Los que creen que el deporte no tiene que ver con la política, sencillamente son ingenuos o prefieren ignorar que el deporte siempre ha sido utilizado por los políticos como instrumento propagandístico para distraer y atraer a las masas.
En Nicaragua, el régimen Oretga-Murillo ha politizado todas las federaciones deportivas, incluyendo el fútbol, donde sus dirigentes son abiertamente simpatizantes del partido de gobierno. Los tentáculos orteguistas alcanzan hasta la famosa Liga Primera, donde varios dueños de los equipos trabajan para las instituciones del gobierno. No es secreto que el sancionado Fidel Moreno le inyecta gran capital para que funcione esta competencia en el país, llegando a poner a su hombre de confianza, José María Bermúdez en la secretaria de la Federación Nicaragüense de Fútbol (Fenifut).
Con el estallido de rebelión, en abril de 2018, el deporte se ha fisurado entre los atletas que respaldan la dictadura, y los que han alzado su voz a favor de la lucha cívica del pueblo. La Selección Nacional de Fútbol ha sido criticada por la frialdad en que la mayoría de los jugadores ha preferido no pronunciarse ante la masacre de los más de 500 personas asesinadas y un centenar de desaparecidos bajo la autoría de la dictadura orteguista.
El dilema para los jugadores en hacer lo correcto o defender sus intereses es uno de los debates que se pone en la palestra ante estas situaciones, principalmente porque la misma dictadura utiliza los juegos del equipo nacional para disfrazar una normalidad inexistente en el país, como lo fue el amistoso ante Argentina y ahora con la Copa Oro que inicia el 16 de junio.
Este tipo de contextos los han vivido otros países y podemos hacer varias comparativas, como en el caso de Argentina 1978. En plena dictadura militar de Jorge Rafael Videla, los argentinos celebraron la Copa Mundial de Fútbol, en un momento que el país atravesaba una de las etapas más crueles de su historia.
Mientras el equipo albiceleste alzaba la copa en el Monumental, a unos cientos de metros de distancia se encontraba La Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde torturaban y asesinaban a las jóvenes de la oposición. En tanto, Mario Alberto Kempes gritaba sus goles en la final ante Holanda, en la Plaza de Mayo, las madres exclamaban los nombres de sus hijos asesinados y desaparecidos. Eran dos realidades paralelas, en una la que Videla quería vender al mundo para aparentar la normalidad, y en la otra, la cruel realidad de crímenes de lesa humanidad que cometía la dictadura miltar.
Previo y durante a este mundial de 1978, hubieron jugadores de otras selecciones que se negaron a ser parte del circo montado por Videla. Por ejemplo, el portero Ronnie Hellström, acompañó a Las Madres de la Plaza de Mayo en su manifestación en la Casa Rosada en lugar de asistir a la ceremonia de inauguración. Fue el único mundialista que lo hizo. “Decidí hacerlo porque era una obligación que tenía con mi conciencia”, confesó en ese momento.
Otro futbolista que se negó a viajar a Argentina fue el alemán Paul Breitner. El ex jugador del Real Madrid, no quiso defender el título mundial conquistado en su país en 1974 como medida de protesta por las atrocidades que se estaban cometiendo en Argentina. La misma Selección de Holanda, no subió al pódium a recibir la medalla de subcampeón como protesta hacia Rafael Videla.
Por su parte, los mismos jugadores argentinos callaron, incluyendo a su director técnico, César Luis Menotti, quien era abiertamente de ala izquierda, y pese a sus convicciones políticas aceptó el llamado para dirigir al equipo, aunque tiempo después el mismo exseleccionador confesó que apoyo la rebelión en secreto, ocultando a opositores en su casa, reuniéndose en secreto con miembros del partido comunista.
Lo cierto es que la primera copa del mundo ganada por Argentina será recordada no solo como un triunfo deportivo, sino como un torneo manchado por la corrupción, sangre y muerte de muchos argentinos.
Otro país que presenta el mismo contexto que Nicaragua es Venezuela con la brutalidad comandada por Nicolás Maduro. A pesar que el dictador venezolano ha querido callar cualquier tipo de rebelión, algunos jugadores de la Selección Nacional de Fútbol se han pronunciado en apoyo a la lucha del pueblo.
Jugadores como Salomón Rondón, Ender Inciarte, Tomás Rincón y Jesús Guzmán alzaron su voz en protesta por el régimen de Maduro.
“Que la historia de mi país sea escrita con el puño y letra de los buenos, honestos y trabajadores, para que se borre todo lo malo y nazca una nueva historia que pide con brío iniciar”, escribió Tomás Rincón, capitán de la selección en su cuenta en Twitter en enero de este año.
Recientemente, salió a la luz la historia de Abdel basset Sarout, exportero de las selecciones juveniles de Siria. En su momento fue una de las grandes promesas del fútbol sirio, pero ver la crueldad a la que había sometido su pueblo, decidió cambiar los tacos de fútbol y se unió a la rebelión. Fue asesinado el pasado sábado después de ser herido luchando contra las fuerzas gubernamentales en el noroeste de Siria.
Existen historias, ejemplos de futbolistas que han atendido a su conciencia, mostrando su solidaridad y empatía hacia la situación que viven sus países ya sea de manera simbólica o con hechos concretos, pero no se han negado a ver y ser voz de la realidad de sus naciones.
La Selección Nacional de Fútbol tiene una deuda moral con sus aficionados, con ese pueblo que los ha seguido pese a las derrotas, en las buenas y malas. No es posible ignorar el sufrimiento de un pueblo que llora a sus hijos e hijas asesinados y desaparecidos por una dictadura.
La conciencia debe llamar ante todo, no se puede voltear la cara y seguir rodando el balón como si no pasará nada. Hay que recordarles a los seleccionados que el campo donde juegan y la bandera a la que representan No se manchan, deben ser conscientes que mientras ellos gritan sus goles, en las calles las madres aún piden a gritos Justicia para sus hijos asesinados.
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