Entierros solitarios con ataúdes sellados y constancias de defunción con la recurrente causa de muerte “neumonía atípica”, fueron las señales de alerta en Nicaragua, a pesar de que el Gobierno insistía en que los casos de COVID-19 parecían estar controlados.

El martes 12 de mayo el Ministerio de Salud (Minsa) admitió 25 casos de contagios y ocho muertes, tres en una misma semana, además de los casos en brotes. Pero la cascada se dejó ver este 19 de mayo, cuando el crecimiento exponencial fue de casi diez veces con respecto a la semana anterior. De 25 se pasó a 254 contagios confirmados de COVID-19. Un total de 229 fueron confirmados con el SARS-CoV-2, que ha contagiado en el mundo a más de cuatro millones de personas.

El manejo de la pandemia por COVID-19 por parte del régimen ha puesto al país en la mirada internacional, y no por buenos motivos, sino por sus extravagancias descabelladas en tiempos difíciles. Antes que se anunciara el caso número uno, el 18 de marzo, el orteguismo montó al personal de salud en carrozas, desde cuyas tarimas, enfermeras enseñaban la forma correcta para lavarse las manos, y con ello, evitar los contagios de COVID-19. El escenario fue la caminata “Amor en los tiempos del COVID-19”, un nombre surreal como la iniciativa misma.

El mundo volteó la mirada hacia el segundo país más pobre de América Latina porque lo desafiaba, cuando la mayoría de su población se encerraba en sus casas y las grandes urbes se apagaban, para tratar de ralentizar lo que apenas comenzaba: una avalancha de muertes, unidades de salud empezando a colapsar y brutales confinamientos. El que se conoció, al inicio, como el virus de Wuhan se convirtió en el SARS-CoV-2, que provoca la COVID-19. De Asia saltó de continente y llegó a América Latina el 26 de febrero, específicamente a Brasil. Días después, el 11 de marzo, sería declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Para explicar la pandemia en Nicaragua, el método ordenado de otros países que decretaron cuarentenas, algunas más rígidas que otras, y que ahora buscan las mejores alternativas para regresar a la nueva normalidad, por el riesgo de una segunda ola de contagios, como España, Italia, Estados Unidos, no funciona en el país por una sencilla razón: hubo un cierre de fronteras implícito, no hubo limitaciones de ingreso a extranjeros, pero si a nacionales; cero cuarentenas o estado de emergencia, cero cierres de escuelas, bares o universidades; cero cancelación de eventos. La vida continuó bajo la etiqueta de la normalidad pese a que el virus llegó oficialmente el 18 de marzo al país, hace diez semanas.

Entonces, ¿Cómo se puede saber dónde estamos y hasta cuándo las alarmas de focos de contagios pararán? Las estimaciones no apuntan a que la situación mejore, sino que empeore. El epidemiólogo Álvaro Ramírez, quien advirtió que en mayo los casos de COVID-19 empezarían a desbordarse, a como ha sucedido, considera que mientras no se tomen las medidas de prevención por parte del Gobierno, los tiempos difíciles continuarán, ya que los contagios actuales corresponden a personas que se infectaron hace catorce días y otras se estas infectando ahora.

El Minsa, por su parte, proyectó que a partir del primer contagio en los siguientes seis meses, 813 personas morirían y habría 32, 500 afectados. Sin embargo, olvidaron la dinámica de cascada que la pandemia ha presentado en otros países.

Ramírez explica que el promedio mundial que tardan las naciones en alcanzar la primera decena de casos es de unos 42 días. En Nicaragua, pese a que el régimen orteguista mostraba los casos a cuenta gotas, cuando los médicos independientes habían advertido ya de la existencia de un subregistro, le tomó menos de 40 días llegar a ese umbral; lo hizo en 33 días con reportes de tres fallecidos.

Al no contar con fases establecidas de forma oficial, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) si lo ha hecho con base a escenarios: países sin casos, países con casos esporádicos, países con casos cercanos, delimitados por un área geográfica, y transmisión comunitaria; y sin aplicar medidas de confinamiento, el epidemiólogo Ramírez sostiene que la pandemia puede tener una extensión de seis a ocho meses, es decir, que apenas se llevan dos meses de la emergencia sanitaria.

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El panorama empeora porque el régimen Ortega-Murillo sigue sin garantizar el distanciamiento social, y aunque la población, de forma autoconvocada, ha tomado acciones de prevención, no hay una directriz gubernamental que reconozca la gravedad de la pandemia, por esta misma razón, la posibilidad que la emergencia sanitaria se extienda a finales de 2020 no es descabellada. Desde ya, los hospitales empiezan a llenarse de más pacientes con cuadros similares a COVID-19.

Debido a la falta de información por parte del Minsa es difícil determinar el ritmo real que llevan los casos de contagios por el nuevo coronavirus. Sin embargo, con base a un registro realizado por LA LUPA según los reportes del Minsa, se determina que una vez que el país pasó los diez casos, el tiempo en el que van apareciendo los demás se acorta. Tomó 16 días, desde el 20 de abril al 5 de mayo para conocer otros seis casos, y en siete días, hubo otros nueve casos para contabilizar 25, y con el informe de este 19 de mayo, en siete días el aumento fue de 916 por ciento; es decir, 229 casos. En ese mismo período fallecieron nueve personas. Dichos conteos concuerdan con el avance exponencial que han vivido otros países.

La OMS apunta que en países en los que se ha establecido la transmisión comunitaria, o están en riesgo de entrar a dicha fase de la epidemia, “las autoridades deben adoptar y adaptar inmediatamente medidas de distanciamiento físico y restricciones de movimiento a nivel de la población además de otras medidas de salud pública y del sistema sanitario para reducir la exposición y contener la transmisión”.

“Hay un momento en que el ritmo de crecimiento es tan rápido que no lo hace como al principio, un casito, dos casitos, tres casitos, que vi raro que el gobierno estaba cantando victoria”, expresa Ramírez.

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Una curva con final incierto

El Salvador es un país antítesis de Nicaragua en cuanto al manejo de la curva de contagio. Su presidente, Nayib Bukele, decretó cuarentena, que le ha valido críticas por su rigidez en un país donde gran parte de su población depende del mercado informal, y que ha conllevado a que cientos de salvadoreños de las comunidades más vulnerables ubiquen trapos blancos en sus puertas y ventanas, para denunciar que no tienen comida. El mismo 18 de marzo esa nación también anunció su primer caso de COVID-19 y actualmente contabilizan 1,571 contagios, una cantidad que se acerca a las cifras que maneja el Observatorio Covid-19 Nicaragua hasta el 16 de mayo, que contabiliza 1,594 casos, de estos 1,569 son sospechosos.

Por su parte, el epidemiólogo Rafael Amador explicó que el incremento de la curva de contagios arranca entre la quinta y sexta semana, pero esto depende de la estrategia que cada país determine para enfrentar el virus. Taiwán, por ejemplo, de la que el régimen orteguista es su aliado y ha recibido donaciones de equipos de protección y hasta un millón de dólares, desarrolló una estrategia de control de casos y mapeó sus contactos, realizó pruebas PCR para identificar los contagios, además de las medidas de contención en sus fronteras. Nicaragua no ha hecho nada de eso, más bien, ha tratado de evitar reconocer que la epidemia es real. “El Estado ha estado en negación de la existencia de un peligro real, y han tratado de mantener esa posición con el reporte mínimo de casos», expresó el especialista; no obstante, esta lógica se quebró al revelar un incremento de los 229 casos identificados en la última semana.

Es muy difícil establecer cuánto tiempo le llevará a Nicaragua salir de la curva de contagio, es decir, acceder al aplanamiento, como lo han hecho otros países, después de aplicar cientos de pruebas y mantener a su población en confinamiento. La misma España, que en su momento, se convirtió en el epicentro de la pandemia, ha establecido cuatro fases para retomar el ritmo de antes, pero más despacio y con cautela. Les llevará unas ocho semanas, y con base al avance de la pandemia, para volver a la vida de antes de marzo 2020. En lo que concuerdan los epidemiólogos consultados es que junio y julio podrían ser meses muy duros para Nicaragua.

¿Crees usted que podríamos llegar hasta junio en la misma situación? Le consulté a Ramírez:

“No, va a ser peor. De aquí a dos semanas esto es peor. Esto se va a empeorar día a día. Yo lo vengo avisando desde hace tiempo. Junio no vamos a pasar en la misma situación nunca jamás, en junio vamos a estar peor, mucho peor” expresó el epidemiólogo. Amador apunta que es necesario contar con un plan de atención temprana a la población, con el objetivo de darle seguimiento y evitar que lleguen a las unidades de salud en estados graves, esto facilitaría, mejorar la atención sanitaria y evitar una saturación de los sistemas de salud, que por los escenarios actuales, es hacia donde se encamina el país.

Un indicador que muestra cómo ha crecido la pandemia es el cambio de utilizar solo los 19 hospitales públicos, que el régimen aseguraba tener listos para atender los casos de COVID-19, a disponer de toda la red hospitalaria, incluyendo centros privados y clínicas provisionales. Sin embargo, la gran barrera siguen siendo las pruebas PCR que solo el Minsa controla.

Las “fake news” de Rosario Murillo

Un capote amarillo, de los que se usan para cubrirse de la lluvia, es la protección que tiene ese hombre ante un posible contagio, él termina de colocar cemento en la bóveda improvisada, donde descansa Javier Montalván Pérez, habitante de Nindirí. A él lo ingresaron al hospital de Masaya el 12 de mayo a las 5:00 p.m. y a las 9:00 de la mañana del día siguiente, falleció. Era un hombre conocido en su ciudad, cambista, trabajaba en el mercado Ernesto Fernández. Su hijo, Yader Montalván lo describe un poco terco, porque pese a estar enfermo no quería que lo llevaran al hospital.

El aire se le iba poco a poco. Murió por neumonía atípica e insuficiencia respiratoria grave, que significa Covid-19, según confirmó su hijo con los médicos que lo atendieron. Hay videos del entierro, donde se ve al hombre encapotado. Yader lo grabó desde la lejanía que le daban dos tumbas antes de la de su padre, ahora está en cuarentena por prevención, aunque asegura no sentir ningún síntoma. La última vez que lo vio estaba en un espacio donde otras vidas se aferraban a una máscara de oxígeno, su padre se quedó ahí, también luchando. Tienen una constancia de defunción que prueba el drama familiar que pasaron y cuya herida está fresca.

Sin embargo, el régimen de Daniel Ortega, a través de su vocera, Rosario Murillo, no reconocen el sufrimiento que están pasando las familias nicaragüenses, al llevar a sus familiares a los hospitales, no estar junto a ellos para evitar más contagios y tener que esperar la hora establecida por la unidad médica para conocer cómo han evolucionado. El temor de todos es que los llamen para decirles que falleció y que deben llevar el ataúd, y salir directo a los cementerios. Eso se ha visto en Managua, Masaya y Chinandega; tres ciudades donde hay brotes de COVID-19.

Los entierros exprés como el de don Javier dejan muchas deudas para una sociedad tan tradicional como la nicaragüense, donde el virus ha convertido en algo prohibido los velatorios, que eran espacios de luto común, de sollozos o de alaridos desgarradores de los familiares, a quienes abrazaban todos los que llegaban. Ahora nadie abraza, nadie llora en grupo; solo quedan los videos y fotografías que prueban que esa vida partió y que no importó si era medianoche cuando se fue. En Nicaragua la pandemia ha traído entierros nocturnos, que el régimen considera noticias falsas.

¿Qué hizo y que no hizo Ortega para enfrentar la pandemia?

El Ministerio de Salud (Minsa) cuenta con un protocolo de atención a la pandemia, que nunca ha sido presentado a la nación, pero se conoció por una filtración a medios de comunicación. Gracias a ese documento se supo que el Gobierno proyectaba 813 muertes a lo largo de seis meses, después que se detectara el primer infectado, unas 32, 500 nicaragüenses serían infectados. Al día siguiente que se supo el primer caso de COVID-19, el 18 de marzo, la paranoia se apoderó de la población, que salía de los supermercados con carritos llenos de comida, como si esperaran una posible declaración de cuarentena. No llegó.

Mientras Ortega intenta mostrar la normalidad del país con actividades partidarias, los rubros económicos y la población padecen. Ortega no hizo mucho para prepararse ante la emergencia. En el informe El Impacto del COVID-19 en las economías de la región, publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) expone que cuantificar el impacto de COVID-19 en el crecimiento de la región es complejo dado la incertidumbre sobre las perspectivas económicas globales y la extensión de contagio a nivel doméstico.

Evalúan la estrategia de cada país de cara al COVID-19, y de hecho, recomiendan acciones divididas en cuatro grandes sectores: política monetaria y cambiaria; políticas fiscal; políticas sectoriales y empresas, y políticas sociales. Dentro de las acciones concretas recomiendan el aumento del gasto sanitario, la creación de un bono alimenticio para los nuevos desempleados además del subsidio de los servicios básicos.

En la radiografía que el organismo multilateral realizó sobre los países de la región, Nicaragua queda muy mal. “La capacidad de respuesta del país ante la propagación del virus es limitada”, expone.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) clasifica a Nicaragua como un país que tiene un alto riesgo de recibir casos importados y un nivel 2 de capacidad de respuesta ante una posible propagación. “Según datos del Banco Mundial, el número de camas hospitalarias por cada 1,000 habitantes en Nicaragua es de 0.9, mientras que el promedio de América Latina y el Caribe es 2.2, lo cual refleja la brecha de infraestructura hospitalaria que enfrenta Nicaragua”.

Ramírez explica que “nadie puede fingir demencia, nadie puede decir que no sabía. Ese es el tiempo que el gobierno tuvo para organizarse, 42 días, para organizar el país y para preparar el país con la cuarentena, con los comités de emergencia, con la protección y el cuido a los micro y medianos empresarios, con los programas para entrenamiento a los hospitales”, expresó.

De acuerdo con la información del BID, Nicaragua cumple con tres de las siete medidas sanitarias establecidas en el reglamento internacional aprobado por la OMS para prevenir la propagación del COVID-19. Estas medidas son:

  1. Controles epidemiológicos en puntos de ingreso terrestres, aéreos y marítimos.
  2. La implementación de protocolos de vigilancia epidemiológica a nivel nacional
  3. La cuarentena preventiva para nacionales y extranjeros por 14 días posteriores a su ingreso al país.

El impacto de estas medidas se desconocen porque los controles epidemiológicos y la cuarentena se desarrollaron de forma antojadiza. Muchas personas que llegaron del país reportaron que alguna vez les habían llamado, otros, que los habían visitado, pero no había un seguimiento constante. Tampoco les aplicaron pruebas, obviando las recomendaciones de especialistas, que aseguraban era necesario para detectar los casos asintomáticos. El BID también destaca que se orientó el cierre de puntos ciegos por Honduras y Costa Rica y que se equiparon 19 hospitales.

Lo que no hizo:

Indemnización de las personas que se queden sin trabajo (sector restaurantes, turismo).

Indemnización de las personas que cuidan a las personas infectadas.

Moratoria en los reembolsos de préstamos.

Suspensión de eventos masivos

Restricciones de confinamiento

Cierre de restaurantes y comercios: parcial, por iniciativa privada

Suspensión de las instituciones educativas: parcial, especialmente en universidades y colegios privados, aun no hay orientación de parte del gobierno.

El gran desafío que señalan los epidemiólogos es que, los otros países, cuando sus curvas de contagios empiezan a subir, implementan medidas para que los contagios no se sigan multiplicando, y que se logre controlar la situación, pero en Nicaragua la gente se sigue infectando, el contagio apenas empieza.

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