Roberto Dávila, 49 años. Su hijo mayor fue asesinado, y a partir de entonces sufrió persecución, extorsión y amenazas. Vive en Córdoba, España, desde hace más de un año.

CÓRDOBA – El 7 de mayo de 2018 Roberto Dávila dejó al mayor de sus tres hijos en un cementerio de Managua. Dos meses después se encontraba en un avión con destino a Madrid, España, sintiéndose impotente. “¿Por qué tenía que huir si no había cometido ningún delito?, ¿Cuándo regresaría?, ¿Qué sería de mi familia?”, eran preguntas que le martillaron durante las doce horas de vuelo.

Era el exilio, la cárcel o la muerte. No tuvo opción. Fue perseguido y amenazado para que se callara. Llegó a recibir una oferta de 25,000 dólares de operadores que identifica como funcionarios de la Procuraduría para la Defensa de  los Derechos Humanos para que “silenciara” su reclamo de justicia.  “Les dije que les daba el doble y que me regresaran a mi hijo vivo. Se fueron”.

Yo no tengo por qué estar aquí en España, huyendo… el que tiene que huir es él, nosotros no somos asesinos

No vender su conciencia le costó el destierro. Terminó aquí en España, solo, sin dinero, con una maleta pequeña y el peso del duelo que en Nicaragua tampoco pudo vivir. Exige justicia. Nada más. “Ni un millón de dólares paga la vida de un hijo”.

“Pido que pague este señor (Daniel Ortega) por todas las cosas malas que ha hecho al pueblo de Nicaragua, no solo por mi hijo, por todos los que han muerto… Tiene que ir a un tribunal. Yo no tengo por qué estar aquí en España, huyendo… el que tiene que huir es él, nosotros no somos asesinos”, cuestiona al tiempo que se reprocha haber sido parte de la pasividad colectiva que regresó al poder a Ortega y que se terminó el 18 de abril de 2018, costándole la vida a más 328 ciudadanos, entre ellos su hijo Kevin.

15 DÍAS DE AGONÍA

Un certero proyectil destrozó el cerebro de Kevin Roberto Dávila (23).  Era el segundo día de las protestas cívicas en Nicaragua, detonadas por la imposición de un paquete reformas a la Seguridad Social. En las redes sociales circuló un video y una fotografía del momento cuando el universitario se desploma herido durante un ataque de policías y paramilitares a manifestantes concentrados en el sector de la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli). Hasta cinco meses después Roberto Dávila tuvo el valor para ver ese material. “Nos decían está herido, gritaban ‘mataron a Kevin’”, cuenta.

En el estatal Hospital Lenín Fonseca a donde ese 21 de abril ingresaron herido al estudiante de Veterinaria le “daban minutos, una hora para morir”, transcurrieron 15 días hasta que el corazón de Kevin dejó de latir.

Es un dolor que nunca se quita. Un pedazo de tu corazón que te lo arrancan, es duro y es triste pensar que este señor (Ortega), asesino, siempre esté en el poder

“Ya saben que su hijo se va a morir”, recuerda que les decían los médicos cada vez preguntaban sobre el estado de Kevin. “Era un odio cuando nos veían, que te digan eso cuando seguís esperanzado de que tu hijo no ha muerto y que sigue vivo luchando por su vida, y que te diga el médico de turno ‘¿Qué vienen hacer ustedes, si su hijo se va a morir?, ¡Denle tiempo a los demás (enfermos)!´. Nosotros no le habíamos hecho daño a nadie, no entiendo”, se lamenta mientras repasa sus memorias desde que le avisaron que su hijo había recibido un disparo en la cabeza.

“Es un dolor que nunca se quita. Un pedazo de tu corazón que te lo arrancan, es duro y es triste pensar que este señor (Ortega), asesino, siempre esté en el poder; es lo más triste”, expresa con frustración dieciséis meses después del asesinato de Kevin, a más de 8,300 kilómetros de distancia del lugar donde soñó verlo convertido en veterinario.

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“Amaba esa carrera y él se estaba proyectando, yo lo apoyé al cien por ciento. Era mi primer hijo, mi hermano, mi amigo; platicábamos todo el tiempo, nos queríamos mucho, andábamos juntos todo el tiempo y mi esposa me reclamaba diciendo: ‘ustedes solo viven saliendo y ya no me sacás y soltaba la risa, porque en el fondo a ella le gustaba que fuéramos unidos”, rememora en una de las últimas tardes de verano en la ciudad de Córdoba, España, en la que se sintió con fuerzas para revivir sus heridas.

COMENZAR DE CERO

El 20 de julio del año pasado Roberto Dávila se puso fuera del radar del régimen.

— Vine a España solo con mi pasaje, no traía un peso de más, tuve la suerte que tenía una sobrina aquí que tenía su documentación. Me dio de comer, dónde dormir;  pero trabajo no tuve y hasta el día de hoy no tengo.

Tengo más de un año y no he podido trabajar,  ya tengo permiso,  pero es duro para una persona que viene de lejos: primero adaptarse al clima, al horario, a la comida, y adaptarse a la palmazón… Sufría porque no tenía a mi familia, sufría por un hijo muerto, sufría porque no tenía un empleo y a mi familia quién le daba de comer.

Estaba a punto de irse a Costa Rica, para estar cerca de los suyos, cuando un periodista español que desarrolló un estrecho vínculo con Nicaragua, le informó que había recaudado dinero para los pasajes de su familia a España.

Con un asesino no se puede negociar. Ortega sigue persiguiendo las protestas civiles, a periodistas, sigue matando al campesinado, ¿Qué garantías hay para el retorno?

Continúa desempleado y añorando el retorno, pero deja claro: no bajo las condiciones del régimen.  “Con un asesino no se puede negociar. Ortega sigue persiguiendo las protestas civiles, a periodistas, sigue matando al campesinado, ¿Qué garantías hay para el retorno?… De quererme ir, quiero irme, pero no en estas condiciones, para que me llegue a pegar un balazo don Daniel Ortega”.

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Roberto Dávila trabajó 18 años para la estatal Empresa Nicaragüense de Acueductos y Alcantarillados (Enacal). Comenzó como conductor y para abril de 2018 se desempeñaba como supervisor de cuadrilla, lo que consiguió a base de disciplina y sin alinearse al sandinismo.

En Enacal ejerció como sindicalista independiente y asegura que defendió el derecho de los trabajadores a no ir las rotondas a rendir culto a Ortega.

— Me quisieron correr varias veces, pero no pudieron,  entonces por las mismas injusticias y (a raíz del asesinato de Kevin) empecé a andar en las marchas, fue así como dejé el trabajo.Me toca andar denunciando todo lo que ha hecho Daniel Ortega, el dictador. Saliendo de mí casa  me siguió una moto,  después venía de una reunión de Las Madres de Abril y nos siguió.

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