“Ser lesbiana en Nicaragua es ir en contra del sistema”
La invisibilización y la discriminación son dos de las principales violencias que sufren las mujeres lesbianas en el país.
La invisibilización y la discriminación son dos de las principales violencias que sufren las mujeres lesbianas en el país.
Cuando Gabriela tuvo su primera relación amorosa con una mujer en el 2006, lo hizo cuando el lesbianismo todavía era un delito en Nicaragua, tipificado en el Código Penal como sodomia y con penas de hasta tres años de cárcel. Aunque dos años después el artículo 204, el cual criminalizaba las relaciones entre personas del mismo sexo, fue derogado, las relaciones lésbicas siguen sin despenalizarse socialmente, señala.
Para ella, ser una mujer lesbiana en Nicaragua es ir en contra de todo el sistema social establecido y significa enfrentarse constantemente a los fundamentalismos religiosos, los discursos de odio, el machismo y la falta de protección del Estado. Cuando Gabriela “salió del clóset” y se nombró lesbiana, tenía 22 años. Su mayor temor era que su familia y su entorno cercano se dieran cuenta, pero cuando anunció su lesbianismo abiertamente, ellos se mantuvieron al margen y pretendieron que eso nunca ocurrió.
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“Lo que sí cambió mi vida después de eso fue cuando me organicé. Fue grandioso encontrarme con encontrarme con referentes, con chavalas que se nombraban lesbianas igual que yo, que tenían los mismos miedos o que seguían en el clóset, porque incluso para mí era difícil todavía llamarme así. Pero gracias a que me organicé pude nombrarme, pude defender mi derecho a hacerme visible, a juntarme con otras, a alzar la voz y a hacer todo eso desde la legitimidad. Encontré respaldo en el feminismo”, expresa Gabriela, quien ahora tiene 38 años y se convirtió en activista por los derechos de las personas LGTBIQ+.
Luego de su segunda relación lésbica con la que todavía continúa después de 12 años, decidió nunca más ocultar su sexualidad a nadie, especialmente a su hijo pequeño.
Sin embargo, nombrarse lesbiana en todos los espacios y luchar por los derechos de las mujeres lesbianas, la hizo mayor blanco de violencia machista y lesbofobia. La invisibilización de parte de su familia, los insultos machistas por parte de los hombres y la discriminación que se extendía a su hijo en espacios escolares, eran algunas de las consecuencias por salirse de lo establecido. Pero con su red de apoyo y las herramientas psicoemocionales conseguidas en el activismo, lograba confrontar la violencia.
No obstante, ser activista junto con su pareja, las obligó a salir del país hace tres años y a refugiarse en España; luego de que la dictadura Ortega-Murillo ejerciera una persecución contra personas defensoras de derechos humanos.
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Si ser una mujer lesbiana en su propio país era todo un reto, ser una mujer lesbiana migrante implica otras dificultades, señala Gabriela. Ya no solo tenía que enfrentarse a la lesbofobia y al machismo, ahora tenía que enfrentarse también al racismo y la xenofobia, y trabajar en el sector más precario para las mujeres migrantes, que es el trabajo de cuidados y de limpieza.
“Es sumamente difícil porque cuando migras la gente piensa que venís a quitarles. Ya existe un prejuicio contra las personas migrantes y si sos lesbiana existe otro, porque la gente homofóbica y lesbofóbica no quieren a las personas LGTBIQ+ de sus países, y quieren menos a las personas LGTBIQ+ que hemos llegado de otros lados”, explica la activista.
Pese a que la legislación española reconoce en diversos preceptos los derechos de las personas LGTBIQ+ y establece su protección, Gabriela señala que eso no se traduce a garantías de cumplimiento y del ejercicio de sus derechos. Esta situación se agrava con las mujeres lesbianas que migran a otros países irregularmente, lo que las vuelve más vulnerables a la violencia.
Aunque Gabriela ya no cuenta con su tejido comunitario en España, con su pareja sigue alzando la voz contra la invisibilización que sufren las mujeres lesbianas, tanto en los espacios privados como públicos.
Ser mujer lesbiana en Nicaragua significa vivir a la expectativa de la discriminación, dice “Ani”, una activista lesbiana de 29 años, originaria de Matagalpa; también significa un reto personal y político, porque las lesbianas son la última prioridad dentro de las agendas políticas y de derechos humanos. “Las lesbianas son ese cuerpo que no existe y que está invisibilizado”, indica.
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Cuando se nombró abiertamente lesbiana a los 23 años, Ani recibió rechazo de familiares y amistades cercanas, y se vio expuesta a la violencia digital y al acoso callejero. Debido a todo eso, no se expresa libremente su lesbianismo en espacios públicos y solo lo hace si se encuentra en espacios seguros.
“A mí me cuesta muchísimo expresarme. No podría tomar la mano de mi pareja en la calle como lo hace una pareja hetero porque te expones a la violencia, al acoso sexual en las calles, por querer a otra mujer”, señala Ani.
Ani explica que la doble exposición a la violencia que se sufre por ser mujer y lesbiana es un factor que dificulta la visibilización, ya que muchas prefieren ocultar su orientación sexual y pretender una falsa heterosexualidad. Además, el círculo cercano suele ser el principal agresor. Entre las violencias más comunes que viven ellas están las violaciones de corrección, destierros de las familias, deserción escolar y lenguaje obsceno y machista.
“Muchos te dicen “prefiero que seas puta a que seas lesbiana». Por eso nos da un gran miedo expresarnos como mujeres lesbianas y visibilizarnos como tales. Estamos expuestas a un sinnúmero de violencia por nuestro género”, explica.
Luego de nombrarse lesbiana, Ani se decicó a poner la agenda de las mujeres lesbianas en la agenda pública y encontró un refugio dentro del activismo político, pero se dio cuenta que este tampoco estaba exento del machismo y de la lesbofobia. Asegura que dentro de los espacios de activismo la gente se molesta cuando se mencionan los derechos de las personas LGTBIQ+ e ignoran los temas.
Esta situación ha empeorado a partir de la crisis sociopolítica surgida en 2018, ya que las demandas de las mujeres lesbianas fueron desplazadas completamente. A partir de ese año, asegura que también incrementó la lesbofobia en redes sociales contra ella por denunciar la violencia, ya que recibía mensajes ofensivos por su orientación sexual en su cuenta personal de Facebook y en su cuenta de trabajo donde realiza ilustraciones digitales, oficio al que se dedica.
«El ser activista es otro factor de riesgo porque somos quienes hablamos más, quienes visibilizamos más los temas. Sí he recibido más violencia siendo activista porque pones las cartas sobre la mesa, expones la violencia y a mucha gente no le gusta que se hable de eso», señala Ani.
Shair Bello, música y feminista, vive su lesbianismo abiertamente y no tiene ningún problema con que las personas lo sepan. Sin embargo, eso implica “ser la comidilla de los vecinos”, lo que significa vivir señalamientos, burlas, discriminación e insultos.
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Bello, de 48 años y proveniente de una familia de pastores bautistas, se declaró lesbiana a los 32 años. Señala que es un tema del que no se habla en su casa y que se prefiere evitar para que no haya discusiones.
“La violencia más común que ha vivido es el acoso callejero. En la calle más de algún vulgar me ha dicho “ahí va la cochona, va la cochoncita” o cosas así. En mi caso soy una persona que prefiero no decir nada si escucho algo para evitar problemas y enfrentamientos, pero sí son cosas que a una la hacen botar gorra. Te molestas. En ocasiones sí me he regresado y les he dicho algo”, relata.
El feminismo y el activismo que realiza con mujeres lesbianas y hombres trans han hecho que defienda su derecho a vivir libremente su sexualidad. Aunque indica que todavía falta trabajar más para el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBIQ+, el derecho a la visibilidad de las mujeres lesbianas es uno de los que más van a demandar.