Madre: una palabra que desde que tuve noción de su significado creó en mí un peso muy grande no solo en términos económicos sino en términos emocionales, ambos tuvieron una carga muy fuerte en mi interior.
Empecé a creer en el amor desde una mirada romántica por toda la influencia externa de parte de mis principales referentes: madre, iglesia, etc., sin embargo enamorarme significó por mucho tiempo en mi vida; casarme, tener hijas e hijos por tanto, pensaba que este sentir podía ser mutuo con la pareja que eligiera en mi vida porque también creía que los hombres «nunca abandonan a sus hijos e hijas»; talvez porque desde pequeña crecí con mi padre dentro de la casa.
Llegó el momento en que me casé. Con el paso del tiempo mi amor hacia mi pareja fue generando mayor seguridad en cuanto a la decisión de ser madre. Mi familia también me generó algo de seguridad al indicarme que no me abandonarían, así como tampoco mi pareja. Con el pasar del tiempo, empecé a desesperarme por ser madre pensando que le daría mayor color y alegría a mi relacion, y ¡sí! lo logramos me embaracé después de 4 años de casada.
El proceso de embarazo fue entre amargo y dulce. Pasé por fases de alegría, pero también de mucha tristeza. Lloraba al sentirme sola en el proceso de embarazo, los malestares físicos constantes me ocasionaban mucha depresión. El cambio de mi cuerpo me fue generando depresiones, obviamente inseguridades.
También me generaba emociones que contradecían la alegría como la dependencia extrema en otras personas para poder hacer las actividades cotidianas del día a día. Esta dependencia me generaba dudas sobre querer embarazarme nuevamente, pues me decía a mi misma: quiero tener solo un bebé porque no me sentía con ganas de continuar teniendo hijos o hijas.
Este pensamiento me generó mucha tensión en mi relación con mi pareja. Tener más hijos, era una decisión que pesaba más por quedar bien con mi pareja, pero menos con mis propios deseos, incluso la decisión de tener a mi bebé por cesárea o vía vaginal, pues mi pareja no quería cesárea y mis familiares pedían cesárea. A mi solo me invadían los miedos de no saber ni imaginarme como era ese proceso.
Y aquí es donde agradezco enormemente los proceso formativos que tuve porque me dieron el valor de poner mis deseos por encima de los deseos de otras u otros. En mi última cita le pedí encarecidamente a la ginecóloga: «cancelarme», algo que a mi ginecóloga la asustó. Le supliqué que lo hiciera, pues no me gustó el proceso del embarazo. Siento que no podré con otro. Se me preguntó si esta decisión fue consentida con mi esposo y le dije que «no». Era una decisión personal pues mi esposo quería 4 hijos o hijas más, pero yo no quería más. Mil gracias a esta doctora que concedió mis deseos de cancelarme.
El desmayarme en quirófano también contribuyó para que tanto el médico que atendió la anestesia, así como mi ginecóloga decidieran cancelarme. Hoy pienso porque de esta decisión y termino concluyendo que tampoco tuve el apoyo afectivo que tanto me hizo falta en el momento del embarazo, aun cuando estaba con mi esposo me sentía sola en el embarazo y esta sensación realmente no me gustó.
El dolor de parir fue desgarrador. Nunca había teniendo tanto dolor y nunca había estado tan expuestas a personas extrañas, que conocieran mi cuerpo, la pena me invadía al mismo tiempo que los dolores. Sentí que morí en el quirófano, pues al no poder pujar, necesité de una cesárea urgente, sin embargo cuando vi a mi preciosa bebé, todo estos sentimientos tuvieron una razón en ese momento fui muy feliz.
Creía entonces que tenía la familia perfecta: un hombre que amo profundamente con una hija preciosa que es la razón de mi vida, pero ese sentimiento de felicidad se fue desboronando poco a poco ante el poco interés de mi esposo. Creía que debía aguantar todas sus indiferencias con tal de mantenernos unidos. Esta carga volvió a generarme inestabilidad emocional, mucho miedo interno, depresión incluso falta de dignidad en mi misma. Culpable sobre todo.
Esta relación se fue hundiendo poco a poco hasta que saqué fuerzas que -hoy por hoy-desconozco de donde las saqué porque nunca creí que tuviera esa valentía, pero salí de una relación que entiendo como violencia pasiva que poco a poco iba siendo más compleja conllevando a violencia psicológica cada vez más marcada. Esto me llevó a tomar las riendas de mi vida aun con todos los miedos que siempre tuve de ser: ¡madre soltera!
Me asustó muchísimo el hecho de ver como alguien que prometió amor de verdad pudo, tan pronto, desvincularse afectivamente, considerándolo una traición tan cruel hacia mi y mi hija. Un dolor que muy adentro aún está presente.
Esto me hizo ser una mujer muy fuerte con la firme convicción que tomé la decisión correcta. Hoy es mi hija quien me da la fuerza de seguir adelante, aprendí a darme un valor extraordinario, y sobre todo a cumplir mis sueños más anhelados.
Me siento empoderada de tomar mis propias riendas, libre de ataduras o de seguir siendo madre por deseos de otros y no por los míos. El saber que no quedaré embarazada nuevamente me genera una libertad en cuerpo, mente y alma.
Hoy disfruto de mi hija sin miedos que alguien me puedan quitar este regalo tan preciado, aun cuando fui influenciada para tomar la decisión de ser madre, muy en el fondo, me doy cuenta que si lo quise, pero de una única hija y que hoy lo disfruto enormemente.
*La autora optó por el anonimato.