Si le preguntan hoy quién es ella podría responder que es una de las fundadoras del Frente Nacional para la Sororidad (FNPS), que es creadora también de Defensoras Digitales y, a sus casi 30 años, que es la líder en la gestión de un paquete de reformas penales que ella misma escribió, conocidas en México como “Ley Olimpia”. Un paquete de reformas bautizado con su nombre: Olimpia Coral Melo Cruz.

Hace seis años la respuesta ni siquiera habría incluido su nombre. En 2013 un video sexual privado empezó a circular en Facebook y páginas de contenido pornográfico sin su consentimiento. Eso fue solo el inicio de la violencia: tras exponer su cuerpo desnudo y su vida sexual, robaron imágenes de su perfil de Facebook para dar a conocer su rostro, revelaron información personal y hasta ofrecían más contenido sexual privado a cambio de likes o de compartir la publicación. Empezó a recibir centenares de solicitudes de amistad en redes sociales, a ser víctima de acoso por parte de desconocidos que le llamaban puta o le preguntaban sobre servicios sexuales. “Dejé de ser Olimpia y me convirtieron en la gordibuena de Huauchinango”, cuenta.

La violencia fue en escalada. Luego llegaron los mensajes de sextorsión a su celular: si no mandaba más “nudes” (desnudos), videos masturbándose o teniendo relaciones sexuales con su mascota, le enviarían el video a su familia, difundirían su video en otras páginas pornográficas y revelarían su identidad en el mercado de explotación sexual. “Yo estaba desesperada, pero lo peor es que me sentía culpable. Me decía: grabaste ese video por tu voluntad, no estabas borracha ni drogada, ¡hasta lo disfrutaste! ¡lo hiciste “por amor”! Pasé mucho tiempo sufriendo por la humillación, pero sobre todo porque la culpa, la vergüenza y el miedo no me permitían ver que yo no había hecho nada malo, no me atrevía a hablarlo, mucho menos a denunciar”, recuerda Olimpia.

Dejó de ir a la preparatoria, se aisló y trató de suicidarse por primera vez cuando sintió la presión y humillación social que convirtió en su infierno el pequeño Huauchinango. La segunda vez fue cuando el nivel de sextorsión fue insoportable para ella, porque amenazaban el único círculo en el que aún no la habían desnudado: su familia. Uno de sus hermanos recibió el video y se los mostró a su madre en mitad de la sala, frente al resto de la familia. Y ahí estaba Olimpia, pidiendo perdón, llorando y sintiéndose humillada en el último lugar seguro que le quedaba.

“Mi hija, todos cogemos, la diferencia es que a ti te vieron. ¿Eso te hace menos mujer, te hace menos digna, menos respetable?”, le dijo su madre. “Yo no podía parar de llorar ni de sentirme avergonzada, pero esas palabras de mi madre fueron fundamentales para mí. Empecé mi proceso, largo y difícil, para reconocer que había sido una víctima de violencia digital y que el daño que me habían causado era real”, cuenta Olimpia.

Hacía falta algo; si era víctima de violencia de género, sexual, en un espacio digital que tenía efectos en su vida cotidiana, debía haber uno –en su caso muchos– responsables y abusadores, todos merecían ser denunciados, procesados y castigados según la ley. Pero no había tal ley. “Fui al Ministerio Público a interponer mi denuncia, me pidieron que mostrara el video primero, que les diera evidencias y expusiera mis daños, para al final decirme que no se podía hacer nada porque ese delito no existía en el código penal, que la policía cibernética es preventiva y que no había equipo ni forma de rastrear el origen para dar con los responsables. Además, que todo había sido en un ámbito digital”, dice Melo Cruz. Una vez más la habían visto desnuda, la cuestionaron y culpabilizaron. Esa fue la tercera vez que intentó suicidarse.

“Me tomó mucho tiempo y fue doloroso recuperarme, pero finalmente puedo decir: Yo no tengo la culpa. Tengo derecho a vivir mi sexualidad. Mi cuerpo no es para diversión en redes sociales”, sostiene Olimpia. Seis años después de haber sido blanco de la violencia de género digital, su video aún circula en al menos seis sitios web, pero para ella no hay más miedo, ni vergüenza, ni culpa. “La gente conoce nuestros cuerpos desnudos, pero no las historias de cada una, no nos pueden seguir castigando a nosotras por un delito que cometen otros. Ya es hora que dejemos de sentirnos culpables por nuestros cuerpos y nuestra sexualidad y empecemos a reconocer el problema de la violencia digital contra las mujeres como una realidad, a denunciar, a penalizar a los agresores y agresoras, que también las hay. Esta es toda una cadena de violencia contra la mujer que puede acabar con sus vidas”.

“La gente conoce nuestros cuerpos desnudos, pero no las historias de cada una, no nos pueden seguir castigando a nosotras por un delito que cometen otros. Ya es hora que dejemos de sentirnos culpables por nuestros cuerpos y nuestra sexualidad y empecemos a reconocer el problema de la violencia digital contra las mujeres como una realidad…”

El 27 de febrero de este año Jaqueline Martínez, de 19 años, se suicidó. Semanas antes fotografías íntimas suyas habían sido difundidas por las redes sin su consentimiento, al igual que las de otras mujeres a las que llamaron “Los packs de Monclova”, haciendo referencia a las fotos íntimas de mujeres habitantes de Monclova, Coahuila, México. Jaqueline es el segundo caso de suicidio que el Frente Nacional para la Sororidad registra oficialmente como consecuencia de la violencia de género digital, “pero hay más, muchos más”, asegura Olimpia Melo. “Nos duele la muerte de una hermana, nos duele no haber llegado hasta ella antes, nos duele que nadie le haya podido decir que no estaba sola, que somos muchas y estamos aquí para ayudarnos”.

Olimpia es también, y quizá sobre todo lo anterior, una sobreviviente de violencia de género digital. “Por eso estoy dedicada únicamente al Frente y a Defensoras Digitales, porque yo sé lo que es ser desnudada y humillada, lo que es sentirte perseguida y desesperada, que te anulen incluso las autoridades que deberían defenderte. Porque sé lo importante que es tener palabras como las que me dijo mi madre, que las chicas sepan que no hicieron nada malo, que ellas son las víctimas, que pueden denunciar a sus agresores y sobre todo, que no están solas”.

Desde su trabajo como activista denuncia la violencia de género digital desde el Frente Nacional para la Sororidad, que aglutina diversos movimientos feministas y sus esfuerzos por exigir y defender los derechos de la mujer. De forma colectiva en Defensoras Digitales (www.defensorasdigitales.org) reciben denuncias, dan atención psicológica, asesoría legal e instrucción digital a víctimas como su principal objetivo. También elaboran manuales, estrategias y campañas de educación digital a mujeres, organizaciones e instituciones. En diciembre de 2018 ella y sus compañeras lograron un hito: el estado de Puebla aprobó el paquete de reformas que reconoce, tipifica y penaliza las diferentes formas de violencia de género digital. Ahora están cabildeando en seis estados mexicanos más para que se adopten sus propuestas y finalmente más víctimas de esta expresión de violencia tengan la opción legal de denunciar y obtener justicia. Esta semana en Chiapas, luego que Olimpia brindó la entrevista, fue aprobada una reforma igual.

¿Cuándo te diste cuenta que la violencia digital que sufriste era un problema generalizado?

Cuando supe que mi video íntimo estaba circulando en Internet revisé los perfiles y sitios web en los que me estaban exponiendo, en muchos de ellos mi video era la atracción principal, pero también encontré muchísimas imágenes de otras mujeres a quienes también estaban explotando y humillando sexualmente con material íntimo sin su consentimiento. Había incluso fotografías que no eran desnudos, que no eran si quiera tomadas con el conocimiento de las víctimas, fotos tomadas abusivamente por debajo de la falda de niñas de colegio, de mujeres en el metro a las que buscaban u ofrecían para trata. Me di cuenta que la violencia que yo sufría era parte de toda una cadena de violencia que incluye incluso al mercado de explotación sexual. No era algo aislado, no solo yo estaba siendo víctima y muchas de ellas podían sentirse igual que yo antes, humilladas, con miedo, culpables. Tenía que decirles que no estaban solas. Así fue como empecé a contactarlas.

¿Cuál fue la reacción de ellas?

Yo me presentaba como Olimpia y por supuesto no sabían quién era, por eso también les decía, “soy la del video de la gordibuena de Huauchinango”, después de eso ya se quedaban a escuchar, a hablar. Siento que para muchas fue un alivio saber que alguien a quien habían desnudado y arrastrado en redes como lo peor, que alguien que no podía estar más denigrada públicamente, otra mujer que había vivido lo mismo que ellas, se animara a llamarlas, a hablar de lo que le pasó, a denunciar. Mi historia me permitió llegar a otras mujeres y juntarnos para hacer una denuncia pública, para que escucharan nuestras historias en lugar de seguir compartiendo nuestras fotos o videos, para encontrar el respaldo que buscaba antes de enfrentarme nuevamente a las instituciones públicas pero esta vez con un paquete de reformas a las leyes mexicanas.

¿Cómo fue el proceso de elaboración de estas reformas?

Una vez que me recuperé de la denuncia fallida ante el Ministerio Público, me puse a revisar la legislación mexicana, me instruí sobre derecho penal y busqué amigas y amigos especialistas en leyes y con todo eso me senté a escribir sobre los vacíos que existían en nuestras leyes. La violencia digital sí existe y se ensaña con las mujeres, pero si la sociedad no es consciente de ello, si las autoridades no se educan al respecto y las instituciones no lo reconocen como forma de violencia, no lo establecen como delito, mucho menos habrá penalidades para los agresores. Así fue como redacté, de acuerdo a mi experiencia y a la de otras víctimas, un paquete de reformas que seguimos empujando por ahora en seis estados del país.

¿Cuáles son las principales propuestas y alcances de este paquete de reformas?

Son tres ejes fundamentales: que la Ley de Acceso a una Vida Libre de Violencia para las Mujeres y Niñas reconozca la violencia digital como una modalidad de violencia real que nos afecta. Que el código penal en todos los estados de México tipifique la difusión de contenido íntimo sin consentimiento como un delito, al igual que el ciberacoso, la sextorsión y diferentes formas de violencia que hemos identificado en estos ámbitos, y que se establezcan penas a toda la cadena de abusadores según el delito y su responsabilidad en los ataques y consecuencias de la violencia digital. Logramos que Puebla aprobara el paquete de reformas en diciembre de 2018 y Zacatecas ya reconoce la Violencia Digital en la Ley de Acceso, hay penas de tres hasta seis años para los agresores. Estamos trabajando para despertar más voluntad y esfuerzos para que se apruebe en Chiapas, Veracruz, Guanajuato, Baja California, Aguas Calientes y Durango.

Además del cabildeo en materia legal, ¿cuál es el marco de trabajo en el FNPS y Defensoras Digitales?

La legislación es uno de nuestras líneas de trabajo, pero desde que conformamos el Frente y con la creación de la organización Defensoras Digitales definimos que nuestra prioridad es el acompañamiento a víctimas de violencia digital. Nuestro espacio virtual recibe denuncias, brinda atención psicológica gratuita y asesoría jurídica sin costo porque sabemos lo necesario e importante de una red que te respalde. Realizamos campañas digitales, charlas y talleres de educación digital y seguridad virtual tanto para la protección, mejor uso y autodefensa en el ámbito virtual. Hay chicas que aún se sienten culpables o avergonzadas tras ser víctimas de violencia digital, chicas que desconocen que el sexting es un derecho sexual, chicas que no denuncian el acoso en línea porque no se reconoce como violencia sexual. Trabajamos por ellas y por nuestras historias, pero también por las niñas y jóvenes que están creciendo en un mundo real y digital, y que necesitan la información adecuada para poder disfrutar de estas herramientas sintiéndose seguras y empoderadas.

Pero, ¿y las autoridades e instituciones cómo están en materia de educación digital?

En general, como sociedad, percibimos que hay analfabetismo en materia digital. Es cierto que en los últimos años se habla más del tema, estamos gritando y tomándonos otros espacios físicos para hacer ver que lo digital también es real, pero hace falta mucho. Existe la policía cibernética, pero hasta hace poco su línea de trabajo era “preventiva”, se declaraban sin recursos técnicos o responsabilidad para rastrear y borrar contenido que violentara la integridad de una mujer, ahora ya están empezando a trabajar en ello. Nos tomó cuatro años para que nos tomaran en serio, nos llamaron locas, nos revictimizaron, pero ahora somos más, estamos juntas y tenemos más aliados. En un país tan machista y patriarcal como México, esperamos que los medios de comunicación, las autoridades, los diputados se comprometan más en la lucha contra la violencia de género en todos los ámbitos, incluyendo el digital.

¿Se han llevado procesos legales de violencia digital? ¿Cómo serían?

No (se han llevado), pero no porque no se hayan dado o denunciado a la red, sino porque la aprobación en Puebla y Zacatecas fue recién (agosto-diciembre 2018). También hay otros factores como la falta de educación digital, insistimos en eso porque por ejemplo, hay una legislación mexicana que establece que el sexting es un delito, cuando el delito es compartir contenido privado sin consentimiento. La sexualidad se vive de diferentes formas y está bien siempre y cuando sea entre adultos, de forma consensuada y que no vulnere nuestros derechos individuales. Hubo dos casos de denuncias en los que se procesó y castigó el agresor, pero bajo otras figuras de delito porque aún no se reconoce o no hay actualización en materia de derechos digitales por parte de ciertos grupos.

“En general, como sociedad, percibimos que hay analfabetismo en materia digital”.

¿En México existen estudios o ustedes manejan estadísticas sobre los casos de violencia de género digital?

Hasta donde hemos buscado no hay estudios enfocados en esta forma de violencia, mucho menos estadísticas. Nosotras como Frente Nacional para la Sororidad empezamos a tomar registros de las denuncias que recibimos o trabajamos con organizaciones de mujeres locales que tienen identificados los focos donde podemos encontrar casos que por diferentes razones no han sido denunciados, pero existen. Hablamos de cientos, pueden ser miles en todo el país y no se les está dando la importancia que merecen porque se cree que lo digital no es real, y sí lo es. El suicidio de Jaqueline es el segundo caso producto de violencia digital que nosotras registramos, pero otras organizaciones tienen otros números y hay casos cuyas historias nunca se saben.

“Mi historia me permitió llegar a otras mujeres y juntarnos para hacer una denuncia pública, para que escucharan nuestras historias en lugar de seguir compartiendo nuestras fotos o videos, para encontrar el respaldo que buscaba antes de enfrentarme nuevamente a las instituciones públicas pero esta vez con un paquete de reformas a las leyes mexicanas”.

¿Qué elementos han identificado como factores de propagación de la violencia digital?

Podríamos partir de tres: La hipersexualización y cosificación de nuestros cuerpos, por eso un abusador toma una foto escondida a las piernas de una chica que va de falda en el metro, o el pedófilo roba y comparte fotos de menores en perfiles falsos, por eso un video íntimo se vuelve viral o se cuelga en una página pornográfica donde la víctima pasa a ser víctima de un mercado sexual. Otro factor es la concepción errónea de que lo virtual no es real, cuando según cifras oficiales los mexicanos pasamos hasta ocho horas conectados a internet, parte de nuestra vida también está ahí, tenemos derechos incluso en esos espacios y ahí se comenten delitos que deben ser penados. Un tercer punto es la revictimización, en cualquier caso de violencia lo último que quiere la víctima es que la expongan de nuevo al dolor. Imaginen ahora a una joven a la que le dicen “tú te desnudaste, tú tomaste la foto, tú la enviaste”, la vergüenza y la culpa hacen que esto cree círculos de silencio que deben romperse. Eso hemos identificado aquí en México, pero las sociedades machistas funcionan de forma muy similar.

¿Tienen alianzas con otros colectivos internacionales que trabajen en materia legislativa sobre violencia de género digital?

Hasta ahora no hemos podido entrar en contacto con redes fuera de México. Hemos leído sobre el trabajo de compañeras en Argentina o España, pero aún no hemos tenido la oportunidad de conectar. Estamos muy entusiasmadas con la idea de sumarnos a otros colectivos de los que podamos aprender y en los que podamos aportar, para crear redes más fuertes, diversas y globales. Esperamos que nuestra experiencia en materia legal pueda inspirar y replicarse, por eso estamos firmes en el proceso de presión para la aprobación de estas reformas que nos hagan sentir más seguras y libres incluso en los espacios digitales.

En tu caso, ¿sentís que conseguiste la justicia que buscabas?

Mi denuncia no tuvo cabida porque no existía esa forma de delito en la ley de Puebla para 2014 y los delitos no son retroactivos, pero me gustaría retomar mi caso porque es importante hacer efectivos los procesos legales por los que hemos trabajado. Mi video aún está en seis páginas web pornográficas, hay gente que se refiere a mí como la gordibuena, mi historia está aquí. Siento que las mujeres víctimas de violencia digital aprendemos a vivir con nuestra desnudez pública una vez nos deconstruimos. A mí me tomó mucho tiempo decir: no tengo de qué avergonzarme, tengo derechos a vivir mi sexualidad, mi cuerpo no es para diversión en redes sociales. Es como vivir con un cáncer, lo detectas, vas a terapias, lo puedes extirpar y puede aparecer en otro lugar. Además, las marcas siempre van a estar ahí. Yo logré superarlo y me siento comprometida, como las demás del colectivo que trabajan de forma voluntaria y por autogestión, para que otras chicas también lo logren. Estamos al frente y nadie nos detiene, porque los espacios digitales también deben ser seguros y libres de violencia para las mujeres.

Entrevista por Tammy Zoad M.

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