En la lucha contra el somocismo se repetía profusamente la frase “después de Somoza cualquier cosa”. Esa frase encerraba la creencia, o la ilusión, de que lo peor era el somocismo. El cambio que vendría después, necesariamente, sería mejor. Y la inmensa mayoría del pueblo nicaragüense apostó al cambio.
Esas esperanzas estaban muy lejos de lo que ocurrió después. Padecimos una tragedia de mayores proporciones. Decenas de miles de muertos y mutilados. Viudas, huérfanos, fracturas familiares. Exilios. Confiscaciones. Destrucción. La sociedad sufrió heridas que todavía no terminan de sanar.
La historia enseñó que “cualquier cosa”, resultó peor que Somoza. Y retrocedimos décadas.
Pero no solamente en ese episodio. A lo largo de nuestra historia los anhelos de cambio terminaron en naufragios. Y así nos hemos pasado 200 años. Ocurrió con la independencia. Ocurrió con Zelaya. Ocurrió con el Somocismo. Ocurrió con la revolución en los ochenta. Y naufragó de nuevo cuando el pacto de los caudillos truncó el proceso de transición que inició el gobierno de doña Violeta.
En el presente, estamos ante una oportunidad real de romper con esos ciclos funestos del pasado. Y esto no es una quimera.
Por primera vez en nuestra historia la población salió a la calle cobijada en la bandera azul y blanco. Allí está la semilla de una patria para todos.
Por primera vez en nuestra historia el pueblo salió a la calle sin dejarse arrastrar por la consigna de un partido o la proclama de un caudillo. Enarboló las banderas de justicia y libertad. Allí está la semilla de la convivencia pacífica y democrática.
El pueblo salió a la calle por su propia voluntad, en ejercicio de su propio derecho, asumiendo su propia responsabilidad. Allí está la semilla de la ciudadanía.
No hay patria ni democracia sin ciudadanos. Y hoy tenemos la oportunidad de construir patria, con justicia, libertad y democracia. No podemos caer nuevamente en el sortilegio o el embrujo de creer que los cambios caen del cielo y que después de Ortega, cualquier cosa.
El cambio lo construimos nosotros. El cambio está en nosotros. No es resultado de un milagro.
¿Queremos democracia?
La democracia impone como norma de conducta la tolerancia frente a las opiniones y creencias de los demás.
¿Queremos democracia?
La democracia impone respeto a la integridad personal y moral de los demás.
¿Queremos democracia?
La democracia impone ejercicio responsable de la libertad. La libertad propia no puede ser excusa para aplastar la libertad de los otros.
La democracia se construye, no cae del cielo por milagro.
Es importante que estemos claros que el cambio democrático no comienza cuando Ortega salga del poder. Si queremos cambio, de verdad, el cambio comienza, aquí y ahora, en cada uno de nosotros.
En la familia. En el trabajo. En la calle. En el bus. En el taxi. En el barrio. En la organización social, gremial o política a la que pertenezcamos. Y también en las redes sociales de internet.
¿Queremos un país con democracia?
La democracia para que sea duradera debe basarse en la honradez, la integridad, la coherencia, la transparencia.
De la misma manera que no se construye democracia con caudillismo. Tampoco se construye democracia con arribismos, mezquindades y oportunismos.
No es cierto que una persona con la salida de Ortega una persona antes deshonesta se transforma mágicamente en persona decente. O el intolerante en tolerante. O el ofensivo en respetuoso. O el mezquino en generoso. O el que se considera dueño de la verdad en condescendiente.
Una democracia, para ser verdadera se edifica sobre valores. Y los valores se construyen, día a día, por cada uno de nosotros, en cada acto, en cada lugar.
Y en esta tarea debemos ayudarnos todos, porque tampoco es cierto que podamos presumir de blancas palomas.
Debemos incluso rescatar para el uso cotidiano palabras y frases que el declive moral ha ido dejando en desuso. Esto parecerá una menudencia, pero no lo es.
Honradez. Integridad. Honor. Decencia. Palabra de honor. Pobre pero honrado. Son frases y palabras que se están perdiendo, a pesar de toda la carga de valor que encierran. ¿Por qué? Porque para quienes han ejercido el poder mencionar esas palabras es como mencionarles el demonio. ¿Escucharon a Ortega o a alguno de sus secuaces hablar de decencia o de honradez?
Nosotros somos portadores del cambio. El cambio está nosotros. Si nosotros no cambiamos, podrán cambiar los rostros, las fechas y los nombres, pero todo lo demás seguirá igual.
No dejemos que se repita la frase con que comenzamos este comentario. Después de Somoza cualquier cosa. No señor. No señora. No es cuestión de que después de Ortega, cualquier cosa. El cambio para una Nueva Nicaragua empieza aquí y ahora. En cada uno de nosotros.