El partido de gobierno, FSLN, se ha transformado en una agrupación plebiscitaria que gira en torno a Ortega-Murillo. Los que están a favor de ellos están en el partido, y los que están en contra quedan fuera. El partido ha ahogado la democracia interna.

Los miembros del partido poseen un solo derecho: el estar de acuerdo con Ortega-Murillo. Pero este derecho es a su vez su principal deber. Sus bases partidarias tienen un solo derecho: callarse y obedecer. La represión, la persecución, el engaño, son los métodos utilizados en el partido para mantener el orden interno.

Hay un agotamiento del ciclo político de Ortega-Murillo, o cuando menos una pérdida de la mística de sus cuadros por la corrupción incontrolable y la incapacidad de seducción en la población -producto del rechazo en amplios sectores sociales- por la represión indiscriminada a partir de abril 2018.

El gobierno autoritario de la nomenclatura, el círculo íntimo, ha sido remplazado por la dictadura de Ortega-Murillo. Sin embargo, ya nadie cree en la infalibilidad política de la pareja que, ha cometido una serie de errores garrafales. Todos saben y comprenden que las tácticas de Ortega-Murillo los han llevado a un callejón con dos posibles salidas: una negociación para conservar alguna cuota de poder o tratar de mantener en el poder a cualquier costo.

Ortega-Murillo y su círculo íntimo no tienen el poder teórico y político necesario para resistir la presión del deterioro de la crisis económica, lo cual debilita al régimen al minar su estructura social básica. Hay un clima de desencanto de los que menos tienen o de quienes más han perdido. Situación que los llevará, más temprano que tarde, a buscar un arreglo con el gran capital y/o los norteamericanos.

La nomenclatura lleva una doble vida: una para mostrar a sus seguidores, otra que es la realidad: vivir en la opulencia. Extrapolan esta dualidad a todos los terrenos, incluso en el análisis social-político-económico de la coyuntura. En otras palabras, sus previsiones resultan equivocadas influenciados por su bipolaridad existencial.

Cuanto más apoyo pierde el régimen entre la población, cuanto mayor es el aislamiento internacional, y, para contrarrestar esa realidad, recurren a implementar una mayor propaganda en la cual se rinde tributo a la sagacidad e inteligencia de la pareja presidencial.

Mientras tanto, la crisis económica se va transformando en una mayor crisis política del régimen; ésta se abre camino en forma cada vez más abierta, desde abajo hacia arriba y viceversa, a través de la crisis de las empresas, el desempleo, y el encarecimiento de la vida, las instituciones gubernamentales y el aparato partidario.

El disloque de las relaciones económicas y el aumento del descontento sociopolítico general, constituyen un caldo de cultivo para los gérmenes de la derrota del régimen. Aunque el actual régimen Ortega-Murillo crea que tienen tiempo para llegar un arreglo político con el gran capital, ya se ha vuelto intolerable para la población.

Frecuentemente Ortega recurre al ardid de negar sus afirmaciones. Se puede decir que este procedimiento es parte de su arsenal político. Repudiar sus propias palabras jamás le resultó un problema. Ante cada nuevo zigzag, Ortega actúa con cautela, hace experiencias piloto, y, frecuentemente obliga a otros a hacerlas. Oscila entre la presión internacional y el gran capital, por un lado, y el movimiento social insurrecto.

La guerra híbrida. Para tratar de derrotar a los movimientos sociales, el dúo Ortega-Murillo implementan la estrategia del cansancio de la población y la estrategia del ataque de la mano de las bandas armadas (expolicías, exmilitares y grupos delincuenciales). La estrategia del cansancio ha fracasado, la población sigue en disposición de lucha hasta lograr su caída, y, por lo tanto, no le queda de otra que seguir implementando la estrategia del ataque.

Es decir, el régimen Ortega-Murillo se ve cada vez más obligado a sustituir su constante pérdida de su base social por el aparato policíaco-paramilitar. El orteguismo no recurre a las bandas armadas por capricho, sino porque se encuentra en un callejón sin salida y las necesita para sostenerse en el poder.

Si estas personas de semejante catadura ética-moral son capaces de autorizar las bandas armadas para reprimir, torturar y asesinar; no serán menos capaces de hundir al país en un desastre de magnas proporciones con tal de conservar el poder.

La dictadura Ortega-Murillo fue beneficiosa para el gran capital al garantizarle ganancias extraordinarias y control social, pero ahora, con la presencia de poderosos rasgos fascistas, se ha convertido en un freno terrible para los intereses del capital y para el desarrollo del país.

El fascismo tropical es la herramienta política del régimen contra los movimientos sociales. Pero, la actual estructura militarista del poder está erigida sobre un volcán social. Hay que desarrollar una lucha política implacable para disputarle la influencia, que todavía conserva, sobre sectores de la población pobre.

Al romperse el equilibrio de los últimos años, el predominio de la influencia social se ha visto mermado por el incremento de la recesión, y por su incapacidad de mantener en el mismo nivel de clientelismo político del pasado reciente.

La constitución política del país se ha desgastado. La permanencia del régimen fascista de Ortega-Murillo demuestra más allá de toda duda, que el actual sistema político autoritario está agotado, es necesario deponerlo, removerlo.

Hay que tener presente que ningún estado moderno y democrático llegó a forma actual sin haber pasado por cambios, transformaciones y revoluciones sociales, o una combinación de ellas.

Las pequeñas movilizaciones sectoriales contra el régimen fascista adquirirán un carácter más masivo por la política económica implementadas, que conduce a un mayor empobrecimiento de amplias capas sociales.

La tarea de los movimientos sociales consistirá en utilizar el debilitamiento social del régimen tanto interno como internacional, para movilizar a esas capas sociales perjudicadas, con el fin de aislarlo y derrotarlo.

No podemos descartar que se pueden producir, al interior del orteguismo, no pocos reagrupamientos internos y más deserciones personales.

La historia nos enseña que las derrotas de las dictaduras despiertan al pueblo y templan su espíritu; le imparte un dinamismo y una energía enorme para la construcción de un nuevo sistema político democrático.

El nuevo sistema político se elevará por encima del viejo sólo si es capaz de asimilar y superar las terribles lecciones de los últimos 13 años (2007-2019).

Todo período de transición es, sin duda, crítico y peligro. No se puede escapar de un peligro mortal sin correr riesgo alguno. El régimen Ortega-Murillo conduce únicamente a la destrucción del país. La democratización entraña riesgos indudables, pero es la única salida.

La política fascista del régimen Ortega-Murillo no es la locomotora de la democracia, sino su gran freno. Frente al naufragio del orteguismo se levanta una joven generación de ciudadanos conscientes. Al mismo tiempo, bajo la bota del fascismo tropical, ha ido surgiendo una nueva generación inédita de luchadores sociales, para que se establezca una nueva constitución política y la democracia.

San José/Costa Rica, 11 de julio de 2019.

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La Lupa Nicaragua