ha educado a bibliotecarias y bibliotecarios que se han hecho cargo de las bibliotecas que formamos.

Creo que el surgir del Colectivo de Mujeres de Matagalpa es para dar voz a las mujeres, para defender nuestros derechos y dignidad, así como para juntarnos y crear fuerza colectiva entre mujeres desde una mirada social feminista, porque el feminismo y la educación popular son nuestra raíz prinicipal.

Lee: Mujeres rurales a la sombra de la violencia y la pobreza ante el cierre de ONG’s

¿Qué necesidades específicas tienen las mujeres de Matagalpa?

Cuando empezamos a trabajar en la zona rural, el primer elemento que trabajamos fue el derecho a vivir sin violencia, que una mujer puede salir de una situación de violencia, independientemente de su estado civil.

Después trabajamos con mujeres parteras o comadronas de la zona rural, ahí nos dimos cuenta que la mayoría de las mujeres no sabían leer ni escribir. Eran los años 80 y 90. El colectivo creó una cartilla de alfabetización para mujeres que se llamó Con nuestras propias palabras. Fue creada desde las palabras y vivencias de las mujeres, en vez de la cartilla normal que es muy sexista en su lenguaje y en sus imágenes, donde papá lee el periódico con pies estirados, mamá limpia la casa y el texto dice “mamá me mima”, pero papá descansa.

Quisimos crear desde ese análisis feminista otra manera de educar y de aprender. Se creó a partir de palabras generadoras, por ejemplo cómo se escribe la palabra sola, qué les genera y qué significa para ellas. A partir de ahí hizo todo un todo un análisis del trabajo doméstico. Después la palabra derechos, después la palabra vida y así se construyó la cartilla de alfabetización. Por eso la llamamos Con nuestras propias palabras.

A la vez que trabajamos con las mujeres, se crearon materiales. Surgió el material El parto a través de la historia, creado a partir de la experiencia de las mujeres parteras y de promotoras de salud que fuimos creando nosotras en las comunidades. Se hablaba de cómo atendían el parto, cómo cortaban el ombligo, qué le ponían a las mujeres, de qué forma podían mejorar. Empezamos a trabajar en coordinación con el Ministerio de Salud, así las mujeres podían reportar los embarazos de riesgo con una referencia de una mujer partera. La mujer referida era atendida rápidamente en el Hospital Regional de Matagalpa porque había esa coordinación, y eran válidas las palabras, los conocimientos y la experiencia de la partera.

En el camino nos dimos cuenta que las y los jóvenes de la zona rural tenían dificultades para hacer sus tareas. Estudiaban en sábado para poder trabajar, y no tenían donde hacer las tareas que les dejaban los fines de semana. No había cerca una biblioteca, no había libros. Tenían que volver a viajar a mitad de semana para poder hacer sus investigaciones. Eso significaba pasaje, transporte, tiempo, comida, dinero que la gente no tenía.

Así que creamos las bibliotecas rurales. Hay 16 bibliotecas rurales, una en cada comunidad. Luego formamos a la gente joven para que pudieran manejar sus propias bibliotecas, a atender a la gente, a registrar los libros. Ligado a eso se creó El rincón de los sueños. Era un espacio para niñas y niños, porque nos dimos cuenta que la educación de nuestros hijos era muy formal, tradicional, memorizada y contestada. Eso no daba un pensamiento libre, creativo, de análisis, ni de propuestas propias.

Las niñas y los niños trajeron a sus amiguitos de los barrios o de las escuelas. Ahí hablábamos de los derechos, de incentivar la creatividad de pensamiento, de análisis, de ideas, de escuchar sus experiencias. A la vez hacíamos cosas artísticas como manualidades, pinturas, títeres, teatro. Esa experiencia se extendió a la zona rural.

Lectura de cuento para la niñez se promovía en Matagalpa. Foto: Cortesía

De esa manera llenamos las bibliotecas no solo de bibliografía escolar, sino también de bibliografía creativa como cuentos no sexistas, cuidando siempre el contenido. El objetivo es que las niñas y niños del campo pudieran conocer ese material, leerlo, analizarlo y disfrutarlo. Se amplió El rincón de los sueños hasta tener 30 niños.

¿Cuándo se fundó El rincón de los sueños?

En el año 93. Empezó con nuestras hijas e hijos. Hasta que cerró el año pasado por la pandemia, ya que tuvimos que cerrar varios espacios. El rincón de los sueños se trasladó a la biblioteca, se fusionaron y se convirtió en ludoteca. Hacíamos actividades una vez a la semana y un espacio de cuenta cuentos, donde hacíamos lectura y creación de cuentos colectivos. También se dramatizaba, dibujaba y pintaba.

Puedo decir que hoy en Matagalpa hay gente que trabaja en los supermercados, en las alcaldías, en otras instancias, que es adulta y dicen “yo llegaba al rincón de los sueños”. Puedo hacer el cálculo de que por año había 20 a 30 niños y niñas. El siguiente año regresaban porque ya era su espacio y venían nuevos. Habían meses que teníamos hasta 40 o 45 niños.

También: El doloroso exilio de mujeres perseguidas por el régimen Ortega-Murillo

¿Cuál cree que ha sido el impacto de la colectiva en la población de Matagalpa?

Es super amplio y complejo el trabajo del colectivo. No solo trabajamos con niñas y niños, también con adolescentes y jóvenes. Con ellos trabajamos el caminar en zancos. A través de ese arte trabajamos el tema del autoestima y la seguridad, qué significa para un chavalo o una chavala encaramarse en un zanco e ir a festejar el carnaval contra la violencia, que hemos hecho por más de 20 años todos los noviembres, y que sus familias los vean, que vean lo grandes que son y la valentía que tienen. Hemos trabajado con jóvenes sobre la salud sexual y reproductiva.

Yo siento que el impacto es que muchas personas adultas dicen “yo me formé en el colectivo”, “yo aprendí mis derechos en el colectivo”, “yo aprendí a crear, a ser diferente, a mirarme de otra manera en el colectivo”.

Un día estaba en el supermercado y un muchacho que me estaba atendiendo me miraba y me sonreía. Me dijo “no me recuerda ¿verdad?”. Le dije que no, como soy psicóloga pensé que fue uno de mis pacientes, me dice “yo sí la recuerdo a usted, yo iba a los talleres del Rincón de los sueños, ahí aprendí a pintar y a andar en zancos, aprendí a crear cuentos con ustedes y eso me ayudó mucho en mi vida”. Casi me puse a llorar porque me emocioné un montón. Le dije gracias por sus palabras.

Con esto quiero decir que el impacto es que la niñez ha tenido un espacio, un lugar para estar. En estos días tan terribles hemos dejado de atender, cerramos la biblioteca. Las mamás vienen con sus hijos e hijas, mamás que estuvieron aquí cuando eran niñas, y les tenemos que decir que no, y los chiguines se quedan confundidos, viéndonos con cara de “¿Por qué ahora no puedo entrar?” ¿Cómo le explicas a un niño que ya no está el espacio de la ludoteca que ya llevaba dos años conociéndolo? Esos chiguines salen de clases, van a sus casas, comen y vienen corriendo para la biblioteca.

Siento que el impacto va más allá de los números. Es en la emoción, en la identidad, en cómo ellos aprenden a aprender de otra manera, desde la creatividad, la pintura, los cuentos, desde la educación popular feminista. Por ejemplo, les enseñamos a los adolescentes que vienen a hacer sus trabajos, que pueden hacer una exposición sin retorcer un folleto en las manos y sin amontonar las palabras, sino que se pueden pararse con seguridad, a respirar, a que todos son como yo y por tanto lo voy hacer bien.

Pienso que el impacto, la huella y la semilla en las personas va mucho más allá del tiempo que puedan pasar por los espacios, va también hacia su vida adulta.

¿Qué va a significar la pérdida de este espacio?

Va a significar mucho porque son espacios lúdicos que en Matagalpa fuimos pioneras. Fuimos muchos años el único espacio de esa índole, hasta que tiempo después se crearon otros. Es una pérdida. Es quitarle a la gente oportunidades de atención casi gratuita porque valía 20 córdobas la consulta en salud, 90 córdobas el papanicolau, era solo para pagar el material. La gente nos pregunta “¿A dónde vamos a ir? Díganme otro lugar donde atiendan como ustedes”. Pero no hay.

Además de enviar al desempleo a un montón de gente porque no solo somos nosotras. Es desempleo, pobreza, miseria, son familias que se van a quedar sin ese alimento. Pero la peor pobreza es de la mente, del espíritu, es quitar a la gente oportunidades de espacio.

El Colectivo de Mujeres de Matagalpa ha aportado con un sinunmero de espacios para niñez, jóvenes, mujeres, trabajadoras sexuales, a través de talleres desde la educación popular feminista, la participacipon, clases de teatros para que la gente narre, cuente sus historias y se puedan desahogar. Es empobrecer más a las personas.

El Colectivo de Mujeres de Matagalpa realizaba talleres de teatro. Foto: Cortesía

Nosotras somos profesionales y vamos a continuar a como sea, pero qué va a pasar con toda esa niñez que pregunta “¿A dónde vamos?”. La atención en psicología va más allá de una conversación. Utilizamos técnicas psicodramáticas, utilizamos elementos profundos que no te lo enseñan en la universidad. Nuestra universidad ha sido el colectivo de mujeres. Nuestra universidad hemos sido todas trabajando todos estos años. Yo llevó 23 años, así que he trabajado más de la mitad de mi vida en esta organización.

Es una enorme pérdida para las personas. Es quitarles ese derecho. Aquí puede venir una muchacha trans a la biblioteca, a leer un libro, nadie le va a decir nada, ni la va a agredir y se expresa en toda su totalidad.

¿Cómo habían logrado sostener este trabajo?

Efectivamente con apoyo económico fuera. No del imperio yanqui como dicen, sino con colaboración solidaria. Por ejemplo, alcaldías de otros países como España, Italia y Suiza. Las Alcaldías de Catalunya nos han apoyado un montón por muchos años, los Ayuntamientos como se les llaman.

Si entras a la web del Colectivo de Mujeres ahí está todo. Nuestros materiales, nuestro trabajo, los videos. Mucha gente vino en los años 90 y los 2000 para conocer nuestro trabajo con las niñas y las niños, y decían que valía la pena los proyectos de las bibliotecas, la educación en autoestima para las mujeres, entre otros.

Otra gran parte lo conseguimos con apoyo solidario. Por ejemplo, hemos hecho giras de teatro con nuestro grupo de teatro social feminista sobre Europa, vendiendo nuestros trabajo con presentaciones, charlas y talleres en escuelas y universidades. Eso nos permitía recaudar fondos para seguir trabajando. Nos hemos movido a trabajar para conseguir los recursos.

También muchas maestras y maestros de Catalunya que de su salario mensual hacían una cuota en una cuenta común, y ese fondo lo pasaban al Colectivo de Mujeres cada año. Eso es recaudación de gente obrera, que ganan un poquito más que aquí y nos sirve a nosotras, pero eran fondos solidarios.

Perfil del autor
La Lupa Nicaragua