Cambiar de país a Mateo ya no le ilusiona como hace un año, cuando dejó Nicaragua para mudarse a Madrid.

“Tener que mudarme de nuevo, tener que empezar de nuevo, hacer otros amigos no me gustaría”, dice muy convencido a sus siete años, Mateo González.

Su madre, Verónica Bermúdez, está consciente que este cambio no ha sido fácil para el niño, que por naturaleza es elocuente y amistoso, pero ahora se toma su tiempo antes de intentar relacionarse con los niños de su edad.

Mateo cursa el segundo grado de primaria y admite que en el colegio es donde ha confirmado su nueva realidad, a tal punto que asegura que en distintas ocasiones se ha sentido diferente a los niños de este país.

“Aquí ellos hablan diferentes y las cosas son diferentes, casi no hay espacio para jugar, porque en España hay montón de cosas, están muy apretados, no hay espacio”, explica Mateo, quien se declara coleccionistas de cartas, que por el momento no ha podido comprar más porque en las afueras de su colegio no hay vendedores como en Nicaragua.

Aunque ahora vive en el corazón del fútbol europeo, Mateo no tiene la oportunidad de jugarlo como lo hacía en Nicaragua, en aquellos campos donde fungía como portero y disfrutaba los partidos con sus amiguitos de “bebé”, a como él les llama.

“Aquí no tengo balón y como las calles son así (transitadas) no tengo, y es que entre los carros se van las pelotas”, explica Mateo, quien añora el extenso patio de su casa.

A diferencia de la mayoría de las familias que migran por mejorar las condiciones económicas, en el caso de Verónica y su hijo fue por seguridad, porque apoyar los tranques de su barrio los puso en el ojo del Gobierno obligándolos a dejar sus pequeños negocios y comodidades con las que contaban.

“Se supone que uno cambia de sitio para estar mejor y gracias a Dios no hemos pasado ninguna necesidad, pero allá vivíamos en mejores condiciones (económicas) y la libertad que él tenía (…). Para unos niños es esencial tener la libertad de jugar. Al inicio me decía que se sentía triste, sólo, que extrañaba Nicaragua, eso es duro para mí”, confiesa Verónica quien asegura haber tomado en cuenta la opinión del niño antes de viajar para evitar reproches a futuro.

Otro de los cuestionamientos que hace el niño es ¿por qué aquí no se visitan los compañeritos? En Nicaragua jugaba en las casas de sus amigos o llegaban a la casa de él para andar en bicicleta.

Entre los acuerdos que han llegado madre e hijo, es que cuando se vaya el Gobierno de Ortega Murillo, regresarán a Nicaragua para construir una casa en el terreno que le heredó el padre a Mateo, quien falleció cuando este tenía dos años.

Mientras tanto Mateo dice que guarda en “secreto” ser seguidor del equipo de fútbol del Barcelona durante viva en Madrid y espera encontrar a sus dos perros y un gato que dejó en Nicaragua.

La dolorosa separación

Elizabeth Rodríguez, es una niña de 10 años y migró en agosto de 2018 para España, el cambio de vida lo percibió de una manera positiva porque su madre ya tenía 10 meses de estar viviendo en el País Vasco.

El sufrimiento de Elizabeth fue cuando vio su mamá Ligia Gutiérrez cruzar la puerta del Aeropuerto Internacional Augusto César Sandino en octubre de 2017, era la primera vez que se separaban ella y sus dos hermanos de su progenitora.

“Nos dijo que se iba ir por dos años y yo pensaba que no iba a dilatar, creía que dos años eran dos meses, cuando me di cuenta que dos años eran dos calendarios, entonces empecé a llorar y llorar toda la semana”, nos cuenta Elizabeth, quien en ese momento tenían 8 años y sus hermanos 11 y 18 años de edad.

Ese sentimiento de dolor embargó a Ligia desde antes del viaje, por lo que renunció al trabajo que tenía en una empresa de comunicación, donde los horarios no le permitían compartir tiempo de calidad con su familia.

“Yo sentía esa necesidad como madre, (se le quiebra la voz y llora) antes del viaje pasé dos meses con ellos, porque sabía que era mucho tiempo que los iba a dejar solo con su padre, sentía ese vacío. Trataba de ir a comer fuera, pasear los fines de semanas, hacer en dos meses lo que debí hacer toda una vida, además dejé en orden los gastos de la casa, provisión y día del viaje hasta les dejé cocinado”, recuerda entre lágrimas Ligia, quien tomó la decisión de migrar para cumplir su sueño de comprar una casa.

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Elizabeth es apasionada de la pintura y sueña con vender sus cuadros. Foto: Fátima Tórrez | La Lupa

Pero esa meta la tuvo que posponer a mediano plazo por la crisis sociopolítica que explotó en Nicaragua en abril de 2018, el riesgo que corría su familia que habitaba en el barrio El Calvario de Masaya la obligó a invertir todo el dinero que tenía recogido para la compra de su casa en el pasaje de su familia y traerlos con ella.

“Luchaba por traérmelos, mi niño varón es alto, aunque tenía en ese tiempo 11 años, de espalda parece un chavalo de 18. Decían que andaban las camionetas del Gobierno llevándoselos de las calles, temía que regresara el Servicio Militar, yo viví ese terror en mi niñez y ahora siendo madre, imaginaba el dolor que sintieron esas madres», explica.

Además, Elizabeth le contaba que dormían con los zapatos puestos y los colchones en el piso, para esquivar las balas que se escuchaban en una de las barricadas que estaban frente a su casa.

“En junio cumplí años, pero triste fue mi cumpleaños porque solo había un pastel y se oían los balazos y no me gustó”, recuerda Elizabeth, por ello asegura que no quiere volver a Nicaragua hasta que se vaya “la Chayo y Daniel”.

A pesar que el tiempo fue corto en comparación a lo que esperan el resto de migrantes a España para ver a sus hijos, Ligia dice que cuando las otras nicas le preguntaban si tenía hijos, no era capaz de contestar y se quebrantaba en llantos.

La zozobra de la crisis en el país más la separación de su familia, es una especie de luto que viven las inmigrantes en el exterior. “Yo no tenía el valor… no podía contestar ni sí, ni no, cuando me preguntaban sí tenía hijos, porque me atacaba en llantos y me acuerdo que unas nicas que conocí, y hasta el día de hoy son mis amigas, me abrazaron y me dijeron tranquila todas pasamos por lo mismo (el dolor)” narra entre lágrimas Ligia.

Ese sufrimiento que marcó la vida de Ligia fue desapareciendo cuando viajó su hija mayor dos meses antes que el resto de la familia. “Me sentí alegre cuando mi hermana estaba allá, nos dijo que ya podíamos viajar y que podríamos reunirnos de nuevo con mi mamá”, expresa Elizabeth, quien sueña con ser una pintora famosa y vender sus cuadros en Alemania.

Antes del viaje ella estaba clara que iba España, pero que en el pueblo donde vivía su madre se habla otro idioma, el euskera, por lo cual se comprometió a aprenderlo.

“Al inicio fue muy difícil por el idioma y fue fácil conseguir amigas como en Nicaragua, menos mal que tengo amigas de diferentes países y con ella hablamos normal como que estuviéramos en Nicaragua porque una de Paraguay y la otra de Honduras”, cuenta más relajada Elizabeth que cursa cuarto grado de primaria.

Elizabeth es fanática a la pintura y la música, arte que vino a desarrollar en el país europeo, reconoce que estar con su mamá, papá y sus dos hermanos le da tranquilidad.

Además, que “aquí podemos salir en la noche y no nos pasa nada, salir solos y en Nicaragua me podrían secuestrar, robar o hasta matar”.

Mateo y Elizabeth coinciden en que se come la comida del comedor del colegio para mantener buenas notas, pero que extrañan los quioscos del colegio en Nicaragua, porque tenían la libertad de comprar lo que más les gustaba.

Al inicio se les hizo difícil entender las jergas o términos que utilizan los niños de España para comunicarse, pero que en la calle tratan a las personas de tú y sus hogares de vos o algo tan simple como decir mi madre a decir mamá, o a llamar a la maestra por su nombre y no el “profe” del que estaban acostumbrados.

Mientras que Verónica y Ligia, admiten que todo ese proceso de adaptación es algo que lo van superando y que no se arrepienten de que sus hijos hayan migrado porque lo más importante para ellas es que tengan una educación de calidad, cosa que en Nicaragua ha retrocedido significativamente.

“Sin duda es la mejor inversión que he hecho. Para mí la educación es importantísima y siento que aquí tendrán más oportunidades que allá”, reitera Ligia

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