En España, más de 600 000 personas son empleadas del hogar y cuidados. La mayoría son mujeres migrantes de países de América Latina, que frente a la pandemia del coronavirus o covid-19 siguen trabajando e incluso les ha significado una sobrecarga mayor de las 40 horas que muchas internas tienen en casas de españoles.

La alerta sanitaria que decretó el Gobierno de España por el covid-19, llama a resguardarse en sus casas, evitar contacto con otras personas y el cierre de centros de estudios por 15 días, e incluso supone la aplicación de multas económicas para las personas que violen estas medidas.

Este hecho ha provocado que las mujeres migrantes que se dedican a las labores de cuido queden confinadas en las casas de sus contratantes, e incluso algunas tengan que haberse desplazados con sus hijas e hijos.

“No tengo a nadie que se quede con mi hija en casa. Tampoco puedo dejar de trabajar, así que tengo que llevarla conmigo’’ cuenta Isabelle Espinoza, una nicaragüense que desde hace dos años llegó a España.

Espinoza de 25 años, es originaria de Masachapa y se asentó en Markina, pueblo del País Vasco, donde se ha dedicado al trabajo de los cuidados desde su llegada. La suspensión de clases, hasta el 31 de marzo debido al Estado de Alarma decretado por las autoridades españolas, obliga a Espinoza a llevar a su hija a su centro de trabajo.

SIN SUMINISTROS DE PREVENCIÓN

La persona que cuida Espinoza, tiene 85 años, es decir se encuentra en el grupo vulnerable a la pandemia, por ello junto a su hija, de cinco años, como parte del cuido han incrementado el consumo de vitamina C, pero además el lavado continuo de manos para prevenir el contagio.

“El terror, miedo y pánico se les ve, no solo en la cara. Sino  también en sus acciones, están dejando vacíos los supermercados; en las farmacias hay lista de espera para comprar alcohol, mascarillas”, comenta Espinoza, quien aconseja «necesitamos un poco más de sentido común y transmitir calma. Los virus vienen y van; e igual si no morimos de coronavirus vamos a morir de cualquier otra cosa, es ley de vida’’, agrega.

El 73.7 por ciento de la población migrante en España son mujeres, según las estadísticas más recientes del Instituto Nacional de Estadísticas de España, (CNE) hasta el 1 de enero 2019.

María Mendoza Rivera, quien llegó en 2013 a España y se asentó en Mérida, Extremadura, cuenta que en su caso se ha orientado el lavado constante de manos, desde la llegada a la vivienda, la aplicación de alcohol en gel, usar guantes, evitar los saludos de besos y abrazos que asegura «es imposible porque tienes que atender a los usuarios (ancianos)», y el abandono laboral en caso de presentar tos.

Sin embargo, aunque se les solicita las medias de precaución con respecto a las comunicaciones establecidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), estos no le son suministrados por los empleadores, por tanto «es un riesgo por lo que evidencia la precariedad en que se trabaja cuando somos migrantes».

A esto sumado que muchas mujeres que no tienen documentación estan expuestas a las detenciones policiales en momentos en que se trasladan a sus centros laborales.

JORNADAS SE HAN EXTENDIDO

Jolie Mejía de 24 años, es de Managua, migró por la crisis sociopolítica y vive en el País Vasco donde se concentra el 26.4 por ciento de la población nicaragüense. Trabajaba como intérprete de francés, pero con la cancelación de los turistas se quedó sin trabajo. Se integró en las labores de cuido de una niña de nueve años, asmática y alérgica, su jornadas de dos horas diarias se extendieron hasta a seis horas, después de las medidas de prevención decretadas.

Todas coinciden en que la gente esta muy estresada. Y ese estrés agobia más a las personas de la tercera edad, como es el caso de Marisol González, quien está al cuido de una señora de 95 años con quien tenía por costumbre, salir todas las tardes, pero ante el Estado de Alarma han optado por quedarse en casa.

«Estoy preocupada por mi viejita. No solo porque es mi patroncita, sino porque le he tomado cariño. No hay que ver a los adultos mayores solamente como fuentes de empleo sino como las personas con quienes compartimos nuestro día a día’’, dijo González. Pero además, las tres horas diarias que tenía por derecho, como interna, para salir a hacer sus gestiones personales le fueron canceladas.

Lo mismo le ha ocurrido a Patricia Sánchez, otra pinolera que habita en Madrid y trabaja como cuidadora interna, tiene 30 años y sus jefes le cancelaron el permiso de salida de los próximos dos fines de semana que le tocaba librar de sus jornadas laborales.

El temor es porque su patrona, una señora de 84 años, sufrió hace poco un infarto y eso la ubica en una posición de mayor vulnerabilidad ante el coronavirus.

“¡Me siento agobiada! Una anhela tanto el fin de semana para distraerse y descansar, no es fácil pasar encerrada toda la semana haciendo las labores domésticas y atendiendo a la señora, después de haber estudiado y ejercido tu profesión de finanzas en Nicaragua”, manifestó Sánchez, quien se vio obligada a emigrar luego de los recortes de personal ocasionados por la crisis sociopolítica del país en 2018.

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La Lupa Nicaragua