En las comunidades rurales de Nicaragua abundan las mototaxis. Son pequeños escarabajos rojos del que cuelgan adornos escandalosos y luces chillantes que hacen que se distingan en la penumbra de los caminos o las carreteras. Uno de esos manejaba Anielka Raquel Espinoza Escobar.

Lo hacía con la destreza de aquellos que tienen años en un oficio. Uno que hasta antes de su llegada estaba reservado para hombres. Solo el hecho de ser mujer en un oficio dominado por hombres la hizo distinguir en Villa El Carmen, municipio de Managua, donde la familia había llegado hace unos cuatro años para establecerse.

La joven menuda de ojos almendrados y sonrisa tímida, en algunas ocasiones y explosiva en otras, quería ser veterinaria, eso le decía de niña a su madre, María José Escobar. Cuando llegó el momento de tomar la decisión se inclinó por Administración Turística y Hotelera. Aspiraba finalizar sus estudios y expandir el negocio de comida rápida que tenía su mamá. Mientras eso llegaba, trabajaba de lunes a viernes en la mototaxi de una cooperativa de su progenitora.

En la noche resolvía sus asignaciones académicas porque cada sábado debía recorrer cerca de 45 kilómetros para llegar a la Universidad en Managua. Anielka, de 20 años, tenía ese tipo de personalidad que inspira tranquilidad y confianza desde el primer momento. Era callada pero su amabilidad era la carta de presentación en su trabajo.

Se convirtió en la favorita de ancianos y mujeres, que decían sentirse más a gusto con ella, en vez de sus colegas. Un 30 de mayo, Día de la Madre, le hizo una carrera a una señora, y al bajarse no le cobró. “Tómelo como un regalo”, le dijo la joven, que solía recoger su cabello en moño y adornarlo con cintillos de diferentes colores. Esas anécdotas son las que la gente le cuenta a casi cuatro años de su muerte.

“Ella fue más allá, como una chavala que quería salir adelante, desarrollarse como mujer, como alguien destacada. Le gustaba que la gente la admirara, le gustaba, como dicen, sus metas, lograrlas”, dice su mamá. “No hay quien no hablara de ella-solloza- la admiraban porque estudiaba y trabajaba (…)”.

Antes que llegara con su familia a Villa El Carmen se congregaba en una iglesia evangélica, había sido maestra de la escuela dominical, espacios dedicados a la enseñanza de la Biblia. Su mamá cuenta que le gustaba estar en casa. Se levantaba a las 6:00 a.m. mientras se bañaba, ella le limpiaba la mototaxi. Se iba a trabajar y regresaba al mediodía para almorzar, volvía a su jornada y entrada la tarde finalizaba sus labores. Durante parte de la noche miraba televisión y estudiaba. Así cada día, normal, sin sobresaltos, hasta ese 6 de julio de 2016.

El día que no regresó

Ese día no llegó a almorzar, hecho que le pareció extraño a su madre. Había un miedo que ella siempre guardaba, creía que en algún momento le podían llegar avisar que la habían accidentado. Los temores no eran infundados porque en esa zona circulan grandes camiones, que se hacen más comunes en el período de la zafra de caña y la misma Anielka le había expresado en alguna vez, que se había asustado en la carretera al sentir que una de esas rastras pasó muy cerca de su mototaxi. “Creí que podía pasar, pero nunca lo que me le hicieron”, expresó su madre.

Anielka tenía meses de haber terminado una relación que nunca prosperó. Era con un joven, también conductor de mototaxi. A su madre no le gustaba, la había visto llorar muchas veces por él, y la relación terminó cuando se enteró que había embarazado a otra joven. Sin embargo, el hombre no cedió de acosarla y hostigarla.

La universitaria había creído que, en realidad, el hombre cambiaría por eso había aceptado la relación. La ruptura le afectó mucho, y ya no estaba motivada para seguir conduciendo la mototaxi. Poco tiempo después reflexionó y dijo que regresaría al trabajo y se prometió que no volvería con él, pero la vida no le alcanzó para eso. Se la arrebataron. Doña María José la empezó a buscar a eso de las dos de la tarde, después de muchas llamadas que ya no lograría responder.

“Él la hostigaba y al final, hizo algo que nunca esperé que le hiciera. Como haber matado a mi hija, y eso siempre lo voy a sostener; él fue”, expresó, mientras intenta contener las lágrimas, pero no puede. El hombre que ella asegura la mató, sigue libre.

Anielka Raquel Espinoza Escobar. Tenía 20 años de edad cuando se convirtió en víctima de femicidio.

Villa El Carmen es un municipio aún rural, rodeado de mucha vegetación, cañaverales inmensos bordean la zona, caminos solitarios, por donde va y viene gente en tanto tiempo. Cerca de las 6:00 p.m. de la tarde de ese día la Policía  encontró la mototaxi y el cuerpo de Anielka. Su madre llegó al sector de Buenos Aires, pero nadie le dijo que ya no podrían salvarle la vida, y se enteró que había fallecido cuando vió que llegaba el equipo de Medicina Legal.

Su muerte consternó a un pueblo que no había visto un femicidio. Fue enterrada en compañía de cientos de personas que se solidarizaron con la familia desde el principio. Los Espinoza Escobar habían perdido a su hija menor y estaban destrozados.

La joven a la que le gustaban que las uñas se las pintaran en rosado y le hicieran una especie de trenza con su mismo cabello que usaba a modo de aro, relató una amiga cercana a un medio de comunicación nacional en 2016.

La narración de los hechos, según la Policía es que Pablo Enrique Gómez, de 23 años, alias ‘El zurdo’ quien había sido capturado en Chichigalpa, Chinandega, abordó la mototaxi en el sector del mercado de la comunidad y le indicó a Anielka que lo llevara a un sector conocido como Buenos Aires.

Le pidió que ingresara a un callejón para dejarle comida a un tío, y en ese instante, el hombre sacó un mecate, la sujetó del cuello y la arrastró sobre el camino cerca de seis metros, y la amarró de pies y manos. Se valió del mecate y su faja, la hirió en el cuello con una botella de vidrio y la violó.

Pese a que, a todas luces el caso era un femicidio, el delito fue reconocido como asesinato por el que ‘El Zurdo’ fue condenado a 30 años de prisión más 12 por violación agravada y 7 por robo agravado. Sin embargo, estará en la cárcel solo 30 años porque esa es la pena máxima contemplada en la Constitución Política de Nicaragua.

No obstante, la madre de Anielka no está tranquila. Ella no cree que Enrique Gómez sea el completo responsable, pudo haber participado, pero está convencida que su exnovio es el que tuvo una relación directa con el crimen. “A mi hija no le hicieron justicia porque el verdadero culpable quedó libre y sin ningún cargo”, expresó. Duda de la investigación que se hizo del caso, y considera que primaron otros intereses.

A Anielka la recuerda casi todo el mundo en Villa El Carmen. A su madre, después de cuatro años del femicidio, se le hace difícil hablar sin que las lágrimas no broten. Se le escucha sollozar, la voz se hace casi inaudible y hay silencios duros. Recién sucedió el hecho, se iba al cementerio y pasaba llorando sobre su tumba hasta el mediodía, otras veces, coincidía con su esposo en la sala de su casa, por las madrugadas y los dos lloraban. Toda la familia se ha tratado de adaptar a vivir con el dolor y la ausencia de Anielka, “el saber que ya no la puedo abrazar y tocar”, expresó su madre.

Ahora, ella, a sus 46 años, estudia derecho con la esperanza que en algún momento se pueda reabrir el caso de su hija y que se haga justicia. Ella está consciente de la violencia que viven muchas mujeres y no quiere que ninguna otra joven pase el horror de su pequeña, cuyo nombre es enarbolado por una cooperativa de mototaxis.

Otro de los planes de doña María José es crear un programa para enseñarles a conducir a mujeres y que se involucren en ese sector. El recuerdo de su hija nunca morirá.

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