Memorias de maternidad y duelo: dolores del pasado, resiliencias para el presente
Estas madres nos comparten cómo han gestionado el dolor, cuál ha sido su ruta hacia la sanación y la resiliencia para afrontar el contexto.
Estas madres nos comparten cómo han gestionado el dolor, cuál ha sido su ruta hacia la sanación y la resiliencia para afrontar el contexto.
En este reportaje presentamos las conexiones entre las memorias de duelo y resiliencia de las madres organizadas en la asociación Madres de Abril y las memorias de duelo de otras madres nicaragüenses que por distintas razones, incluidas causas naturales y violencia política en el pasado, también perdieron hijos/as.
Por medio de sus testimonios estas madres nos comparten cómo han gestionado el dolor, cuál ha sido su ruta hacia la sanación y la resiliencia para afrontar el contexto y su cotidianidad; que a su vez constituyen aportes fundamentales para la memoria colectiva.
La historia reciente de Nicaragua está caracterizada por ciclos recurrentes de violencia que transitan entre guerras, revoluciones y dictaduras. Estos acontecimientos han dejado profundos traumas sociales y continúan marcando el presente, ya que no han sido atendidos por el Estado.
Martha Cabrera, psicóloga y terapéuta nicaragüense, sostiene que nuestro país es un país multiduelos y afirma que las sociedades con esta característica, corren el peligro de convertirse en sociedades con traumas inter-generacionales.
“Donde hay extensos grupos de población traumatizados, el trauma se traslada a la siguiente generación. Trabajar con el fenómeno multiduelos implica aceptar que los duelos también son colectivos.”
Históricamente los traumas causados por la violencia política, es decir el trauma psicosocial ocasionado por el conjunto de mecanismos violentos que gerencia un gobierno para lograr sus objetivos políticos, en contra de la ciudadanía que se pronuncia en contra de su proyecto de Estado; han sido en Nicaragua, relegados al ámbito privado.
La conflictividad de estas memorias y la falta de políticas públicas para atenderlos, relegó las memorias al seno familiar donde se construyeron y transmitieron los relatos de generación en generación. En este proceso de construcción de memorias y duelos, las mujeres y en particular las madres, han jugado un papel de primer orden.
El dolor de las mujeres por la pérdida de familiares a causa de la violencia se pone de manifiesto cada 30 de mayo, cuando en Nicaragua se conmemora el día de las madres.
Por el profundo significado de la fecha, el 30 de mayo de 2018 en el marco de las movilizaciones ciudadanas que estallaron en abril del mismo año, se llevó a cabo “La madre de todas las marchas”, una de las manifestaciones de protesta social más multitudinarias de la historia reciente, convocada en solidaridad con las madres cuyos hijos fueron asesinados por la represión estatal.
Este evento, resignificó este día en la memoria colectiva de las y los nicaragüenses, pues fue reprimida cruelmente por el régimen Ortega Murillo, ocasionando una nueva masacre en varias ciudades del país.
Hasta el día de hoy estos asesinatos permanecen en la impunidad y el impacto social de esta masacre marcó la historia nacional, pero también funcionó como un disparador de memorias para la sociedad en general y de las madres en particular, puesto que conectó con valores como la empatía, la sororidad y detonó recuerdos y sentimientos de madres que en otras épocas y bajo otras causas habían perdido hijos/as y familiares cercanos.
Margarita Vannini, historiadora e investigadora nicaragüense, explica que algunos de los eventos que suceden en la vida de un país y retrotraen a una persona, una familia, una comunidad, una ciudad o a una sociedad a eventos relevantes del pasado, actúan como disparadores de memoria.
“La memoria es la forma en la que traemos del pasado imágenes o recuerdos, para poder reaccionar, entender e interpretar los fenómenos y situaciones del presente, no es una cosa material sino una dinámica que contiene los activadores o disparadores de memorias”.
A diferencia de otros momentos históricos como la guerra a finales de los 70 y durante la década de los 80, los eventos sociopolíticos de 2018 que activaron u ocasionaron duelos en la sociedad nicaragüense, fueron gestionados con otras estrategias más colectivas: experiencias psicosociales, expresiones artísticas y acciones de reparación y justicia.
Ilimani de 38 años de edad, es antropóloga y artista multidisciplinaria; describe que a pesar de los años transcurridos desde la partida de su pequeña hija en 2003, le sigue siendo difícil hablar del tema, reconoce que este duelo ha sido complejo y le ha traído efectos en su salud mental.
Ante las protestas de 2018, los asesinatos de jóvenes nicaragüenses y la organización de muchas madres a través de la Asociación Madres de Abril “AMA y No Olvida”, conectaron a Ilimani con sus memorias personales de maternidad y especialmente con “lo horrible” de perder un hijo, sin importar que haya sido por causas naturales (como fue el fallecimiento de su bebé) o razones de violencia política.
Estos eventos también le evocaron otros recuerdos asociados a la violencia, pues en el 2003 cuando su bebé falleció, Ilimani era estudiante de la UNAN-Managua y su entorno universitario (docentes y compañeros de clase) fueron perpetradores de violencia psicológica haciéndole constantes hostigamientos donde la culpaban de la muerte de su hija y la etiquetaban de rebelde.
Susana López, es una mujer de 43 años de edad quien ha desempeñado varios oficios durante su vida, además es madre de 4 hijos, de los cuales el mayor, Gerald Vásquez, fue asesinado en julio del 2018 durante el levantamiento cívico a causa de la violencia de Estado.
Diálogamos con una terapeuta nicaragüense con el propósito de comprender más sobre el duelo, a la cual llamaremos Doctora, pues nos solicitó participar desde el anonimato. Doctora plantea, que una manera sencilla de definir qué es el duelo, es entenderlo como el conjunto de emociones asociadas a una pérdida que vive una persona, una familia o un sistema social y, aunque los libros de psicología enuncian que un duelo se puede prolongar hasta 2 años, mediante la práctica se ha demostrado que los tiempos psicológicos son muy distintos para cada persona
Para Susana todos los procesos que vivió desde el asesinato de su hijo, la manera en cómo ella se enteró de su muerte y los actos seguidos que corresponden a reconocer el cuerpo en la morgue de un hospital, los funerales y la impunidad que prevalece hasta el día de hoy, revelan que la vivencia del dolor está interceptada por la vigilancia del Estado, las amenazas y ahora su exilio.
Susana y sus hijas tampoco han podido visitar con regularidad la tumba de Gerald por el asedio y la persecución política. Ella afirma que no han tenido un tiempo como familia de vivir el dolor sin que haya un obstáculo o vigilancia de parte del gobierno. La crueldad de la violencia política también se manifiesta en hostigar los momentos que logran hacer una visita a la sepultura, así como en daños físicos en la infraestructura de la tumba.
Para Illimani los obstáculos fueron una combinación de razones privadas y sociales, por un lado la negación de la experiencia, la culpa internalizada y acentuada por comentarios y actitudes machistas de su entorno universitario en los días posteriores a la muerte de su hija, los cuales complejizaron la experiencia de su duelo.
Ilimani relata que eligió el silencio, los viajes y otros mecanismos para no sentir el dolor pues estaba abrumada por los mensajes de su entorno que la llevaban a sentirse culpable. Aunque la pérdida de Illimani fue hace 18 años, esta experiencia se volvió un tema recurrente en su obra como artista.
En su caso hasta el día de hoy, la tumba de su hija no tiene colocada la lápida funeraria que habitualmente describe los datos de nacimiento y deceso de la persona sepultada, fue hasta este año (2021) que sintió la fuerza y la disposición interna para hacer con su familia este ritual, sin embargo, la violencia política manifestada en asedio e intimidación de la que fue víctima recientemente, la obligó a salir de Nicaragua.
Desde el punto de vista de Doctora, para la muerte nadie está preparado. Por mucho conocimiento y acompañamiento que se tenga, siempre el duelo por la muerte de una persona querida es desconcertante e inesperada y un impacto muy fuerte para la persona que sufre la pérdida.
Cuando es una muerte violenta, en este caso por violencia política, el dolor aumenta, porque se instala también la pérdida total de la confianza por la humanidad y a la vez, la rabia que puede generar este mismo evento, se convierte en un canalizador de la acción y la mamá en memoria del hijo que tenía toda una vida por delante, se conecta con la vida y la búsqueda de la justicia.
Doctora plantea que los duelos no son lineales y son diferentes para cada persona, sin embargo, cuando hay factores externos en la familia o más macro como las condiciones sociopolíticas, esto impide que haya un proceso sostenido, acompañado y consciente para gestionar el dolor.
Ella explica que aunque no se trabajen los duelos “la persona, familia o comunidad puede seguir caminando, respirando, trabajando, comiendo y haciendo diferentes actividades, pero lo que se imposibilita es el florecimiento pleno de la persona”, porque el tiempo ha sido interrumpido y hostigado por terceros, y limita entonces que la persona afectada pueda sobrellevar la experiencia y darle otro significado al relato.
Existen rituales religiosos y populares que ayudan a muchas madres a sobrellevar sus duelos e ir sanando con el tiempo, sin embargo, tanto la represión como las violencias que cruzan las vidas de la ciudadanía de nuestro país, han bloqueado esas vivencias para Ilimani y Susana.
El 2018 significó un hito para las vidas de Susana e Ilimani, porque Gerald fue asesinado por la violencia de Estado e Ilimani revivió sus memorias por la pérdida de su hija y conectó con la empatía para las madres que estaban sufriendo las muertes de sus hijos. Actualmente ambas continúan procesando sus duelos y se encuentran fuera del país en situación de exilio.
Pese a lo difícil o accidentado que han sido sus duelos, vemos en sus relatos ejemplos de su resiliencia, estrategias y sistemas que desarrollaron para afrontar el dolor, las adversidades y la violencia política.
Es importante tener en cuenta, que la resiliencia es un concepto que proviene de la evolución de la psicología de la salud y específicamente de la denominada psicología positiva, y ha sido un concepto tratado de manera diferente por las distintas escuelas de pensamientos.
Hoy se entiende por resiliencia “la capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias de adversidad” (Grotberg, 2003). Por tanto, podemos decir que la resiliencia se refiere a la capacidad de la persona para mantener un funcionamiento efectivo frente a las adversidades del entorno o para recuperarlo en otras condiciones (Trujillo, 2005).
En el caso de Ilimani las artes fueron un camino fundamental. Ella reconoce que la poesía y las artes plásticas empezaron a ser los vehículos, por medios de los cuáles podría comunicar con otros esta pérdida y generar vínculos en sus entornos artísticos. En este mismo sentido ella ha crecido como artista y todos sus logros en esta dimensión son experiencias que le generan bienestar, y en sus propias palabras la vive como una “venganza” con respecto a las personas que la culparon, criticaron y vilipendiaron en los días y meses posteriores a la pérdida de su hija.
Estar en procesos terapéuticos le ha permitido ir soltando y avanzando en la gestión del dolor, como también en comprender y sentir más su pérdida. Para Ilimani, contar con el apoyo de su hermana, mamá, papá, compartir con sus sobrinas y amistades fueron y siguen siendo personas de su red de afectos que la han acompañado y apoyado.
Susana reconoce que el vacío por el asesinato de su hijo es una experiencia con la que va a convivir, sin embargo, para tener una mejor salud mental y compartir con su familia, es muy importante tener acceso a la justicia y la reparación, pues ella define como una “zozobra” no saber quién asesinó a su hijo. Ella expresa literalmente que el 2018 es un año que marcó un antes y un después en su vida.
Mediante la experiencia del Museo de la Memoria, Susana seleccionó varios objetos personales de Gerald, que dignifican y colectivizan quién era su hijo. Desde su mirada y experiencia como mamá, ella genera una acción que subvierte los mensajes y relatos que el Estado, emite sobre los jóvenes asesinados en 2018 y particularmente los que se refieren a su hijo.
Manifiesta también que la fe cristiana, los espacios psicosociales donde ha participado, la demanda de justicia, la terapia psicológica y psiquiátrica, la existencia y compañía de sus dos hijas e hijo pequeño han sido parte de sus soportes para gestionar su duelo.
Aunque el dolor siga vivo para ambas madres en diferentes intensidades, sí es un hecho que ellas han encontrado sus recursos y sus reflexiones para construir sus sistema de apoyo, sus motivaciones y sentido de propósito para ir desarrollando resiliencia en su día a día, y es aquí donde consideramos una vez más que el trabajo de la memoria y de la gestión de los duelos es fundamental para las transformaciones culturales.
Hablar sobre el pasado, sobre los dolores y las vivencias, es un acto poderoso, emprender acciones concretas como organizarse y ser parte de un colectivo para luchar o expresarse a través del arte, son canales que aportan a esa sanación deseada.
Los testimonios de Ilimani y Susana nos lo demuestran y esperamos que sirvan para todas: las madres que han perdido hijos, hijas, pero también a una sociedad en constante crisis como la nuestra, una ciudadanía – humanidad que hoy día se enfrenta a importantes desafíos sociopolíticos y de salud desde una perspectiva integral.
Créditos:
Texto: Teresa Sánchez y Anastacia Rojas, periodistas feministas.
Fotografías: Imassoud
Audios: Amapola y Petunia