Andrea Aldana, periodista colombiana en el exilio: «Si me callo, ellos ganan»
La periodista colombiana cuenta cómo ha sido salir de su país varias veces ante la persecución y el temor a ser asesinada
La periodista colombiana cuenta cómo ha sido salir de su país varias veces ante la persecución y el temor a ser asesinada
Desde hace décadas, Colombia es uno de los lugares más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo: asesinatos, amenazas, intimidaciones y violencia sexual en medio de un conflicto armado que se prolonga más de medio siglo, pese a los acuerdos de paz firmados. En multitud de ocasiones, los y las periodistas tienen que decidir entre arriesgar la vida hasta la muerte o abandonar su país.
Andrea Aldana, sobreviviente de fuertes violencias, incluida la agresión sexual, no tuvo más remedio que irse. Llegó a España en 2021 y éste era su segundo exilio. En ambos casos fue como consecuencia de sus investigaciones sobre corrupción y violaciones de los derechos humanos. En Colombia, siendo una democracia, la persecución viene muchas veces de las estructuras del propio Estado. Aldana se acogió al programa de protección de Reporteros Sin Fronteras y hoy tiene estatus de refugiada. Sueña con volver a su país, junto a sus familiares y amigos. Está terminando un libro que promete dejarnos sin aliento.
EFE entrevista a Andrea Aldana con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa, que se celebra cada 3 de mayo.
Lo primero, quiero dejar claro que para mí no es fácil hablarlo porque casi siempre termino llorando, todavía me genera mucho trauma. También que ésta no es la primera vez que me tengo que ir de mi país. A mí me vienen persiguiendo desde que empecé a hacer periodismo judicial. Yo he sido víctima de graves agresiones sexuales, no soy víctima de violencia digital, soy víctima directa de la violencia física.
Todo empezó entre 2008 y 2010, cuando empecé a investigar temas de desaparición forzada y de agentes estatales vinculados al narcotráfico dentro de la Policía y la Fiscalía. Empecé a poner en evidencia a estas personas y empecé a ser perseguida.
Yo fui víctima de una agresión sexual muy bestial y esa agresión marcó mi vida.
Siempre me pregunto qué hubiera pasado si hubiese sido hombre periodista, no mujer. ¿Cómo me hubieran advertido de no hablar, de callarme? Llegué a un punto de casi agradecer lo que me pasó porque si hubiera sido hombre me hubieran matado. El mensaje era matarme, pero con la mujer se usa el terror sexual, es la forma de silenciar. Mucha gente que conoce esta historia, me pregunta por qué continúo. Te tienes que acoger a lo que tengas a la mano para no quitarte tu misma la vida, es difícil continuar después de que te pase algo así.
El periodismo que me llevó a sufrir la agresión fue el periodismo que me salvó, porque pensé: «si me callo, ellos ganan».
Quiero dejar claro que todas las agresiones que he recibido están relacionadas con haber investigado a agentes estatales corruptos.
Tras la primera agresión me tuve que ir del país y la segunda agresión ocurrió tres años después. Yo estaba investigando vínculos de altos mandos de la Policía con el narcotráfico en Medellín y la orden de silencio me llegó a través de los golpes. No sólo me partieron la cara y me patearon, además me llenaron el pelo de pegamento industrial. Esto a un hombre puede que no le importe, pero, para las mujeres, el pelo es muy importante y no es una superficialidad, es denigrarte como persona. No solo fue golpearte, sino acabar con todo, es humillar.
Me retiré del periodismo judicial y me lancé al periodismo rural, a un periodismo que pensé no me iba a buscar problemas. Pero las zonas rurales de Colombia están dominadas por los actores armados y los ejércitos ilegales. Ahora el problema lo tenía con el Ejército porque no le gustaba cómo yo evidenciaba qué poderes dominaban las zonas y cómo a los campesinos los estaban matando por defender su territorio, estaban en mitad de las guerras entre el Estado y los ilegales. Todo ello me llevó a nuevas amenazas, ya no sé ni como enumerar todas las amenazas que recibí, porque fueron tantas…
Reporteros Sin Fronteras me tuvo que sacar dos veces de Colombia en 2021. Se habían abierto tantos frentes que yo ya no sabía si las amenazas me llegaban de integrantes de la Policía, del Ejército o de la Fiscalía, porque todos me habían mandado mensajes de amenazas de muerte o de montajes judiciales. Me querían hacer pasar como guerrillera, me amenazaron con meterme en la cárcel de mujeres y que allí me iban a matar en una gresca carcelaria. No tenía paz mental y tuve que salir otra vez de Colombia.
Es precisamente por la propia palabra democracia, porque no decimos democracias fallidas pero sí Estados fallidos. El cliché es que Colombia tiene la democracia más antigua de América Latina, pero no es cierto. Llevamos más de 160 periodistas asesinados. Sólo durante mis primeros dos años en España, entre 2022 y 2023, asesinaron a cuatro periodistas amigos míos.
No tenemos un exilio masivo de periodistas, como Nicaragua, Cuba y Venezuela. ¿Pero dónde están matando a los periodistas en Latinoamérica? En México y Colombia, en países donde hay democracia (…). Las democracias no solo tienen que parecerlo, tienen que serlo.
Cuando llegué a España, pregunté en la Oficina de Asilo cuántos colombianos lo habían pedido. Me dijeron que alrededor de 32.000 y lo habían conseguido sólo 193. Desde la firma del acuerdo de paz (2017), tenemos más de 3.000 líderes sociales, comunitarios y medioambientales asesinados. Somos una democracia fallida. Nos asesinan, nos golpean, nos violan y nos extorsionan.
Me concedieron el asilo, pero ha sido un camino largo y difícil, me costó dos años, un camino que me dejó meses sin permiso de trabajo. En este momento, mi estatus es de refugiada y protegida por el Gobierno de España.
Es una pregunta bastante difícil de responder porque, aunque la gente se moleste con lo que voy a decir, España es un país racista, España es un país al que no le gusta la migración.
Yo me he llevado al menos tres «sudaca de mierda». Para empezar, desde las palabras te maltratan, me han dicho «maldita panchita». Y lo peor es cuando tratas de explicarle a gente de tu entorno, gente que te protege, y te dicen: «pero si tu no pareces latina».
¿Qué es ser latina?, ¿qué es no ser latina?, ¿por qué están tan desconectados de la realidad del país que ustedes mismos colonizaron? Por un lado, me toca reír para no rabiar. Por otro lado, cuando una mujer latina emigra a España, las primeras áreas de trabajo que tienes son el cuidado y el aseo de las casas de los españoles. Eso fue muy duro y me dan muchas ganas de llorar hablar de esto.
Lo único que me ofrecían era limpiar casas. Yo sé que ningún trabajo es deshonra, pero yo vengo de un proyecto de vida que me interrumpieron de manera abrupta y violenta, de tener un nombre [en la profesión] y una carrera. Vienes de investigar narcotráfico, paramilitarismo, explotación sexual, vulneración de los derechos humanos, corrupción privada y estatal en mi país, ¿me entiendes?
Afortunadamente, ya no lo hago. Pero cuando no tenía permiso de trabajo, cuidé a una pareja de señores ancianos porque necesitaba el trabajo, tuve que renunciar porque honestamente yo no estoy formada en cuidado de personas adultas. Me sentía supremamente irresponsable, pese a que me ofrecían trabajo y estabilidad. Eso es el rebusque y es lo que nos toca hacer a las latinas. Lo cuento de manera orgullosa porque el trabajo no es deshonra, pero me destruyó psíquicamente y tuve que luchar mucho.
Y al mismo tiempo que hacía eso de día en España, era editora de un medio colombiano. Era una dualidad, porque allí pagan en pesos y aquí en euros. Lo bueno es que por la noche volvía a ser periodista, era un equilibrio y eso me sostenía. Ya tengo permiso de trabajo, estoy cerca de una comunidad de periodistas y escritores en España, colaboro con un par de medios acá y estoy terminando mi novela.
Si un día me toca escribir hasta las cinco de la madrugada y dormir tres horas porque tengo una reunión, me voy acomodando. Hay días en los que sólo duermo 3 o 4 horas porque tengo que responder con trabajos en horario latinoamericano y con trabajos en horario español. Me voy estructurando así, pero hay algo que sí agradezco y me lo ha dado el exilio: entender el periodismo como un asunto global, porque cuando has reporteado e investigado tanto en Colombia –aparte de poder enfermar mentalmente– no sales del nicho. Cuando empiezas a hacer periodismo desde España, ves cómo se conecta todo de manera transnacional y ves el aleteo de la mariposa […]. Yo quiero que la gente entienda Colombia como parte de algo global, para bueno o para malo.
R: A ver, ciertos colegas en mi país no me quieren, dicen que hablo desde la superioridad moral (risas). Yo no me puedo desconectar de Colombia porque allá está mi gente, mi familia, mis amigos, porque es mi tierra, porque está la sociedad por la que trabajé y por la que soñé cambiar.
Yo decidí pagar la verificación de Twitter (X) sólo para hacer contrainformación al periodismo tan horrible que se está haciendo en Latinoamérica y especialmente en mi país. No hablo de todo el periodismo, porque afortunadamente el mejor periodismo independiente se está haciendo también en Latinoamérica, y eso lo quiero dejar claro. Me refiero a los medios tradicionales, que prefiero llamar medios corporativos, que imponen agenda y que son de banqueros o grupos económicos, medios que están poniendo presidentes. Pero hay presidentes que también se están eligiendo a través de las redes sociales. A (Nayib) Bukele lo puso Twitter, a (Javier) Milei lo puso TikTok; y yo entendí que hay que hacer contrainformación donde están ellos, en esos escenarios mediáticos.
Decidí ampliar el espacio en Twitter para poder hacerle contrainformación a esta prensa que perdió el norte. No digo el norte ideológico, sino el norte ético.
Hay periodistas que entienden el periodismo como un servicio a grandes corporaciones y banqueros, por eso necesito estar conectada a mi país. Es lo que he hecho toda mi vida porque me mantiene viva. Además, España te va haciendo chiquita, te hace sentir que en el periodismo no eres nadie. Y no es egocentrismo. Todo el mundo te da palmaditas, pero pocas oportunidades de trabajo. Entonces, necesito sentir que todavía tengo criterio y puedo participar.
Sí, y en ese sentido lo que me dio España nunca me lo dio Colombia. Quizás porque en Colombia yo estaba perseguida y era difícil generar nuevas amistades o confianzas. Mis amistades, entonces, eran las que venían del colegio o la universidad. No me podía abrir, al nivel de que me ponían a gente para que se me acercara. Una vez me pusieron a una capitana para que se hiciera mi amiga y lo que querían era información. Me hicieron lo mismo con un coronel del Ejército, intentaron que me fijara en él, que yo me metiera en una relación amorosa. Me lo contaron mis fuentes de la Policía Judicial.
Le voy a contar una anécdota. Abrí una aplicación de citas y, cinco minutos después de crear el perfil, me agregan dos coroneles con foto y uniforme militar, yo sabía que al menos uno de ellos me perseguía. A ese nivel estaban las dos personas que hicieron macht conmigo. Entonces, claro, ‘eliminar, eliminar, eliminar’. Me habían metido en mi celular un programa ‘araña’, no que estuviera dentro de mi celular, sino que mi celular se refleja como un espejo en otro celular. Ese es el nivel de persecución que sufrí.
Por eso, la red de mujeres que he encontrado aquí es importante porque yo estaba muy cerrada a la amistad con mujeres en Colombia.
Una de las personas que me recibe acá es Gabriela Wiener y me lleva a los círculos de escritoras y periodistas. Me protegen y me tiran un manto protector encima. Gabriela me acerca a Cristina Fallarás, todas me rodean y me siento absolutamente protegida. Aún tengo escasez en lo económico y en lo laboral, pero a través de ellas he conseguido ofertas de trabajo, con ellas tienes un hombro donde llorar, te ayudan a recuperar tu estatus en el mundo de la escritura y el periodismo. Otra que llegó exiliada a raíz del Gobierno de Milei es Luciana Peker, también está en nuestro círculo.
Lo he pasado mal, muy mal, también muy bien; que te protejan así se lo tengo que agradecer a España y eso me hace pensar que soy de Colombia, pero también un poquito de acá. Es la familia que he hecho, que me ha protegido y a la que amo profundamente.
Yo quiero volver, el deseo de volver a Colombia es enorme, yo quiero morirme en mi país. No hablo de forma violenta (risas), ojalá sea de viejita. Quiero volver a ver mis costas, mis selvas, mis manglares… Pero, por ahora, España me lo tiene prohibido porque cuando te dan el asilo no te permiten volver, pero ahorita tengo la oportunidad de pedir la ciudadanía española.
Cuando la tenga, estaré totalmente protegida; y el día que regrese a Colombia, como ciudadana española, si me hacen un montaje judicial, por ejemplo, ya se vuelve un incidente internacional. Reporteros Sin Fronteras entendió los riesgos, por eso me dieron el asilo. Espero volver con protección. La doble ciudadanía en Colombia protege más que un chaleco antibalas.