El blanco piso de la iglesia Santiago Apostol quedó embadurnado de rojo vivo, de ese rojo que destila el olor imperdible de la sangre cuando salta de las venas a borbollones. La sangre revuelta de al menos 25 heridos, algunos de ellos, de gravedad. Eran jóvenes que recién habían estado gritando consignas de libertad y justicia afuera de la parroquia, en Jinotepe. A las seis se retirarían, pero a las seis las turbas junto con la Policía Sandinista los atacaron con balas.
Todo pasó aquel 21 de abril de 2018, cuando el sacerdote Juan de Dios García dejó de celebrar misa para atender a los heridos.
Del otro lado de Nicaragua, en el Caribe Sur, después de casi 27 años de ser enviado a cualquier país, menos al suyo, el padre Carlos Abea Balmaceda llegó a la iglesia San Martín de Porres, en Nueva Guinea en el 2016. Su feligresía tenía una particularidad: era gente brava, organizada y convencida que defenderían sus tierras hasta el final ante un proyecto canalero que amenazaba con arrebatárselas. Eran integrantes del Movimiento Campesino, que después serían parte de los liderazgos de la lucha cívica de 2018. Su relación pastoral con ellos fue fortaleciéndose con el tiempo y mucho más en el 2018, cuando el hartazgo social erupcionó un país.
La cotona blanca parecieron no verla, o por lo menos, no les interesó respetarla y lanzaron las bombas lacrimógenas cerca de sus pies. El gas lo asfixiaba, lo cegaba, no lo dejaba caminar por el aturdimiento. Fue auxiliado por los que protestaban. Así empieza la historia del padre César Augusto Gutiérrez, en Monimbó, quien estaba a cargo de la iglesia San Sebastián, ubicada en el corazón del barrio indígena. Él fue uno de los encargados de mediar varias veces por los jóvenes que capturaba la Policía y viceversa en una de las zonas más reprimidas del país. Se estima que la población lloró unas 35 personas, según organizaciones de derechos humanos nacionales.
Los sacerdotes Juan de Dios, Abea y Gutiérrez pasaron por lo mismo: se fueron al exilio ante las amenazas de muerte y cárcel por parte del régimen orteguista. Después de dos años del inicio de la crisis sociopolítica del país, la Iglesia Católica no se ha pronunciado sobre los casos de sacerdotes que tuvieron que cruzar fronteras para estar seguros, de los cuales se tiene conocimiento de al menos cinco. Los mismos curas consideran que la actitud de la institución religiosa respondió a ser prudente ante un sistema difícil. La Lupa conversó con tres de ellos, quienes cuentan cómo su labor pastoral los colocó en la mira de turbas orteguistas, paramilitares, y la misma Policía, volviéndose víctimas de asedio y persecución.
El padre Carlos Abea sabía que estar con los campesinos implicaba grandes retos porque ellos ya se habían topado con la violencia política de frente. Su relación con todos, incluidos los líderes, doña Francisca Ramírez y Medardo Mairena, se fue haciendo robusta. Les dio acompañamiento en las protestas cívicas de 2018, en los tranques y también cuando participaron del fallido Diálogo Nacional.
En el tranque de La Gateada, Chontales, la iglesia facilitó una cocina para los campesinos, y el padre mantuvo el diálogo con las autoridades orteguistas, y la Policía en todo momento. Incluso, el 14 julio de 2018 cuando se firmó el acuerdo para la desmovilización de los tranques, y se logró quitar el de Nueva Guinea sin afectaciones, se celebró una misa. El acuerdo incluía que los líderes no tendrían ninguna persecución, pero mintieron y lo hicieron de forma pasmosa.
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Ese mismo día paramilitares atacaron a los otros campesinos que también habían dejado el tranque ubicado en el empalme de San Pedro de Lóvago; las balas penetraron en sus carnes, los heridos se refugiaron en las montañas. El sacerdote Abea fue a buscarlos, les ayudó a salir del país con rumbo hacia Costa Rica. Ellos se habían internado en el monte para salvar sus vidas ante la emboscada que padecieron en el sector de la Poza Azul.
El sacerdote salió hacia San Pedro con la autorización de la Policía, quería recoger los cadáveres que supuestamente había dejado el ataque, sin embargo, no encontró cuerpos, pero si corroboró que hirieron a varios campesinos. Este ataque fue uno de los hechos que más lo golpeó, «fue cobarde», dijo. «Uno siente rabia, siente al mismo tiempo impotencia de ver tantas injusticias, tanto horror, tanta muerte, fue un momento muy duro», expresó. “Toda esta realidad de muerte, de persecución, de represión sobre los campesinos, pues no viene siendo desde abril 18, sino que esto viene desde mucho más atrás, la persecución para los líderes”, dijo.
El sacerdote desconocía que poco tiempo después él también tendría que exiliarse, como los campesinos que se fueron por veredas a otros país. A los ocho días que había firmado el acuerdo para el levantamiento de los tranques, una comitiva del FSLN fue hasta Bluefields para hablar con Monseñor Pablo Schmitz, y advertirle que Abea debía salir del territorio, de lo contrario, no respondían. Monseñor intentó hacerles entrar en razón, diciéndoles que el religioso había desempeñado una labor de mediador, pero fue en vano. “El padre Carlos no puede seguir y nosotros pedimos que lo saquen”, le dijeron.
No hubo otra opción, se marchó primero a Honduras el 4 de agosto de 2018, y luego, a México. Pero antes de viajar al país azteca se reencontró con varios campesinos en Costa Rica. El sacerdote asegura que sino hubiese sido por ese mensaje es muy probable que siguiera en el país.
Desde que se fue ha regresado dos veces. Él estaba consciente que siempre estuvieron vigilados, en las eucaristías les tomaban fotografías y sabía que después del levantamiento de los tranques la persecución y la represión contra los campesinos iba a ser mayor. La violencia de 2018 alcanzó a todo el país y en cada pueblo lo hizo de forma diferente.
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Jinotepe y Masaya en un mismo dolor
En Jinotepe, el padre Juan de Dios García y Gutiérrez en Masaya enfrentaban sus propias cargas. Ambos se convirtieron en mediadores del conflicto, las misas y actividades parroquiales habituales fueron sustituidas por giras atrevidas para rescatar a jóvenes de la policía y hacer intercambios, atender heridos y dar consuelo a las madres de los caídos. En el caso del sacerdote Juan de Dios intercedía por cualquiera, sin importar color político; cumplía una labor humanitaria.
En una ocasión, el mismo asesor presidencial en temas de educación, Salvador Vanegas, le pidió que intercediera por un joven integrante de la Juventud Sandinista, que había llegado a un tranque a lanzar morteros. Él fue y los protestantes se lo entregaron en buenas condiciones, incluso, la entrega quedó grabada, pero el video fue manipulado y utilizado para señalarlo a él de ser el responsable de torturas y organizador de tranques.
“Más de un 80 por ciento de los que nosotros rescatamos eran personas afines al gobierno”, asegura el sacerdote. Las amenazas empezaron en las redes sociales a raíz que los mismos orteguistas divulgaron su número de celular. Una cuenta denominada «PLOMO» le mandaba videos, le decían que “me iban a pegar fuego”, eran amenazas de muerte, por minuto podía recibir de 10 a 20 mensajes de hostigamiento. Una solución momentánea fue cambiar de número.
El religioso empezó a mediar desde el 20 de abril, cuando defendió a cientos de jóvenes que iban a ser vapuleados por las turbas orteguistas. Al día siguiente, cuando regresaba de Managua, lo esperaban cerca de las 2:30 de la tarde, el alcalde, Mariano Madrigal y el jefe de la Policía para que mediara con los jóvenes, para que se quedaran frente a la Iglesia. Ese fue el preludio del ataque del 21 de abril en la parroquia Santiago Apostol.
Tanto Jinotepe como Masaya fueron ciudades masacradas antes de la operación limpieza, y después mediante esta. El sacerdote Gutiérrez, de la orden salesiana, empezó ayudando a los que caían presos, las madres llegaban a solicitarles su apoyo y junto a organizaciones de derechos humanos se enfrentaban al comisionado general Ramón Avellán para realizar esa gestión. Se hizo en varias ocasiones, pero después ya no se pudo.
El sacerdote Juan de Dios estuvo entre la comitiva de religiosos que llegó a la Basílica San Sebastián, el 9 de julio, en Diriamba, mientras permanecía rodeada por paramilitares, él junto a los otros sacerdotes sufrieron la embestida. En su caso, le decían que tenía armas, y él enseguida les mostró un rosario que le había dado el Papa en Roma. No se lo tocaron. Ese día los sacerdotes fueron golpeados, insultados y amenazados por fanáticos orteguistas y paramilitares.
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Después de una llamada a la presidencia de la república por parte del Nuncio Waldemar Stanilaw Sommertag, un solo policía puso el orden, relata el padre Juan de Dios. Tanto el Nuncio como el cardenal Leopoldo Brenes, le dijeron que se regresara con ellos a Managua, y así lo hizo. Fue providencial, indica, ya que las tubas llegaron hasta su iglesia, en Jinotepe, adentro hicieron lo que quisieron, «desde golpear y arrastrar a los sacerdotes hasta robarse el dinero de las fiestas del santo patrono del pueblo».
El sacerdote explica que lo querían eliminar. “Llegaron dos cubanos a mi cuarto, que llevaban el propósito de eliminarme, junto con un periodista de un canal venezolano y una señora de Jinotepe”, relata el sacerdote. Una muchacha llegó dando órdenes que lo buscaran porque lo tenían que agarrar y tirar de cabeza desde el campanario; él cree que si lo hubieran encontrado lo hubiesen hecho, expresa. “Esa gente andaba endemoniada y andaba dispuesto a todo”, asegura.
Después de todos esos eventos, el mismo cardenal Brenes le pidió que por su seguridad saliera del país, y así sucedió. El viaje sería por dos meses a Estados Unidos, pero se alargaron a seis, durante los que compartió con la comunidad nicaragüense. Ahora, aunque ya regresó y está en algún punto de Nicaragua se siente como si estuviera en el exilio. “Que aunque este en Nicaragua todavía sigo exiliado porque no puedo ir a mi casa”, expresó. https://www.facebook.com/lalupa.press/videos/591949168081846/
El exilio fue un momento muy duro, nadie quiere salir de su país forzado, amenazado, con ese sentimiento de dolor de estar fuera de su tierra, de sus feligreses, indicó el sacerdote originario de Dolores, Carazo.
El dolor de estar fuera también lo conoce muy bien el padre Gutiérrez quien después de apoyar los puestos médicos donde se atendía a cualquier persona, de estar cerca de los feligreses y los jóvenes líderes de la lucha cívica en Monimbó, de bailar sones de marimba en las marchas, debió salir por un punto ciego del país para resguardarse. A la orden salesiana la alertaron que fraguaban un plan para acusarlo por financiamiento al terrorismo, ya antes también había recibido amenazas de muerte y acoso a sus familiares. El contexto se volvía más complejo y el riesgo de perder la vida era cada vez más alto. El exilio fue el camino difícil que debió tomar.
Para llegar a la frontera con Honduras primero lo dejaron en una iglesia cercana al límite fronterizo, ahí pasó la noche del 14 de agosto, y al día siguiente, caminó entre montes durante dos horas llevando consigo solo una camiseta, un calzoncillo y su cepillo de dientes, y el temor que el Ejército del país catracho lo detuviera, porque no llevaban papeles. Su travesía fue similar a la de los migrantes, que se lanzan a las veredes inciertas para buscar una mejor vida, el padre lo hacía para conservar la de él. Caminó y cruzó la frontera con la certeza que Dios nunca lo abandonó. Del lado hondureño lo esperaban. Actualmente está en Guatemala y sigue de cerca la situación del país, con la esperanza de volver a Monimbó.
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El divorcio de la Iglesia con el gobierno
Hay una Iglesia Católica antes de 2018 y después de 2018. Con la crisis sociopolítica la Iglesia se ubicó en un rol de mediadora, pero al gobierno no le gustó, y emprendió una ola de ataques a religiosos, violaciones de templos, campañas difamatorias, pintas en las iglesias, y hasta les llamo “golpistas”. La relación de cordialidad por parte del Ejecutivo se esfumó. La confrontación ha sido directa en los últimos meses, a tal punto, que los mismos sacerdotes han tenido que mediar con turbas orteguistas para que respeten las iglesias.
Mientras, los sacerdotes en el exilio reviven los recuerdos frescos de aquellos días de abril, cuando el pueblo despertó y los jóvenes salieron a protestar en Jinotepe, en Masaya, en Managua, en Nicaragua. La demanda de cambio sigue tan vigente como hace dos años, como cuando el padre Juan de Dios no dudó en salir a defender a los jóvenes convertidos en víctimas de la violencia en el atrio de su iglesia.
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