Cada vez que sale a la universidad o a su trabajo, Reyna Hidalgo le enseña a su mamá la forma en que va vestida, por si un día desaparece, ella sabe la ropa que tenía. Cada vez que toma un taxi, le toma foto a la placa o manda datos del conductor a sus amigas, por si un día no vuelve, tienen a quién investigar. Y cada vez que hace un viaje largo, manda su ubicación a sus familiares, por si le ocurre algo, al menos sepan el último lugar donde fue vista.

Dice que esas acciones las tiene totalmente normalizadas y forman parte de su rutina. “No lo digo victimizándome, sino como algo que hago siempre, como lavarme los dientes”, expresa la joven universitaria de 22 años. 

Salir a la calle “es una odisea”, señala, por la constante amenaza de que alguien le haga daño. Un robo, una violación, un secuestro o femicidio son parte de sus preocupaciones. Esta intranquilidad no solo es de ella, la comparten muchas mujeres en el país. Solo se siente a salvo cuando llega a casa, pero todo el camino es tortuoso, señala. 

“Siempre que voy en el bus miró atrás o de reojo para ver quién viene. Cuando camino voy pensando ¿Por qué ese hombre está cruzando para acá? ¿Por qué esa moto bajó la velocidad? Si alguien me agarra por atrás ¿Qué hago? Si alguien me monta a un carro ¿Cómo me defiendo? Voy pensando que en esa casa me puedo meter o que a esa señora puedo gritarle y pedirle ayuda”, relata Hidalgo su trayecto.

Cuenta que su estado de alerta viene de la cantidad alarmante de femicidios y de las experiencias que conoce de otras mujeres. Sus temores no son exagerados. Se registran 36 femicidios de mujeres nicaragüenses entre enero y los primeros días de mayo, 25 de ellos ocurrido dentro del país, según Católicas por el Derecho a Decidir. 

Una de los casos que más causó conmoción fue el de Jenelieth Peña, una joven de 19 años que salió a una entrevista de trabajo el 10 de abril y nunca más volvió. Dos días después fue encontrada asesinada en un cauce de Managua. La joven era originaria de Matagalpa, pero vivía en la capital para encontrar mejores oportunidades laborales.

«Me llamo Jenelieth Peña, tenía 19 años y salí a una entrevista de trabajo. Tenía anhelos, suelos y quería una vida digna para mí. Tenía muchos planes. Llegué a Managua en busca de muchos sueños que en mi pueblo no podía concretar», escriben sus familias en su muro de Facebook.

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Para las mujeres la calle o la casa son espacios donde ocurren femicidios. En ningún lado se encuentran seguras.

“El miedo a que me pase algo grave es por todo lo que veo en las noticias, por las experiencias que escucho o por las historias que me salen en Facebook. La situación de los femicidios ha aumentado. La verdad no me siento segura en la calle”, manifiesta Hidalgo. 

2023 tiene cifras alarmantes de femicidios

Este año ha sido el más alarmante para las mujeres. Hasta ahora, CDC nunca había registrado 36 femicidios en cuatro meses, indica su directora, Martha Flores. La última semana de abril fue una de las más violentas con cinco femicidios seguidos.

“Una nunca sabe si va a ser la próxima”, dice Michelle Ruíz, una universitaria de 22 años que vive en Carazo y que viaja a Managua a diario por su trabajo. Antes de abril, Ruíz trabajaba desde casa, pero la modalidad cambió a presencial y los miedos de desplazarse diario surgieron de nuevo.

“Me sentía más tranquila trabajando desde casa, pero desde hace dos semanas me toca trabajar en la oficina. Aunque la empresa me da el transporte, me toca caminar largos tramos para alcanzar el microbús. Así que eso siempre lo hago acompañada de mis amigas”, explica.

Ruiz toma otras medidas para los riesgos que puede enfrentar en la calle. Desde hace cuatro años usa un taser y un gas pimienta para defenderse, producto de una experiencia de acoso que vivió en la universidad. También envía fotos de ella y de su amigas a su papá cuando viaja para que sepa de quienes va a acompañada.

Y si utiliza taxi, solo usa el servicio de Ray, un servicio de transporte que cuenta con choferes verificados por el Instituto Regulador de Transporte del Municipio de Managua (IRTRAMMA); a diferencia de inDriver, en la que cualquier persona puede servir de chofer sin pasar por una revisión.

“No me montaría en un taxi normal jamás, aunque me cueste un ojo de la cara pagar ese taxi. Prefiero pagar eso por mi seguridad. Siempre que lo uso, le mando los datos del chófer y del carro a mi papá. Así sabe quién me lleva”, dice Ruíz.

Por su parte, Giorgina Picado, una fisioterapeuta de 26 años que vive en Carazo, solo viaja acompañada, ya que es la única manera en que se siente segura. El constante acoso que vive por parte de hombres en la calle, vuelve el espacio público uno de los más inseguros para ella y las demás mujeres del país.

Las diversas experiencias de robo que ha tenido también son parte de las razones por la que prefiere no salir sola.

“Siempre salgo acompañada, a menos que sea un mandado super cerca y rápido. Cuando camino lo hago rápido y sin ver a nadie. Si hay hombres en la acera prefiero cambiar de calle porque es incómodo”, cuenta Picado.

Las veces que sale también se asegura de contar con internet para tener comunicación con su mamá y su hermana, y para poder solicitar ayuda en caso de emergencias.

Las medidas que toman las mujeres para salir a sus trabajos, a las universidades, colegios y otros lugares son variados y forman parte de su cotidianidad. Decir “avísame cuando llegués” se volvió rutina para ellas. Todas estas medidas surgen a partir de un estado de vulnerabilidad que viven las mujeres en Nicaragua, una situación grave de inseguridad y de violencia machista.

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