Hacer análisis sociopolítico es hacer crítica. Si un fenómeno social no tiene orígenes, si no tiene génesis, entonces es candidato a pensarse como algo que siempre ha estado ahí, desde los orígenes del tiempo, y lo que no tiene principio tampoco tendrá terminación,

La conclusión es inmediata: ese fenómeno social, el fascismo criollo, sería algo natural y, por tanto, algo que no se cuestiona. Ese fenómeno social no acepta una crítica en el sentido analítico: no tiene inicio, y eso impide entender sus determinaciones históricas.

El fascismo criollo, encabezado por el régimen Ortega-Murillo, ha nacido de manera inmediata de la insurrección social de abril 2018. El gran capital se asustó por las marchas y tranques fuera de su control, y su táctica fue retroceder.

Después de denodados esfuerzos de los ciudadanos (marchas, protestas en diferentes ciudades, tranques en las principales vías de comunicación), el movimiento social se encontró ante el vacío político de parte de los principales poderes fácticos.

El desmantelamiento de los tranques y la implementación de la represión generalizada han sido las premisas más importantes del crecimiento del fascismo criollo.

El capital, al no acompañar en el pico de las movilizaciones sociales, permitió al régimen iniciar la represión sin la oposición manifiesta del capital. A finales de mayo, junio y julio, la ofensiva del movimiento social se interrumpió; en esos meses la represión de los paramilitares intensificó y generalizó.

El movimiento social fue capaz, es cierto, de luchas defensivas en las múltiples marchas, aún después del desmantelamiento de los tranques. Pero, el gran capital no se preocupaba sino de una cosa: buscar una salida al suave de la crisis sociopolítica. Es decir, un orteguismo sin Ortega.

El gran capital esperaba que con su actitud dócil llevaría a “la opinión pública” a tener una posición favorable para una salida al suave. Mucho más, el gran capital confiaba, incluso, en que el régimen Ortega-Murillo aceptaría la salida al suave.

Posteriormente, convencidos de que Ortega no quería detener la represión generalizada ni aceptar una salida al suave, el capital llamó a la población al paro general para doblarle el brazo al régimen.

Sin embargo, como el gran capital se había callado durante la destrucción a sangre y fuego de los tranques por temor de que el movimiento social insurrecto los desbordara; al llamar al paro general, el movimiento social ya había entrado en una fase defensiva y, por lo tanto, la ola social había entrado en caída.

El régimen Ortega-Murillo, sin la presión de los tranques y con un paro general de un solo día y sin presión internacional efectiva, no aceptó la salida al suave y se decidió por la pinochetización de la sociedad; es decir, por el fascismo criollo.

A partir de agosto 2018, el fascismo criollo ha ido consolidando sus posiciones gracias a la idea del capital y de los poderes fácticos de favorecer un “aterrizaje suave”. Entre tanto, las bandas fascistas armadas trabajaban y trabajan con los garrotes, los revólveres y los fusiles reprimiendo cualquier signo de protesta social.

Poco a poco se fue creando el Estado fascista criollo, lo que significó la asfixia de todas las organizaciones independientes (canales de TV, ONG`s, organizaciones defensoras de los derechos humanos, persecución de periodistas independientes, iglesia católica, organizaciones sociales, etcétera).

Después de utilizar la fuerza ofensiva de las bandas armadas, paralelamente el régimen ha ido estrangulando a la sociedad en su conjunto con las tenazas del Estado (DGI, DGA, Alcaldías, Policía, más impuestos, etcétera)

Para sobrevivir, no podía obrar de otro modo, porque la desilusión de las masas que lo apoyan peligraba que se transformara en un peligro para el mismo régimen.

El régimen se ha ido consolidando en forma de una dictadura militar-policial. Ya no tiene un apoyo social como antes. La reserva principal del fascismo criollo son las bandas armadas paraestatales.

Ni los discursos del dictador ni los proyectos, siempre magros, han podido contrarrestar la precariedad laboral y salarial, el desempleo, la informalidad, el incremento de la pobreza, la vulnerabilidad de las mayorías, la desigualdad que no se resuelve, la peor educación, etcétera; lacras sociales que tienen efectos nefastos para la economía, la postración de las comunidades y el encono de miles de jóvenes.

Sólo la inercia de ciertas capas de la población le permite al régimen conservar a algunos sectores sociales y políticos afines a la dictadura; base social que se encuentra en un estado de desaliento, frialdad y desmoralización.

La correlación de fuerzas se ha estancado en un empate, lo que favorece al régimen a seguir consolidando su capacidad de maniobra para sobrevivir y afianzar el estado fascista a través de la alianza con el estamento militar-policial. El gran capital cierra los ojos ante el carácter orgánico del fascismo criollo como modelo político, social y económico.

Mientras tanto, se comienza hablar, entre los delegados de los poderes fácticos en reuniones formales e informales, de un gobierno de transición presidido por una especie de René Schick, presidente títere utilizado por los Somoza en los años 60 del siglo XX; o sea, se busca un personaje que sea del agrado del régimen, del beneplácito del gran capital y con el consentimiento de los EEUU.

Una salida que cambia la cabeza del gobierno, para no cambiar nada. Es decir, más de lo mismo o lo mismo con más.La presidencia de René Schick (1963-1967) no significó ningún cambio para la dictadura somocista (1936-1979), fue continuista del sistema. En el mejor de los casos, hizo pequeños cambios insignificantes, sin tocar nada sustancial. No propuso nada que lastimará ni cuestionará el sistema de poder somocista, se plegó enteramente a los poderes fácticos.

Actualmente, se busca para la transición, un candidato conservador y neoliberal, cercano a los grandes empresarios, aceptado por el estamento militar-policial y que tenga el aval del régimen Ortega-Murillo. Con ese candidato no se vislumbra el más mínimo cambio estructural de la situación general del país.

Por lo contrario, el candidato a ser el nuevo René Schick, ratificará y seguramente profundizará el modelo agroexportador, rentista, de compadrazgo y de alta presencia del capital transnacional basado en la industria extractiva (minería, centrales hidroeléctricas, producción de palma aceitera), favorables a los grupos económicos mono y oligopólicos. Todo indicaría que no habría ningún cambio estructural.

San José/Costa Rica, 19 de agosto de 2019.

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