Dos jóvenes relatan cómo vivieron la separación familiar y el reclamo justo por dinero para subsistir

Gabriel tenía que ir cada quincena a la casa de su papá para pedirle el dinero de la pensión alimenticia o aunque sea un “aporte” para sus gastos personales. Su papá debía darle mil córdobas en cada encuentro, de acuerdo con la sentencia del juez, es decir, dos mil córdobas mensuales. Pero siempre le daba 500 córdobas quincenales o menos. En ocasiones no le daba nada y le decía que volviera en unos días, o lo regañaba cuestionando la forma en que su mamá administraba el dinero, pues según su papá, con mil córdobas mensuales debía bastar para su alimentación y “todo lo demás”, es decir, su educación, salud, vestimenta, vivienda y el resto de elementos para su sobrevivencia.

Desde los 14 años hasta los 18, Gabriel vivió la misma situación con su papá dos veces al mes. No iba a pedirle la pensión voluntariamente, pero su mamá lo mandaba a regañadientes, ya que ella y su papá se peleaban cada vez que se miraban, relata.

En ocasiones, no iba donde su papá y se iba a jugar fútbol con unos amigos, después en la tarde regresaba a su casa y le decía a su mamá que su papá no había dado nada. Según Gabriel, no había ninguna diferencia. Él ya sabía la respuesta. Si su papá le regalaba ropa o zapatos, lo invitaba a salir a comer o le daba algo “extraoficial” a lo que acostumbraba, tampoco daba la pensión. Sus excusas siempre eran “estoy endeudado”, “tengo que darle también a tus hermanos”, “vos no tenés tantos gastos” o “no tengo dinero”.

Gabriel, ahora es un joven de 21 años que trabaja de dependiente en una tienda de ropa en Multicentro Las Brisas, y los sábados cursa el primer año de contabilidad en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua). Sus padres se separaron amistosamente cuando tenía 13 años, siendo hijo único. Durante los primeros seis meses de la separación su papá le daba dinero a su mamá para la alimentación, pero después dejó de pagar, por lo que su mamá decidió demandarlo. Después de la demanda, su mamá y su papá siempre se peleaban, así que él fue el intermediario para recoger la pensión, pensión que su papá poco a poco dejó de pagar.

Su familia siempre fue de ingresos bajos. Su mamá se dedicaba al trabajo doméstico y su papá era taxista, pero no recuerda discusiones sobre el dinero, hasta que se separaron. Debido a los bajos ingresos de su mamá y el poco dinero que daba su papá, comenzó a trabajar para cubrir sus propios gastos y aportar económicamente en su casa. Primero trabajó de ayudante en una pulpería después de clases. Desde los 16 comenzó a trabajar transportando productos de venta en el mercado y cuando cumplió 18, comprendió que su papá nunca le iba a dar nada voluntariamente, así que dejó de “recordarle” sobre la pensión. Por su trabajo, comenzó la universidad tres años después de salir de la secundaria, a los 20 años.

En la Villa Miguel Gutiérrez, ambos son conocidos por tener un puesto de tortillería y leche agria, en el que venden sus productos desde las cinco de la mañana, para poder subsistir. Aunque nunca se le pidió que trabajara antes de su adultez, expone que se sentía agobiado de ver a su mamá preocupándose por los gastos de la casa o tener que recortar los alimentos cada quincena.

 

“Ella nunca me dijo que me hiciera cargo de la casa, pero me sentía responsable. Intentaba hacer malabares entre la escuela y el colegio, y si podía ayudar en la casa, entonces lo iba a hacer, porque yo no iba a seguir rogándole a mi papá”, expresa.

 

Mientras tanto, el resto de elementos para su crianza como los cuidados, reuniones en el colegio, emergencias médicas y demás, siempre fueron cumplidos por su mamá, quien tiene ahora 52 años y sigue trabajando sin parar para poder llegar a las quincenas.

 

Padres involucran a los hijos/as

El abandono paterno y la falta de responsabilidad económica por parte de los padres, tiene afectaciones psicológicas y de comportamiento en los menores de edad, especialmente si se les involucra en estos problemas, indica la psicóloga Alejandra Moreira.

 

“Los niños y adolescentes necesitan el amor, la protección y seguridad de sus padres, y si uno de los dos no lo está dando, eso va a afectar psicológicamente a los niños. Si la mamá comienza a decir: ‘mira a tu papá que irresponsable, no da el dinero’, el niño se siente abandonado. Afecta más cuando los adultos involucran a los menores en los problemas, porque no solo afecta la conducta del padre ausente, sino también la molestia de la mamá y la situación económica que se está viviendo en casa”, explica la psicóloga.

 

Las afectaciones de los menores se puede manifestar en el aislamiento, calificaciones escolares bajas, problemas de atención, ataques de ira o de tristeza, rebeldía, así como de intentar imitar el rol de sus padres.

 

“Eso lo he visto muchas veces en mi trabajo. Los adolescentes en las sesiones me dicen que no tienen comida en su casa, o que la comida está completa, que su papá no está dando (dinero). Muchas veces intentan crearse el rol del papá que no está en la casa y asumen ese rol de cuidar a la mamá y a los hermanos, cuando su rol es ser el hijo. Eso también afecta en la conducta y en el estado de ánimo”, manifiesta Moreira.

 

Leonila Argüello, psicóloga social y activista feminista del Colectivo de Mujeres de Matagalpa, indica que involucrar a los hijos e hijas en conflictos sobre la pensión alimenticia es una práctica común en la cultura nicaragüense, especialmente cuando las separaciones no son amistosas, pero no es recomendable hacerlo debido a las afectaciones antes mencionadas.

 

“Una de las cosas que desde la experiencia he visto y hemos atendido en el Colectivo de Mujeres es que ponen a las hijas y los hijos en medio. A ellos se les manda diciéndole  «andá pedile a tu papá que te mande para la comida, porque yo no sé qué piensa» y cuando va el hijo o la hija, el papá los humilla. Ese ir y venir es terrible, la gente adulta no entiende el daño que les hacen. El primer daño que hace es la humillación, yo me tengo que humillar para que mi papá nos dé el dinero para poder comer, mi mamá me obliga a ir con regaños y mi papá me recibe mal”, señala Argüello.

 

Padres evitan su obligación

Rebeca Godoy, de 20 años, estudiante de cuarto año de ingeniería electrónica, vivió una situación similar. Si bien su papá daba mensualmente 1,500 córdobas cuando era adolescente gracias a una demanda interpuesta por su mamá en el 2012, cuando ocurría alguna emergencia que incurriera en un gasto, prefería arreglárselas con su mamá y con la ayuda de sus abuelos, antes que decirle a él, ya que sentía que era “molestarlo” y si él se involucraba era a regañadientes, explica.

Después de la demanda interpuesta se crearon conflictos entre su mamá y su papá, por lo que él escribía un recibo de todo lo que daba a Godoy, ya sea dinero, ropa o una salida a comer y se lo daba a su mamá para que lo firmara. Cuando Godoy cumplió 18 años años, su papá se los daba a ella misma para que los firmara. No obstante, esto no duró mucho porque poco a poco su papá fue recortando el monto de la pensión, después fue expandiendo el tiempo en que se lo daba, hasta que dejó de pasarle completamente dinero, a pesar que el Código de Familia establece que el alimentista tiene el deber de dar la pensión hasta que su hijo o hija tenga 21 años años si no tiene hijos y si tiene estudios provechosos, condiciones que Godoy cumplía.

 

“No me dejó de dar (la pensión) de forma abrupta, ni que él me hubiera dicho «te voy a dejar de dar», sino que siempre tuve que estar rogando. Siempre le tenía que estar recordando que me pasara el dinero los primeros días del mes y a mí no me gustaba estarle avisando. A inicios de 2020 él ya no me daba si yo no lo avisaba, o no me daba la cantidad exacta. Tal vez cuando nos mirábamos él me daba algo, pero era menos frecuente”, expresa.

 

Para cubrir sus gastos personales y costear su propia educación, Godoy comenzó a trabajar de maestra en la Academia Profesional de Matemáticas-CCAP a los 19 años. Sin embargo, durante las vacaciones en los primeros meses del año, no recibía ingresos, y si le pedía “ayuda” a su papá para algún gasto, este le decía que solo lo buscaba por el dinero.

En contraste, su papá sí mantenía a sus otros dos hijos de otro matrimonio con quienes vivía y cubría absolutamente todos sus gastos, a pesar que el mayor de ellos ya tenía la mayoría de edad de 18 años. Según Godoy, la excusa de su papá es que vivía con ellos, aunque no explicaba cuál era la diferencia.

Hace más de dos años que Godoy no recibe nada de su papá, sin embargo, se las arregla con su mamá para cubrir los gastos de la casa. Ella con su trabajo de maestra y su mamá con su trabajo de manualidades.

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La Lupa Nicaragua