Desde que era pequeña, Nahiba Oriana Membreño García comprendió que su identidad no coincidía con el sexo que le fue asignado al nacer.

Creció en Nicaragua sintiendo esa incomodidad profunda de no reconocerse en el espejo, mientras a su alrededor su feminidad eran «corregidos» con regaños, silencios y miradas que incomodaban.

“Desde pequeña no me sentía identificada con el cuerpo que nací, pero cuando yo mostraba cosas de feminidad, en mi familia me llamaban la atención, porque obviamente mi nacimiento biológico fue de un chico”, recuerda. 

En un mundo marcado por el machismo, la transfobia y el miedo, vivir con un perfil bajo fue, durante años su forma de sobrevivencia.

En su interior siempre permaneció el anhelo de vivir en libertad como mujer trans, pero sabía que estando en Nicaragua nunca lo lograría y migrar era la única opción. 

“Ha sido muy duro, porque mi familia no acepta esta parte de mí, y yo respeto a mi mamá por sus creencias”, dice. 

Costa Rica era para ella un destino que, desde lejos, parecía ofrecer más comprensión, educación, oportunidades y, sobre todo, un poco más de respeto hacia las personas trans. 

“Tomé la decisión de sentirme como siempre he querido (…) Decidí emigrar a Costa Rica que es un país con muy buena educación, con una cultura más comprensible con referente a este tipo de tema, más liberal. Al inicio fue bastante emocionante tener estas travesía de poder viajar hasta aquí a Costa Rica”, reconoce. 

Nahiba  Oriana llegó a Costa Rica con la firme decisión de vivir, por fin, de acuerdo con su identidad como mujer trans. “Este año tomé la decisión de sentirme como siempre he querido”, dice en entrevista con La Lupa. 

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Ser mujer trans en Costa Rica

Nahiba Oriana llegó a Costa Rica en 2018 buscando un futuro seguro y con más oportunidades.

Estudia inglés mientras por las tardes cumple con su jornada laboral en un supermercado. Se sostiene sola. Sueña con convertirse en una profesional, con crecer, con tener una vida estable. No llegó a un país extraño a pedir regalos, ni privilegios, ni dinero. 

“Me esfuerzo, porque quiero aprender otro idioma para tener mejores oportunidades y trabajar porque soy una mujer independiente, una mujer autosuficiente”, dice orgullosa. 

Pero en el país de acogida su proceso migratorio se convirtió en una carrera de obstáculos y burocracia. 

En mayo de 2025, Nahiba Oriana solicitó su cambio de identidad de género, un derecho reconocido por la ley costarricense. 

En 2018, el Tribunal Supremo de Elecciones de Costa Rica asumió como vinculante la opinión consultiva número 24 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, publicada en noviembre de 2017, y donde establece el derecho a la identidad de género.

Con esto el Estado costarricense aprobó y reguló el cambio de nombre por identidad de género autopercibida en la cédula de identidad de las personas trans e intersex, a través de un procedimiento gratuito en el registro civil.

Asimismo, toda persona extranjera en Costa Rica puede solicitar el cambio de identidad de género en sus documentos de identificación (DIMEX) a través de un proceso establecido por la Dirección General de Migración y Extranjería (DGME). 

Reconocida como mujer trans, pero le ponen otras barreras  

Para Nahiba Oriana, los meses pasaron y las respuestas nunca llegaron. Cada cita en Migración implicaba permisos en el trabajo, gasto en transporte, horas de espera y, muchas veces, escuchó de los funcionarios la misma frase: “aún no está”, “vuelva después”.

Fueron casi siete meses de retraso desde mayo de 2025 cuando presentó oficialmente su solicitud de cambio de identidad y nombre. Cuatro veces fue citada por las autoridades migratorias y cuatro veces su trámite fue pospuesto.

Sus documentos no la reconocían como mujer trans por lo que en su trabajo debía presentarse con un nombre distinto.  

La situación sólo cambió cuando el medio de comunicación costarricense La Teja expuso públicamente su caso. Tras la publicación, la respuesta fue inmediata porque le autorizaron sacar una cita para obtener su carnet con su identidad como mujer. 

En ese momento sintió alivio, pero le era difícil olvidar todo lo que había tenido que vivir. Aunque la ley existía desde antes, había sido ignorada hasta que la presión mediática la obligó a avanzar en su trámite.

La calma, sin embargo, le duró poco. Una semana después, Nahiba Oriana recibió una nueva comunicación en la que informaban que su solicitud de refugio había sido rechazada.

Después de años de trámites, pruebas que aportó para su expediente, entrevistas y acompañamiento legal que recibió en una organización, solo le dieron tres días para apelar.

“Yo sé que esto es a raíz de la noticia en la que exigía que se me diera pronto mi cambio de identidad, fue por eso (…) Realmente, las pruebas la cual yo mostré son bastantes válidas”, dice la joven. 

Los temores constantes 

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Actualmente, cuenta con su documento de identidad provisional en el que reconocen su condición de mujer trans con su nombre y apellido, pero su estatus migratorio sigue siendo incierto. Vive con el miedo constante de perder su trabajo, de ser rechazada en otro centro de trabajo, de no poder avanzar. 

“Me siento con bastante miedo digamos que por los haters, que pueda perder mi trabajo y más porque como una mujer trans es muy difícil encontrar un trabajo”, señala. 

A todo lo que ha vivido se suma el rechazo social. “Esas miradas malas, cuando las personas se refieren sabiendo que tu aspecto es femenino y te tratan de caballero. Son cosas que, realmente, solo agacho la cabeza, respiro profundo y trato de ser una mujer fuerte y decir ‘yo puedo’, ‘no escuché eso’”. 

Por ahora, mientras espera una respuesta a su apelación, su sueño de viajar y ser una profesional sigue intacto.

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La Lupa Nicaragua