Hola. ¿Quieren que juguemos a desnudarnos? Bien. Pero primero, hagamos un ejercicio. Respondan con honestidad, nadie podrá verles, nadie podrá juzgarles.

Empecemos: Una mujer se toma fotos desnuda.

A) Se está exponiendo y deberá asumir cualquier consecuencia.

B) Debería saber sobre seguridad digital.

C) Nunca debió tomarse fotos desnuda/Yo no lo haría.

Continuemos: El destinatario de la foto filtra la imagen privada en un grupo de amigos, quienes la comparten de grupo en grupo hasta que llega a las redes. La imagen llega a usted.

A) No reacciona en la publicación ni comparte la imagen, pero comenta sobre la mujer desnuda de la foto en sus círculos virtuales/reales.

B) Denuncia la imagen y advierte a sus contactos sobre el contenido.

C) Comparte la imagen para saber quién es la mujer y la historia tras la foto, además usa su ejemplo para probar que las fotos desnudas son mala idea.

Sigamos: Conoce a quien filtró la foto, a los amigos que la compartieron o está en un grupo donde se lincha socialmente a la mujer desnuda en la foto.

A) No reacciona, no es su asunto, ella se lo buscó.

B) Denuncia el abuso, de forma directa y/o pública, se informa o da información sobre cómo denunciar este tipo de violencia de género.

C) Opina, juzga y condena a la mujer de la foto.

Ahora: La mujer de la foto es una desconocida. La mujer de la foto es su mamá. Su hermana. Su amiga. Su hija. Vos. ¿Cómo reaccionarías? ¿Cambiaría tu opinión o reacción en cada caso? ¿Qué has hecho antes? Fin del juego. Vamos a desnudarnos de verdad. Quítense también las caretas.

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“Packs”, “nudes”, “chisme XXX”. Llámenles como quieran, pero si están en una red social o en varias sabrán que me refiero a esas fotografías (o videos) de desnudos que circulan sin autorización, en su mayoría protagonizadas por mujeres. “Zorras”, “putas”, “degeneradas”. Les llaman como peor se les ocurre, pero hay un detalle importante que muchos pasan por alto: estas imágenes son públicas tras haber sido filtradas sin el consentimiento de estas mujeres, quienes en un contexto de confianza y privacidad las tomaron y enviaron a una persona en específico. Alguien está violando un acuerdo explícito o implícito, no importa, está faltando a la privacidad de otra persona con el único propósito de exponerla, de abusar, acosar o denigrar su imagen. ¿Sí notan lo que está mal? No, no es la foto, ni la desnudez, ni la mujer.

Lo que está mal es la doble moral con la que vemos (nos vemos), el doble rasero con el que juzgamos, la ligereza con la que nos apresuramos a tirar la piedra amparados desde anonimato, la privacidad o el sentimiento de seguridad que nos da un avatar o la imagen perfecta con la que nos presentamos en el mundo virtual. Se juega entonces a desnudar y desmenuzar a alguien que no conocemos, que no nos conoce o a quien “merece” ser condenado porque piensa o actúa de forma incorrecta según nosotros.

¿Descalifica a Kim Kardashian o la mujer de la farándula local por la foto o el video íntimo que se filtró? ¿Determina el valor de una mujer según su parecido al comportamiento público de la Princesa Diana de Gales o de Cardi B? ¿Vio, comentó, compartió los “packs” de las rojinegro o los de las azul y blanco? “Amiga/amigo, date cuenta”, también sos parte de un problema de violencia contra las mujeres.

La violencia de género en el ámbito digital es tan real y nefasta como la que ocurre en casas, calles y cualquier espacio físico donde se vulneran los derechos de las mujeres. Igual de dañino es gritarle puta a una mujer que escribirlo en un mensaje o comentario con su foto adjunta. Si te estás basando en su sexo, su cuerpo, su género, su vida privada para atacarla, “amiga/amigo, date cuenta”, estás mal. Si como sociedad creemos o permitimos que exista alguna forma de machismo o violencia de género justificada según la mujer en cuestión, estamos mal. Nos tienen mal.

No se trata de un asunto casual, exagerado, mucho menos nuevo.

La difusión de contenido sexual sin consentimiento es la forma más frecuente de violencia de género digital, pero también se incluye desde la “sextorsión” (extorsión con fines económicos o sexuales a través del chantaje por contenido privado de la víctima), el hostigamiento o acoso virtual, hasta el tráfico de mujeres en línea como algunas de las formas de violencia virtual en aumento. Dubravka Simonovic, relatora especial de la ONU contra la violencia de la mujer, señaló la urgente necesidad de leyes especializadas y medidas basadas en instrumentos existentes en materia de derechos humanos en cada país para proteger a mujeres y niñas de la violencia en internet y cualquier plataforma digital. No se trata de un asunto casual, exagerado, mucho menos nuevo. Desde 2014 la Fundación Worl Wide Web planteaba el desafío de detectar y contrarrestar las formas de violencia contra la mujer a través de las plataformas tecnológicas, una alerta que ya habían activado colectivos feministas años antes por denuncias de víctimas de violencia en línea.

En 2014, Ghadeer Ahmed, una joven egipcia de 21 años, se enfrentó a la sociedad tras años de acoso y linchamiento virtual después que su exnovio filtrara un video de ella bailando vestida. Sí, vestida y bailando. Aún cuando logró que a su exnovio lo declararan culpable por difamación, el video seguía en YouTube y Ahmed continuaba siendo atacada en redes sociales por otros hombres. Harta de la situación, publicó ella misma el video en su cuenta de Facebook junto a una denuncia pública exponiendo la violencia de género digital en una sociedad conservadora y ultra religiosa.

“Una foto desnuda podría humillar a una chica. Pero en nuestra sociedad, podría conducir a su muerte. Y, aunque no acaben con su vida físicamente, sí lo harán social y profesionalmente. La gente dejará de vincularse a ella y, al final, terminará condenada al ostracismo y el aislamiento”, explicó a la BBC Inam al-Asha, psicóloga y activista por los derechos de las mujeres en Amman, Jordania.

Ahmed tuvo éxito, aunque los ataques no cesaron de inmediato, el apoyo que recibió de organizaciones y el impacto que tuvo su denuncia para que otras mujeres hablaran sobre sus experiencias como víctimas de abusos en línea la convirtió en un ejemplo positivo.

Pero a diferencia de Ahmed, Fauzia Azeem, una joven pakistaní no tuvo la misma suerte.
Azeem, de 26 años, era conocida popularmente como Qandeel Baldoch, nombre bajo el que publicaba fotografías, videos y comentarios provocativos en sus cuentas de redes sociales. En julio de 2016 uno de sus hermanos la estranguló por “deshonrar” a la familia con sus publicaciones. Su caso no es aislado. Hagan una búsqueda en Google y prepárense para el horror. Casos de depresión, ostracismo, suicidio, femicidios o los linchamientos de mujeres tras ataques virtuales son las consecuencias más evidentes y alarmantes de estos ataques en redes, pero no las únicas.

En el informe de 2018 sobre violencia de género, la ONU destaca la violencia en línea como una de las formas de violencia en crecimiento y cuyo impacto en la vida de las mujeres es cada vez más grave, y advierte que no solo se genera en círculos cercanos a las víctimas o mujeres en situaciones de riesgo, incluye también testimonios de defensoras y periodistas quienes tras hacer denuncias, iniciar o sumarse a campañas como el #MeToo o #NiUnaMenos fueron blanco de acoso o amenazas en línea. ¿Ahora sí me creen? ¿Ahora sí hablamos en serio? No, no estamos exagerando. No se trata de un nuevo tipo de violencia, son casi 20 años de vivir repartidos entre mundo real y el digital, pero es alarmante la forma en como permitimos que se establezca como normal o admisible la violencia de género en línea, “porque no es aquí, es ahí, es allá”, “es ella, no soy yo”, “se lo merece por…”.

En Nicaragua también pasa y pasa desde que entramos en contacto con la tecnología, el Internet y las redes sociales. Pasa aún porque la educación sobre tecnología y seguridad digital es nula o precaria, pero pasaba desde antes porque carecemos de una educación sexual y social con enfoque de género, sensible y responsable respecto a temas de violencia contra las mujeres. Pasa porque perdimos la sensibilidad y solo vemos estadísticas en los casos de femicidios, porque normalizamos el acoso en la calle, porque permitimos que se linchen a otras mujeres en redes. Pasa ahora en medio de una crisis sociopolítica que nos ha polarizado, que ha sacado lo mejor del verdadero patriotismo y lo peor del verdadero patriarcado.

No solo estamos divididos por dos bandos ideológicos o cívicos, muchos también empezaron a dividir a las mujeres según una moral retorcida regida por la política. Las que están a favor y las que están en contra de. Ese pensamiento llevado al extremo es el mismo que sustentó los abusos, violaciones y humillaciones que sufrieron las noruegas y francesas que tuvieron algún tipo de relaciones con los soldados alemanes durante la ocupación nazi, es el mismo pensamiento en el que se basa el Estado Islámico para esclavizar mujeres o el pensamiento que justifica que las fracciones que se disputan el poder económico en la República Democrática del Congo usen el abuso, las mutilaciones y violaciones a las mujeres como arma de guerra. ¿Extremo? No, si partimos de la idea que aún tienen muchos: las mujeres buenas y las malas. Las que tienen valía y las que no.

¿Queremos construir una Nicaragua más justa, menos violenta y para todos, pero hacemos o permitimos que la violencia de género esté aquí y allá, desnudando, acosando, denigrando? Ninguna idea, por justa que sea, se defiende atacando los cuerpos y las vidas de las mujeres. “Amiga/amigo, date cuenta” la crítica y violencia machista es perversa de donde sea que venga. En ninguno de los casos una mujer merece algún tipo de violencia, en ninguna circunstancia es admisible que seamos parte de la jauría que las expone, que les ladra con rabia, que las destroza.

En países como España, Argentina y México movimientos feministas se han encargado de dar el grito de alerta ante el aumento de la violencia de género digital y han llevado sus esfuerzos más allá con manuales de seguridad virtual, organizaciones de apoyo a víctimas e incluso con alcances en materia legal como la Ley Olimpia (Puebla, México), que con su aprobación en diciembre 2018 logró que se reconociera como delito diferentes formas de violencia digital, y estableció que las autoridades deben hacer efectivo el retiro de cualquier material que violenta a la mujer e imponer penas de entre tres y seis años de cárcel a los responsables. Puede que en Nicaragua falte mucho trabajo hasta que la conciencia sobre el problema nos lleve a una regulación legal específica para la violencia de género digital, pero todo puede terminar en el mismo lugar donde empezó.

Si usted vio o supo de la foto de la mujer desnuda que circuló en redes, la cadena de mensajes difamatorios, el acoso y los ataques en plataformas digitales a una o un colectivo de mujeres, usted también es parte de esto. Cada abuso o ataque tiene un culpable, un responsable, un abusador o muchos. La cadena de violencia inicia con uno, pero sigue y se perpetúa con quienes interactúan con el contenido, reaccionan, comentan, señalan a la víctima o comparten, también con quienes no denuncian. Todos estamos ahí, y sin ser responsables podemos ser cómplices, a menos que reflexionemos y reconozcamos que la violencia de género digital no solo está desnudándonos, está destruyéndonos, a nosotras las mujeres reales.

Texto de Tammy Zoad M.


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La Lupa Nicaragua