Son exiliadas nicaragüenses, migrantes, madres, hijas y mujeres que se reconocen como activistas y feministas resistiendo. Cada una ha descubierto cómo enfrentarse a la nueva realidad de vivir en un país extraño y a la vez, continuar exigiendo se cumplan sus derechos. Lo hacen a través de organizaciones fundadas por ellas mismas, como la Colectiva Feminista Volcánicas en Costa Rica o el Movimiento de Mujeres Migrantes en España, y otras asociaciones.  

Tras la represión contra las protestas cívicas en Nicaragua, en 2018, Heyling Marenco, expulsada de la carrera de Trabajo Social por involucrarse en la Rebelión Cívica cruzó la frontera con Costa Rica para proteger su integridad física y libertad. Poco a poco se fue encontrando con otras activistas nicaragüenses que al igual que a ella, la vida les cambió en días. Todas compartían sobre los trámites migratorios, cómo estaban enfrentando el duelo de abandonar su país por el régimen orteguista, reflexiones que les pasaban por el cuerpo a todas. Y esa fue la semilla de lo que actualmente se conoce como Volcánicas. 

Es un grupo de doce mujeres nicas, exiliadas, que crearon un espacio común para todas. Tejieron una red enfocada en el trabajo con mujeres migrantes nicaragüenses, principalmente, pero que no excluye a otras mujeres migrantes de la región, explica Marenco. Y una de las apuestas para esta Colectiva es su formalización a través de la personería jurídica en Costa Rica, que implica muchos retos. Sin embargo, mientras el proceso se desarrolla, continúan trabajando en talleres, encuentros y el desarrollo de una investigación relacionada a la migración. 

“La resistencia pasa por varias vías, primero individual, como todo ese proceso de sanación, de duelo, que te cruza y demás. Creo que estar vivas, juntas, en colectiva, desde los feminismo es valiosísimo; en resistencia. Sobre todo en este país, que sí podemos salir a las calles, estar ahí presente, pero una no deja de tener miedo por los Estados donde la vida de las mujeres no importan, y menos importan cuando estas vidas son de mujeres migrantes”, sostuvo Marenco. 

Otra volcánica es “Carmen”. Solicitó que se mantuviera su nombre en reserva por seguridad. Desde adolescente se involucró en organizaciones sociales. Sin embargo, fue desde su exilio que inició un trabajo personal de adentro hacia afuera. “El exilio es un proceso individual y colectivo para muchas personas. Es un proceso donde se trabaja desde que se cruza esa frontera. Es una lucha individual, personal.. vas trabajando en sus pérdidas, en los duelos, la sobrevivencia”, expresa. 

Para esta joven feminista, el trabajo personal y colectivo es para Nicaragua, contar con mejores personas para lograr un sistema de cambio político, cultural y social. La resistencia, también pasa, dice Marenco, por “seguir aprendiendo, haciendo el trabajo colectivo, posicionado desde los feminismos migrantes. Es una gran apuesta”. 

Resistencia desde España

Para Fernanda Callejas participar en los talleres del grupo feminista Venancia, de Matagalpa fue “como un escape de la vida real”. El feminismo marcó su formación adolescente y construyó a la joven activista. Sin embargo, al exiliarse en Bilbao, España, el antirracismo la transformó por completo. 

“El antirracismo me rompió creo que cuatro veces más que el feminismo porque estaba más grande, había más cosas que verme desde el principio. Estaba en una sociedad que es muy hostil para hacer esa deconstrucción y reconstruirte”, reflexionó la feminista antirracista nicaragüense.

En España el movimiento antirracista lucha por colocar a las personas migrantes y refugiadas como sujetas de sus luchas, desde sus propias voces y experiencias, dejando de un lado el paternalismo blanco que las invisibiliza, y promoviendo sean sujetas políticas de sus propias reivindicaciones desde una mirada crítica interseccional.

La resistencia para Callejas inició desde que las migrantes nicaragüenses que se encontraban en Bilbao trataban de coincidir una vez a la semana para compartir los sabores tradicionales de la cocina nica, las heridas personales, llorar, cantar, recordar los momentos en el país que las vió nacer, hablar con el acento y dichos populares. Esos eran los martes sororos. “Era una red. Nos ayudamos entre nosotras mismas”, cuenta. 

Empezó a participar en encuentros de feminismo, en investigaciones sobre la regularización y violencias que viven las mujeres migrantes en España. Callejas reconoce que vive en una sociedad racista, con muchas personas con pensamiento de izquierda, que cuestionaban la denuncia de violaciones de derechos humanos en Nicaragua por parte del Frente Sandinista que ellas divulgaban. Sin embargo, eso nunca la ha amedrentado. Sigue luchando y trabajando porque está consciente que el problema de Nicaragua va mucho más allá de que Daniel Ortega salga del poder, sino que consiste en «cambiar el sistema». 

Tania Irías trabaja todos los días con migrantes, es coordinadora del Movimiento de Mujeres Migrantes de Extremadura, organización fundada por la nicaragüense feminista y exiliada Maryórit Guevara. Casi después de cinco años que dejó su natal Nicaragua, Irías empieza a vivir su exilio con “cierto sentido de que fue un hecho certero, como un derecho, como una posibilidad, como una realidad, como algo positivo”, expresa. 

“Retomar mi vida ha sido difícil porque ha sido construir una nueva, pero en la que me rehusó renunciar a mi activismo como un elemento vitalizante y entendiendo que en este nuevo plano social no es igual y que hay otros desafíos como el sentido de no pertenencia. No sólo porque no soy de aquí, sino porque el activismo local no me representa. No me contempla tal cual soy. Aquí soy un ser políticamente fragmentado y mi acto de resistencia es el reclamo continuo de visibilizar mi ser integral: exiliada, refugiada, madre, migrante, latina, negra, centroamericana, activista, feminista, pro derechos de las personas trans, con recelo sobre la postura blanca frente al trabajo sexual, antirracista”, reflexiona Irías. 

El activismo de Irías no es nuevo, durante muchos ha sido parte de la organización Artemisa en Nicaragua, y en España también ha continuado con Artemisa Migrante y Refugiadas junto a Imara Largaespada y otras mujeres migrantes y refugiadas.

“Carmen”, Heyling, Tania y Fernanda coinciden que la resistencia ante el régimen orteguista y el sistema social y político al que se enfrentan desde los países donde migraron empieza por un trabajo individual, de todos los días, y que en fechas como este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se evidencia la fuerza de la colectividad que tejen en cada uno de sus espacios. 

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