Geni Gómez: «La primera ofensiva del FSLN fue contra las organizaciones de mujeres»
La feminista, defensora de derechos hace un recorrido sobre la persecución de Daniel Ortega contra las organizaciones de mujeres.
La feminista, defensora de derechos hace un recorrido sobre la persecución de Daniel Ortega contra las organizaciones de mujeres.
Las organizaciones de mujeres recibieron un duro golpe desde que la Asamblea Nacional canceló la personería jurídica de varios colectivos feministas históricos que trabajaban de cerca con una gran población rural del país. Sin embargo, los ataques al movimiento de mujeres no son nuevos y vienen desde la llegada del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) al poder en 2007, asegura Geni Gómez, española, activista feminista, educadora popular quién se enamoró de Nicaragua en los 80’s.
En esta entrevista, Gómez explica los obstáculos que han enfrentado las organizaciones de mujeres con los diferentes gobiernos, desde el final de la Revolución Popular Sandinista (RPS), los Gobiernos neoliberales y la actual dictadura sandinista. Así como los principales ejes de lucha que tuvieron de acuerdo a los contextos que atravesaba el país.
Yo llegué a Nicaragua en el año 89, para el décimo aniversario de la revolución (sandinista) como parte de unas brigadas que, se organizaban desde el movimiento feminista del Estado español y del movimiento feminista de Nicaragua
En ese tiempo, la Secretaría de la Mujer de la ATC (Asociación de Trabajadoras del Campo) era una de las organizaciones líder y con un posicionamiento feminista bien potente y radical. Fui en esa ocasión con esa mezcla de solidaridad y afecto de lo que significaba la revolución, como la posibilidad de que se estaba haciendo realidad la transformación de un país con tantas injusticias, y que además en esa revolución las mujeres estaban teniendo un papel protagónico.
Fui un mes y como todo el mundo, veías un papel protagónico. Todo lo que mirabas te encantaba, maravillaba y emocionaba. Luego tuve la oportunidad de volver en el año 91 para dar seguimiento a ese pequeño trabajo que habíamos hecho, y llegué a trabajar con las educadoras de servicios infantiles rurales en un proyecto de formación de educadoras.
Llegó en un momento donde el país estaba patas arriba porque había cambio de gobierno y (el FSLN) había perdido las elecciones. No entendía nada. Cuando empecé a entender algo, mi tiempo ya se acababa porque ese proyecto terminó. Sin embargo, yo me había vinculado con las feministas de Matagalpa y eso me atrapó. Me fui quedando un poquito más y un poquito más hasta que me quedé por casi 30 años. Casi la mitad de mi vida.
Tenía 26 años.
Desde fuera la Revolución Sandinista representaba la posibilidad de un cambio real y de un cambio de raíz para enfrentar tantas injusticias y desigualdades. Además, iba acompañado de la participación y protagonismo de las mujeres.
Luego, vas entendiendo que no era tan fácil. Una vez en Nicaragua, desde el principio me vinculé con las mujeres que estaban organizadas en la Secretaría de la ATC, en la Secretaría de la CST (Central Sandinista de Trabajadores) y en los colectivos que se fueron creando. Eso fue lo que a mí me encantó, sentir la posibilidad de que estabas participando en un proyecto de transformación real.
Como llegué al final, cuando acabó la revolución, tampoco viví ese primer desencanto. No fue tan fuerte. Pero sí que vi un movimiento de mujeres muy potente que querían seguir luchando por sus derechos, con una claridad de que la prioridad en ese momento era construir la autonomía del movimiento, defender la agenda propia y no siempre ponerla en segundo plano.
Eso fue lo que me enganchó y por lo que me quedé en Nicaragua, porque me dio la oportunidad de conocer las experiencias enriquecedoras de mujeres muy valiosas y potentes, donde sentí que tenía una comunidad, una familia un proyecto de lucha y de vida.
Estuve trabajando un tiempo con la CCT, también estuve trabajando en Matagalpa con otros colectivos, organizaciones, espacios y redes que el movimiento fue creando. Fundamentalmente, el trabajo que hacíamos era de concientización sobre nuestros derechos, la problemática y la realidad de las mujeres, las causas de esas desigualdades, y también sobre la lucha contra la violencia machista.
Durante esos gobiernos neoliberales que eran terribles, las condiciones de vida de la gente se estaban deteriorando cada vez porque la protección del Estado iba desapareciendo. Era una realidad el empobrecimiento y el trabajo duro que las mujeres tenían que hacer para sobrevivir y sacar adelante a su familia.
Por otro lado, eran unos gobiernos muy conservadores en el terreno de la sexualidad y de los derechos de las mujeres. Ahí peleamos contra todas esas ideas y que todavía seguimos en las mismas. Cambiaron el nombre de los partidos, pero la agenda era la misma.
Los ejes más fuertes durante esos años fueron la lucha por una verdadera educación sexual para preparar a niños y niñas en una vida sexual más libre y con más poder de decisión, y enfrentar la violencia machista, venga de donde venga, venga de quien venga.
No había una oposición a que la gente se organizara y peleara. En el movimiento de mujeres hubo enfrentamientos más ideológicos en ese sentido, porque había una posición muy conservadora de esa parte, pero no había obstáculos para poder organizarte y expresarte.
Hubo un periodo donde se promovió mucho la participación ciudadana. Siempre cuestionamos que fue una participación muy utilitarista para tener una cara democrática, pero tampoco en el fondo nada llegaba a transformarse. Realmente no vivimos en ese momento lo que hemos vivido a partir del que el Frente Sandinista volvió al poder, porque ahí sí que hubo una ofensiva contra las organizaciones de mujeres y contra los movimientos sociales.
Son dos realidades muy diferentes. Primero porque yo tenía una visión de la realidad muy parcial en ese momento, ya que tenía una realidad desde fuera y una realidad en el país de muy poco tiempo.
Lo que representaba el Frente Sandinista en ese tiempo y lo que representó a partir de los años 90 no tiene nada que ver. Ahora es un partido totalmente autoritario que no apostó en ningún momento a democratizarse para crear una fuerza social organizada, sino al contrario.
La sociedad civil organizada y los movimientos sociales han sido útiles a la medida que ellos han podido cooptar y ponerlos a su servicio, pero en realidad hemos sido enemigos para ellos. Probablemente eso fue así en los años 80, pero no lo veía y la gente que se acercaba a Nicaragua tampoco.
Creo que en estos años hemos aprendido que hay que hacer una relectura de lo que significó la revolución con su lado claro y oscuro, con sus cosas positivas y negativas, porque tampoco es útil echar todo por la borda, sino que hay que rescatar las cosas valiosas, sobre todo la vida y la lucha de esa gente que lo dio todo con la mejor voluntad y con los mejores sueños. No que la revolución se pervirtió y se puso al servicio de una familia que quiere todo el poder para mantenerse, pero no para transformar el país.
Estuve en Nicaragua en 2018.
Yo volví en julio de 2018. Al principio no vine a quedarme. Mi familia estaba aquí y por el nivel de violencia, estaban muy preocupados. Mi mamá es muy mayor, por tanto, yo tenía que venir a visitarla y decir “calma, que aquí estoy entera y no ha pasado nada”.
Una vez estando aquí miré que las cosas estaban cada vez más difíciles en Nicaragua. La violencia iba en aumento y realmente no había muchas condiciones para volver en circunstancias de seguridad, así que decidí quedarme con la idea de esperar un tiempo, tal vez unos meses, pero ya han pasado 3 años.
También porque a medida que en Nicaragua iban cerrando las puertas para movilizarte y hacer una denuncia, estar afuera y tener una voz era muy importante. Encontré ese espacio y construimos varios núcleos feministas con nicas que estaban acá y con compañeras que habían estado en Nicaragua.
Pensamos que toda esa voz de la diáspora nica, de la migración nica, del exilio nicaragüense y la voz de las feministas también es importante que se escuche, porque creemos que tienen mucho que aportar a la construcción de esa Nicaragua que esperamos poder ver y vislumbrar pronto.
Por las redes sociales recibimos un montón de amenazas y vimos lo que les pasó a otras compañeras. Nos acusaron de que éramos las que financiábamos el tal golpe de Estado. Nunca recibí una acusación formal, pero sí ese tipo de amenazas. Vivía en Matagalpa, una ciudad muy pequeña donde todo mundo te conoce y te identifican fácilmente. Pensé que mi lugar ahora estaba más acá que allá, con mucho dolor y en cierto sentido, con culpa, por todo lo que dejas allá.
Desde que regresaron al poder, la primera ofensiva fue contra las organizaciones de mujeres y feministas. Inventaron unos supuestos delitos de triangulación, por lo que acusaron a varias organizaciones, pero no llegó a ningún sitio más que a esa campaña de descrédito.
Estaba claro que desde antes que llegaran al poder, las feministas sabíamos que un gobierno del Frente Sandinista no era una buena noticia para Nicaragua y en particular para los derechos de las mujeres.
Para volver al poder, el Frente pactó con los sectores más conservadores, por ejemplo, con la derogación del aborto terapéutico, que era una pequeña ventanita para la salud y la vida de las mujeres. Mucho antes nos habíamos convertido en enemigas apoyando la denuncia de Zoylamérica por el abuso sexual cometido por Daniel Ortega. Esa cuenta no podía pasar impune y eso tiene mucho peso.
Todo el tiempo, las feministas hemos defendido que no puede haber derechos sin democracia. La democracia es fundamental para que haya derechos de verdad para las mujeres. No queremos un Estado paternalista que nos restituya o regale derechos. Podemos tener derechos porque somos ciudadanas, y eso es lo que un partido, un proyecto totalitario y autoritario no puede consentir.
Es en ese trabajo que el movimiento feminista ha promovido la conciencia crítica, para que las mujeres se organicen, tengan voz, autonomía e independencia. Como no les gusta, pretenden silenciar.
Habíamos avanzado bastante. Los gobiernos los años 90 y de los 00, así como el gobierno del Frente Sandinistas son gobiernos neoliberales igualmente.
El Frente Sandinista por mucho color que se ponga de izquierda y de revolucionario, no tiene ninguna política de transformación real. Es la misma política extractivista desde la riqueza del país, desde el trabajo de la gente y del trabajo de las mujeres. En eso no hay diferencia.
En lo que sí hay diferencia es en el trato, en el respeto y en el espacio que había para que las organizaciones hiciéramos nuestro trabajo y tuviéramos una participación más activa y crítica. Eso dependiendo de cada persona y donde se podía colocar. En ese sentido, creo que es donde está la mayor diferencia. Este gobierno cada vez más ha ido cerrando espacios de participación.
En la lucha contra la violencia machista, peleamos mucho, trabajamos mucho y avanzamos mucho, aún con todas las dificultades y todos los cuestionamientos que nosotras hemos hecho. Pero todo lo que se avanzó en la legislación y en la creación de la Comisaría de la Mujer y la Niñez fue un paso muy adelantado.
Considerar que la violencia era un asunto público, que era un problema de salud y que había instituciones del Estado comprometidas en hacerle frente, fueron pasos muy avanzados. Además, porque logramos que se creara un modelo participativo donde las organizaciones de mujeres teníamos un papel importante.
Pero todo eso se fue yendo cada vez más para atrás. La Ley Integral contra la Violencia, que es una de las leyes más avanzada en esa materia, fue uno de los pasos. Desde que el Frente llegó al poder se aprobó y después se fue recortando. En ese terreno hemos tenido muchísimo retroceso y hemos tenido un retroceso en la confianza que la ciudadanía pueda tener en las instituciones.
Sabemos que el Estado no va a acabar con la violencia machista solo, el movimiento feminista siempre va a estar ahí porque sino va a ser puro maquillaje, pero hace falta compromiso de todas las partes. Habíamos avanzado en el compromiso del Estado y lo hemos perdido completamente. Ahora esa vía está absolutamente destruida.
La Ley es un adefesio, ahí está, pero no tiene ningún peso real y las Comisarías de la Mujer se destruyeron, se cerraron. Han querido decir que se abren, pero sin ninguna realidad. Ahí hay una diferencia bastante grande.
Durante estos años no había personas presas políticas por expresar lo que pensaban. Había otras formas de represión, otras formas de manipular y otras formas de cooptar, pero no había otra ofensiva o la posibilidad de cortar el derecho de organizarte y de pelear por tus derechos.
No, aniquilando no, porque eso no se hace. Las fuerzas de las organizaciones no están en su documento legal. Lo que hoy pueden hacer al controlar todas las instituciones del Estado es quitar la personería jurídica, apropiarse de los bienes como lo han hecho, pero no pueden acabar con lo que realmente hace una organización, que son las personas que están ahí, el compromiso colectivo que tienen y las redes y las alianzas que han construido por años. Eso no se borra con un decreto y no se aniquila.
Es cierto que la represión brutal que existe hace que haya mucho miedo. Hay mucha gente que sale del país y sigue saliendo. Lógicamente eso debilita, pero no aniquila.
Eso el Frente lo debería de saber bien porque ellos enfrentaron a una dictadura, saben que la represión alimenta más la conciencia crítica, y hace que haya más rabia y enojo para enfrentarla. Hay un balance en que es verdad que hay miedo, pero también hay rebeldía y también mucha indignación. Cada vez que cometen más violaciones a los derechos humanos, están provocando en la ciudadanía más indignación y rechazo.
No nos van a aniquilar. Es una etapa dura, de mucho dolor y de mucha pérdida, pero la gente sigue estando, insistiendo y hablando. Una de las consignas es “no nos callarán” y así estamos desde dentro, desde fuera y desde el rincón donde está cada quien. Estamos tratando de levantar nuestra voz y decir que este Gobierno solo se mantiene a punta de la fuerza y de la represión. Ellos para nada tienen un sustento popular o un apoyo de la gente.
Creo que ellos mismos han ayudado a poner más en claro la situación, por si alguien tenía dudas. Han puesto más en claro que estas no son elecciones democráticas, sino una farsa, un teatro electoral. Porque cuando tienes a los posibles candidatos presidenciales presos, cuando has cancelado la personería jurídica de los partidos políticos, cuando no permites a la gente ni salir, ni organizarse, ni pegar un grito en la calle, ni sacar una bandera, es una farsa.
Las elecciones se tienen que hacer en un contexto de democracia. Todas las dictaduras han hecho elecciones. En Nicaragua, Somoza hizo elecciones y en España, Franco también hizo elecciones, pero nadie apuestó a que esas elecciones tuvieron un valor democrático. Por un lado, con la ola de represión deja más en claro esa realidad, y yo creo que esas elecciones no van a ser reconocidas por nadie.
Es difícil saber lo que va a pasar en Nicaragua porque en febrero de 2018 ni en marzo de 2018 nos imaginábamos lo que iba a suceder en abril. Llevábamos años sintiéndonos en un callejón sin salida por ese control que tenían de todas las instituciones y el sistema electoral porque hace mucho tiempo no se permiten unas elecciones verdaderamente democrática, y esa ventana se abrió en 2018 y se va a volver a abrir, no se ucando, pero será porque el pueblo de Nicaragua aprecia la libertad y destesta la dictadura.
Me duele muchísimo. Tengo que respitar hondo, me duele mucho, me duele mucho sobretodo para la gente que ni siquiera está allá. No es por lo que mucha gente lucho y dió su vida, y no es por lo que mucha gente sigue luchando y sigue peleando por eso tiene un sabor amargo, pero tambien se que hay esperanza porque no hay dictadura que se sostenga por siempre.
Son mujeres que tiene mucho recorrido que tienen capacidad de resistencia y resiliencia y que ahí vamos estar para ver la posibilidad de volver al país y de reconstruirlo.